HHhH (19 page)

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Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: HHhH
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Fui a Terezín una vez. Quería ver ese lugar porque fue allí donde murió Robert Desnos. Después de Auschwitz, pasó por Buchenwald, Flossenburg y Flöha, y el 8 de mayo de 1945, tras agotadoras marchas de la muerte durante las cuales contrajo el tifus que habría de llevárselo, fue a parar al Terezín liberado. Murió el 8 de junio de 1945, y muere como ha vivido, libre, en brazos de un joven enfermero y de una joven enfermera checos que amaban el surrealismo y admiraban su obra. He aquí de nuevo otra historia de la que me gustaría escribir todo un libro: aquellos dos jóvenes se llamaban Josef y Alena…

Terezín, Teresienstadt en alemán, era «una ciudad fortificada construida por la emperatriz de Austria para defender el cuadrilátero bohemio de la codicia del rey de Prusia Federico II». ¿Qué emperatriz? No lo sé, le tomo prestada la frase, porque me gusta mucho, a Pierre Volmer, compañero de Desnos y testigo de sus últimos días. ¿María Teresa? Claro: Teresienstadt, la ciudad de Teresa.

En noviembre de 1941, Heydrich manda transformar la ciudad en gueto, y el cuartel en campo de concentración.

Pero esto no es, ni mucho menos, todo lo que hay que decir de Terezín.

Terezín no era un gueto como los demás.

Era evidente que el campo servía de campo de tránsito: se reagrupaba allí a los judíos en espera de ser deportados hacia el Este, a Polonia o a los países bálticos. El primer convoy partió para Riga el 9 de enero de 1942: mil personas, de las que sobrevivieron ciento cinco. El segundo, una semana más tarde, para Riga también, mil personas, dieciséis supervivientes. El tercero, en marzo, mil personas, siete supervivientes. El cuarto, mil personas, tres supervivientes. En definitiva, lo normal en esa gradación espantosa hacia el 100%, marca terrible de la muy renombrada eficacia alemana.

Pero mientras continúen las deportaciones, el gueto de Terezín debe servir de
Propagandalager
, es decir, de gueto-escaparate para los observadores extranjeros. Los habitantes del gueto deberán tener buen aspecto durante las visitas de los observadores del CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja).

En Wannsee, Heydrich declara que los judíos alemanes condecorados durante la Primera Guerra Mundial, los judíos alemanes de más de sesenta y cinco años, y algunos judíos célebres, los
Prominenten
, demasiado célebres para desaparecer de la noche a la mañana sin dejar rastro, deben ser instalados en Terezín en unas condiciones decentes, con el fin de mantener las formas de cara a la opinión pública alemana, no obstante poco sorprendida en 1942 por la política del monstruo que ella misma no ha dejado de aclamar desde 1933.

Para que Terezín pueda servir de coartada, habrá que dar la apariencia de que los judíos estaban siendo perfectamente tratados. Ésa es la razón por la que los nazis autorizan a los judíos del gueto a organizar una vida cultural relativamente desarrollada: se fomentan ciertos espectáculos y expresiones artísticas, bajo el control vigilante de los SS, a quienes les piden que ostenten su más hermosa sonrisa. Los representantes de la Cruz Roja, favorablemente impresionados durante sus visitas de inspección, reportarán unos informes muy positivos sobre el gueto, sobre su vida cultural y sobre la manera como son tratados los prisioneros. De los 140.000 judíos que vivieron en Terezín durante la guerra, sólo 17.000 sobrevivieron. De ellos, Kundera escribe: «Los judíos de Terezín no se hacían ilusiones: vivían en la antesala de la muerte; su vida cultural era exhibida por la propaganda nazi como una coartada. ¿Tendrían por ello que haber renunciado a esa libertad precaria y engañosa? Su respuesta fue de una claridad meridiana. Su vida, sus creaciones, sus exposiciones, sus cuartetos de cuerda, sus amores, todo el abanico de su vida tenía, incomparablemente, una importancia mucho mayor que la comedia macabra de sus carceleros. Ésa fue su apuesta.» Y añade, por si hiciera falta: «Ésa debería ser la nuestra.»

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El presidente Beneš está extremadamente preocupado, no es necesario dirigir unos servicios secretos para darse cuenta del asunto. Londres evalúa sin descanso la contribución aportada al esfuerzo de guerra por los diferentes movimientos clandestinos de los países ocupados. En ese sentido, mientras que, como consecuencia de la operación «Barbarroja», Francia se ha beneficiado de la entrada en acción de los grupos comunistas, la actividad de la Resistencia checa, en cuanto tal, es prácticamente igual a cero. Desde que Heydrich ha tomado las riendas del país, los movimientos clandestinos checos han caído uno tras otro, y lo poco que queda está ampliamente infiltrado por la Gestapo. Esta ineficacia sitúa a Beneš en una posición muy incómoda: por ahora, llegado el caso de la victoria, Inglaterra no quiere ni oír hablar de un cuestionamiento de los acuerdos de Múnich. Eso significa que, incluso en caso de victoria, Checoslovaquia no recuperaría sus fronteras anteriores a septiembre de 1938, perdería los Sudetes y carecería de su primitiva integridad territorial.

Hay que hacer algo. El coronel Moravec escucha los amargos lamentos de su presidente. ¡Qué humillante insistencia de los ingleses en comparar la apatía de los checos con el patriotismo de los franceses, los rusos e incluso los yugoslavos! No se puede seguir así.

Pero, ¿cómo proceder? El estado de desorganización en que está sumida vuelve inútil toda exhortación a la Resistencia interior para que acreciente sus actividades. Por tanto, la única solución está ahí, en Inglaterra. De repente, los ojos de Beneš han debido de brillar, y me lo imagino dando un golpe en la mesa con el puño al explicarle a Moravec lo que se le ha ocurrido: una acción espectacular contra los nazis, un asesinato preparado en el más estricto secreto por sus comandos paracaidistas.

Moravec comprende el razonamiento de Beneš: puesto que la Resistencia interior está moribunda, hay que enviarle refuerzos desde el exterior, hombres armados, entrenados y motivados, que cumplan una misión cuyas resonancias sean a la vez internacionales y nacionales. En efecto, se tratará por una parte de impresionar a los Aliados, demostrándoles que se puede contar con Checoslovaquia, y por otra parte de estimular el patriotismo checo para que la Resistencia renazca de sus cenizas. Digo «patriotismo checo», pero estoy seguro de que Beneš dijo «checoslovaco». También estoy seguro de que fue él quien le exigió imperativamente a Moravec que escogiera a un checo y a un eslovaco para esa operación. Dos hombres para simbolizar la unidad indivisible de los dos pueblos.

No obstante, antes de llegar a eso, hay que determinar primero el objetivo. Moravec piensa enseguida en su homónimo, Emanuel Moravec, el ministro más comprometido con la colaboración, una especie de Laval checo. Pero es una figura demasiado local, la resonancia internacional en ese caso sería nula. Karl Hermann Frank es un poco más conocido, su ferocidad y su odio hacia los checos es legendaria, y encima es alemán, y de las SS. Podría ser una buena diana. Pero ya que hay que escoger a un alemán, y de las SS…

Imagino lo que debió de suponer, especialmente para el coronel Moravec, jefe de los servicios secretos checos, la perspectiva de asesinar al Obergruppenführer Heydrich, protector interino de Bohemia-Moravia, el verdugo de su pueblo, el carnicero de Praga, y también el jefe de los servicios secretos alemanes, en cierto sentido su homólogo.

Sí, ya que hay que hacerlo, ¿por qué no Heydrich?

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He leído un libro genial que tiene como trasfondo el atentado contra Heydrich. Es una novela escrita por un checo, Jiří Weil, que se titula
Mendelssohn está sobre el tejado
.

La novela toma su título del primer capítulo que se lee casi como una historia divertida: unos obreros checos están sobre el tejado de la Ópera, en Praga, para desmontar una estatua del compositor Mendelssohn por ser judío. La orden proviene de Heydrich, experto en música clásica y nombrado recientemente protector de Bohemia-Moravia. Pero allá arriba hay toda una fila de estatuas y Heydrich no ha precisado cuál de ellas es la de Mendelssohn. Por lo visto, aparte de Heydrich, nadie, ni siquiera entre los alemanes, es capaz de reconocerla. Pero nadie se atrevería a molestar a Heydrich por eso. El SS alemán que supervisa la operación decide entonces señalar a los obreros checos la estatua que tiene la nariz más grande, ya que buscan a un judío. ¡Pero, horror: empiezan a desmontar la de Wagner!

El desprecio será evitado de milagro, y, diez capítulos más tarde, la estatua de Mendelssohn será finalmente retirada. En sus esfuerzos para que no caiga al vacío, los obreros checos le rompen una mano al tumbarla. Esta divertida anécdota está basada en hechos reales: la estatua de Mendelssohn fue derribada en 1941 y, como en la novela, tenía una mano partida. Me pregunto si la mano fue pegada de nuevo más tarde. En todo caso, las peregrinaciones del pobre SS encargado del desmantelamiento, imaginadas por un hombre que ha vivido en ese periodo, son una cumbre de lo burlesco, típico de la literatura checa, siempre impregnada de ese humor tan particular, zalamero y subversivo, cuyo santo patrón es Jaroslav Hašek, el inmortal autor de las aventuras del bravo soldado Schwejk.

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Moravec observa la instrucción de sus comandos paracaidistas. Unos soldados en traje de faena corren, saltan y disparan. Repara en uno pequeño, ágil y enérgico, que vence a todos sus adversarios en el cuerpo a cuerpo. Le pregunta al instructor, un veterano inglés que ha servido en las colonias, qué tal se las arregla ese hombre con los explosivos. «Un experto», responde el inglés. ¿Y con las armas de fuego? «¡Un artista!» ¿Su nombre? «Jozef Gabčík.» Un nombre que suena a eslovaco. Lo llama inmediatamente.

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El coronel Moravec se dirige a los dos paracaidistas que ha seleccionado para la misión «Antropoide», el sargento Jozef Gabčík y el sargento Anton Svoboda, un eslovaco y un checo, tal como desea el presidente Beneš:

«Les supongo informados, por la radio y por los periódicos, de los absurdos asesinatos que se cometen en casa, entre nuestra gente. Los alemanes matan a los mejores de los mejores. Sin embargo, un hecho como ése no es más que el rasgo propio de la guerra, por tanto no hay que lamentarse ni llorar, sino combatir.

»En casa, los nuestros han luchado y ahora se encuentran en una situación que limita sus posibilidades. Ha llegado el momento de que los ayudemos desde el exterior. Una de las misiones de esa ayuda exterior les va a ser confiada a ustedes. El mes de octubre es el mes de nuestra fiesta nacional, la más triste desde nuestra independencia. Hay que destacar esa fecha de manera clamorosa. Se ha decidido hacerlo mediante un acción que entre en la historia, al mismo nivel que los asesinatos cometidos contra los nuestros.

»En Praga hay dos personas que encarnan ese exterminio: Karl Hermann Frank y Heydrich, el recién llegado. En nuestra opinión, y en conformidad con la opinión de nuestros superiores, hay que intentar que uno de los dos pague por todos, demostrando que devolvemos golpe por golpe. Es la misión que se les ha encargado. Volverán a la patria los dos y se apoyarán el uno al otro. Eso será fundamental, ya que, por razones que enseguida comprenderán, deberán realizar su tarea sin contar con la colaboración de los compatriotas que se quedaron en el país. Si les digo que no habrá colaboración, me estoy refiriendo a que hay que excluir su ayuda hasta que se haya cumplido la misión. Después, recibirán de ellos todo su apoyo. Ustedes solos deben decidir la manera de llevarla a cabo y el tiempo que necesiten. Se les lanzará en paracaídas en un lugar con las máximas garantías para el aterrizaje. Irán equipados con todo lo que podamos ofrecerles. Conocemos la situación en el país y seguro que recibirán la ayuda de aquellos de nuestros compatriotas a quienes se la pidan. Pero por su parte tendrán que actuar con prudencia y reflexión. Es inútil que les repita que su misión es de la máxima importancia histórica, y que el riesgo es muy grande. Depende de las consecuencias que provoquen con su pericia. Ya hablaremos cuando vuelvan del entrenamiento especial que les espera. Como ya les he dicho, la misión es muy seria. Tienen que asumirla con corazón sincero y leal. Si albergan dudas sobre lo que les he expuesto, díganlas.»

Gabčík y Svoboda no tienen ninguna duda, y aunque el alto mando se mostraba todavía indeciso sobre la elección del objetivo, como parece deducirse del discurso de Moravec, ellos saben ya de qué lado se inclina su corazón. Será el verdugo de Praga, el carnicero, la bestia rubia, quien deba pagar.

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El capitán Šustr se dirige a Gabčík: «Las noticias no son buenas.» A resultas de su accidente en paracaídas, durante un salto de entrenamiento, Svoboda, el segundo hombre de «Antropoide», el checo, padece de constantes y persistentes migrañas. Ha sido enviado a Londres, donde lo ha examinado un médico. Gabčík debe terminar su preparación en solitario, pero sabe que la misión «Antropoide» está por ahora suspendida. Su compañero no irá con él. «¿Ve a alguno entre nuestros hombres capaz de sustituirlo?», pregunta el capitán. «Sí, mi capitán, veo a uno», responde Gabčík.

Jan Kubiš puede hacer ya su entrada en el gran escenario de la Historia.

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Ahora, voy a sacrificar mis reticencias para retratar a los dos héroes mientras traduzco del inglés los informes de evaluación elaborados por el ejército británico.

JOZEF GABčÍK:

Soldado vivo de ingenio y disciplinado.

No posee la capacidad intelectual de otros, lento en la adquisición de conocimientos.

Absolutamente fiable y muy entusiasta, dotado de mucho sentido común.

Confía en sí mismo para las cuestiones prácticas, pero carece de confianza si se trata de un trabajo intelectual.

Buen conductor de hombres cuando se le respalda, y obedece las órdenes hasta en los menores detalles. Es sorprendentemente bueno en señalización.

Demuestra también poseer algunos conocimientos técnicos que pueden ser útiles (ha trabajado en una fábrica de gas tóxico).

Instrucción física: MB
[2]

Terreno: B

Cuerpo a cuerpo: MB

Manejo de armas: B

Explosivos: B (86%)

Comunicaciones: MB (12 palabras/minuto en morse)

Informes: MB

Lectura y trazado de mapa: BB (68%)

Conducción:

bici sí

moto no

coche sí

JAN KUBIŠ:

Un buen soldado tranquilo y de fiar.

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