Heliconia - Verano (38 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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En su larga y colorida carrera, el Capitán del Hielo Muntras había tenido que hacer algunas jugarretas tanto a amigos como a enemigos. Muchos desconfiaban de él; sin embargo sentía por Billy una suerte de afecto paternal, reforzado tal vez por las dificultades que experimentaba con su propio hijo, el ineficiente Div. A Muntras le gustaba el desamparo de Billy y valoraba la abundancia de conocimientos sorprendentes que parecía poseer. Billy era en verdad un mensajero de otro mundo; Muntras no tenía duda de ello. Estaba decidido a protegerlo contra cualquier peligro.

Pero antes de emprender viaje a su tierra de Dimanan aún debía atender un pequeño asunto. Su apacible viaje por el Takissa no había hecho olvidar a Muntras la promesa que hiciera a la reina. En el muelle principal de Ottassol llamó a su oficina a uno de sus capitanes, el encargado de su transporte costero Patán de Lordryardry, y puso ante él la carta de MyrdemInggala.

—Tú estás destinado a Randonan, ¿no es así?

—Y también a Ordelay.

—Entonces entregarás este documento al general borlienés Hanra TolramKetinet, del Segundo Ejército. Te hago personalmente responsable de que llegue a sus manos. ¿Has entendido?

En el muelle principal el Capitán del Hielo trasladó a Billy hasta el mejor barco de la flota, el Dama de Lordryardry. La nave estaba capacitada para transportar doscientas toneladas del mejor hielo. Ahora, ya de regreso, llevaba madera y cereal. Junto a un excitado Billy y un huraño Div.

Un viento favorable hinchó las velas hasta que las jarcias se estiraron y silbaron. La proa giró hacia el sur como el imán de una brújula, apuntando a la distante Hespagorat.

Las costas de Hespagorat, junto a los tristes animales que las habitaban, eran una visión familiar para quienes iban en la Estación Observadora Terrestre. Pero mostraron mucho interés cuando la frágil nave de madera que transportaba a Billy Xiao Pin se acercó a ellas.

El dramatismo no era un rasgo de la vida a bordo del Avernus. Se lo evitaba. Las emociones eran consideradas superfluas, tal como en "Acerca de la prolongación de una estación climática de Heliconia más allá del tiempo de una vida humana". Aun así, se evidenciaba una tensión dramática, especialmente entre los jóvenes de las seis grandes familias. Todos se veían forzados a vivir situaciones de aceptación o desacuerdo con los actos de Billy.

Muchos decían que era un inútil. Resultaba más difícil admitir que demostraba valor y una considerable habilidad para adaptarse a diferentes condiciones. Bajo las enardecidas disputas yacía la esperanza de que Billy convenciese a las gentes de Heliconia de que ellos, los avernianos, existían.

Era cierto que Billy parecía haber convencido a Muntras; pero Muntras no era considerado importante. Y había indicios de que Billy, tras haber convencido al Capitán del Hielo, no seguiría avanzando en esa dirección y se dedicaría a disfrutar deforma egoísta y superficial el resto de sus días hasta que el virus de hélico lo atacase.

La gran decepción era que Billy había fracasado con respecto a JandolAnganol y a SartoriIrvrash. Había que admitir, sin embargo, que ambos estaban preocupados por asuntos más inmediatos.

La pregunta que poca gente del Avernus se hacía, era qué habrían podido hacer el rey y su consejero si se hubiesen tomado la molestia de escuchar a Billy y de creer en la existencia de su "otro mundo". Porque esa pregunta llevaba a la reflexión de que Avernus era mucho menos importante para Heliconia que ésta para aquél.

Los éxitos y fracasos de Billy se comparaban con los de anteriores ganadores de la Lotería de Vacaciones de Heliconia. A decir verdad, pocos habían obtenido tan buenos resultados. A algunos los habían matado al llegar al planeta. A las mujeres les había ido peor que a los hombres; la atmósfera no competitiva del Avernus favorecía la igualdad sexual; en tierra, las cosas tenían un curso diferente y la mayoría de las mujeres ganadoras habían terminado sus vidas como esclavas. Una o dos personalidades fuertes habían conseguido que se diera crédito a sus historias, y en un caso se había desarrollado un culto religioso en torno del Salvador del Cielo (para citar uno de sus títulos). Ese culto desapareció cuando un grupo de Apropiadores destruyeron los pueblos donde vivían sus creyentes.

Las personalidades más fuertes habían ocultado por completo su origen, sobreviviendo gracias a su ingenio.

Todos los ganadores tenían una característica en común. A pesar de las advertencias muchas veces severas de los Consejeros, todos habían practicado, o al menos intentado, la relación sexual con los pobladores de Heliconia. Las mariposas buscaban siempre la llama más viva.

El trato recibido por Billy sólo fortaleció la general repulsa que sentían las familias hacia las religiones de Heliconia. El consenso de opinión era que esas religiones se oponían a una vida sensata y racional. Los habitantes —creyentes o no creyentes— vivían enredados en la falsedad, a juicio del Avernus. No se veía por ninguna parte la intención de vivir de un modo sosegado, considerando la propia vida como una forma de arte.

En la lejana Tierra las conclusiones serían distintas. Ese capítulo de la larga cabalgata de la historia que se refería a JandolAnganol, a SartoriIrvrash y a Billy Xiao Pin, sería visto con un dolor superior al que conocía el Avernus; un dolor en el cual se equilibraban de un modo maravilloso el desapego y la empatía. El desarrollo de casi todos los pueblos de la Tierra había superado la etapa en que las creencias religiosas se suprimen, se reemplazan por ideologías, se traducen a cultos de moda o se atrofian hasta constituir una fuente de referencias para el arte y la literatura. Los pueblos de la Tierra podían comprender cómo la religión permitía incluso a los laboriosos campesinos una vislumbre de la eternidad. Comprendían que quienes tenían menos poder experimentaban mayor necesidad de dioses. Comprendían que incluso Akhanaba empedraba el camino hacia un sentido religioso de la vida que pudiera prescindir de un dios.

Y lo que mejor comprendían era la razón que hacía a la raza de dos filos inmune a las perturbaciones de la religión; sus mentes eotemporales no alcanzaban ese desasosiego. Los phagors no eran capaces de aspirar a una altura moral que les permitiera humillarse ante falsos dioses.

Los materialistas del Avernus, a mil años luz de estas reflexiones, admiraban a los phagors. Veían que habían recibido mejor a Billy que en el palacio de Matrassyl. Algunos se preguntaban en voz alta si el próximo ganador de la Lotería de Vacaciones no debería probar suerte con los seres de dos filos, en la esperanza de conducirlos al destronamiento de los ídolos de la humanidad.

Se llegó a esa conclusión después de largas horas de discusiones cuidadosamente desarrolladas. Debajo de ella estaban los celos por la libertad de la humanidad heliconiana, incluso en su terrible situación; unos celos demasiado destructivos para que fuera posible enfrentarse a ellos dentro de los límites de la Estación Observadora Terrestre.

XIII - UN CAMINO HACIA UN ARMAMENTO SUPERIOR

El año pequeño avanzaba, aunque los efectos estacionales eran virtualmente borrados por la gran inundación del verano de Freyr. La Iglesia celebraba sus días especiales. Los volcanes estaban en erupción. Los soles giraban sobre las dobladas espaldas de los campesinos.

El rey JandolAnganol enflaquecía esperando que llegara su declaración de divorcio. Planeaba una nueva campaña en el Cosgatt para derrotar a Darvlish y recuperar en cierta medida su popularidad. Disfrazaba su angustia interior con una constante actividad nerviosa. Yuli, su runt, lo seguía a todas partes, junto con otras sombras que se desvanecían apenas el rey volvía hacia ellas su mirada de águila.

JandolAnganol rezó sus oraciones, se hizo flagelar por su vicario, se bañó y vistió, y salió al patio del palacio donde se encontraban los establos de los hoxneys. Llevaba puestos un rico keedrant con figuras de animales bordadas en él, pantalones de seda y altas botas de piel. Ceñía sobre el keedrant una coraza de cuero con adornos de plata.

Lapwing, su hoxney favorita, ya estaba ensillada. Montó en ella. Yuli corrió, llamándolo padre; JandolAnganol alzó a la criatura e hizo que se instalara detrás de él. Salieron al trote hacia el ondulado parque situado fuera del palacio. Un destacamento de la Primera Guardia Phagor acompañaba al rey a distancia respetuosa; en esos peligrosos tiempos, JandolAnganol depositaba en ella más confianza que nunca.

Sintió el aire tibio en sus mejillas. Respiró profundamente. Todo estaba empolvado de gris en honor del distante Rustyjonnik.

—Hoy habrá dizzpadoz —dijo Yuli.

—Sí, disparos.

En un valle donde los brassims elevaban sus hojas correosas había un blanco. Varios hombres de ropas oscuras hacían afanosos preparativos. Se quedaron inmóviles cuando llegó el rey, corroborando de ese modo que su sola presencia era capaz de congelar la sangre de sus súbditos. La Guardia Phagor se acercó silenciosamente y formó en línea, bloqueando la entrada del valle.

Yuli saltó de Lapwing y echó a correr de un lado a otro, indiferente a la situación. JandolAnganol permaneció en la montura, con el ceño amenazante, como si tuviese también el poder de congelarse a sí mismo.

Una de las figuras inmóviles se adelantó, dirigiéndole un saludo. Era un hombre pequeño y delgado de fisonomía poco corriente, que vestía la áspera indumentaria de arpillera de su profesión.

Se llamaba SlanjivalIptrekira. Ese nombre sonaba grosero y divertido. Quizás a causa de ese inconveniente, SlanjivalIptrekira ostentaba a su edad mediana unas vigorosas patillas, reforzadas por un vello en sus orejas digno de un phagor. Esto daba a su rostro amable cierta ferocidad, y lo hacía, además, más ancho que alto.

Se mordió los labios con gesto nervioso mientras sostenía la mirada de halcón del soberano. Su inquietud no era ocasionada por las implicaciones de su nombre, sino por el hecho de que era armero real y jefe de la Corporación de Herreros. Y porque seis arcabuces construidos bajo su dirección y copiados de una pieza de artillería sibornalesa serían puestos a prueba de inmediato.

Ésta era la segunda demostración. Seis prototipos anteriores, probados medio décimo antes, se habían negado a funcionar. Por eso SlanjivalIptrekira se mordía los labios; por eso le temblaban las rodillas.

El rey se mantenía erguido en su montura. Alzó la mano. Las figuras volvieron a la vida.

Seis sargentos phagor debían probar los arcabuces uno por uno. Avanzaron. Rostros bovinos sin expresión, enormes motas peludas contrastando con la escuálida anatomía de los armeros.

El nuevo ingenio de SlanjivalIptrekira parecía idéntico al modelo original. Su cañón era de un metro veinte de largo, e iba encajado a una culata de madera con ornamentos de plata que se curvaba hacia abajo para convertirse en un pie. Ambos estaban unidos con bandas de cobre. Para la construcción de tan sorprendente artefacto se había utilizado el mejor hierro que eran capaces de producir las forjas de la Corporación de Herreros. Como el modelo original, se cargaba por la boca mediante una baqueta.

El primer sargento phagor se acercó con el primer arcabuz. Lo sostuvo mientras un armero lo cargaba. Luego puso su rodilla en tierra de un modo que ningún ser humano podría imitar, puesto que su rodilla no se articulaba hacia atrás sino hacia adelante. Un trípode soportaba en parte el peso del arcabuz. El sargento apuntó.

—Preparados, majestad —dijo SlanjivalIptrekira, pasando ansiosamente la mirada delarma al rey. Éste hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. La mecha descendió. Chisporroteó la pólvora. Con una gran explosión, el arma se hizo añicos. El sargento cayó hacia atrás, lanzando un alarido gutural. Yuli corrió chillando hacia los arbustos. Lapwing se espantó. Los pájaros huyeron de los árboles.

JandolAnganol contuvo a su yegua.

—Prueba con el número dos.

Ayudaron a incorporarse al sargento; de su pecho y de su cara manaba un líquido parecido al pus. Un segundo sargento se dispuso a disparar. Su arcabuz explotó con mayor violencia que el primero. Astillas de madera golpearon la coraza del rey. El sargento perdió la mitad de su mandíbula. El tercer arcabuz se encasquilló. Después de varias tentativas la bala rodó al suelo. El armero real rió nerviosamente.

—Habrá mejor suerte ahora —dijo.

Y en efecto, la hubo. Disparó, y la bala se hundió en un costado del blanco. Era un gran blanco, para prácticas con arco y flechas, y no estaba más que a dos docenas de pasos, pero el tiro fue considerado un éxito.

El cañón del quinto arcabuz se abrió en canal. El sexto funcionó, aunque erró el disparo.

Los armeros formaban un grupo compacto y miraban el suelo.

SlanjivalIptrekira se acercó al rey. Volvió a saludar. Su bigote temblaba.

—Estamos haciendo progresos, majestad. Tal vez las cargas sean demasiado poderosas.

—Por el contrario, el metal es demasiado débil. Vuelve aquí dentro de una semana con seis armas perfectas, o desollaré a todos los miembros de tu corporación, empezando por ti, y te llevaré a Cosgatt aunque estés sin piel.

Alzó uno de los arcabuces estropeados, lanzó un silbido a Yuli y se alejó al galope hacia el palacio a través de la hierba gris.

El punto más recóndito del palacio-fortaleza, su corazón, si las fortalezas lo tienen, era sofocante. El cielo estaba cubierto y había un eco de ese cielo en cada esquina, cornisa, moldura, rincón y grieta, allí donde las cenizas del lejano Rustyjonnik se negaban a moverse. El rey sólo escapó de éstas cuando traspuso la gruesa puerta de madera y luego otra tan gruesa como la anterior.

A medida que los escalones descendían en espiral, la oscuridad y el frío lo rodeaban como una alfombra húmeda. Entró en el conjunto subterráneo de aposentos reservados a los huéspedes reales.

JandolAnganol atravesó tres habitaciones interconectadas. La primera era la más terrible: había servido como cuarto de la guardia, cocina, depósito de cadáveres y cámara de tortura, y aún contenía un equipo apropiado para esos roles anteriores. La segunda era un sencillo dormitorio con una litera, aunque también había servido como cámara mortuoria, y parecía más digna de ese fin. En la última habitación estaba VarpalAnganol.

El anciano rey estaba envuelto en una manta, con los pies apoyados en el hogar, donde ardían unos leños. Una alta ventana en la pared, a sus espaldas, dejaba que se filtrase la luz y definía su presencia como un bulto oscuro.

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