»Hubo saqueos, raptos, violaciones y estupros, muchas casas se incendiaron. La hermosa ciudad de Cástulo fue arrasada.
«Hermenegildo sintió angustia ante el mal que él mismo había desencadenado y que ya no podía detener. Durante la noche, soldados borrachos recorrían la ciudad, capitaneados por el propio comandante del fuerte, el godo Bessas. Hermenegildo y Wallamir organizaron una patrulla para evitar tantos desmanes. Wallamir se sentía especialmente indignado ante la barbarie de sus compatriotas, y no dudó en enfrentarse a los hombres de Bessas, y al propio comandante, al que encontraron borracho arrastrando a una mujer hispana, quizás una sierva, por los cabellos. Wallamir se lanzó contra él, pero Bessas, que no quería abandonar su presa, la utilizó como un escudo humano. En ese momento, por detrás, Hermenegildo desenfundó su puñal y se lo puso al cuello a Bessas, quien hubo de soltar a la mujer. Finalmente, el comandante y sus compinches fueron apresados y conducidos a los calabozos en la fortaleza de la ciudad.
»Los detenidos cargaban con algunos sacos; dentro de ellos descubrieron carne macerada y pellejos de vino.
»—¿Dónde los habéis encontrado?
»Con voz temblorosa aún por el alcohol, respondieron:
»—En la casa de la mujer hispana… Queríamos que ella nos mostrase dónde hay más tesoros…
»—No sé nada —dijo ella.
«Hermenegildo se dirigió a Wallamir:
»—Esta carne está demasiado fresca, yo creo que podría ser una pista para saber cómo se aprovisionaba la ciudad.
«Interrogada la mujer, condujo a sus salvadores a una casa en cuyos sótanos había un enorme almacén con productos que habrían llegado recientemente allí, ya que eran perecederos.
«Registraron a conciencia aquel lugar, en el que no parecía haber nada especial. Sin embargo, cuando Wallamir dio un golpe con la empuñadura de su espada a las paredes, una de ellas sonó hueca. La derribaron. De allí partía un túnel. Interrogaron a los criados de la casa, confesaron que aquel túnel conducía a la villa del patricio, Lucio Espurio.
«Hermenegildo decidió enfrentarse a aquel enemigo poderoso. Debería conseguir o bien que reconociese su colaboración con los bizantinos, rindiéndose y llegando a un acuerdo, o bien destruir para siempre al romano.
»Poco sabía mi hermano que en la villa del noble patricio de la casa de los Espurios tendría lugar el fin de su vida hasta ese momento y el principio de una nueva.»
«Cuando la ciudad se pacificó por completo, acompañado de un pequeño grupo de guerreros, Hermenegildo salió de Cástulo. Rodearon la muralla hacia el oeste. Una vía amplia, restos de una calzada romana, se dirigía entre trigales y olivos hacia un poblado de casas de pequeña altura, alrededor de la mansión del patricio.
»—Allí está la villa del senador Lucio Espurio. No es de fiar, siempre se ha dicho que ha colaborado con los imperiales… —anunció el jefe del destacamento godo.
«Hermenegildo asintió:
»—Tenemos pruebas irrefutables de ello.
»—¡Maldito cerdo romano! ¡Hay que castigarle! ¿Por qué no le atacamos? —explotó Wallamir.
»—Es un hombre de gran prestigio entre los hispanos, inmensamente rico… —contestó Hermenegildo—. No podemos atacarle con este destacamento de cincuenta hombres, ni mover las tropas de Cástulo o de la frontera para hacerlo. Los orientales pueden regresar al frente con refuerzos en cualquier momento. La villa es una fortaleza y Lucio tiene a su servicio más hombres de los que imaginamos. Yo quiero ganarme a ese hombre, no destruirlo.
«Cabalgaban con esfuerzo a primera hora de la tarde, bajo el sol tórrido de la planicie, que derretía lorigas y corazas. Atravesaron los sembrados y galoparon al lado de un río. A ambos lados se desplegaban sembrados de cebada y de centeno, que vestían la meseta, llegando hasta la ribera. El río corría mansamente bordeado por el color violáceo de los lirios, que marcaban el límite con los campos de cultivo. Cruzaron un puente de piedra y las armaduras reflejaron destellos metálicos sobre el río. La senda se alejó de la corriente y enfiló hacia la mansión de los Espurios.
«Alcanzaron a la villa romana.
»Un altísimo muro, casi una muralla, con torres y troneras, en las que se disponían arqueros, les recibió. Allí les detuvieron y les hicieron identificarse. Tras las oportunas indagaciones por parte de los criados, hubieron de esperar, todavía, un rato ante la entrada de la propiedad, aguardando hasta que los siervos recibieron la autorización del dueño de la casa para franquear las puertas. Finalmente les dejaron pasar. Un camino largo y serpenteante, bordeado por cipreses, conducía hacia la mansión del magnate.
»Antes de llegar a la villa, divisaron a su derecha una basílica de amplias dimensiones, adonde se dirigían unos campesinos. A su izquierda un antiguo templo romano, derruido, había sido transformado en un silo. Por fin, alcanzaron la casa del patricio Lucio Espurio; una villa suntuosa, construida en tiempos de Teodosio, el emperador romano antepasado del patricio. El edificio, ubicado sobre una ladera de suave pendiente, se alzaba sobre una planta de gran tamaño, superior a los palacios godos de Toledo, Emérita o Hispalis; de tal modo que, al acercarse, Wallamir y Hermenegildo no pudieron abarcarla con la vista en toda su enorme extensión.
»Las paredes exteriores, de piedra y ladrillo, se elevaban en dos plantas en tanto que en las esquinas y en el centro se disponían torreones.
[21]
El acceso a la mansión se realizaba a través de una gran puerta, flanqueada por dos baluartes laterales. Les dieron paso, pero sólo a Hermenegildo, duque de la Bética, y a su acompañante Wallamir, mientras que el resto del destacamento debió permanecer en el exterior.
»Unos escalones daban paso al vestíbulo de planta circular. En el suelo del zaguán, mosaicos antiguos dibujaban un rostro con cabellos de serpientes, el semblante de la Gorgona, advirtiéndoles del peligro de penetrar en la mansión sin ser llamados. Después, atravesaron un patio central porticado exuberante de plantas, en torno al cual se distribuían las salas y dormitorios, así como la estancia para recibir y el comedor. La casa era antigua y hermosa, con las paredes cubiertas por frescos que habían perdido su prestancia original. Ya no había artesanos que reparasen las añejas pinturas de las paredes, ni operarios que recompusiesen las teselas de los mosaicos del suelo.
«Guiados por un criado armado, fueron conducidos al lugar donde el patricio solía recibir a sus huéspedes: una amplia sala profunda y con un escabel. En el suelo, un mosaico representaba un tema mitológico, Heracles y la hidra de tres cabezas. En las paredes, frescos con una escena de caza: unos guerreros abatiendo un enorme león. En el techo, múltiples lámparas de aceite iluminaban los rincones oscuros de la sala. Al frente, la sala se abría al patio a través de una vidriera en tonos azules, bajo la que manaba una fuente.
»Lucio Espurio les hizo esperar a la entrada junto a la fuente, provocando una cierta inquietud en los dos jóvenes. Se distrajeron con la fontana; en la pila, la cara de Océano, dios de los mares, con cuernos y una larga barba cubierta perennemente por el agua parecía observarles. Wallamir y Hermenegildo intercambiaron miradas de admiración, toda la mansión era un prodigio de riqueza, no podía compararse a los palacios de los reyes godos, ni en Toledo ni en Hispalis.
»Tras la larga espera, entró el magnate, un hombre muy alto para ser romano, casi tanto como Hermenegildo o Wallamir, ambos de elevada estatura. El noble Lucio Espurio los saludó fríamente y, después, se dirigió al sitial, situado en un lugar preeminente del aposento al que se accedía por unos escalones. Los evaluó con gesto de superioridad, entrando directamente a lo que le interesaba:
»—¿Qué trae por estas tierras al noble hijo del rey godo Leovigildo?
»Las palabras del romano parecían amables, pero su actitud no lo era, se apreciaba un tono despreciativo y un tanto irónico al pronunciar las palabras «noble hijo del rey godo», como si aquel rey no tuviera nada que ver con él. Hermenegildo se dio cuenta de que el ataque iba dirigido directamente contra él, por lo que se vio abocado a abordar el asunto que les había traído allí.
»—El ejército de mi señor padre, el buen rey Leovigildo, al que Dios guarde muchos años, ha sido derrotado repetidamente porque su enemigo bizantino ha sido ayudado por gentes de la zona. Ahora hemos conquistado la ciudad de Cástulo.
»El patricio lo escuchaba displicentemente, con desprecio.
»—Eso a mí no me incumbe…
»—¡Os incumbe más de lo que pensáis! —repuso Hermenegildo en tono grave—. Tengo pruebas de que habéis ayudado a los imperiales, olvidando la lealtad que debéis a mi padre…
»Lucio Espurio se puso en pie y, con gesto altanero, dijo:
»—¿Y bien? ¿Pensáis detenerme?
«Después señaló a la guardia que le rodeaba.
»—Si pensabais hacerlo, deberíais haberos protegido con un grupo más nutrido de soldados que los que habéis traído.
«Hermenegildo intentó no mostrarse afectado por el tono de desdén que se desprendía de las palabras del noble romano; por lo que sonrió suavemente, mirando directamente a los ojos de su oponente.
»—No. Sólo deseo que colaboréis y cambiéis vuestra actitud.
»—No colaboraré con un hereje arriano. Con un pueblo que está en constante guerra entre sí. Los bizantinos están en Hispania, no porque los nobles romanos los hayamos invitado, sino porque el antecesor de vuestro padre, el noble Atanagildo de Córduba, se levantó en tiranía frente al legítimo rey Agila y pidió la ayuda de los orientales. El país ha sido asolado en repetidas ocasiones por las múltiples guerras civiles que mantenéis los nobles godos para conseguir el poder.
«Hermenegildo no se dejó intimidar y le respondió:
»—Ahora el país está en paz; con el rey Leovigildo hemos entrado en un tiempo nuevo. Mi padre ha buscado la paz y la concordia entre los pueblos…
»—Sí. La famosa vía intermedia entre católicos y arrianos, que ha llevado a que el obispo católico de Cesaraugusta deserte de la verdadera fe; a que Mássona y Eusebio, los de Mérida y Toledo, sean desplazados de sus sedes. Si no aceptamos la nueva religión impuesta por el “noble rey godo Leovigildo” somos perseguidos o desterrados.
»—Os aseguro que la intención mía y la de mi padre es buscar la concordia.
»—¿Concordia? Ahora mismo, en mi casa, está refugiada una persona, que puede testificar las intenciones torcidas de vuestro padre, una persona de alto linaje y gran sabiduría.
«Hermenegildo lo miró sorprendido, no sabía a quién se estaba refiriendo. El noble susurró algo en voz baja a uno de los criados, que salió de la sala. Después, prosiguió:
»—He tenido noticias de todo lo que vuestro padre ha hecho en los últimos tiempos: destierros, confiscaciones de bienes, ejecuciones. Sólo he de deciros que no colaboraré con los godos, unos herejes intrusos en estas tierras, que las han asolado bañándolas en sangre.
»Wallamir se revolvió de ira ante las palabras del romano, se llevó la mano a la espada y la desenvainó, abalanzándose contra el patricio. Los guardias saltaron para proteger a su señor, mientras que Hermenegildo se interpuso entre los soldados hispanos y su amigo. Tras un breve forcejeo los guardias los desarmaron a los dos; a la vez que el príncipe godo se dirigió al patricio romano:
»—Venimos en son de paz y nos insultáis. Os advierto que no ganáis nada con esa actitud… Yo deseo colaborar con vos y llegar a un acuerdo.
»—Así lo veo por la actitud de vuestro amigo.
»—Nos habéis ofendido —gritó Wallamir—, a nosotros, a quienes debierais guardar respeto y sumisión.
»Lucio Espurio se enfureció ante las orgullosas palabras de Wallamir. En aquel momento, el criado, que había salido antes, entró en la sala acompañado de un hombre mayor.
»Era Mássona.
»—Noble señor —dijo Mássona dirigiéndose a Lucio—, ¿me habéis mandado llamar?
«Hermenegildo se alegró al ver al prelado, pero el recuerdo de la copa volvió a su mente de modo inmediato, avergonzándole. Había perdido aquel tesoro precioso y, de algún modo, se sentía culpable. El joven godo, retirándose de los soldados que lo apuntaban, se lanzó a los pies del obispo de Emérita, al que besó la mano. Lucio se sorprendió al ver la actitud de deferencia del joven godo frente al obispo.
»—¿Os conocéis? —le interrogó Lucio Espurio.
»—Su madre fue una de las mujeres más notables que he tratado en mi vida —sonrió suavemente Mássona—, y él mismo es un hombre en el que se puede confiar.
»El patricio les observó estupefacto. Mientras tanto, Hermenegildo se dirigió a Mássona, preguntándole:
»—¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
»—Gracias a vuestro padre, el muy noble rey Leovigildo —manifestó Mássona y, en su alusión protocolaria al rey, se podía adivinar cierta ironía—. Convocó un concilio para hacernos abjurar de nuestra fe en aras de una nueva religión, que él mismo se había inventado. Algunos cayeron en la trampa, como Vicente, el obispo de Cesaraugusta; pero Eusebio de Toledo y yo nos negamos, por ello hemos sido desterrados de nuestras sedes. Así que el buen Lucio Espurio me acogió en su casa.
»Las palabras del prelado sonaron mansas y sin rencor, caldeando el ambiente gélido de la sala. Mientras pronunciaba estas palabras, Mássona advirtió que Wallamir había sido desarmado y uno de los criados de la casa le amenazaba con la espada. Percibió, también, que los guardias de Lucio parecían a punto de atacar a los godos.
»—¿Qué ha ocurrido aquí? —quiso saber Mássona.
»—No, nada que no se pueda solucionar. Dirimíamos unas discusiones teológicas… —se explicó Hermenegildo, no sin un cierto punto de humor, quitando importancia al asunto.
»—¿Con la espada?
»—El noble godo que acompaña al príncipe Hermenegildo se ha sentido ofendido por algunas de mis palabras y ha intentado atacarme. —Habló Lucio Espurio—. Su amigo y pupilo vuestro, el noble Hermenegildo, se ha alzado también contra mí.
»El prelado intervino con palabras de paz.
»—Vamos, vamos, Lucio. Os aseguro que este hijo de Leovigildo es un hombre en quien se puede confiar.
»—Me acusa de colaborar con los bizantinos…
»—Y, acaso, ¿no es así?
»—Lo es; pero ésa es mi obligación. Colaborar con los que sostienen la misma religión que yo. Quiero una nueva Hispania, en paz, controlada por el imperio de Oriente, sin bárbaros invasores que destruyan el reino…