Humano demasiado humano (40 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

BOOK: Humano demasiado humano
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634.

Por lo demás, la búsqueda metódica de la verdad es el resultado de las épocas en que las opiniones combatían entre sí.

Si el individuo no se hubiera mantenido en su «verdad», es decir, en esgrimir el presunto derecho que ello le confería, no existiría ningún método de investigación; pero de ese modo, en ese combate perpetuo entre las pretensiones de diversos individuos a la verdad absoluta, se fue avanzando paso a paso en el descubrimiento de principios irrefutables, según los cuales se pudiera examinar el derecho de los pretendientes y apaciguar su conflicto. Se empezó a cortar por lo sano recurriendo a las autoridades; más tarde se pasó a una crítica recíproca de las vías y medios por los que se había llegado a la presunta verdad; hubo un período intermedio en que se extraían las consecuencias del principio opuesto, encontrándolas quizás perniciosas y nocivas; de lo que el raciocinio de cada cual debía deducir que la opinión de su adversario contenía algún error.
La lucha personal de los pensadores
acabó perfeccionando los métodos que hicieron posible descubrir realmente verdades y poner en evidencia, ante los ojos de todos, los errores de los métodos anteriores.

635.

En conjunto, los métodos científicos son una consecuencia de la investigación tan importante al menos como cualquier otro de sus resultados; ya que el espíritu científico se basa en la aceptación común del método, y si dichos métodos llegaran a desaparecer, todos los resultados de la ciencia no podrían impedir un recrudecimiento de las absurdas supersticiones que les precedieron.

Aunque los individuos inteligentes pueden
aprender
todo lo que quieran de los resultados de la ciencia, no deja de observarse en sus conversaciones, y sobre todo en las hipótesis que proponen en ellas, que les sigue faltando el espíritu científico, porque no tienen esa desconfianza instintiva hacia las aberraciones del pensamiento que ha echado raíces en el alma de todo hombre de ciencia tras un largo ejercicio. Les basta dar con cualquier hipótesis sobre una determinada cuestión, para sentirse inflamados por ella y creer que ya está dicho todo. Para ellos, tener una opinión significa, así, convertirse en fanáticos de ella y acabar tomándola a pecho a guisa de convicción. Ante algo que no ha sido explicado, se enardecen con la primera fantasía que les pasa por la cabeza y que parezca una explicación; lo que produce continuamente, sobre todo en el campo de la política, las peores consecuencias. Por esta razón, toda persona debería hoy conocer a fondo al menos una ciencia; entonces sabría siquiera lo que es el método, y toda la prudencia que requiere. Este consejo vale especialmente para las mujeres, que hoy son víctimas incurables de todas las hipótesis, y en especial de las que parecen ingeniosas, irresistiblemente encantadoras, vivificadoras y tonificantes. Cuanto más cerca observamos, más nos damos cuenta de que la mayoría de las personas cultas sigue pidiendo al pensador convicciones y nada más que
convicciones
, y que sólo una minoría ínfima desea
certidumbres
. Los primeros desean ser arrastrados con fuerza para lograr así ellos mismos un aumento de energía; los segundos aportan un interés objetivo que hace abstracción de toda ventaja personal, incluyendo la de ese aumento de energía. La primera clase de personas, ampliamente extendida, es la que interviene siempre que se considera a un pensador como un
genio
, teniéndose éste además por tal, es decir, como un ser superior, a quien corresponde la autoridad por derecho. Mientras el genio de esta clase mantenga el fuego de las convicciones y suscite desconfianza hacia la prudencia y la modestia del espíritu científico, será un enemigo de la verdad, aunque se crea el mayor de sus amantes.

636.

Bien es cierto que hay también otra clase totalmente distinta de genio: el de la justicia; y no puedo en modo alguno decidirme a considerarlo inferior a cualquier otro tipo de genio, ya sea filosófico, político o artístico.

Es propio de su naturaleza apartarse con abierta repugnancia de todo lo que turba y ciega nuestro juicio sobre las cosas; por consiguiente,
es enemigo de las convicciones
, puesto que quiere dar a cada ser, vivo o inanimado, real o imaginario, lo que le corresponde, para lo cual ha de adquirir un conocimiento exacto; también expone todo objeto a la luz lo mejor posible, y da vueltas a su alrededor con atenta mirada. Por último, concede a su enemiga, la ciega o miope «convicción» (como la llaman los hombres; las mujeres le dan el nombre de «fe»), lo que le corresponde… y ello por amor a la verdad.

637.

Las
pasiones
dan origen a las opiniones;
la pereza intelectual
hace que cristalicen en
convicciones
.

Pero quien se siente espíritu libre y con una incansable vitalidad puede impedir esa fijación mediante cambios constantes; y si, en todo momento, es una bola de nieve pensante no serán ya opiniones lo que tendrá en la cabeza, sino sólo certidumbres y probabilidades exactamente medidas. En cuanto a nosotros, que somos de naturaleza mixta, que tan pronto amamos con el fuego de la pasión, como nos sentimos ateridos por el frío de la inteligencia, doblaremos la rodilla ante la justicia, que es la única diosa que reconocemos por encima de nosotros. Ese fuego que hay en nosotros nos hace de ordinario ser injustos y, a los ojos de la diosa, impuros; en ese estado no nos está permitido tomarle la mano, ni ella nos dirigirá desde arriba la grave sonrisa de su favor. En ella veneraremos a la Isis de nuestra vida, oculta por un velo; contritos, le ofreceremos nuestro dolor como sacrificio expiatorio cada vez que el fuego de la pasión nos quema y amenaza devorarnos. La
inteligencia
nos salvará de ser consumidos por entero y calcinados; nos apartará de cuando en cuando del altar de los sacrificios de la justicia o nos envolverá en un tejido incombustible como el asbesto. Entonces, liberados del fuego de la pasión, avanzaremos impulsados por la inteligencia de una opinión a otra, cambiando de facción, como nobles
traidores
de todas las cosas que sean, a fin de cuentas, susceptibles de ser traicionadas y, no obstante, sin sentimiento de culpabilidad alguno.

638. El caminante.

Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que no se dirige
hacia
un punto de destino, porque no lo hay. Mirará, sin embargo, con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en el mundo; asimismo, no deberá atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza; es preciso que tenga también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará, hallará cerrada la puerta de la ciudad que había de darle cobijo; tal vez incluso, como en oriente, el desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan pronto lejos como cerca; se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben sus acémilas. Quizás entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, más bellaquería y más inseguridad aún que ante sus puertas, por lo que el día será para él casi peor que la noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la niebla de la montaña a los coros de las musas que lo rozan al danzar; más tarde, sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se pasee bajo los árboles, verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como él, con su forma de ser unas veces gozosa y otras meditabundo, caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana temprana, piensan qué es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima campanadas del reloj, una faz tan pura, tan llena de luz y de claridad serena y transfiguradora: buscan
la filosofía de la mañana
.

ENTRE AMIGOS

Epílogo

Es bello callar juntos,

pero más bello aun reír juntos…,

bajo el manto sedoso del cielo,

apoyados en el musgo de un haya,

reír entre amigos, con cordiales carcajadas

que dejen ver los blancos dientes.

Si obré bien, nos callaremos;

si obré mal… nos reiremos;

y cuanto más mal obremos,

cuanto más mal obremos, más nos reiremos,

hasta que bajemos a la tumba.

Sí, amigos, ¿a que debe ser así? ¡Amén y hasta la vista!

¡Nada de excusas ni perdones!

Ustedes, los alegres,

¡presten libremente corazones,

oídos y cobijo a este libro lleno de sinrazón!

¡Créanme amigos, mi sinrazón no es fruto de una maldición!

Lo que yo descubro y lo que busco,

¿se halló alguna vez en un libro?

¡Honren en mí a la estirpe de los locos!

¡Aprendan de este libro loco

cómo la razón vuelve a entrar… «en razón».!

Sí, amigos, ¿a que debe ser así? ¡Amén y hasta la vista!

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