Heliconia - Primavera (54 page)

Read Heliconia - Primavera Online

Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
2.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Esto es la unión —dijo en voz muy baja.

A pesar de las burlas de sus amigas, anhelaba desesperadamente lo que representaba la estatuilla. También reconocía, como había hecho Shay Tal antes que ella, que el camino del conocimiento era un camino solitario.

¿Serían un par de amantes verdaderos cuyos nombres se habían perdido a lo lejos, en el pasado? Era imposible saberlo.

En el pasado estaba la explicación de muchas cosas futuras. Miró con desánimo el reloj astronómico que intentaba construir en madera, sobre la mesa, junto a la estrecha ventana. No estaba acostumbrada a trabajar la madera; y por otra parte, no lograba comprender el principio por el que el mundo seguía un determinado camino, como los cuatro mundos errantes, y también los dos centinelas.

De repente entendió que había una unión entre esas esferas: eran del mismo material, así como los amantes eran una sola piedra. Y tenía que haber una fuerza tan poderosa como la sexualidad para unirlas, misteriosamente, para que se movieran en una cierta dirección.

Se sentó ante la mesa y comenzó a desarmar ruedas y varillas reordenándolas de otro modo.

Estaba absorta cuando oyó que golpeaban a la puerta. Entró Raynil Layan, que miró rápidamente alrededor para ver si había alguien más en el cuarto.

La vio enmarcada por el rectángulo azul claro de la ventana: la luz le acariciaba el perfil. Tenía una bola de madera en la mano. Cuando él entró, se incorporó a medias; y él vio —porque siempre escrutaba a la gente— que por una vez Vry no parecía tan reservada. Sonreía nerviosamente; se alisaba la piel de miela sobre las turgencias del pecho. Raynil Layan cerró la puerta.

El maestro de los curtidores había alcanzado cierta grandeza por aquellos días. Tenía la barba bifurcada atada con dos cintas, como había aprendido de los extranjeros, y llevaba pantalones de seda. Hacía poco tiempo que dedicaba su atención a Vry, a quien había regalado objetos como el mapa de Ottaassaal, adquirido en Pauk, y cuyas teorías escuchaba con interés. Ella encontraba todo esto oscuramente excitante. Aunque desconfiaba de las maneras pulidas de Raynil Layan, se sentía halagada por ellas y por el interés que él demostraba.

—Trabajas demasiado, Vry —dijo él, alzando un dedo y una ceja—. Si pasaras más tiempo al aire libre, el color volvería a esas bonitas mejillas.

—Sabes que estoy ocupada con la academia, ahora que Amin Lim se ha ido con Shay Tal, y también con mi propio trabajo.

La academia florecía como nunca. Tenía edificio propio, y estaba principalmente a cargo de una asistenta de Vry. Llamaban a los hombres cultivados; cualquiera que pasara por Oldorando era invitado a hablar. Muchas ideas se ponían en práctica en los talleres, debajo de la sala de conferencias. Raynil Layan observaba personalmente todo lo que ocurría.

Paseó otra vez los ojos por la habitación. Al advertir la estatuilla entre el desorden de la mesa, la examinó de cerca. Ella enrojeció.

—Es muy vieja.

—Sí. Pero todavía muy popular.

Ella rió.

—Me refería al objeto.

—Y yo a su objetivo. —La depositó sobre la mesa, mirando a Vry con las cejas arqueadas. Apoyaba el cuerpo contra el borde de la mesa, de modo que rozaba las piernas de Vry.

Vry se mordió el labio y bajó la vista. Tenía sus propias fantasías eróticas acerca de ese hombre que no le gustaba demasiado, y todas le venían en tropel a la mente.

Pero Raynil Layan, como era su estilo, cambió de actitud. Luego de un instante de silencio, se apartó, se aclaró la garganta, y dijo con seriedad: —Vry, entre los peregrinos que acaban de llegar de Pannoval hay un hombre que no está cegado por la religión como el resto. Hace relojes, y trabaja el metal con precisión. La madera no te sirve. Traeré a ese artesano, si me lo permites, y tú lo instruirás para que construya el modelo.

—No es un simple reloj, Raynil Layan —respondió Vry, mientras lo miraba y se preguntaba si ella y él podían considerarse, de algún modo, hechos de la misma piedra.

—Comprendo. Tú le explicarás cómo es tu máquina. Yo le pagaré en moneda. Pronto tendré un puesto importante, y podré ordenar lo que desee.

Ella se puso de pie, para medir mejor estas palabras.

—He oído decir que te ocuparás de la Casa de la Moneda de Oldorando.

El entornó los ojos y la miró, mitad enojado, mitad sonriente.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Ya sabes cómo vuelan las noticias.

—Faralin Ferd ha vuelto a hablar.

—No piensas demasiado bien de él ni de Tanth Ein, ¿no es cierto?

Raynil Layan se encogió de hombros y tomó las manos de Vry: —Pienso en ti a todas horas. Tendré poder, y no me parezco a esos tontos ni a Aoz Roon. Creo que el conocimiento puede aliarse con el poder y reforzarlo… Sé mi mujer y tendrás lo que deseas. Vivirás mejor. Descubriremos cosas. Abriremos la pirámide que mi predecesor, el charlatán Datnil Skar, no consiguió abrir.

Vry escondió el rostro, preguntándose si un cuerpo tan delgado y un aletargado queme podrían atraer y retener a un hombre.

Soltándose, ella retrocedió. Las manos, ahora libres, le volaron como aves hasta la cara tratando de ocultar la turbación que sentía.

—No me tientes, no juegues conmigo.

—Necesitas tentaciones, mi querida.

Raynil Layan abrió el bolso que llevaba al cinto, y sacó algunas monedas. Las puso ante los ojos de ella como un hombre que tentara con forraje a un miela sin domesticar. Ella las examinó, acercándose cautelosamente.

—Las nuevas monedas, Vry. Míralas. Van a transformar Oldorando.

Las tres monedas estaban imperfectamente redondeadas y su impresión era tosca. Una pequeña moneda de bronce tenía la inscripción «Medio Roon»; otra mayor, de cobre, «Un Roon», y una pequeña, de oro, «Cinco Roons». En el reverso decían:

OLD

ORAN

DO

Vry rió, excitada, mientras las estudiaba. De alguna manera esas monedas representaban poder, modernidad, conocimiento.

—¡Roons! —exclamó—. ¡Qué maravilla!

—Precisamente, la llave de todas las maravillas.

Vry puso las monedas sobre la mesa gastada.

—Probaré con ellas tu inteligencia, Raynil Layan.

—¡Qué extraña forma de seducir a un hombre! —dijo él, riendo; pero miró la cara delgada de Vry y advirtió que ella hablaba en serio.

—Digamos que el Medio Roon es nuestro mundo, Hrl-Ichor. El gran Un Roon es Batalix. Esta pequeña moneda dorada es Freyr. —Con el dedo, hizo que el Medio Roon girara alrededor del Roon.—Así nos movemos en el aire. Una vuelta es un año; y durante ese tiempo, el Medio Roon ha girado como una pelota cuatrocientas ochenta veces. ¿Lo ves? Cuando creemos que el Roon se mueve, somos nosotros los que nos movemos en el Medio Roon. Sin embargo, el Roon no está inmóvil. Hay un principio general, parecido al amor. Así como un chico gira alrededor de su madre, así también gira el Medio Roon alrededor del Roon; y así también, acabo de pensarlo, gira el Roon alrededor de los cinco Roons.

—¿Acabas de pensarlo? ¿Una suposición?

—No. Simplemente observación. Pero nadie puede hacer una observación, por sencilla que sea, si no está predispuesto.

"En los solsticios de otoño y primavera, el Medio Roon se aleja al máximo del Roon. —Mostró la órbita.—Imagina que detrás de los Cinco Roons hay una cantidad de puntos diminutos que representan las estrellas fijas. Imagina también que estás en el Medio Roon. ¿Puedes hacerlo?

—Y más. Puedo imaginar que tú estás conmigo.

Vry pensó que él era rápido, y le tembló la voz mientras decía: —Pues estamos allí, y el Medio Roon va primero a este lado del Roon, y luego al otro… ¿Y qué observamos? Que los Cinco Roons parecen moverse sobre las estrellas fijas que están atrás.

—¿Parecen?

—En ese sentido, sí. El movimiento demuestra a la vez que Freyr está cerca, comparado con las estrellas, y que somos nosotros los que nos movemos.

Raynil Layan contempló las monedas.

—Entonces, ¿dices que las dos monedas menores se mueven alrededor de los Cinco Roons?

—Ya sabes que compartimos un secreto culpable. Sabes que tu predecesor mostró ilegalmente a Shay Tal el libro de la corporación… Por el calendario del Rey Denniss sabemos que éste es el año que él llamaría 446. El año 446 después de una persona: Nadir…

—He tenido mejores oportunidades que tú para estudiar ese calendario, querida; y también para comparar otras fechas. La fecha Cero, según el calendario de Denniss, fue un año de mucho frío y oscuridad.

—Eso es exactamente lo que pienso. Hace ahora 446 años desde que Freyr estuvo en el punto más débil. El brillo de Batalix no cambia nunca. El de Freyr sí, por alguna razón. Antes yo creía que se hacía más brillante o más opaco al azar. Pero ahora creo que el universo no se mueve al azar, como tampoco un río. Hay causas para las cosas; el universo es una máquina, como ese reloj astronómico que intenta imitarlo. Freyr se vuelve más brillante porque se acerca; no, al revés: porque nosotros nos acercamos a Freyr. Es difícil librarse de las viejas formas de pensar cuando están empotradas en el lenguaje. En el nuevo lenguaje, el Medio Roon y el Roon se acercan a los Cinco Roons…

Raynil Layan jugaba con las cintitas de la barba, pensando en lo que ella había dicho.

—¿Por qué la teoría del acercamiento es preferible a la de más brillante y más opaco?

Vry aplaudió.

—¡Qué pregunta tan inteligente! Si Batalix no pasa de la opacidad al brillo y viceversa, ¿por qué lo haría Freyr? El Medio Roon siempre se acerca al Roon, pero nunca lo alcanza; por eso pienso que el Roon se acerca al Cinco Roons del mismo modo, llevando consigo al Medio Roon. Y por eso ocurren los eclipses. —Hizo girar otra vez las monedas de menor valor.—¿Ves cómo el Medio Roon llega cada año a un punto en que los observadores situados en él —tú y yo— no pueden ver el Cinco porque el Roon se interpone? Eso es un eclipse.

—Entonces, ¿por qué no hay un eclipse todos los años? Si una parte de tu teoría está mal, todo está mal, así como un miela no puede correr en tres patas.

Eres inteligente, pensó ella; mucho más que y Laintal Ay, y me gustan los hombres inteligentes, aunque tengan pocos escrúpulos.

—Hay una razón. Pero no puedo demostrarla como corresponde. Por eso quiero construir este modelo. Ya lo verás.

El sonrió y le tomó nuevamente la mano delgada. Ella tembló como cuando había estado en el brassimipo.

—Mañana tendrás aquí a ese artesano, construyendo tu modelo en oro, según tu deseo, si aceptas ser mía y anunciar la noticia. Quiero que estés cerca, en mi cama.—Oh, tienes que esperar… por favor… por favor…

Vry cayó temblando en los brazos de él, que empezó a acariciarle el cuerpo. Me desea, pensaba ella, en un torbellino; Dathka no se atrevería de ese modo. Raynil Layan es más duro y mucho más inteligente. No tan malo como dicen. Shay Tal se equivocaba acerca de él. Se equivocaba acerca de muchas cosas. Y además, ahora las costumbres de Oldorando son distintas, y si me quiere, me tendrá.

—Oh, mis pantalones, ten cuidado… —Pero él estaba feliz por la prisa de ella. Vry sintió, vio la excitación creciente de él, que se inclinaba sobre ella. Gimió mientras él reía. Vry tuvo una visión de ambos cuerpos, una sola carne, girando entre las estrellas, presa de un gran poder universal, anónimo, eterno…

El hospital era nuevo y no estaba terminado. Se encontraba cerca del final de la ciudad, más allá de la que se llamaba Torre de Prast en los antiguos tiempos. Acudían allí los viajeros que enfermaban en el camino. Al otro lado de la calle estaba el establecimiento de un veterinario que atendía a los animales enfermos.

Tanto el hospital como el establecimiento veterinario tenían mala fama; se decía que se intercambiaban las respectivas herramientas. Sin embargo, el hospital era eficientemente dirigido por la primera mujer que llegó a ser miembro de la corporación de boticarios; una partera y profesora de la academia que todos llamaban Madre Escantion —Ma Escantion— por las flores que había insistido en poner en las salas a su cargo.

Un esclavo condujo a Laintal Ay hasta ella. Era una mujer alta y robusta de edad mediana, pecho abundante y expresión amable. Una de sus tías había sido la mujer de Nahkri. Laintal Ay y ella habían estado en buenos términos durante muchos años.

—Quiero que veas a dos pacientes que tengo en una sala aislada —dijo, sacando una de las muchas llaves que traía colgadas del cinto. No vestía mielas, sino una bata color azafrán, larga hasta el suelo.

Ma Escantion abrió una sólida puerta detrás del despacho.

Atravesaron la vieja torre y treparon por las rampas hasta llegar a la parte superior. Llegaba desde abajo el sonido de un clow, que tocaba un convaleciente. Laintal Ay reconoció la melodía: «Para, para, río Voral». El ritmo era ágil, pero de una melancolía que se adecuaba a la inútil exhortación del estribillo. El río corría, y no se detendría, nunca, ni por amor ni por la vida misma…

Cada piso de la torre estaba dividido en pequeñas salas o celdas, con una ventanilla corrediza en la puerta. Sin una palabra, Ma Escantion corrió la ventanilla, que ocultaba una reja, e indicó a Laintal Ay que mirara.

En la celda había dos camas, y un hombre en cada una, casi desnudos. Estaban contraídos, rígidos pero nunca del todo quietos. El hombre situado más cerca de la puerta, de abundantes cabellos negros, yacía con la columna vertebral arqueada y las manos unidas y apretadas por encima de la cabeza. Frotaba los nudillos contra la pared de piedra; sangraba y la sangre le corría por los brazos entre las venas azules. Torcía la cabeza, envarada, en un ángulo raro. Vio a Laintal Ay en la reja, y trató de mirarlo, pero la cabeza continuó el lento movimiento. Las arterias del cuello le sobresalían como cuerdas.

El segundo paciente, acostado debajo de la ventana, tenía los brazos apretados contra el pecho. Se enroscaba como una bola y volvía a desenroscarse, al tiempo que sacudía los pies, con tal violencia que los huesecillos le crujían. Miraba inquieto del suelo al techo y las paredes. Laintal Ay reconoció en él al hombre caído en la calle.

Ambos estaban mortalmente pálidos y cubiertos de sudor; un olor acre salía de la celda. Continuaron luchando contra invisibles contendientes mientras Laintal Ay cerraba la ventanilla.

—La fiebre de los huesos —dijo. Estaba junto a Ma Escantion, y trataba de verle la cara en la sombra.

Other books

The Good Life by Martina Cole
Romancing The Dead by Tate Hallaway
Ice Diaries by Revellian, Lexi
Edie Kiglatuk's Christmas by M. J. McGrath
Fool's Gold by Ted Wood
The Shadow of Mist by Yasmine Galenorn
INK: Fine Lines (Book 1) by Bella Roccaforte
Say You Love Me by Patricia Hagan