Heliconia - Primavera (17 page)

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Authors: Bryan W. Addis

BOOK: Heliconia - Primavera
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Era la historia del pasado, y mucho más. Era todo el arte que tenía la tribu. No conocían la música, ni la pintura, ni la literatura, ni casi nada que fuera hermoso. El frío había devorado los primeros brotes. Pero quedaba el pasado que era como un sueño, y que sobrevivía para ser contado.

Nadie escuchaba con más atención este relato que Laintal Ay, cuando lograba mantenerse despierto. Uno de sus temas era la unión de dos partes en conflicto; lo comprendía bien, pues el conflicto escondido en esa unión -para la tribu artículo de fe- era parte de la vida familiar. Sólo más tarde, cuando creció, descubrió que nunca había habido ninguna unión, sólo disensiones encubiertas. Pero los narradores que se habían reunido en esa habitación sofocante, en el Año Diecinueve después de la Unión, conspiraban complacidos contando la Gran Historia como si el tema principal fuera la unidad y el éxito. En eso consistía el arte de narrar.

Los narradores se ponían de pie uno tras otro, declamando su parte con poca o mucha desenvoltura. Los primeros hablaron del Gran Yuli, y de cómo había venido desde los blancos desiertos del norte de Pannoval hasta el lago helado de Dorzin. Pero una generación da paso a otra, incluso en la leyenda, y pronto se alzaba otro narrador para recordar a aquellos, apenas menos poderosos, que habían seguido a Yuli. Quien hablaba ahora era la partera, Rol Sakil, que tenía a su lado a su hombre y a su bonita hija, Dol; ponía cierto énfasis en los aspectos más picantes del relato, cosa que era muy apreciada por la audiencia.

Mientras Laintal Ay dormitaba en el cuarto sofocante, Rol Sakil habló de Si, hijo de Yuli y de Iskador. Si llegó a ser el principal cazador de la tribu, y todos le temían, porque sus ojos miraban en distintas direcciones. Tornó una mujer nacida en el lugar, llamada Cretha o, según el estilo de su propia tribu, Cre Tha Den, que le dio un hijo llamado Orfik y una hija llamada Iyfilka. Orfik e Iyfilka crecieron fuertes y valerosos, en una época en que era raro que los dos hijos de una familia sobrevivieran. Iyfilka iba con Sargotth, o Sar Gotth Den, a pescar myllks -los peces de dos brazos -debajo del hielo, en el lago Dorzin. Iyfilka dio a Sar Gotth un hijo al que llamaron Dresyl Den, un nombre famoso en la leyenda. Dresyl era el padre de los famosos hermanos Nahkri y Klils (risas). Dresyl era el tío abuelo de Laintal Ay.

—Te adoro, niñito mío —solía decir Iyfilka a su hijo, acariciándolo y sonriéndole. Pero en esa época las tribus de phagors recorrían los hielos en trineos tirados por kaidaws, atacando los asentamientos humanos. Tanto la dulce Iyfilka corno Sar Gotth perecieron en una de estas incursiones, mientras corrían por la desierta orilla del lago. Más tarde, hubo quien reprochó a Sar Gotth, por cobarde, o por no haber estado atento.

Llevaron al huérfano, Dresyl, a vivir con el tío Orfik, que tenía ya un hijo llamado Yuli, o Pequeño Yuli, como el bisabuelo. Aunque creció hasta alcanzar gran estatura, se llamó siempre Pequeño Yuli, en homenaje a la grandeza de su antepasado. Dresyl y Pequeño Yuli se hicieron amigos inseparables, y nunca dejaron de serlo a pesar de las pruebas que les tocó soportar. Ambos fueron en la juventud grandes luchadores y hombres sensuales que seducían a las mujeres den y causaban muchos problemas. Se podrían contar muchas cosas de ese tenor, si no estuvieran presentes ciertas personas (risas).

Todos decían que los primos hermanos Dresyl y Yuli eran muy parecidos, con fuertes caras oscuras, narices de halcón, pequeñas barbas rizadas y ojos vivos. Ambos eran despiertos y de buena talla. Ambos llevaban píeles de la misma clase y capuchas con adornos. Algunos enemigos profetizaban que tendrían igual destino, pero no fue así, como la leyenda explicará.

Por cierto, los hombres y mujeres ancianos cuyas hijas estaban en peligro anunciaban que la terrible pareja acabaría mal, y deseaban que ese día llegara cuanto antes. Sólo las hijas, acostadas con las piernas abiertas en la oscuridad y los amantes encima, sabían qué beneficiosos eran los primos hermanos, y qué diferentes uno del otro; sabían que interiormente Dresyl era un hombre duro, y Yuli suave y cosquilleante como una pluma. En este punto de la historia, Laintal Ay despertó. Se preguntó, soñoliento, cómo podía ser que el abuelo, tan encorvado, tan lerdo, hubiese hecho cosquillas alguna vez a las muchachas.

Uno de los hombres de las corporaciones continuó el relato.

Los viejos y el chamán de la tribu del lago se reunieron para decidir cómo castigar la concupiscencia de Dresyl y Yuli. Algunos escupían ira al hablar, porque en el fondo de sus corazones estaban celosos. Otros hablaban virtuosamente porque, a causa de la vejez, no podían seguir otro camino. (El narrador expuso crudamente esta sencilla sabiduría con una voz aflautada que hizo reír a la audiencia.)

La condena fue unánime. Aunque las enfermedades y las incursiones de los phagors diezmaban la tribu y todos los cazadores eran necesarios, los ancianos decidieron que Pequeño Yuli y Dresyl debían ser expulsados del poblado. Por supuesto, no se permitió que ninguna mujer hablase en favor de los amigos.

Se transmitió la decisión. Yuli y Dresyl no podían hacer otra cosa que marcharse. Mientras recogían sus armas y bienes, un trampero llegó medio muerto al campamento. Pertenecía a una tribu de la costa oriental del lago. Dijo que los phagors se acercaban nuevamente, esta vez en mayor número, a través del hielo. Mataban a todos los humanos que encontraban. Esto ocurría en el tiempo del doble ocaso.

Aterrorizados, los hombres del poblado pusieron a buen recaudo mujeres y posesiones e incendiaron las casas. En seguida marcharon hacia el sur. Yuli y Dresyl iban con ellos. Detrás, el fuego se alzaba en mantos negros y rojos, hasta que por último el lago se perdió de vista. Siguieron el río Voral, viajando día y noche, porque Freyr brillaba de noche en esa época. Los cazadores más capaces iban delante y a los lados del cuerpo principal, para alimentarlo y protegerlo. En esa emergencia, los pecados de Yuli y Dresyl fueron provisionalmente olvidados.

El grupo estaba formado por treinta hombres, incluyendo a los cinco ancianos, treinta y seis mujeres, y diez niños de menos de diez años, la edad de la pubertad. Disponían de trineos, tirados por asokins y por perros. Les seguían numerosas aves y varias clases de perros; algunos eran poco más que lobos o chacales, o cruzamientos de ambos. Los cachorros de estos animales se daban a los niños, para que jugaran.

El viaje prosiguió varios días. La temperatura era agradable, aunque la caza escaseaba. Un alba de Freyr, los cazadores Baruin y Skelit, destacados como exploradores, regresaron diciendo que habían alcanzado a ver una extraña ciudad.

—El río se encuentra con un torrente helado, y el agua se eleva con gran ruido. Y hay unas poderosas torres de piedra que se alzan hacia el cielo. —Ese fue el informe de Baruin, y la primera descripción de Embruddock.

Dijo que las torres de piedra estaban dispuestas en hileras, y adornadas con cráneos pintados de brillantes colores, como signo de advertencia a los intrusos.

Se encontraban en un valle rocoso, discutiendo qué hacer. Llegaron otros dos cazadores; arrastraban a un trampero a quien habían capturado mientras volvía a Embruddock. Lo arrojaron al suelo a puntapiés. El hombre dijo que en Embruddock vivía la tribu den, y que eran pacíficos.

Al saber que había más dens, los cinco ancianos dijeron inmediatamente que eludirían la ciudad, dando un rodeo. Fueron acallados a gritos. Los jóvenes dijeron que tenían que atacar en seguida; luego serían aceptados sobre una base de igualdad por esa tribu de distante parentesco. Las mujeres aprobaron a gritos, pensando que sería agradable vivir en edificios de piedra.

La excitación creció. El trampero fue apaleado hasta la muerte. Todos, hombres, mujeres y niños mojaron los dedos en la sangre y bebieron, para poder vencer antes de que terminara el día.

El cuerpo fue arrojado a los perros y los pájaros.

—Dresyl y yo nos adelantaremos para estudiar la situación —dijo Pequeño Yuli, Miró con aire desafiante a los hombres de alrededor; ellos bajaron la vista sin decir nada-. Venceremos. Si es así, seremos los que mandan y no aguantaremos más tonterías de estos ancianos. Si perdemos, arrojad nuestros cuerpos a los animales.

—Y —dijo el siguiente narrador— ante el valeroso discurso de Pequeño Yuli, los compañeros caninos dejaron de comer, alzaron la cabeza, y ladraron mostrándose de acuerdo—. Los presentes sonrieron seriamente, recordando ese detalle del pasado que era como un sueño.

Luego la historia de ese pasado se hacía más tensa. La audiencia bebía menos rathel mientras oía cómo Dresyl y Pequeño Yuli, los primos hermanos, habían planeado tomar la ciudad silenciosa. Con ellos fueron cinco héroes escogidos, cuyos nombres eran recordados por todos: Baruin, Skelit, Maldik, Curwayn y el Gran Afardl, que murió ese mismo día, y a manos de una mujer.

El resto del grupo permaneció donde estaba, para que el ruido de los perros no espantara la presa.

Del otro lado del río helado no había nieve. Crecía la hierba. El agua caliente se proyectaba al aire, en cortinas de vapor.

—Es verdad —dijeron los presentes—. Todavía es así.

Una mujer llevaba unos cerdos peludos y negros por un sendero. Dos niños jugaban desnudos en el agua. Los invasores miraban.

Vieron nuestras torres de piedra, fuertes, ruinosas, dispuestas en calles, Y la vieja muralla de la ciudad reducida a escombros. Se maravillaron.

Dresyl y Yuli rodearon, solos, Embruddock. Vieron nuestras torres tan rectas, con paredes inclinadas hacia adentro, de modo que la habitación más elevada es siempre más pequeña que las inferiores. Vieron cómo guardábamos nuestros animales en el piso bajo, para tener más calor, y la rampa que protege al ganado contra las inundaciones del Voral. Vieron las calaveras de animales, brillantemente pintadas, puestas en la parte de fuera para asustar a los intrusos. Siempre tuvimos una hechicera, ¿no es así, amigos? En este momento, era Loil Bry.

Pues bien: los primos hermanos vieron también a dos ancianos centinelas en la parte superior de la gran torre -esta misma, amigos-, y en un instante subieron y mataron a los barbas grises. Corrió la sangre, he de decir.

—La flor —dijo alguien.

Ah, sí. Las flores son importantes, ¿Recordáis que la gente del lago decía que los primos hermanos encontrarían un mismo destino? Sin embargo, cuando Dresyl sonrió y dijo: «Gobernaremos bien esta ciudad», Yuli estaba mirando las florecillas que crecían a sus pies, unas flores de pétalos claros, probablemente de escantion.

—El clima es bueno —dijo, sorprendido, Yuli; arrancó una flor y se la comió.

Se atemorizaron al oír por vez primera el ruido del Silbador de Horas, pues nada sabían de este famoso geiser, que todos conocemos. Se recuperaron y se prepararon para el momento en que los centinelas del cielo se pusieran y los cazadores de Embruddock retornaran a la ciudad, sin sospechar nada, trayendo los despojos de la caza.

Laintal Ay se despertó del todo. En el pasado que era como un sueño había batallas, y ahora se iba a narrar una de ellas. Pero el nuevo narrador dijo: —Amigos, todos tenemos antepasados que participaron en la batalla que vino después, y que hace mucho se marcharon al mundo de los coruscos, aun si no murieron en aquella temprana ocasión. Bastará decir que todos los presentes lucharon con valentía.

Pero era joven y no pudo pasar tan a la ligera por la parte más interesante, de modo que continuó, con los ojos encendidos.

Aquellos inocentes y heroicos cazadores fueron sorprendidos por la estratagema de Yuli. De pronto brotó el fuego en la torre techada de hierba, y altas flores de llamas se elevaron en el aire de la noche. Los cazadores gritaron, alarmados, abandonaron las armas y corrieron a ver qué podían hacer.

Piedras y lanzas llovieron sobre ellos desde lo alto de la torre vecina. Los invasores armados aparecieron gritando y arrojando lanzas contra los cuerpos desguarnecidos. Los cazadores resbalaban y caían en su propia sangre, pero consiguieron matar a algunos invasores.

Vuestros primos hermanos ignoraban que en la ciudad hubiera tantos hombres armados. Eran los bravos hombres de las corporaciones. Salían de todas partes. Pero los invasores, desesperados, se ocultaron en las casas de que se habían apoderado. Hasta los muchachos tuvieron que pelear entre ellos, algunos que ahora están entre vosotros, ya ancianos.

El fuego se difundió. Las chispas volaban como la paja aventada del grano. La carnicería continuaba en las calles y las zanjas. Nuestras mujeres sacaban las espadas de los muertos para luchar contra los vivos.

Todos combatieron con valor. Pero la osadía y la desesperación triunfaron entonces, así como el hombre que hoy ha descendido al mundo de los coruscos, a reunirse con sus antepasados. Finalmente, los defensores dejaron caer las armas y huyeron desapareciendo en la creciente oscuridad.

Dresyl estaba exaltado. Una furia vengadora le subía a la cabeza. Había visto morir al Gran Afardl, asesinado a traición por una mujer.

—¡Ésa fue mi excelente abuela! —exclamó Aoz Roon, mientras de todas partes brotaban risas y aplausos—. Siempre hubo valientes en nuestra familia. Somos de Embruddock, y no de Oldorando.

A causa de la cólera, casi no se podía reconocer a Dresyl. La cara se le puso negra. Ordenó a los suyos que persiguieran y mataran a todos los hombres sobrevivientes de Embruddock. Ordenó, amigos, que reunieran a las mujeres en el establo de esta misma torre. Qué día terrible fue aquél en nuestros anales…

Pero los triunfadores, encabezados por Yuli, se impusieron a Dresyl y dijeron que no hubiera más matanza. La matanza genera amargura. Desde el día siguiente, todos vivirían en paz organizados en una fuerte tribu, o muy pocos sobrevivirían.

Estas palabras sabias nada significaban para Dresyl. Se debatió hasta que Baruin trajo un cubo de agua fría y se lo arrojó. Entonces Dresyl cayó como desmayado, y durmió el sueño sin sueños que sólo sobreviene después de las batallas.

Baruin le dijo a Yuli: -Y duerme tú también, con Dresyl y los demás. Yo vigilaré, para que no nos sorprenda un contraataque.

Pero Pequeño Yuli no pudo dormir. No le había dicho nada a Baruin, pero estaba herido y mareado. Se sentía próximo a la muerte, y salió fuera tambaleándose, para morir bajo el cielo de Wutra. Allí Freyr estaba ya a punto de ascender, porque era el tercer cuarto. Bajó por la calle principal, donde la hierba crecía densa en el cieno. El alba de Freyr era del color del barro, y Pequeño Yuli vio cómo un perro vagabundo se alejaba, con la panza llena, del cadáver de un cazador. Se apoyó contra una pared en ruinas, respirando profundamente.

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