Read James Potter y La Maldición del Guardián Online
Authors: George Norman Lippert
—¿Qué es todo esto? —gritó estridente la voz de una mujer—. ¿Robando las mercancías, no? ¡Este es el lote del calderero! ¡Ladrón!
James dejó caer la olla y salió corriendo. Oyó jaleo tras él cuando la mujer chilló y comenzó a perseguirlo, pero no se giró para mirar. Se precipitó a la oscuridad de la cocina, pasó zigzagueando a un hombre con chaleco de piel y esquivó a una mujer que llevaba una bandeja. La cocina estaba muy oscura excepto por el ardiente horno de ladrillos. James apuntó hacia él y vio otra puerta.
—¡Ladrón! —clamó otra voz, uniéndose al coro del exterior— ¡Detenedle!
Un hombre corpulento sin camiseta y con un mandil manchado colgando de su cintura dio un paso enfrente de James, sonriendo perversamente bajo un enorme y negro mostacho. Sujetaba un cuchillo de carnicero en la mano, agarrándolo como si fuera un machete.
James intentó parar, pero se movía muy deprisa y el suelo de piedra estaba mojado. Resbaló, cayó de espaldas y se deslizó entre las piernas abiertas del hombre, que le miró mientras James pasaba por debajo.
—¡Estate quieto! —gritó el hombre, girándose. James golpeó el muro en el lado opuesto del corredor y se levantó. Manteniéndose tan agachado como pudo, escapó pasillo abajo. El hombre rugió levantando el cuchillo, pero alguien agarró su muñeca por detrás.
—¡Cálmate, Larkin! Es sólo un muchacho. Incluso tiró la olla allá afuera —le reprendió una voz — ¿Planeas abrirle el cráneo por hacerte quedar como un tonto? Si eso fue una ofensa mortal, tendrías que ejecutar a todos los de la cocina.
James presintió que la persecución había terminado, pero no podía parar de correr. Llegó a una intersección y estaba atravesándola cuando una mano enganchó su muñeca como si fuera un grillete. Giró, momentáneamente atrapado por la inercia, y se derrumbó sobre el suelo, levantando la mirada hacia la figura que le había parado.
—No aprobamos que se corra por los corredores —dijo Salazar Slytherin, mirando a James por encima de la nariz. Sus dedos todavía sujetaban la muñeca de James. Estaban muy fríos— ¿Qué forma de asquerosa rebelión es esta? ¿Un chico solo?
—No formo parte de ninguna rebelión —dijo James jadeando—. Únicamente… hmm.
—Ciertamente eres "asqueroso" —dijo Slytherin entrecerrando los ojos— pero únicamente por tu sucia sangre. ¿Cómo te has atrevido a cruzar estos salones, muggle?
James sintió una agria réplica subiéndole a la boca, pero a base de fuerza de voluntad la acalló.
—Lo siento, señor. Me he… perdido.
Slytherin se inclinó hacia James, usando el apretón sobre su muñeca para acercarle.
—¿Te atreves a mirarme a los ojos como si fueras mi igual? —bufó Slytherin—. Los débiles corazones de mis compañeros han alimentado con insolencia a los de tu clase, pero yo no lo haré. Te dirigirás a mí como “Amo”, y apartarás tus ojos, o me haré con ellos para mi colección. ¿Está claro, hijo de la suciedad?
James usó el agarre de Slytherin como si fuera una palanca para levantarse. Cuando estuvo de pie, tiró tan fuerte como pudo, retorciendo la muñeca para liberarse del brujo.
—¡Caray! —dijo James furiosamente—, los libros de historia dicen la verdad acerca de usted.
Los ojos de Slytherin ardieron y su expresión se volvió desconfiada. Sacó su varita mágica con un suave y rápido movimiento. James buscó la suya con dificultad, pero estaba sepultada bajo esas ridículas ropas.
—Salazar —llamó una voz de repente.
Slytherin se quedó congelado. James se dio la vuelta, agradeciendo la interrupción. Una mujer, a la que James reconoció como Rowena Ravenclaw, llegaba por una esquina del pasillo. Sus ojos se mostraron suspicaces al mirar a Slytherin por encima de la cabeza de James—. Te estamos esperando. La audiencia con Lord Maarten ha empezado. ¿Cuánto tiempo más tienes intención de proseguir charlando con este, hmm, joven clérigo?
Rowena dejó caer la mirada hacia James y le guió un ojo, sin sonreír.
James se volvió hacia Slytherin, que le miraba furioso, entonces de repente su cara cambió. Sonrió indulgentemente y dio una palmadita en la cabeza a James.
—Ve, muchacho —dijo con voz cantarina—. Estoy seguro de que podremos continuar con nuestra charla muy pronto.
James miró hacia Slytherin. Pensando que el mago le lanzaría un hechizo tan pronto como se girara para marcharse. La expresión de Slytherin no cambió, pero sus ojos se endurecieron. Los ojos parecían decir, vete ahora o afronta las consecuencias. James se arriesgó, se volvió y caminó tan rápido como pudo, atravesando el corredor en ángulo recto opuesto a dónde estaban Slytherin y Rowena Ravenclaw. Giró a la derecha y voló hacia las escaleras. Cuando llegó a ellas miró atrás. Slytherin ya no estaba a la vista. Suspirando con alivio otra vez, subió las escaleras de dos en dos.
Mientras navegaba por los pasillos, todavía podía oír el traqueteo de las cocinas. Estaba muy cerca de la rotonda. Nada le parecía familiar. Las antorchas parpadeaban y siseaban en grandes oquedades de acero en el muro, haciendo que bailaran sombras en las paredes, desorientando a James. Se cruzó con más gente, algunos no mucho mayores que él, y asumió que eran algunos de los estudiantes originales de Hogwarts. Se giraban a su paso con ojos curiosos o abiertamente suspicaces. El pánico lo invadió. Finalmente, cuando se cruzó con un par de chicos mayores con túnicas verdes, se giró y enfrento sus miradas.
—Disculpad, soy nuevo aquí —se aventuró, intentando mantener la voz regular—¿Sabéis dónde está la rotonda?
—¿Qué podrías necesitar tu de la rotonda, muchacho? —respondió el más alto, mostrando sus dientes en una parodia de sonrisa encantadora—. Deberías saber que es la hora de la clase de alquimia.
—Posiblemente no lo sabe —dijo el segundo chico, frunciendo el ceño— su atuendo me dice que es un intruso muggle. ¿Te has perdido?
—O quizás no —sugirió el más moreno acercándose a James— ¿Quizás sea algo un poco más vil? A fe mía que el Jefe de la Casa lo juzgará.
—No, no —gritó James, levantando las manos— ¡creo que ya lo he visto antes! Él, hmm… dijo "¡hola!"
James giró sobre sus talones, tropezando con sus ropas extragrandes. Los dos chicos avanzaron hacia él. Uno de ellos le cogió por la capucha de la túnica, pero James finalmente recuperó el equilibrio, embistió y se libró de su agarre.
—¡Captúralo! —ordenó el chico moreno persiguiéndole.
James saltó pasillo abajo con el corazón palpitante. Giró por los pasillos al azar, saltando escalones y agachándose por debajo de algunos arcos. Después de un giro, se encontró en un nicho en el que había una estatua. Para asombro de James, era la estatua de Lokimagus el Perpetuamente Productivo. Sin pensarlo, James entró en el nicho y se escondió agachándose tras la estatua.
Los pasos de sus perseguidores se acercaban resonando. Repiquetearon hasta detenerse directamente delante de la estatua.
—No puede haber ido muy lejos —ladró el chico moreno—. Seguid adelante. Yo iré hacia atrás para asegurarme de que no le hemos pasado por alto. Este mocoso muggle pagará por haberse cruzado en el camino de la Casa Slytherin.
James aguantó la respiración hasta que estuvo seguro de que se habían ido. Finalmente, salió de detrás de la estatua. Miró en ambas direcciones, y después se lanzó otra vez por el pasillo. Esperaba desesperadamente no encontrarse con más estudiantes. Si le pillaban ahora, nunca podría volver a través del Espejo Mágico y se quedaría atrapado en el antiguo Hogwarts para siempre.
Se acercó sigilosamente hasta una gran arcada, luchando por respirar. Allí, al otro lado del amplio suelo de mármol estaban las gigantescas estatuas de los fundadores. ¡Estaba de vuelta en la rotonda! Podía ver el destello del marco plateado del espejo tras las estatuas. James trotó a través del suelo tan suavemente como pudo, decidido a volver a través del espejo ahora, incluso si Merlín estaba todavía en su despacho. Tendría que arriesgarse con un director enfadado, pero esperaba tener la oportunidad de explicarse. Este mundo antiguo era demasiado peligroso para perder el tiempo en él.
Mientras pensaba en esto, sin embargo, algo empezó a moverse debajo de las estatuas. Alguien había estado aguardando allí y ahora salía como para encontrarse con él. James intentó parar, escabullirse a otro escondite, pero no había adonde ir. Ya era demasiado tarde. Salazar Slytherin sonreía perversamente a James, triunfante. Tenía su varita en la mano derecha y llevaba bajo el brazo izquierdo algo que estaba cubierto con una gruesa tela negra.
—Imaginé que te encontraría aquí, mi joven amigo —dijo Slytherin suavemente— sabes, estoy empezando a pensar que no eres un muggle. Empiezo a pensar que eres un espía. Muy astuto, viajando a través del Espejo. Yo había cometido el error de creer que eso era imposible.
James sacudió la cabeza.
—¡No es lo que cree!, sólo necesito…
La voz de Slytherin se volvió fría. Mantenía la varita alzada pero no apuntada hacia James.
—Puedo prometerte una cosa, mi joven amigo —dijo, girándose— no cometeré el mismo error dos veces.
Un rayo de luz verde claro salió disparado de la varita de Slytherin, golpeando el espejo de marco plateado que explotó en pedazos centelleantes. Los trozos volaron entre las piernas de piedra de las estatuas, repiqueteando en el suelo.
—¡No! —gritó James, cayendo de rodillas. Extendió la mano hacia uno de los fragmentos pero ya no servía de nada. El pequeño fragmento no mostraba nada significativo. El portal estaba destruido.
—Dicen que son siete años de mala suerte por romper un espejo —comentó con ligereza Slytherin, sus pasos crujían sobre los trozos de cristal roto mientras caminaba hacia James. Sonrió maliciosamente—. Supongo que eso únicamente demuestra lo poco que saben, ¿no es así?
James se alejó gateando de Slytherin, forcejeando para liberar la varita de su enorme túnica. Slytherin caminó casualmente tras James, agitando la cabeza divertido. Cuando James encontró por fin su varita y le apuntó, el mago calvo movió rápidamente la suya. Se produjo un agudo estallido y la varita de James salió volando de su mano, aterrizando varios pasos más allá.
—Creía que yo era uno de los dos únicos hombres de la tierra que saben para qué sirven los espejos —dijo Slytherin todavía avanzando hacia James. Con una hábil floritura, apartó la tela del objeto que había estado sujetando bajo su brazo. Era otro espejo, pequeño, oval, su marco dorado representaba de la forma de una serpiente enroscada—. Éste es particularmente interesante, especialmente para alguien en una tesitura como la tuya. No, siento decirte que no es un portal. Es un poco más… de sentido único.
Slytherin sujetó el espejo para que James se viera a sí mismo en él. El reflejo le mostró a un chico con una túnica patéticamente grande, y los ojos salvajes y atemorizados.
—¿Has oído hablar alguna vez de la superstición Muggle de que si miras fijamente a tu reflejo durante mucho tiempo, te conviertes en tu propio reflejo? —preguntó Slytherin suavemente, todavía sujetando el espejo hacia James—. Temen que si en ese caso se alejan del reflejo, simplemente… desaparezcan.
James se había estado acercando centímetro a centímetro a su varita, la cual estaba tirada en el suelo unos pocos pasos más allá. Ahora endureció sus nervios y se extendió hacia ella. Un instante después, el dolor rugía por su brazo, debilitándole. Cayó al suelo, gritando. Desesperadamente, buscó lo que había causado ese dolor, y entonces jadeó con sorpresa. Su brazo entero desde el hombro se había esfumado. Miró al lugar dónde debería estar, incapaz de resistirse a intentar agarrarlo con la mano izquierda. Slytherin sonreía felizmente. Se aproximó otra vez a James, mientras lo hacía, el brazo de James volvió poco a poco a la existencia. El dolor menguó.
—No hay nada más instructivo que un ejemplo práctico, ¿no te parece, mi joven amigo? —dijo Slytherin sujetando el espejo para que James pudiera verse en él una vez más—. Como te acabo de ilustrar, si eliges quedarte dentro del reflejo estarás perfectamente a salvo. Si, por el contrario, intentaras alejarte… bueno, ¿de verdad necesito decir más?
Slytherin sacudió la varita otra vez. La varita de James saltó al aire, girando. El mago calvo la cogió con agilidad y la sujetó en alto.
—Curioso. ¿Cómo una varita tan bellamente fabricada está en manos de un muchacho que apenas sabe cómo utilizarla? No eres estudiante de este establecimiento, pero pareces conocernos. Tengo muchas preguntas para ti, ¿y sabes qué, amigo mío? —Slytherin se metió en el bolsillo la varita de James y sus ojos se entornaron fríamente—. Tengo la seguridad de que las responderás todas.
Algunos minutos después, James se encontraba en una oscura habitación en los aposentos personales de Slytherin. El cuarto era bastante pequeño, paredes de piedra cubiertas de tapices que describían desagradables escenas de esqueletos danzantes y montañas en llamas. Las mesas a ambos lados de la habitación dieron a James la impresión de que éste era el laboratorio mágico personal de Slytherin. La mesa de la derecha estaba cargada de gigantescos libros, pergaminos, plumas y pinturas. La de la izquierda estaba repleta de una increíble selección de viales, jarras, botes, todos bien ordenados en estanterías, rodeando un gran caldero. Únicamente una vela ardía en la habitación, de color rojo sangre e incrustada sobre una calavera humana. James tuvo la clara e inquietante impresión de que muy pocas personas habían visto alguna vez esta habitación. Estaba sentado contra el muro más alejado en una silla muy recta y de respaldo alto tableado. Era bastante incómoda, pero era la única silla desde donde podía verse a sí mismo en el espejo oval. Slytherin había puesto el espejo en un caballete delante de las puertas dobles, asegurándose de que James no podría aproximarse a las puertas sin dejar de ver su reflejo.