Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
—Olvidas las condiciones de tu lamentable trato con Hadyn —replicó Slytherin. Se oyó el sonido de la cajita al cerrarse—. No puedes tocar un cabello de nadie que resida en este castillo. Tus amenazas son formidables, pero afortunadamente no tienen efecto aquí. Aunque, sin embargo, aprecio sus intenciones. Debes considerar que son recíprocas.
El suelo crujió cuando Merlín se levantó. James vio el cambio en las sombras de la habitación cuando Merlín se preparó para partir. De repente una figura bloqueó la vista a través de la puerta doble. Era Slytherin. Abrió las puertas un poco y buscó con la mirada a James. Una mirada seria cruzó su cara, entrecerrando los ojos.
—A propósito, Merlinus —dijo sin retirar sus ojos de James—, si vuelves en tiempos futuros cuídate de enemigos. Tu desaparición será sin duda una leyenda, Algunos te buscarán, y no todos llevaran buenas intenciones.
—Estoy acostumbrado a tratar con mis enemigos —replicó la voz de Merlín, resonando en las profundidades de la habitación contigua.
—No obstante, si te encuentras con cierto jovencito… de ojos azules, con cabello corto y descuidado de cuervo y una mirada de constante insolencia, cuídate de él. Es tu enemigo. Lo he adivinado. Debes deshacerte de él.
—No me deshago de nadie sin una causa justa —gruñó Merlín—, a pesar de todas tus adivinaciones, incluso de aquellos que merecen tal eliminación ocasionalmente escapan de mis manos.
—Mientras alguien que no lo merece cae bajo su juicio —declaró fríamente Slytherin, como retorciendo un cuchillo—. Haz lo que quieras, Merlinus. Vigila al chico. O ignorarlo por tu cuenta y riesgo. No me importa lo que elijas.
Un momento después, llegó una ráfaga de aire caliente y un olor a tierra y naturaleza. Merlín se había ido. Slytherin desnudó sus dientes hacia James.
—Dijiste que la historia tenía razón sobre mí —dijo, sonriendo viciosamente—, de alguna manera no creo que la historia llegué nunca a conocer tu nombre, mi joven amigo.
Con una hábil floritura, Slytherin volvió a cubrir con la tela negra el espejo oval sobre el atril. James se encogió de miedo, temiendo desvanecerse en el momento en que su reflejo se ocultara. Slytherin le dirigió una mirada desdeñosa.
—Obviamente, el espejo sería inútil como prisión si el residente no pudiera ser liberado del confinamiento, estúpido —dijo—. Si lo hubieras intentado por ti mismo, tus miedos se habrían convertido en realidad, pero si el espejo lo cubre algún otro, estás a salvo. ¿Ves? Incluso ahora, yo soy el consumado profesor, y tú el pupilo renuente. Ven a mí, amigo mío.
James sacudió la cabeza, apretando los labios testarudamente.
Slytherin suspiró pesadamente.
—No voy a hacerte daño, chico. Solo requiero que estés de pie junto a mí para que podamos Aparecernos juntos.
—No puede Aparecerse dentro de Hogwarts —replicó James—. Todo el mundo lo sabe.
—No sé quién es ese "todo el mundo" del que hablas, pero empiezo a sospechar que el Hogwarts que crees conocer no es el Hogwarts que actualmente ocupas. Ahora ven aquí.
James tensó su apretón sobre los brazos de la silla de respaldo tableado.
—No voy a ir a ninguna parte con usted.
—Deseas llegar al fondo de este malentendido, ¿no? —preguntó Slytherin—. Ambos queremos lo mismo, mi joven amigo. Ahora, vamos.
Cuando Slytherin pronunció la última palabra, ondeó su varita. La silla saltó del suelo, llevando a James con ella. Voló hasta Slytherin, y después soltó a James en el suelo a sus pies. James se levantó, mirando furiosamente al mago calvo.
—¿Por qué no me puso simplemente bajo la maldición Imperio, abusón? —escupió James.
—Esa es una Maldición Imperdonable —dijo Slytherin, inclinando la cabeza en un ademán burlón—. Soy un profesor de este distinguido establecimiento. Como tal, obedezco la ley de estas tierras. Puede que no siempre esté de acuerdo con esas leyes, pero no obstante...
Slytherin tendió la mano.
James la miró, frunciendo el ceño con furia. Sabía que si no obedecía a Slytherin, el hombre simplemente le obligaría a hacer lo que fuera. Algo dentro de James estaba decidido a caminar hasta lo que sea que le esperara en vez de ser arrastrado a ello. Con eso, levantó la mirada a los fríos ojos del mago, y después tomó la mano ofrecida.
Se produjo una súbita y vertiginosa sensación de velocidad y oscuridad. El suelo pareció alejarse de los pies de James. Una fracción de segundo después, otra superficie se materializó bajo él. James se tambaleó, y Slytherin le soltó con un empujón, haciéndole caer de rodillas.
—Nada de Disparticiones —dijo Slytherin desdeñosamente, alejándose—. Ni hechizos útiles, ni muestra de astucia o inventiva. No sé de dónde provienes o quién eres, mi joven amigo, pero quienquiera que te enviara debe estar verdaderamente desesperado.
James se recompuso y se levantó, luchando con una especie de mareo residual. Dondequiera que Slytherin le hubiera llevado, había oscuridad y frío. El viento soplaba inquietamente, empujando a través de un cúmulo de nubes en lo alto. La luna parecía inusualmente cercana. Un brillo escarchado iluminaba el suelo redondeado y cuesta abajo de ese extraño lugar. James miró alrededor. El espacio era circular con terrazas de piedra conduciendo hacia abajo hasta un suelo de madera. A ambos lados de éste, dos tronos de mármol se miraban el uno al otro. El corazón de James se hundió. Ya había estado aquí antes, en su propia época.
—Pareces saber mucho de nosotros —dijo Slytherin, alzando la voz sobre el gemido del viento—. Por consiguiente debes conocer el propósito de la Torre Sylvven. Su altura, dicen, la coloca fuera del reino de las leyes de los hombres. Aquí, no existe nada parecido a una Maldición Imperdonable. Aquí, mi joven amigo, puede ocurrir cualquier cosa.
Como para enfatizarlo, hubo un súbito siseo y un remolino de humo negro. Parecía fluir sobre la torre, fusionándose en un punto a la derecha de Slytherin. Tomó la forma de un hombre con una capa negra. No llevaba puesta la capucha, sus rasgos eran afilados y sus ojos crueles. Slytherin sonrió, sin apartar los ojos de James. Más remolinos aparecieron, siseando hasta tomar forma, formando figuras alrededor de la circunferencia de la terraza superior de la torre. Cada figura vestía capa negra, las cabezas estaban descubiertas. Cada recién llegado se volvió para mirar a James, con la cara fría y calculadora.
—¡Te presento a mi Círculo de Nueve! —gritó Slytherin, abriendo los brazos de par en par—. Compañeros magos que, como yo mismo, reconocen el inevitable futuro del mundo mágico, y se han unido a mí para fomentarlo. Considérate honrado de presenciar esto, muchacho, pocos vivos saben de nosotros, o podrían adivinar los consejos que llevamos a cabo. ¡Y ahora, que comience la cumbre! Os he convocado esta noche porque tenemos cuestiones muy importantes que atender...
Slytherin se movió repentinamente a través de la cima de la torre, volando, sus pies no tocaban el suelo y su túnica flameaba como alas de cuero. Se detuvo delante de James, irguiéndose sobre él, sus ojos feroces y resueltos.
—Tú eres esa cuestión —dijo alegremente, con voz ronca. Estudio triunfalmente la cara de James, casi con cariño. Entonces, de repente, se dio la vuelta. Sus pies tocaron tierra y caminó casualmente sobre el suelo de madera del centro de la torre. James vio que la trampilla central estaba cerrada y aparentemente bloqueada. No había escapatoria.
—Hace un momento, abajo en mis aposentos, yo era el profesor y tú el pupilo, chico —dijo Slytherin, mirando sobre el parapeto bajo que rodeaba la torre—. Revirtamos ahora esos papeles. Mis amigos y yo deseamos aprender mucho de ti esta noche. Tienes la honorable tarea de educarnos. Empecemos con algo simple. ¿Cuál es tu nombre?
James sintió la fuerte urgencia de no responder. Si respondía aún a la pregunta más básica, temía acabar respondiendo a todas ellas. Alguna idea latente de bravura y nobleza insistía en que permaneciera en silencio sin importar lo que Slytherin y sus colegas le hicieran.
—Crees que lo valeroso es permanecer en silencio, muchacho —dijo Slytherin astutamente, volviendo a mirar a James sobre su hombro—. Estás pensando en que no te mataremos sin más ni utilizaremos nuestras artes para sacar lo que queramos de la carne de tu cerebro muerto. Estás pensando que tales cosas no les ocurren a jovencitos valientes. Y eso me prueba, mi joven amigo, que no estás familiarizado con esta época. No sé lo que ocurre en los tiempos de los que provienes, pero aquí, les pasan cosas terribles a los jovencitos todos los días. Más aún cuando eres un desconocido aquí. Eres un extraño. Nadie sabe quién eres, o siquiera que existes. Si desapareces, nadie te buscará. Nadie notará tu ausencia. Sabiendo eso, ¿realmente deseas arriesgar tu vida con la esperanza de que yo, Salazar Slytherin, podría ser demasiado compasivo como para ejecutarte esta misma noche?
James miró a Slytherin a los ojos. Brillaban a la luz de la luna como monedas. No había ningún alma en ellos. En ellos, James pudo ver muy bien su propia muerte.
Tragó saliva, y después se irguió en toda su estatura.
—Mi nombre es James —declaró, intentando con todas sus fuerzas no traicionar su miedo.
—¿Ves lo fácil que ha sido, James? —preguntó Slytherin, gesticulando grandiosamente. James vio que el mago tenía la varita en la mano. La ondeó casi con indiferencia, y un rayo de contundente y atroz dolor le recorrió la espina dorsal. Arqueó la espalda y se tambaleó hacia atrás, aterrizando sobre la terraza de piedra. La agonía era monumental. En medio de ella, James olvidó donde estaba. Su visión se volvió blanca y nebulosa. Todo lo que importaba era que el dolor parara. Pareció durar horas o días. Entonces, súbitamente, se acabó, y James supo que habían sido solo segundos. Sus ojos se aclararon y vio a Slytherin de pie sobre él, sonriendo con interés.
—No lo he hecho solo porque respondieras a la pregunta parcialmente —dijo Slytherin—. Sino porque dudaste. Confío en que no vuelva a ocurrir.
Slytherin se dio la vuelta, como dirigiéndose a todos los presentes.
—Y ahora, lo bastante alto para que todos lo oigamos, ¿cuál es tu nombre completo?
James luchó por levantarse, gruñendo. Sentía las rodillas acuosas y muy débiles, pero las forzó a soportarle.
—James Sirius Potter —respondió, odiándose a sí mismo por hacerlo. La idea de ese dolor atravesándole de nuevo era horrible. Habría hecho casi cualquier cosa por evitarlo. Y además, pensó, ¿qué importaba? ¿Qué podía hacer Slytherin con cualquier información que él pudiera darle? Estaban a mil años en el pasado, ¿no?
Pero el futuro se construye sobre los cimientos del pasado
, pareció susurrar una voz al oído de James. Creyó reconocer la voz de su padre. Ten cuidado, James. Sé sagaz.
—James Sirius Potter —dijo Slytherin—. Un nombre que suena tan inocente. ¿De dónde vienes, maese Potter? ¿Cuál es tu tiempo? ¿Qué puedes contarnos de él? Cuidado, no te dejes nada.
—Soy del futuro —dijo James sobriamente, poniéndose en pie de nuevo—. Mil años a partir de ahora. Soy estudiante de esta escuela en esa época.
—Asombroso —dijo Slytherin, con voz ansiosa—. Y aún así obviamente una mentira. Alabo tu atrevimiento, pero no te servirá muy bien. Respóndeme verazmente en este momento o enfrenta de nuevo la Maldición Cruciatus. ¿Qué tienes que decir a eso?
—Es la verdad —replicó James, alzando la voz—. Si quiere que invente algo que encaje con lo que quiere oír, dígamelo. Me encantará contarle la historia que desee.
—No nos tientes, James Sirius Potter. Si, de hecho, Hogwarts College existe dentro de mil años, entonces existe en un tiempo donde el reino mágico finalmente ha subyugado a la chusma muggle. No habría lugar en tal colegio para un estudiante como tú, un chico de habilidades obviamente pobres y mentalidad débil. En tal colegio tú estarías en el lugar al que perteneces: con el ganado muggle y los perros sangresucia. Dinos la verdad ahora, o muere con tus mentiras.
—¡No estoy mintiendo! —dijo James, envalentonándose—. ¡Sus predicciones no se harán realidad! En mi tiempo, los muggles coexisten con el mundo mágico. ¡Ni siquiera saben que existimos! El mundo mágico ha vivido en secreto entre ellos durante siglos. Hay leyes que aseguran que ninguna bruja o mago hable a ningún muggle sobre nosotros. No solo soy estudiante en Hogwarts, algunos de mis compañeros son hijos de muggles. En mi época, cualquier bruja o mago puede asistir a Hogwarts, sin importar quienes sean sus padres. ¡Sus estúpidos planes van a quedar en nada! ¡De hecho, en mis tiempos, se le conoce por haber sido echado a patadas de la escuela por ser un lunático ávido de poder!
—¡Mientes! —rugió Slytherin, saltando hacia James y alzando la varita—. Has venido aquí a sembrar engaño y duda, pero ¡has sido descubierto! No tienes ni la más mínima prueba de que esa época de la que hablas sea cierta, y la evidencia de tu misma existencia prueba tu falsedad. El reino mágico nunca podría hundirse entre las sombras del mundo muggle. Sería una blasfemia y una mofa. ¡Si esa época que describes existiera en realidad, se colapsaría bajo el paso de su propia absurdidad!
Slytherin se giró de nuevo, su túnica flameando al viento mientras alzaba los brazos.
—¡Amigos míos! Nos enfrentamos a un misterio. Si el mundo que este James Sirius Potter describe es, en alguna versión de las cambiantes nieblas del futuro... y contra toda lógica..., una realidad, entonces debe ser evitado a toda costa. Y si, como sospecho firmemente, este chico es un fraude y un mentiroso, escupiéndonos a la cara nuestro intento de tratarle como caballeros, entonces es nuestro mortal enemigo. En cualquier caso, nuestro curso de acción está claro... —Aquí, Slytherin se giró de nuevo y miró fijamente a James—. El chico debe morir —dijo, sonriendo cruelmente. Alzó la varita.