553. Por debajo del animal.
Cuando el hombre se echa a reír a carcajadas, supera en vulgaridad a todos los animales.
554. El saber a medias.
Quien habla más o menos un idioma extranjero disfruta más que quien lo habla bien. Obtiene placer quien sabe las cosas a medias.
555. Una forma peligrosa de ser servicial.
Hay personas que pretenden hacerles penosa la vida a los demás sin otra razón que ofrecerles luego recetas para aliviar la vida, por ejemplo, su cristianismo.
556. El celo y la escrupulosidad.
El celo y la escrupulosidad suelen ser antagónicos, en el sentido de que el celo quiere sacar verdes los frutos del árbol, mientras que la escrupulosidad los deja colgando de él tanto tiempo que terminan cayendo y reventándose.
557. La sospecha.
A las personas que no podemos soportar, tratamos de hacerlas sospechosas.
558. La falta de ocasiones.
Muchas personas esperan toda su vida la ocasión de ser buenas
a su manera
.
559. La falta de amigos.
La falta de amigos hay que achacarla a la envidia o a la arrogancia. Más de uno debe sus amigos a la feliz circunstancia de no tener nada que le puedan envidiar.
560. El peligro de la pluralidad.
Con un talento de más se suele estar menos asentado que con uno de menos; del mismo modo que una mesa se sostiene mejor con tres patas que con cuatro.
561. Dar ejemplo.
Quien quiera dar buen ejemplo a los demás ha de añadir un grano de locura a su virtud; entonces la gente conseguirá lo que le agrada: imitar y al mismo tiempo elevarse por encima de su modelo.
562. Servir de blanco.
A menudo, las murmuraciones de otros a cuenta nuestra no van dirigidas realmente contra nosotros, sino que son la manifestación de un despecho y de un malhumor que responden a otras causas muy diferentes.
563. Una forma fácil de resignarse.
Sufrimos menos decepciones si ejercitamos la imaginación en afear el pasado.
564. En peligro.
Corremos más peligro de que nos atropellen cuando acabamos de esquivar un vehículo.
565. El papel, de acuerdo con la voz.
Quien se ve forzado a hablar más alto de lo que acostumbra (por ejemplo), corrientemente exagera lo que tiene que decir. Más de uno se vuelve conspirador, calumniador, intrigante, por el único motivo de que su voz se presta muy bien al cuchicheo.
566. El amor y el odio.
El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan en sí mismos.
567. La ventaja de ser atacado.
Los individuos que son incapaces de exponer a plena luz sus méritos ante los ojos de la gente, tratan de suscitar una fuerte hostilidad hacia ellos. Entonces tienen el consuelo de pensar que dicha hostilidad se interpone entre sus méritos y la valoración justa de los mismos… y que otros muchos piensan igual, lo que beneficia en buena medida a su reputación.
568. La confesión.
Olvidamos nuestra falta cuando se la confesamos a otro, pero éste no suele olvidarla.
569. La autosuficiencia.
El toisón de oro de la autosuficiencia protege de los porrazos, pero no de los alfilerazos.
570. La sombra en la llama.
La llama no es tan luminosa por sí misma cuanto por las cosas que alumbra; lo mismo, le pasa al sabio.
571. Las opiniones personales.
La primera opinión que se nos ocurre cuando nos preguntan de improviso sobre algo no suele ser realmente la nuestra, sino la opinión general que corresponde a nuestro rango, nuestra situación y nuestro origen; las opiniones personales raras veces suben a la superficie.
572. El origen de la valentía.
El hombre corriente es valiente e invulnerable como un héroe cuando no ve el peligro, cuando no tiene ojos para él. A la inversa, el héroe tiene su único punto vulnerable en la espalda, es decir, donde no tiene ojos.
573. El peligro del médico.
Hay que haber nacido para nuestro médico; de lo contrario, moriremos a causa de él.
574. Asombrosa vanidad.
Quien ha sido lo bastante osado para predecir tres veces el tiempo y ha acertado, cree en su fuero interno que en determinada medida posee el don de profecía. Cuando lo milagroso e irracional halaga nuestra autoestimación, lo admitimos sin discusión.
575. La profesión.
Una profesión es la espina dorsal de la vida.
576. El peligro de la influencia personal.
Quien sabe que ejerce una gran influencia moral en otro, debe darle rienda suelta y hasta brindarle la ocasión de que resople a placer; de lo contrario, se creará sin remedio un enemigo.
577. Aceptar a su heredero.
Quien ha fundado algo grande con ánimo desinteresado, sueña tener a alguien que lo herede. Es propio de una naturaleza tiránica y vil considerar enemigos a todos los posibles herederos de su obra y vivir en constante actitud de defensa contra ellos.
578. El saber a medias.
El saber a medias se impone con más facilidad que el saber completo, porque concibe las cosas más sencillas de lo que son y se forma luego una idea de ellas más asequible y convincente.
579. No apto para la militancia.
Quien piensa mucho no tiene las aptitudes requeridas para militar en un partido; porque pronto su pensamiento lo llevará más allá de ese partido.
580. La mala memoria.
La ventaja de la mala memoria es que se disfruta en varias ocasiones de las mismas cosas como si fuera la primera vez.
581. Causarse daño.
El pensamiento intransigente suele enmascarar un espíritu profundamente inquieto, que trata de aturdirse.
582. El mártir.
El discípulo de un mártir sufre más que éste.
583. Vanidad que viene de atrás.
La vanidad de muchas personas que no necesitarían ser vanidosas es un hábito ya muy arraigado que les ha quedado de una época en que no tenían todavía una base justificada para creer en sí mismas y no hacían sino mendigar de los demás la limosna de dicha creencia.
584. El punto en que se desborda la pasión.
Quien está a punto de montar en cólera o de dejarse llevar por una violenta pasión amorosa llega a un umbral en el que su alma está llena como un tonel; pero hay que añadir aún esa gota de agua que es la buena disposición para la pasión (o la mala, como se suele decir también). Basta esa gota para que se desborde el tonel.
585. Una idea negra.
Con los hombres sucede como con esos montones de carbón que hay en los bosques. Sólo si ardieron y se carbonizaron de jóvenes, como les pasa a aquéllos, resultan útiles después. Durante el largo tiempo en que están echando humo y quemándose son quizás más interesantes, aunque inútiles y muy a menudo incómodos. La humanidad emplea sin consideración a todo individuo como combustible para sus grandes máquinas; pero ¿qué sentido tienen todas esas máquinas si todos los individuos (es decir, la humanidad) no sirven más que para mantenerlas? ¡Máquinas que son un fin en sí mismas!… ¿Consiste en eso la comedia humana?
586. El minutero de la vida.
La vida se compone de unos pocos momentos aislados, sumamente llenos de sentido, y de infinitos intervalos en los que, a lo sumo, se proyectan sobre nosotros las sombras de esos momentos. El amor, la primavera, una bella melodía, la montaña, la luna, el mar, todo nos habla plenamente una sola vez al corazón, si es que todas esas cosas llegan alguna vez a expresarse por entero. Pero muchas personas no conocen en absoluto ninguno de esos momentos y ellas mismas son intervalos, silencios en la sinfonía de la vida real.
587. Atacar o introducirse.
A menudo incurrimos en el error de atacar con ardor una tendencia, un partido, una época, porque por azar no hemos llegado a ver más que su aspecto externo, el momento en que se marchitaba, o «los vicios de sus virtudes», de los que están necesariamente afectados y en los que quizás hemos participado nosotros mismos de forma considerable. Entonces les damos la espalda y buscamos la tendencia contraria, aunque sería mejor que nos pusiéramos a buscar sus aspectos buenos y positivos o que desarrolláramos en nosotros mismos los que tenemos. Bien es cierto que se requiere una mirada más potente y una voluntad mejor para contribuir a la génesis de algo todavía imperfecto, que para vislumbrarlo y renegar de su imperfección.
588. La modestia.
Hay una modestia verdadera (consistente en reconocer que somos obra de nosotros mismos), que conviene, sin duda, a los grandes espíritus, porque éstos son capaces de concebir la idea de la irresponsabilidad total (incluso respecto al bien que crean). La inmodestia del gran hombre produce odio, no por el sentimiento de su fuerza que expresa, sino porque sólo pretende probar esa fuerza hiriendo a los demás y tratándolos despóticamente para ver hasta dónde llega su paciencia. De ordinario, ello revela una falta de seguridad en el sentimiento de su fuerza, lo que hace dudar a los hombres de su grandeza. En este sentido, vista desde el ángulo de la habilidad, la inmodestia es muy desaconsejable.
589. El primer pensamiento del día.
La mejor forma de empezar la jornada es preguntarse al despertar si durante ese día podemos favorecer al menos a una persona. Si esta idea llegara a reemplazar a la costumbre religiosa de rezar al levantamos, nuestros semejantes se beneficiarían del cambio.
590. La arrogancia como última forma de consuelo.
Cuando un individuo considera que un fracaso, una incapacidad intelectual o una enfermedad forman parte de un destino que le estaba prefijado, que son una prueba personal o incluso un castigo por sus faltas anteriores, su ser se vuelve al punto más interesante y se eleva con la imaginación por encima de sus semejantes. El pecador arrogante es un personaje conocido en toda secta religiosa.
591. La vegetación de la felicidad.
Muy cerca de las desgracias del mundo y a menudo sobre su volcánico suelo, plantó el hombre el jardincito de su felicidad. Ya consideramos la existencia desde la perspectiva de quien no pide a la vida más que conocimiento, o desde la del que se entrega y se resigna, o desde la del que es feliz superando dificultades, siempre encontraremos alguna forma de felicidad brotando al lado del infortunio, felicidad que será tanto mayor, incluso, cuanto más volcánico sea el suelo donde crece. Lo único ridículo sería pretender que esa felicidad justifica el sufrimiento.
592. La ruta de los antepasados.
Por algo es más razonable desarrollar por nuestra cuenta el talento al que nuestro padre o nuestro abuelo dedicaron sus esfuerzos, en lugar de entregarnos a algo radicalmente nuevo: ya que de no ser así, no se podría alcanzar la perfección en ningún oficio. De ahí el proverbio que dice: «¿Qué ruta debes emprender? La de tus antepasados».
593. La vanidad y la ambición como educadoras.
Hasta que un individuo no se haya convertido en instrumento del interés general de la humanidad, sin duda lo atormentará la ambición; pero una vez alcanzado ese objetivo, si trabaja por necesidad como una máquina por el bien de todos, lo asaltará la vanidad; ésta lo humanizará hasta en los detalles, lo hará más sociable, más soportable, más tolerante, cuando la ambición haya acabado de pulirlo (de hacerlo útil).
594. Los novicios en filosofía.
Hay individuos que en cuanto reciben la sabiduría de un filósofo, salen a la calle con la sensación de haber experimentado un cambio y de haberse convertido en grandes hombres; porque encontramos por doquier a gente que, aunque ignora esa sabiduría, emite juicios nuevos e inauditos sobre todo; habiendo dado su visto bueno a un código, se cree obligada a erigirse también en juez.
595. Agradar desagradando.
Los individuos que pretenden llamar la atención por encima de todo y por ello desagradan, desean lo mismo que los que quieren agradar sin llamar la atención, aunque indirectamente y en un grado más elevado, dando un rodeo que los aleja aparentemente de su objetivo. Desean influencia y poder, y muestran por ello su superioridad, aunque produzca una sensación de desagrado, ya que saben que quien acaba teniendo poder agrada casi con todo lo que hace y dice, y que hasta cuando desagrada, parece, pese a todo, agradar. El espíritu libre, e igualmente el creyente, también desean el poder para lograr agradar así algún día; si a causa de su doctrina, se ven expuestos al infortunio, a la persecución, a la cárcel o al suplicio, se alegran pensando que de este modo su doctrina quedará grabada en la humanidad a sangre y fuego: aceptan todo esto como un medio doloroso aunque eficaz, pese a que sus resultados sólo se verán más tarde, de llegar también al poder.
596. El motivo de guerra y otros casos similares.
El príncipe que, una vez tomada la decisión de declarar la guerra a su vecino, la completa inventando algún motivo para la misma, se asemeja al padre que impone a su hijo una madre distinta de la suya propia, que en lo sucesivo deberá considerar como la verdadera. ¿Y no es cierto que casi todos los motivos que atribuimos a nuestros actos son también madres supuestas?
597. La pasión y el derecho.
Nadie habla con más pasión de su derecho que quien duda de éste en el fondo de su alma. Al poner a la pasión de su parte, trata de aturdir su razón y de acallar sus dudas; de este modo, tranquiliza su conciencia y con ello logra el éxito ante los demás.
598. Treta del que se abstiene.
Quien protesta contra el matrimonio a la manera de los sacerdotes católicos, tratará de formarse una idea de él que será la que corresponde a su concepción más baja y vulgar. Del mismo modo, quien rechaza ser honrado por sus contemporáneos, tomará la noción de honor en un sentido vil; así le será más fácil estar privado de él y rechazarlo. Por lo demás quien rechaza muchas cosas importantes, será con facilidad indulgente consigo mismo en las cosas pequeñas. Es posible que quien se ha situado por encima de la aprobación de sus contemporáneos, no quiera privarse de satisfacer pequeñas vanidades.
599. La edad de la arrogancia.
Entre los veintiséis y los treinta años se extiende entre los hombres de talento su período de arrogancia; es la época de la primera madurez, con un fuerte residuo de acidez. Basándose en su sentimiento íntimo, exigen a la gente que no ve nada o casi nada, respeto y veneración, y como no aprecian ninguna señal de esto, se vengan con esa mirada, esa actitud arrogante, ese tono de voz que unos oídos y unos ojos finos reconocen en todas las producciones de esa época, ya se trate de poemas, de filosofía, de pinturas o de música. Los hombres de experiencia más madura se sonríen y recuerdan con emoción esa bella época de la vida en que se reprocha al destino
ser tanto y parecer tan poco
. Pasado el tiempo,
se parecerá
realmente más, pero se habrá perdido la hermosa creencia de que se es mucho; a menos de ser toda la vida un vanidoso necio e incorregible.