5. Un paso más hacia la convalecencia y el espíritu libre se acerca a la vida lentamente, es cierto, casi a desgano, casi sin confianza. Todo cuanto lo rodea se vuelve otra vez más cálido, más dorado, por así decirlo: el sentimiento y la simpatía se hacen más profundos, y sobre él soplan brisas tibias de toda índole. Siente como si sus ojos se abrieran por vez primera a las
cosas cercanas
. Se maravilla y se sienta
en silencio: ¿dónde estaba
? ¡Qué cambiadas le resultan esas cosas inmediatas y próximas! ¡Qué aterciopelado encanto parecen haber tomado! Mira hacia atrás con agradecimiento por sus viajes, su dureza, su olvido de sí mismo, sus miradas hacia lo lejos y sus vuelos de pájaros por las alturas heladas. ¡Cuánto le alegra el no haberse quedado siempre «en su casa», encerrado en ella y entregado a la holgazanería! No hay duda de que estaba fuera de sí. Ahora se ve a sí mismo por primera vez, ¡y qué sorpresas descubre! ¡Qué estremecimiento inusual! ¡Qué felicidad le reporta incluso la falta de vigor, la antigua enfermedad, las recaídas del convaleciente! ¡Cuánto le agrada sentarse tranquilamente con su mal, ejercitar su paciencia, acostarse a la puesta del sol! ¿Quién capta como él la felicidad que reporta el invierno con la contemplación de las sombras que forma el sol en la pared? Estos convalecientes, estos lagartos que han vuelto a medias a la vida, son las animales más agradecidos y modestos del mundo; algunos de ellos no dejan que pase un día sin prender un breve canto de alabanza del borde de su ropa. Y, hablando en serio, enfermar como lo hacen esos espíritus libres, permanecer enfermo largo tiempo y recobrar luego poco a poco la salud, quiero decir una
salud mejor
, constituye una
terapia
radical contra todo pesimismo (que, como sabemos, es el cáncer de esos héroes de la mentira que son los viejos idealistas). Administrarse la salud a pequeñas dosis durante largo tiempo representa una sabiduría, una sabiduría de la vida.
6. En este momento puede suceder que, entre los súbitos destellos de una salud todavía variable, sometida aún a altibajos, los ojos del espíritu libre, cada vez más libre, empiecen a descifrar el enigma de esa gran liberación que hasta entonces había permanecido en su memoria de una forma oscura, problemática, casi intangible. Mientras que antaño apenas se atrevía a preguntarse: «¿Por qué vivir tan apartado, tan solo, renunciar a todo lo que respetaba, incluso al respeto mismo, ser duro, desconfiar y odiar mis propias virtudes?». Ahora se atreve a plantearse la cuestión en voz alta y hasta oye algo parecido a una respuesta, que le dice: «Tenías que llegar a ser dueño de ti mismo y de tus virtudes. Antes eran
ellas
quienes te dominaban, pero sólo tienen derecho a ser instrumentos tuyos junto a otros. Tenías que adueñarte de tu
pro
y de tu
contra
y aprender el arte de usarlos y de no usarlos de acuerdo con tu fin superior del momento. Tenías que aprender el carácter de perspectiva que tiene toda apreciación: la deformación, la distorsión y la aparente teleología de los horizontes y todo lo referente a la perspectiva, así como esa dosis de indiferencia
necesaria que
hay en todo
pro
y todo
contra
, la injusticia como algo inseparable de la vida, la vida misma como
condicionada
por la perspectiva y su injusticia. Tenías que ver, sobre todo, con tus propios ojos dónde hay siempre más injusticia, a saber, allí donde la vida se desarrolla del modo más mezquino, estrecho, pobre y rudimentario y donde, pese a ello, no puede sino
autoconsiderarse
el fin y el medio de las cosas, desmenuzando y cuestionando, furtiva, minuciosa y asiduamente, en aras de su conservación, lo más grande, noble y rico que existe. Tenías que ver con tus propios ojos
el problema de la jerarquía, y
cómo van aumentado a la vez, conforme nos elevamos, el poder, la justeza y la extensión de la perspectiva. Tenías que…» ¡Pero basta! El espíritu libre
sabe
desde ahora a qué obedece ese «tienes que», lo mismo que sabe lo que
puede
y lo que a partir de este momento le
está permitido
…
7. De este modo se responde el espíritu libre respecto a este enigma de la liberación y, generalizando su caso, acaba explicando
así
todo lo que le ha ocurrido en su vida. Lo que me ha ocurrido, se dice, debe sucederle a todo hombre en quien quiera encarnarse una
misión
y «venir al mundo». El poder y la necesidad secretos de esa misión actuarán en sus destinos individuales y bajo ellos como un embarazo inconsciente: mucho antes de que éste se percate de esa misión y sepa su nombre. Nos domina nuestra vocación, aunque no la sepamos aún; el futuro regula la conducta de nuestro presente. Ya que la cuestión de la que tenemos derecho a hablar los espíritus libres es
el problema de la jerarquía
, y que éste constituye nuestro
problema
, hoy, en el mediodía de nuestra vida, empezamos a comprender qué preparativos, rodeos, pruebas, ensayos y disfraces necesitaba el problema que se «atrevía» a planteársenos y cómo debíamos, ante todo, experimentar en nuestra alma y en nuestro cuerpo los goces y los dolores más distintos y opuestos, como aventureros, como navegantes alrededor de este mundo interior llamado «hombre», como agrimensores de todo «más allá» y de todo «relativamente superior», que se llama asimismo hombre; avanzando en todas direcciones, casi sin miedo, sin avergonzarse de nada ni despreciar nada, sin perder nada, saboreándolo y purificándolo todo y pasándolo todo por la criba, por así decirlo, para separar todo lo accidental, hasta que al final tengamos los espíritus libres, derecho a decir «he aquí un problema
nuevo
. He aquí una larga escala, por cuyos peldaños hemos subido:
escala
que en algunos momentos hemos
sido
nosotros mismos. He aquí un más arriba y un más abajo, un por debajo de nosotros, una gradación inmensamente larga, una jerarquía que
vemos
; ¡he aquí…
nuestro
problema!».
8. No hay psicólogo ni adivino a quien se le oculte, ni por un momento, a qué estadio de la evolución que acabo de describir, pertenece este libro (o, mejor dicho, en cuál ha sido
colocado
). Pero ¿dónde hay hoy psicólogos? En Francia, por supuesto; tal vez en Rusia; en Alemania, desde luego que no. Y no faltan razones para que los alemanes actuales consideren que ello los honra: ¡tanto peor, entonces, para un hombre cuya naturaleza y cuya vocación son en este punto antialemanes! Este libro
alemán
, que ha sido capaz de encontrar lectores en un amplio círculo de países y de pueblos, hace casi diez años de esto, y que debe tener una cierta habilidad musical, un cierto arte para tocar la flauta con vistas a seducir mediante él, hasta los toscos oídos de los extranjeros; es precisamente en Alemania donde se ha leído con mayor descuido y donde ha sido peor
entendido
. ¿A qué se debe esto? «Exige demasiado me han respondido, va dirigido a hombres liberados del apremio de las obligaciones ordinarias, precisa inteligencias sutiles y delicadas, requiere algo superfluo: el lujo del ocio, un cielo y un corazón puros, un
otium
en el sentido más audaz: cosas buenas todas ellas, pero que los alemanes actuales no tenemos y que, por consiguiente, no podemos dar». Ante una respuesta tan modosa, mi filosofía me aconseja que me calle y que no lleve más lejos mis preguntas, sobre todo porque en ciertos casos, como dice el proverbio, sólo se
es filósofo
quedándose uno
en silencio
.
Niza, primavera de 1886.
1. Química de las Ideas y de los Sentimientos.
Los problemas filosóficos vuelven hoy a presentar la misma forma en casi todas las obras que hace dos mil años: ¿Cómo puede nacer una cosa de su contraria, por ejemplo, lo racional de lo irracional, lo vivo de lo muerto, la lógica del ilogismo, la contemplación desinteresada del deseo ávido, el vivir para los demás del egoísmo, la verdad del error? La filosofía metafísica se las ingenió hasta hoy para superar esta dificultad, negando que una cosa naciese de la otra y aceptando que las cosas superiormente valiosas tienen un origen milagroso, que salen del núcleo y de la esencia de la «cosa en sí». En cambio, la filosofía histórica, que no puede concebirse en modo alguno al margen de la ciencia natural y que es el más reciente de los métodos filosóficos, ha descubierto en ciertos casos particulares (y es verosímil que esta conclusión valga para todos) que no hay contrarios, a excepción de la habitual exageración de la concepción popular o metafísica y que en la base de esta oposición hay un error de la razón: de acuerdo con esta explicación, no existe, en un sentido estricto, ni conducta no egoísta, ni contemplación totalmente desinteresada; las dos no son sino sublimaciones en las que el elemento fundamental casi se ha volatizado y no manifiesta su presencia más que a una observación muy sutil. Todo lo que necesitamos y que, por primera vez, puede sernos dado merced al nivel actual de las ciencias particulares, es una
química
de las representaciones y de los sentimientos morales, religiosos, estéticos, así como de todas las emociones que experimentamos en las relaciones pequeñas y grandes de la civilización y de la sociedad, e incluso en el aislamiento. Pero ¿qué sucedería si esta química llegara a la conclusión de que también en este campo los colores más bellos son producto de materias viles e incluso despreciadas? ¿Les complacerá a muchas personas proseguir estas investigaciones? La humanidad tiende a excluir de su pensamiento las cuestiones relativas al origen y al principio. ¿No hay que ser casi inhumano para experimentar en uno mismo la inclinación opuesta?
2. El Pecado Original de los Filósofos.
Todos los filósofos tienen en su haber esta falta común: partir del hombre actual y pensar que analizándolo pueden alcanzar su objetivo. Involuntariamente, presuponen que «el hombre» es una verdad eterna, un elemento fijo en medio de todos los torbellinos, una medida firme de las cosas. Sin embargo, todo lo que el filósofo enuncia del hombre no es, a fin de cuentas, sino un testimonio relativo al hombre de un espacio de tiempo
muy limitado
. La falta de sentido histórico es el pecado original de todos los filósofos: incluso muchos, en su ignorancia, consideran que la forma fija de la cual se ha de partir, es la del hombre más actual, sometido a la influencia de ciertas religiones y hasta de sucesos políticos concretos. Se niegan a entender que el hombre y la facultad cognoscitiva misma, son el resultado de una evolución; llegando algunos incluso a deducir la totalidad del mundo de dicha facultad cognoscitiva. Por el contrario, todo lo
esencial
del desarrollo humano se produjo en tiempos lejanos, mucho antes de los cuatro mil años que aproximadamente conocemos; en estos últimos años el hombre no puede haber cambiado mucho. Pero el filósofo ve «instintos» en el hombre actual y acepta que tales instintos corresponden a los datos inmutables de la humanidad y que, por consiguiente, pueden suministrar la clave para entender el mundo en general; toda la teleología se basa en el hecho de considerar que el hombre de los últimos cuatro mil años es el hombre
eterno
, con el que todas las cosas del mundo guardan una relación natural desde su principio. Sin embargo, todo ha evolucionado; no hay
hechos eternos
, como no hay verdades eternas. Por eso es necesaria de hoy en adelante la filosofía histórica, y junto a ella la virtud de la modestia.
3. La Estimación de las Verdades Sin Apariencia.
Una civilización superior se caracteriza por estimar más las pequeñas verdades sin apariencia que han sido descubiertas con un método estricto, que los errores bienhechores y deslumbrantes que proceden de épocas y de individuos metafísicos y artistas. Pronto acuden a los labios injurias contra las primeras, como si no pudiera haber una igualdad de derechos entre unas y otros: cuanto más modestas, honradas, tranquilas y humildes aparezcan aquellas, más hermosos, brillantes, ruidosos y hasta beatíficos se manifiestan éstos. Pero lo que, tras enconada lucha, se ha conquistado descubriéndose como cierto, duradero y por ello pletórico de consecuencias para todo el conocimiento posterior es, a fin de cuentas, lo más noble; ajustarse a ello representa una prueba de virilidad, de valentía, de honradez y de templanza. Poco a poco, no sólo el individuo, sino la humanidad entera se va elevando a esa virilidad, cuando acaba habituándose a estimar más los conocimientos seguros y duraderos, y a abandonar toda creencia en la inspiración y en la comunicación milagrosa de las verdades. Los adoradores de las formas, con su escala de lo bello y lo sublime, tendrán, ciertamente, buenas razones para ridiculizar, cuando la estimación de las verdades sin apariencia y del espíritu científico empiecen a imponerse: pero ello se debe a que su mirada no se encuentra todavía abierta al atractivo de la forma
más simple
, o a que los hombres educados en este espíritu no han llegado aún a compenetrarse plena e íntimamente con él, mientras que, sin darse cuenta, continúan persiguiendo las viejas formas (y ello bastante mal, como le ocurre a quien no se interesa mucho por algo). Antiguamente, el espíritu no se restringía a un método estricto de pensar, y su actividad consistía en trabar bien símbolos y formas. Esto ha variado; dedicarse seriamente al simbolismo ha pasado a ser una característica de una civilización inferior. Lo mismo que nuestras artes son cada vez más intelectuales y nuestros sentidos más espirituales, y lo mismo que, por ejemplo, se juzga hoy de muy distinto modo lo que hace cien años sonaba bien a los sentidos. Igualmente nuestras formas de vida se vuelven cada vez más
espirituales, más feas
quizás a los ojos de épocas anteriores, pero ello se debe sólo a que éstas no eran capaces de ver cómo el imperio de la belleza interior, espiritual se va haciendo continuamente más profundo y más amplio, y en qué medida todos nosotros podemos valorar hoy más la visión espiritual, interior, que la composición más hermosa o la obra arquitectónica más sublime.
4. La astrología y similares.
Es verosímil que los objetos del sentimiento religioso, moral, estético y lógico sólo correspondan a la superficie de las cosas, aunque el hombre crea de buen grado que, al menos allí, está tocando el corazón del mundo; se forja ilusiones, porque estas cosas le producen una felicidad y un dolor sumamente profundos, con lo que está dando muestras del mismo orgullo que en el terreno de la astrología. Efectivamente, ésta cree que el cielo estrellado gira a tenor del destino de los hombres; el hombre moral, a su vez, supone que lo que tan profundamente le llega al corazón, ha de ser también la esencia y el corazón de las cosas.