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Authors: Bruce Sterling

Tags: #Ciencia-Ficción

Islas en la Red (26 page)

BOOK: Islas en la Red
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Rainey deslizó la pipa a través de la mesa. Louison la tomó y la encendió con un mechero cromado, extrayendo amplias bocanadas. La marihuana prendió con un furioso sisear, y llamas azuladas danzaron encima de la cazoleta.

—¡Arda el Papa! —dijo el general Creft. La cabeza de Louison estaba envuelta en la niebla del humo. Arrojó una bocanada hacia su derecha, a través de la silla vacía de Stubbs.

—En memoria de un buen amigo. —Pasó la pipa a Rainey. Rainey chupó profundamente…, la pipa burbujeó. —Fuego y agua —dijo, y se la pasó a Gelli. Gelli sorbió entusiásticamente y se reclinó en su silla. La deslizó hacia Laura.

—No tema —dijo—. En realidad, nada de esto está ocurriendo.

Laura pasó la pipa al general Creft. El aire estaba adquiriendo una tonalidad cada vez más azulada a causa del humo dulzón. Creft chupó y expelió el humo con un gran sonido de hiperventilación.

Laura permanecía sentada tensamente en el borde de su silla.

—Lamento no poder unirme a su ceremonia —dijo—. Me desacreditaría como mediadora en un trato. A los ojos de mi compañía.

Rainey rió quedamente. Todos le imitaron.

—No lo sabrán —dijo Gelli.

—No lo comprenderán —indicó Castleman, arrojando una bocanada de humo.

—No se lo creerán —señaló Gould. El primer ministro se inclinó hacia delante, y sus gafas brillaron. Sus medallas brillaban también a la luz.

—Algunos tratan con información —le dijo a Laura—. Y algunos tratan con el concepto de la verdad. Pero algunos tratan con
magia.
La información fluye alrededor de usted. Y la verdad fluye en usted. Pero la magia…,
fluye directamente a través de usted.

—Todo eso son trucos —dijo Laura. Se aferró a la mesa—. Quieren que me una a ustedes…, ¿cómo puedo confiar en ustedes? No soy ningún mago…

—Sabemos lo que es —dijo Gould, como si le hablara a un niño—. Lo sabemos todo acerca de usted. Usted, su Rizome, su Red…, usted cree que su mundo nos abarca. Pero no es así. Su mundo es un subestrato de nuestro mundo. —Golpeó la mesa con la palma abierta…, un sonido que reverberó como un disparo—. ¿Entiende?, lo sabemos todo acerca de usted. Pero usted no sabe
absolutamente nada
acerca de nosotros.

—Quizá tenga alguna ligera intuición, tal vez —dijo Rainey. Estaba reclinado en su silla, con las puntas de los dedos unidas, los ojos entrecerrados, enrojeciendo ya—. Pero nunca verá el futuro, el
auténtico
futuro…, hasta que aprenda a abrir su mente. A ver a todos los niveles…

—Todos los niveles debajo del mundo —dijo Castleman—. «Trucos», lo llama usted. La realidad no es más que niveles y niveles de trucos. Quítese esas estúpidas gafas negras de sus ojos y podremos mostrarle… tantas cosas…

Laura saltó en pie.

—¡Pónganme de nuevo en contacto con la Red! No tienen derecho a hacer esto. Pónganme en contacto inmediatamente.

El primer ministro se echó a reír. Una seca y marchita carcajada. Depositó la humeante pipa debajo de la mesa. Luego se echó hacia atrás en su silla, alzó teatralmente ambas manos y se evaporó.

Los directores del Banco se pusieron en pie al unísono, echando hacia atrás sus sillas. Todos estaban riendo y sacudiendo sus cabezas. E ignorándola.

Se marcharon juntos, riendo aún, murmurando, hacia la absoluta oscuridad del túnel. Dejando a Laura sola bajo el charco de luz, con la mesa y los terminales y las ya frías tazas de café. Castleman había olvidado su paquete de cigarrillos…

—[Oh, Dios mío] —le llegó al oído una suave voz—. [¡Se han ido todos! Laura, ¿está usted aquí? ¿Se encuentra bien?]

Las rodillas de Laura temblaban. Medio se derrumbó en su silla.

—Señora Emerson —dijo—. ¿Es usted?

—[Sí, querida. ¿Cómo hicieron eso?]

—No estoy segura —dijo Laura. Su garganta estaba seca como papel de lija. Se sirvió un poco de café, temblorosamente, sin importarle lo que pudiera haber en él—. ¿Qué les vio hacer exactamente?

—[Bueno…, parecía una discusión completamente razonable… Dijeron que apreciaban nuestra preocupación, y que no nos culpaban por la muerte de Stubbs… Luego, de pronto, esto. Está usted sola. Hace un momento estaban sentados todos aquí y hablando, y al momento siguiente las sillas estaban vacías y el aire lleno de humo.] —La señora Emerson hizo una pausa—. [Como un efecto especial de vídeo. ¿Es eso lo que vio usted, Laura?]

—Un efecto especial —dijo Laura. Bebió un poco de café tibio—. Sí…, eligieron ese terreno de encuentro, ¿no? Estoy segura de que lo arreglaron así, de algún modo.

La señora Emerson rió suavemente.

—[Sí, por supuesto. Me dio un sobresalto… Por un momento temí que fuera a decirme usted que todos ellos eran Personalidades Óptimas. Ja, ja. Vaya truco barato.]

Laura depositó sobre la mesa su taza de café.

—¿Qué tal lo hice, hum, yo?

—[Oh, muy bien, querida. Exactamente como siempre. Le ofrecí algunas pequeñas sugerencias online, pero parecía usted distraída…, lo cual no es de sorprender, en una reunión tan importante… De todos modos, lo hizo bien.]

—Oh. Estupendo —dijo Laura. Alzó la vista—. Estoy segura de que si pudiera alcanzar ese techo y horadar un poco en torno de estas luces, hallaría hologramas o algo así.

—[¿Para qué malgastar su tiempo?] —La señora dejó escapar una risita—. [¿Y estropear su pequeño e inofensivo toque dramático? He observado que David también ha pasado un rato muy interesante… ¡Intentaron reclutarle! Hubiéramos debido esperar eso.]

—¿Qué dijo él?

—[Fue muy educado. Él también lo hizo bien.]

Laura oyó ruido de pasos. Sticky apareció de la oscuridad.

—Bueno —dijo—, aquí la tenemos de nuevo, hablándole al aire. —Se dejó caer descuidadamente en la silla de Gelli—. ¿Se encuentra bien? Parece un poco pálida. —Miró con curiosidad hacia una de las pantallas—. ¿Se lo hicieron pasar mal?

—Son un grupo duro —admitió Laura—. Sus jefes.

—Bueno, éste es un mundo duro. —Sticky se encogió de hombros—. Supongo que deseará volver con su pequeña… Tengo el jeep esperando ahí arriba en el techo… Vámonos.

El oscilante descenso de la torre puso su estómago del revés. Se dio cuenta de que su piel presentaba un aspecto verdoso y pegajoso por el sudor mientras bajaban por la serpenteante carretera de vuelta a la costa. Él conducía demasiado aprisa, y las empinadas y románticas colinas parecían tambalearse con las sacudidas del vehículo, como un telón de fondo en el escenario de una obra barata.

—Vaya más despacio, Sticky —dijo—. Vomitaré si no lo hace.

Sticky pareció alarmado.

—¿Por qué no me lo dijo? Demonios, nos pararemos. —Se salió de la carretera, hasta el refugio de un grupo de árboles, luego cortó el motor—. Usted quédese aquí —le dijo al soldado.

Ayudó a Laura a bajar. Ella se aferró a su brazo.

—Si puedo caminar un poco, se me pasará —dijo. Sticky la condujo lejos del vehículo, comprobando de nuevo el cielo, por reflejo.

Un ligero golpeteo de gotas de lluvia hizo sonar las hojas sobre sus cabezas.

—¿Qué es esto? —dijo él—. Se cuelga usted por completo de mí. ¿Ha estado tomando las píldoras de Carlotta o algo parecido?

Ella lo soltó, reluctante. Su contacto era algo cálido y sólido. Hecho de carne humana. Sticky se echó a reír al verla tambalearse ante él.

—¿Qué ocurre? ¿El tío Dave no le presta ninguna atención?

Laura enrojeció.

—¿No le enseñó su madre a no ser tan jodidamente chauvinista? No puedo creerlo.

—Hey —dijo Sticky suavemente—. Mi madre sólo fue una de las chicas de Winston. Cuando él chasqueaba los dedos, ella saltaba como si hubiera oído un disparo. No todo el mundo es tan susceptible como usted, ¿sabe? —Se acuclilló bajo un árbol, apoyando su espalda en él, y recogió una ramita larga—. Así que la asustaron, ¿eh? —Hizo girar la ramita entre sus dedos—. ¿Le dijeron algo sobre la guerra?

—Algo, sí —admitió Laura—. ¿Por qué?

—La milicia lleva tres días en estado de alerta —dijo Sticky—. Los rumores en los barracones dicen que los del continente han dado al Banco un ultimátum. Amenazan con fuego y azufre. Pero nosotros pensamos pagar con la misma moneda. Así que parece como si pronto vayan a empezar a rodar cabezas.

—Rumores de barracones —dijo Laura. De pronto se sintió rígida dentro del largo
chador
negro. Se lo quitó pasándoselo por encima de la cabeza.

—Mejor conserve la chaqueta militar —le dijo Sticky. Había un brillo en sus ojos. Le gustaba verla quitarse la ropa—. Considérelo un regalo de mi parte.

Ella miró a su alrededor, respirando fuertemente. El suave y húmedo olor de la madera tropical. Las llamadas de los pájaros. La lluvia. El mundo todavía seguía allí. No importaba lo que pasara por las cabezas de la gente…

Sticky clavó el palo en un hormiguero de termitas junto a las raíces del árbol y lo agitó, mientras aguardaba.

Ahora Laura se sentía un poco mejor. Comprendía a Sticky. La feroz lucha que habían sostenido antes parecía casi confortable ahora…, como algo necesario. Ahora él la miraba, no como una loncha de buey o un enemigo, sino con el tipo de expresión que ella estaba acostumbrada a conseguir de los hombres. Un poco impresionada quizá, pero propia de un ser humano. Sintió una repentina oleada de camaradería hacia él…, casi se creyó capaz de poder abrazarle. O al menos invitarle a cenar. Sticky se miró las botas.

—¿Dijeron que era usted un rehén? —dijo tensamente—. ¿Dijeron que iban a fusilarla?

—No— respondió Laura—. Quieren contratarnos. Para que trabajemos por Granada.

Sticky se echó a reír.

—Eso está bien. Está realmente bien. Es divertido. —Se levantó tranquilo, feliz, como si se hubiera quitado un peso de encima—. ¿Aceptó?

—No.

—No pensaba que lo hiciera. —Hizo una pausa—. Pero hubiera debido.

—¿Por qué no se queda a cenar con nosotros esta noche? —dijo Laura—. Quizá pueda venir Carlotta. Podemos charlar un poco juntos. Los cuatro.

—Tengo que vigilar lo que como —dijo Sticky. Algo sin sentido. Pero que significaba algo para él.

Sticky la dejó en la casa. David llegó una hora más tarde. Abrió la puerta con el pie y entró lanzando vítores, agitando a la niña contra su cadera.

—De nuevo en casa, de nuevo en casa… —Loretta reía alegremente, excitada.

Laura estaba aguardando en la horrible salita, con su segundo ponche de ron entre las manos.

—¡Madre de mi hija! —dijo David—. ¿Dónde están los pañales, y cómo te fue el día?

—Se supone que están en el arnés.

—Ya usé todos ésos. Dios, ¿qué es lo que huele tan bien? ¿Y qué estás bebiendo?

—Rita preparó un ponche de la plantación.

—Bueno, ponme un poco. —Desapareció con la niña, y volvió con ella al cabo de unos momentos, recién cambiada y con su biberón.

Laura suspiró.

—¿Lo pasaste bien, David?

—No te creerás lo que tienen ahí fuera —dijo David, dejándose caer en el diván con la niña en sus rodillas—. Conocí a otro Andrei. Quiero decir que el nombre de ése no es Andrei, pero actuaba exactamente igual que él. Un tipo coreano. Un gran fan de Buckminster Fuller. ¡Están creando enormes arcologías de la nada! ¡Y para nada! Arena conglomerada y piedra marina… Hunden esas parrillas de hierro en el océano, dejan pasar un poco de voltaje a través de ellas, y obtienen esto: sólidos que empiezan a crecer…, carbonato de calcio, ¿correcto? ¡Como conchas marinas! Están haciendo crecer edificios mar adentro. De esa «piedra marina». Y nada de permisos de construcción…, nada de pagar por el suelo…, nada.

Tragó ocho centímetros de nuboso ron y lima, luego se estremeció.

—¡Hay que verlo! Con otro de ésos yo podría hacer… Laura, fue la cosa más alucinante que haya visto nunca. Hay gente
viviendo
en ellos. Y algunos de ellos están
bajo el agua…,
no puedes decir dónde terminan las paredes y dónde empieza el coral.

La pequeña Loretta agarró ávidamente su biberón. —Y escucha esto… Estaba paseando por ahí con mis ropas de trabajo, y
nadie me prestaba la menor atención.
Era simplemente otro tipo negro, ¿de acuerdo? Incluso con ese viejo, hum…,, Jesús, he olvidado ya su nombre, el Andrei coreano… Me ofreció el tour turístico del lugar, pero realmente a fondo: pude ver todo lo que quise.

—¿Quieren que trabajes en ello? —dijo Laura.

—¡Más que eso! Demonios, me ofrecieron un presupuesto de quince millones de rublos y carta blanca para emplearlos en lo que quisiera. —Se quitó las gafas y las puso en el brazo del diván—. Por supuesto, dije que no, no hay forma de que me quede aquí sin mi esposa e hija…, pero si pudiéramos conseguir algún tipo de cooperación con Rizome, demonios, sí, lo haría. Mañana mismo.

—También quieren que yo trabaje para ellos —dijo Laura—. Están preocupados por su imagen pública.

David la miró y estalló en una carcajada.

—Bueno, por supuesto que lo están. Por supuesto. Bueno, demonios, ponme otro. Háblame de la reunión.

—Fue extraña —dijo Laura.

—¡Bueno, lo creo! Demonios, hubieras tenido que ver lo que han levantado ahí más allá de la costa. Tienen chicos de diez años ahí fuera que han nacido, quiero decir literalmente nacido, en agua de mar. Tienen esos
tanques de maternidad…
Llevan a las mujeres allí…, y dan a luz en esos tanques… ¿Te he mencionado los delfines? —Dio un sorbo a su bebida.

—¿Delfines?

—¿Nunca has oído hablar de la acupuntura láser? Quiero decir directamente ahí, a lo largo de la espina dorsal… —Se inclinó hacia delante, estrujando sin querer a la niña—. Oh, lo siento, Loretta. —La cambió de brazo—. De todos modos, puedo hablarte de eso más tarde. Así que testificaste, ¿eh? ¿Fueron duros?

—No exactamente duros…

—Si desean que desertemos, no puede haber sido tan malo.

—Bueno… —dijo Laura. Todo estaba deslizándose lejos de ella. Se estaba sintiendo cada vez más impotente. No había forma alguna en que pudiera decirle lo que había ocurrido en realidad…, lo que creía que había ocurrido…, especialmente no online, frente a las cámaras de Atlanta. Más adelante habría alguna otra ocasión mejor. Seguro—. Si sólo pudiéramos hablar en privado—

David hizo una mueca.

—Sí, es un engorro estar siempre online… Bueno, puedo hacer que Atlanta nos pase las cintas de tu testimonio. Las veremos juntos, y tú puedes hablarme de ellas. —Un silencio—. A menos que haya algo que tengas que decirme inmediatamente ahora.

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