Read Heliconia - Primavera Online

Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (38 page)

BOOK: Heliconia - Primavera
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Y la voz del corusco del padre era como uñas que arañaran un cristal.

—Y además, muchacha ingrata, ¿por qué no fuiste un varón? Tú sabías, miserable fracaso, que yo necesitaba un hijo, un buen hijo que continuara el sufrimiento de nuestro linaje, y fui en cambio el hazmerreír de todos mis amigos, aunque tampoco me importa esa pandilla de cobardes, que huyeron del peligro, corrieron cuando aullaron los lobos, y yo corrí con ellos sin saber si seguiría viviendo, mi vida de nuevo, oh sí mi maldita vida y el viento frío que se mueve en los pulmones y en todas las articulaciones, en el rastro de los ciervos en libertad, las colas cortas y blancas, oh mi vida de nuevo, sin nada que ver con esa bruja sin sexo ni pechos que llamas tu madre, aquí metida dentro de esta piedra que no respira, la odio la odio te odio, basura charlatana aquí estarás un día muy pronto tú también sí aquí en la tumba para siempre ya lo verás.

Y había también otros mensajes de otras bocas secas, que se extendían hacia ella como viejos huesos de animales emergiendo del suelo, verdes y grises por el polvo, la edad, la envidia, y ponzoñosos al tacto.

El alma de Shay Tal como un velamen tembloroso aguardaba una respuesta entre los venenos. Y finalmente un mensaje pasó de una insensata boca seca a otra insensata boca seca, a través de la obsidiana, con algo parecido a una respuesta a través de los siglos cristalizados.

— … y todos nuestros ulcerados secretos, ¿por qué has de compartirlos tú, sucia espía con barro en la cabeza, por qué presumirás de compartir lo poco que aquí tenemos, destituidos y lejos del sol? Se ha perdido lo que antes fue conocimiento; ha goteado del fondo del cubo, a pesar de todo lo que se había prometido, y no comprenderías lo que queda, no comprenderías nada, puta, nada comprenderías excepto el estertor final del corazón que se apaga a pesar de tantas pretensiones, y Wutra qué importa si no ayudó a nuestros distantes fessupos cuando vivían. En los días del viejo frío de hierro, de la oscuridad, salieron los blancos phagors y atacaron la ciudad como un huracán esclavizando a los humanos, que adoraron a los nuevos amos con el nombre de Wutra, porque los dioses de los vientos glaciales imperaban…

—¡Basta, basta, no quiero oír más! —exclamó el alma, abrumada.

Pero la maligna ráfaga continuó soplando sobre ella.

—Tú has preguntado, has preguntado y no puedes soportar la verdad, alma humana, ya verás cuando vengas aquí. Para cumplir tu deseo de inútil sabiduría has de viajar lejos a la remota Sibornal y buscar allí la gran rueda, allí donde todo se hace y se sabe y donde todas las cosas se comprenden, como corresponde a la vida del otro lado de la amarga amarga tumba; pero bien, no, no te hará ningún bien, reseca y fracasada hija de los muertos, atisbar lo que es real o verdadero o probado, o testamento del tiempo, o aun al mismo Wutra… Sólo hay esta prisión donde nos encontramos todos sin motivo…

El alma, espantada, izó las velas y flotó hacia arriba a través de la siniestra mansión, a través de hileras e hileras de bocas que gritaban.

La palabra, la venenosa palabra, venía de los remotos fessupos. La meta era Sibornal y una gran rueda. Los fessupos eran embusteros, y una infinita furia los llevaba a una infinita maldad; pero sus poderes en ese sentido eran limitados. Parecía verdad que Wutra no sólo había abandonado a los vivos, sino también a los muertos.

El alma huyó angustiada, descubriendo, muy arriba, un lecho donde yacía un cuerpo descolorido e inmóvil.

Sobre la tierra, los procesos de cambio, los interminables períodos de cataclismos, se manifestaban a través de todas las criaturas vivas: los animales, los hombres y los phagors.

Los habitantes de Sibornal se movían todavía desde el continente del norte hacia el sur, por el traicionero istmo de Chalce, impulsados por un clima que mejoraba de vez en cuando, buscando tierras más hospitalarias. Los habitantes de Pannoval se expandían hacia el norte por las grandes llanuras. La gente empezaba a surgir en todas partes, en mil hábitats favorecidos. Al sur del continente de Campannlat, en las fortalezas costeras corno Ottatsol, la población se multiplicaba y engordaba merced a la abundancia del mar.

En esa reserva de vida, el mar, muchas cosas se movían. Seres sin rostro y de forma humana trepaban a la costa o eran arrastrados tierra adentro por las tormentas.

También los phagors. Amantes del frío, también ellos eran impulsados por el cambio y buscaban nuevos hábitats a lo largo de las octavas de aire propicias. En los tres inmensos continentes de Heliconia, los phagors se agitaban, se reproducían y combatían contra los Hijos de Freyr.

La cruzada del joven kzahhn de Hrastyprt, Hrr-Brahl Yprt, descendía lentamente de los altos desfiladeros de Nktryhk y atravesaba las montañas obedeciendo siempre a las octavas de aire. El kzahhn y sus asesores sabían que Freyr prevalecía poco a poco sobre Batalix, y que por lo tanto trabajaba contra ellos; pero ese conocimiento no hacía más rápida la marcha. Con frecuencia se detenían a atacar a los pueblos protognósticos que cruzaban humildemente descalzos los campos nevados, o a los miembros de su propia especie que les parecían hostiles. No tenían en los pálidos guarneses ninguna sensación de urgencia; sólo la de destino.

Hrr-Brahl Yprt montaba en Rukk-Ggrl, y llevaba el ave vaquera casi siempre posada sobre el hombro. A veces e! ave aleteaba por encima de la compañía, y miraba con ojos vidriosos la larga procesión de estalones y de gillotas, la mayoría a pie, que se extendía hasta los desfiladeros de las tierras más altas. Zzhrrk volaba sobre la corriente ascendente y podía así mantenerse directamente encima de su amo durante horas, con las alas desplegadas, moviendo sólo la cabeza de un lado a otro, alerta a las otras aves vaqueras que planeaban cerca.

Había pequeños grupos de pueblos protognósticos, en general madis, que intentaban llevar sus cabras hasta el próximo espino o arbusto de los hielos, y veían desde muy lejos las aves blancas. Gritaban y señalaban. Todos sabían qué significaban las distantes aves vaqueras. Y escapaban mientras era posible de la muerte o la cautividad. Y la insignificante garrapata que vivía en los phagors, hundida entre el pelaje, y que era un delicioso alimento para las aves vaqueras, fue sin saberlo el instrumento que salvó las vidas de muchos protognósticos.

También los madis tenían parásitos. Temían el agua; y los excrementos de cabra que se aplicaban a los cuerpos escuálidos aumentaban las llagas, en lugar de aliviarlas; pero estos insectos no desempeñaban un papel importante en la historia.

El orgulloso Hrr-Brahl Yprt, con el largo cráneo adornado por una corona, alzó la vista a la mascota que volaba muy alto y luego miró nuevamente al frente, atento a los peligros posibles. Vio los tres puños del mundo en su guarnés, y el lugar adonde llegarían por fin, donde vivían los Hijos de Freyr que habían matado al abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast. El abuelo había dedicado su vida a despachar enemigos en incontables cantidades. Asesinado por los Hijos en Embruddock, había perdido la posibilidad de entrar en brida, y así había sido destruido para siempre. El joven kzahhn admitía que no habían sido bastante activos en la matanza de Hijos de Freyr, entregándose con indulgencia a las majestuosas tormentas de nieve del Alto Nktryhk, para las que tan apropiada era la sangre amarilla.

Ahora se haría una reparación. Antes de que Freyr adquiriera demasiada fuerza, los Hijos de Freyr de Embruddock serían eliminados. Y él mismo podría desvanecerse en la paz eterna del estado de brida sin manchas en la conciencia.

Apenas estuvo bastante fuerte, Shay Tal se apoyó sobre el hombro de Vry y siguió el sendero que llevaba al viejo templo.

Las puertas habían sido reemplazadas por una cerca. En el oscuro interior, chillaban y se movían las cerdas. Aoz Roon había cumplido su palabra.

Las mujeres se abrieron paso entre los animales, y se detuvieron en el centro del espacio fangoso. Shay Tal miró la gran efigie de Wutra, de pelo blanco, rostro animal y largos cuernos.

—Entonces es verdad —dijo en voz baja—. Los fessupos no han mentido, Vry. Wutra es un phagor. La humanidad ha adorado a un phagor. Nuestra oscuridad es mucho mayor de lo que suponíamos.

Pero Vry miraba con esperanza las estrellas pintadas.

IX - DENTRO Y FUERA DE UNA PIEL DE MIELA

Las encantadas soledades empezaron a demarcar las costas de los ríos con árboles de gruesos troncos. Nieblas y neblinas se elevaban de los arroyos nuevos.

El gran continente de Campannlat tenía unos veintidós mil kilómetros de largo por ocho mil de ancho. Ocupaba la mayor parte de la zona tropical en todo un hemisferio del planeta Heliconia. Había en él dramáticos extremos de temperatura, profundidad, altura, calma y tempestad. Y ahora despertaba a la vida.

Un proceso de edades llevaba al continente, grano por grano, montaña a montaña, hacia los turbios mares que le ceñían las costas. Una tendencia similar, igualmente despiadada y de largo alcance, aumentaba los niveles de energía. El cambio del clima aceleraba el metabolismo y el fermento de los dos soles estallaba en las venas del mundo: temblores, hundimientos, erupciones volcánicas, fumarolas, inmensas supuraciones de lava. La cama del gigante crujía.

Estas tensiones hipogeas operaban también en la superficie planetaria, donde de los viejos mantos helados brotaban tapices de color y altas lanzas verdes antes de que los últimos restos de nieve se pudrieran en el suelo, tan apremiante era la llamada de Freyr, Pero las semillas habían estado esperando ese momento ventajoso. La flor respondía a la estrella.

Después de la flor, nuevamente la semilla. Pero esas semillas suplían los requisitos energéticos de los nuevos animales que corrían por las nuevas praderas. También los animales habían estado esperando ese momento. Las especies proliferaban. Los estados cristalinos de cataplexia se desvanecían con rapidez. La muda dejaba montones de pelaje invernal desechado, que las aves utilizaban inmediatamente en los nidos, al tiempo que el estiércol proveía de alimentos a los insectos.

En las largas nieblas pululaban unos pájaros veloces.

Una multitudinaria vida alada centelleaba como joyas sobre lo que un momento antes había sido sólo un glaciar estéril. En una tormenta de vida, los mamíferos se precipitaban a galope tendido hacia el verano.

Los múltiples cambios terrestres que seguían al inexorable cambio astronómico eran tan complejos que ningún hombre o mujer podía comprenderlos. Pero el espíritu humano respondía ante ellos. Los ojos se abrían y volvían a ver. En todo Campannlat, en la savia de los abrazos humanos había una nueva pasión.

La gente era más sana, y sin embargo las enfermedades se difundían. Las cosas mejoraban, y sin embargo empeoraban. Más gente moría, y sin embargo más gente vivía. Había más comida, pero más gente hambrienta. La causa de todas estas contradicciones estaba en el exterior. Freyr llamaba, y hasta los sordos respondían.

El eclipse anticipado por Vry y Oyre ocurrió pronto. Para ellas, que lo esperaban, fue motivo de satisfacción, pero la mayoría se alarmó. Ambas pudieron ver cómo se espantaban los no iniciados. Aun Shay Tal cerró los ojos y se echó en la cama. Los osados cazadores no se movieron de la aldea. Los ancianos tuvieron síncopes.

Sin embargo, el eclipse no fue total.

La lenta erosión del disco de Freyr comenzó muy temprano, por la tarde. Quizá lo más inquietante era la duración de todo el asunto. Hora tras hora, la erosión de Freyr aumentaba. Cuando los soles se pusieron, estaban aún entrelazados. No había ninguna garantía de que volvieran a aparecer, o de que aparecieran enteros. La mayor parte de la población salió al campo para contemplar ese crepúsculo sin precedentes. En un silencio de ceniza, los mutilados centinelas se hundieron en el horizonte.

—¡Es la muerte del mundo! —gritó un mercader—. ¡Mañana volverá el hielo!

Mientras descendía la oscuridad, estalló el tumulto. La gente corría enloquecida, llevando antorchas. Un edificio nuevo de madera fue incendiado.

Sólo la intervención inmediata de Aoz Roon, Eline Tal y algunos amigos de brazos poderosos impidió la generalización de la locura. Un hombre murió en el incendio y el edificio se perdió, pero el resto de la noche fue tranquilo. A la mañana siguiente apareció Batalix, como de costumbre, y Freyr, entero. Todo estaba bien; pero los gansos de Embruddock no pusieron huevos durante una semana.

—¿Qué ocurrirá el año próximo? —se preguntaron mutuamente Oyre y Vry. Al margen de Shay Tal, empezaron a trabajar con seriedad en el problema.

En la Estación Observadora Terrestre, los eclipses eran meramente una parte del modelo determinado por la intersección de las eclípticas de la Estrella A y la Estrella B, que se cortaban en un ángulo de diez grados. Las intersecciones ocurrían 644 y 1.428 años terrestres después del apastrón (453 y 1.005 en años heliconianos). A ambos lados de las intersecciones había eclipses anuales; en el caso del año 453, una imponente exhibición de veinte eclipses.

El eclipse parcial de 632, heraldo de la serie de veinte, fue contemplado por los investigadores de la Estación Observadora con decoroso desapego científico. Los rudos seres que se movían por las callejuelas de Embruddock merecieron la compasiva sonrisa de los dioses que volaban a gran altura.

Después de las nieblas, después del eclipse, inundaciones. ¿Cuál era la causa, cuál el efecto? Nadie que vadeara el fango residual podía saberlo. Los rebaños de ciervos abandonaron las tierras al este de Oldorando, hasta la Laguna del Pez y más allá, y el alimento escaseaba. El crecido Voral era una barrera hacia el oeste, donde se veía abundante vida animal.

Aoz Roon demostró que era apto para el mando. Hizo las paces con Laintal Ay y con, y con ayuda de ellos indujo a los ciudadanos a construir un puente sobre el río.

Jamás, en la memoria de los vivos, se había intentado un proyecto semejante. La madera escaseaba y era preciso cortar un rajabaral entero en trozos adecuados. La corporación de los herreros fabricó dos largas sierras con las que derribaron un árbol conveniente. Se levantó un taller temporario entre la casa de las mujeres y el río. Las dos barcas robadas a los merodeadores de Borlíen fueron cuidadosamente desmanteladas para construir parte de la superestructura. El rajabaral se convirtió en una selva de tablas, postes, cuñas y listones. Durante semanas todo el lugar pareció un aserradero; virutas rizadas flotaban río abajo entre los gansos; Oldorando estaba cubierta de aserrín y los dedos de los trabajadores atravesados de astillas. Con gran dificultad se transportaban y hundían en el lecho del río unos enormes pilotes. Los esclavos estaban metidos hasta el cuello en el agua, atados unos a otros para mayor seguridad; asombrosamente, no se perdió ninguna vida.

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