James Potter y la Encrucijada de los Mayores (4 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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James se sintió sorprendido y complacido al notar que ya no estaba nervioso, o al menos no mucho. Abrió la caja que contenía su propia rana de chocolate, cogió la rana en el aire cuando ésta saltó, y le arrancó la cabeza de un mordisco. Miró en el fondo de la caja y vio la cara de su padre asomando hacia él. "Harry Potter, el chico que vivió" ponía la leyenda del fondo de la tarjeta. Sacó la tarjeta de la caja y se la ofreció a Ralph.

—Toma. Una cosilla para mi nuevo amigo nacido muggle—dijo, cuando Ralph la tomó. Ralph a penas lo notó. Estaba masticando, sujetando en alto una de las diminutas flores púrpura.

—No estoy seguro —dijo, examinándola—, pero creo que estas están hechas de merengue.

Después del ramalazo inicial de excitación y preocupación, después del tumulto de hacer nuevas amistades, el resto del viaje en tren pareció inusitadamente mundano. James se encontró a sí mismo actuando por turnos como guía turístico para sus dos amigos o teniendo conversaciones en las que le explicaban las costumbres y conceptos de la vida muggle. Le parecía increíble que aparentemente hubieran pasado gran parte de sus vidas viendo la televisión. O, si no la estaban viendo, parecía que ellos y sus amigos estuvieran jugando a juegos en ella, fingiendo conducir coches de carreras o correr aventuras o practicar deportes. James había oído hablar de la televisión, por supuesto, y de los videojuegos, pero habiendo tenido principalmente amigos magos, había asumido que los niños muggles solo se ocupaban en esas actividades cuando no había absolutamente nada mejor que hacer. Cuando le preguntó a Ralph por qué pasaba tanto tiempo practicando deportes en la televisión en vez de hacerlo en la vida real, Ralph simplemente había puesto los ojos en blanco, había soltado un ruido exasperado, y después había mirado impotentemente a Zane.

Zane había palmeado la espalda de James y había dicho:

—James, colega, es una cosa muggle. No lo entenderías.

James, a su vez, tuvo que explicar lo mejor que pudo en qué consistía Hogwarts y el mundo mágico. Les habló del la naturaleza intrazable del castillo, lo que significaba que no podía ser encontrado en ningún mapa por nadie que no conociera ya su localización. Describió las Casas de la escuela y explicó el sistema de puntos del que sus padres le habían hablado. Intentó, lo mejor que pudo, explicar el Quidditch, lo cual pareció dejarlos a ambos confusos y frustrantemente faltos de entusiasmo al respecto.

Zane tenía la ridícula idea de que solo las brujas montaban en escoba, aparentemente basada en una película llamada "El mago de Oz". James intentó muy pacientemente explicar que magos y brujas montaban en escoba y que no era en absoluto "cosa de chicas". Zane, claramente insensible a la consternación que esto estaba causando, procedió a insistir en que se suponía que todas las brujas tenían la piel verde y verrugas en la nariz, y la conversación se deterioró rápidamente.

Justo cuando la noche estaba comenzando a pintar el cielo de un pálido púrpura y a marcar las siluetas de los árboles fuera de las ventanas del tren, un muchacho alto y mayor, con un cabello rubio pulcramente recortado, llamó agudamente a la puerta del compartimiento.

—Estación de Hogsmeade al frente —dijo, asomándose con un aire de enérgico propósito—. Colegas, puede que queráis ir poniéndoos las túnicas de la escuela.

Zane frunció el ceño y alzó las cejas hacia el chico.

—¿De veras? —preguntó—. Son casi las siete. ¿Estás
totalmente
seguro? —Pronunció la palabra "totalmente" con su ridículo acento inglés.

El ceño del chico mayor se oscureció muy ligeramente.

—Mi nombre es Steven Metzer. Quinto año. Prefecto. ¿Y tú eres?

Zane se levantó de un salto, ofreciendo al muchacho su mano en una parodia del gesto que había mostrado a James al principio del viaje.

—Walker. Zane Walker. Encantado de conocerte, señor prefecto.

Steven bajó la mirada a la mano ofrecida, y después decidió, con un aparentemente enorme esfuerzo, seguir adelante y estrecharla. Habló para todo el compartimiento mientras lo hacía.

—Habrá una cena en el Gran Comedor a nuestra llegada a la escuela. Se exige la túnica escolar. Asumiré por su acento, señor Walker —dijo, retirando su mano y mirando de reojo a Zane— que vestirse para cenar es un concepto relativamente nuevo para usted. Sin duda lo captará con rapidez. —Cruzó la mirada con James, le dirigió un guiño rápido, y desapareció pasillo abajo.

—Sin duda lo haré —dijo Zane alegremente.

James ayudó a Ralph y Zane a dar sentido a sus túnicas. Ralph se había puesto la suya del revés, lo que hizo que pareciera el clérigo más joven que James había visto nunca. Zane, gustándole su aspecto, le había dado la vuelta a la suya a propósito, proclamando que si no estaba de moda aún, sin duda pronto lo estaría. Solo cuando James insistió en que sería irrespetuoso para con la escuela y los profesores, Zane estuvo de acuerdo reluctantemente en ponérsela bien.

James había sido informado repetidamente y con todo lujo de detalles de lo que ocurriría cuando llegaran. Conocía la Estación de Hogsmeade, había estado allí alguna que otra vez cuando era muy pequeño, aunque no tenía recuerdos de ello. Sabía lo de los botes que les llevarían a través del lago, y había visto docenas de fotografías del castillo. Aún así, descubrió que ninguna de ellas le había preparado lo bastante para su grandeza y solemnidad. Mientras los diminutos botes se deslizaban sobre el lago, formando ondas en forma de V sobre el agua vidriosa, James miraba fijamente, con una especie de maravilla que era quizás incluso mayor de la que sentían aquellos que le acompañaban, que no habían venido creyendo saber lo que les esperaba. La pura masa del castillo le asombró, pesado y erguido sobre la gran colina rocosa. Se remontaba hacia arriba en torretas y almenas, cada estructura detalladamente iluminada de un costado por el añil de la noche que se aproximaba, del otro por el dorado rosa de la puesta de sol. Una galaxia de ventanas punteaba el castillo, resplandeciendo con un cálido amarillo desde los costados ensombrecidos, brillando como la luz del sol. La enormidad de la visión pareció aplastar a James con un temor agradable, atravesándole directamente y bajando, y bajando, hasta su propio reflejo en el espejo del lago.

Hubo un detalle que no había esperado, sin embargo. A medio camino de cruzar el lago, justo cuando la conversación había comenzado de nuevo a surgir otra vez entre los nuevos estudiantes y habían empezado a hablar en voz alta excitadamente y a llamarse unos a otros a través del agua, James advirtió que había otro bote en el lago. Al contrario que los que él y sus compañeros de primer año abordaban, este no estaba iluminado por una linterna. No se aproximaba al castillo. Se alejaba de las luces de Hogwarts, un enorme bote que navegaba por sí mismo, pero aun así lo bastante pequeño como para casi perderse entre las sombras apagadas de la orilla del lago.

Había una sola persona en él, larguirucha y delgada, casi como una araña. James pensó que parecía una mujer. Justo cuando estaba a punto de darse la vuelta y olvidar la decididamente poco notoria visión, la figura levantó la mirada hacia él, repentinamente, como consciente de su curiosidad. A la luz del anochecer, estuvo casi seguro de que sus miradas se habían cruzado, y una frialdad totalmente inexplicable le sobrecogió. Era sin duda una mujer. Su piel era oscura, su cara huesuda, dura, de mejillas altas y barbilla afilada. Un chal estaba atado pulcramente sobre su cabeza, ocultando la mayor parte de su cabello. El aspecto de su cara mientras le observaba no era ni asustado ni enfadado. Parecía no tener ninguna expresión en absoluto, de hecho. Y entonces se desvaneció. James parpadeó sorprendido, antes de comprender, un momento después, que en realidad no se había desvanecido, simplemente había quedado oscurecida tras una maraña de juncos y hierbajos cuando sus botes se habían alejado más. Sacudió la cabeza, sonriéndose a sí mismo por ser el típico asustadizo de primer año, y luego volvió la mirada hacia el viaje que tenía por delante.

La manada de primero entró en el patio con un coro de parloteo apreciativo. James se encontró a sí mismo rezagado, avanzando con pies de plomo, casi inconscientemente hacia la retaguardia del grupo, mientras subían los escalones hasta el vestíbulo brillantemente iluminado. Allí estaba el señor Filch, a quien James reconoció por el cabello, el ceño, y el gato, la Señora Norris, que tenía acunado en el hueco de su brazo. Ahí estaban las escaleras encantadas, que incluso ahora crujían y rechinaban moviéndose hasta una nueva posición, hacia la mezcla de deleitados y excitados nuevos estudiantes. Y ahí, finalmente, estaban las puertas del Gran Comedor, sus paneles brillando dulcemente a la luz de los candelabros. Mientras los estudiantes se congregaban, la conversación decayó hasta el silencio. Zane, de pie hombro con hombro con Ralph, que era casi una cabeza más alto, se giró y miró sobre el hombro a James, meneando las cejas y sonriendo.

Las puertas crujieron y se abrieron hacia adentro, luz y sonido se derramó hacia fuera entre ellas mientras revelaban el Gran Comedor en todo su esplendor. Las cuatro largas mesas de las Casas estaban llenas de estudiantes, cientos de caras sonriendo, riendo, charlando, y bromeando. James buscó a Ted, pero no pudo encontrarle entre la multitud.

El alto y ligeramente torpe profesor que les había conducido hasta las puertas se volvió y se enfrentó a ellos, sonriendo tranquilizadoramente.

—¡Bienvenidos a Hogwarts, estudiantes de primer año! —gritó sobre el ruido del Gran Comedor—. Mi nombre es profesor Longbotton. Seréis seleccionados para vuestras Casas inmediatamente. Una vez hecho, buscaréis vuestra mesa y se servirá la cena. Por favor, seguidme.

Se giró con un aleteo de su túnica y procedió a recorrer enérgicamente el pasillo central del Gran Comedor.

Nerviosamente, los de primero comenzaron a seguirle, primero con pasitos cortos, después con un enérgico trote, intentando mantenerle el paso. James vio las cabezas de Ralph y Zane estirarse hacia atrás, con las barbillas apuntando más y más alto. Casi había olvidado el techo encantado. Miró hacia arriba él mismo, pero solo un poco, no quería que pareciera como si estuviera
demasiado
impresionado. Cuanto más alto miraba, más resplandecía el cielorraso y los huecos se volvían transparentes, revelando una sorprendente representación del cielo de afuera. Frías estrellas de aspecto quebradizo relucían como polvo de plata sobre el terciopelo de un joyero y a la derecha, justo sobre la mesa Gryffindor, podía verse la media luna, su gigantesca cara parecía a la vez alocada y jovial.

—¿Ha dicho que su nombre era
Longbotton
? —dijo Zane a James por la comisura de la boca.

—Sí. Neville Longbotton.

—Guau —dijo Zane, en voz baja—. Caray, realmente tenéis mucho que aprender sobre sutileza. Ni siquiera sabría por dónde empezar con un nombre como ese. —Ralph le hizo callar cuando la multitud empezó a callarse, al advertir a los de primero que se alineaban en la parte delantera del comedor.

James miró a lo largo de la mesa que había sobre el estrado, intentando distinguir a los profesores de los que había oído hablar. Estaba el profesor Slughorn, con aspecto tan ridículamente barroco como sus padres habían descrito. Slughorn, recordó, había llegado como profesor sustituto en la época de sus padres, aparentemente a regañadientes, y después simplemente nunca se había ido. Junto a él estaba el fantasmal profesor Binns, después la profesora Trelawney, parpadeando como una lechuza tras sus gigantescas gafas. Más allá en la mesa, reconocible por su tamaño (James podía ver que estaba sentado sobre una pila de tres libros enormes) estaba el profesor Flitwick. Varias caras más que no reconoció estaban esparcidas por ahí, profesores que habían llegado después de los tiempos de sus padres y por eso no le eran familiares. Ni rastro de Hagrid, pero James sabía que estaba entre los gigantes de nuevo con Grawp, y que no volvería hasta el día siguiente. Finalmente, en el centro de la mesa, justo entonces levantándose y alzando los brazos, estaba Minerva McGonagall, la directora.

—Bienvenidos de vuelta estudiantes, y bienvenidos nuevos estudiantes —dijo con su voz aguda y bastante trémula— a este primer banquete de este nuevo año en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería.

Un coro de alegre reconocimiento se alzó entre los estudiantes sentados detrás de James. Miró hacia atrás sobre su hombro, examinando a la multitud. Vio a Ted sentado, aullando entre las manos ahuecadas, rodeado por un grupo de imposiblemente guapos chicos y chicas mayores en la mesa Gryffindor. James intentó sonreírle, pero Ted no se dio cuenta.

Cuando los vítores disminuyeron, la profesora McGonagall continuó.

—Me alegra veros a todos tan excitados por estar aquí como lo están vuestros profesores y el personal de la escuela. Esperemos que este espíritu de mutuo entendimiento y unidad de propósito nos acompañe a través de todo el año escolar. —Atisbó a la multitud, fijándose especialmente en ciertos individuos.

James oyó arrastrar de pies y el marcado silencio de conspicuas sonrisas.

—Y ahora —siguió la directora, girándose para observar como una silla era llevada hasta el estrado por dos estudiantes mayores. James notó que uno de ellos era Steven Metzker, el prefecto que habían conocido en el tren—. Como marca nuestra orgullosa tradición en nuestra primera asamblea, presenciemos la Selección de nuestros más recientes estudiantes en sus respectivas Casas. Estudiantes de primer año, por favor aproxímense a la plataforma. Les llamaré por su nombre. Subirán a la plataforma y tomarán asiento...

James apagó el resto. Conocía bien esta ceremonia, habiendo interrogado interminablemente a sus padres al respecto.

Había estado, en los días previos, más excitado por la Selección de lo que había estado por nada nunca. En verdad, reconocía ahora que su excitación había enmascarado en realidad un miedo entumecedor y terrible. El Sombrero Seleccionador era la primera prueba que tenía que pasar para probar que era el hombre que sus padres esperaban que fuera, el hombre que el mundo mágico ya había empezado a asumir que era. No le había asaltado del todo hasta que había visto el artículo en
El Profeta
varias semanas antes. Había sido un artículo frívolo y bastante alegre, del tipo "qué pasaría si", y aun así había llenado a James con una especie de frío y espeluznante miedo. El artículo resumía la actual biografía de Harry Potter, ahora casado con su novia de la escuela, Ginny Weasley, y anunciaba que James, el hijo primogénito de Harry y Ginny Potter, asistiría a su primer año en Hogwarts. James se había sentido particularmente embrujado por la frase que terminaba el artículo. Podía evocarla palabra por palabra: "
Nosotros, en
El Profeta
, junto con el resto del mundo mágico, deseamos al joven señor Potter todo lo mejor y que siga adelante hasta igualar, y quizás incluso superar, las expectativas que todos podríamos esperar del hijo de tan amada y legendaria figura"

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