Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—Mira… —murmuró Harry sin pensar lo que iba a decir; pero daba lo mismo porque en ese instante la puerta del túnel se abrió detrás de él.
—¡Hemos recibido tu mensaje, Neville! ¡Hola, chicos! ¡Ya me imaginé que os encontraría aquí! —Eran Luna y Dean.
Seamus dio un grito de júbilo y corrió a abrazar a su mejor amigo.
—¡Hola a todos! —saludó Luna con júbilo—. ¡Qué contenta estoy de haber vuelto!
—¡Luna! —exclamó Harry, confuso—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has…?
—Yo la he llamado —dijo Neville mostrándole el galeón falso—. Les prometí a Ginny y a ella que si volvías les avisaría. Todos creíamos que si regresabas sería para hacer la revolución. Suponíamos que íbamos a derrocar a Snape y los Carrow.
—Pues claro que eso es lo que vamos a hacer —repuso Luna alegremente—, ¿verdad, Harry? Los vamos a echar de Hogwarts, ¿no?
—Escuchad —dijo Harry, cada vez más asustado—. Lo siento, pero no hemos vuelto para eso. Tenemos que hacer algo, y luego…
—¿Nos vas a dejar tirados? —preguntó Michael Córner.
—¡No! —saltó Ron—. Lo que vamos a hacer os acabará beneficiando a todos, al fin y al cabo es para librarnos de Quien-tú-sabes…
—¡Entonces dejadnos ayudar! —insistió Neville, ceñudo—. ¡Queremos participar!
Harry oyó otro ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Sintió como si dejara de latirle el corazón: Ginny estaba entrando por el hueco de la pared, y la seguían Fred, George y Lee Jordan. Ginny lo miró y compuso una sonrisa radiante. Harry había olvidado lo guapa que era —o nunca se había fijado bien—, pero jamás se había alegrado menos de verla.
—Aberforth está un poco mosqueado —dijo Fred alzando una mano para responder a los saludos de los chicos—. Quería echar una cabezadita, pero su bar se ha convertido en una estación de ferrocarril.
Harry se quedó con la boca abierta, porque detrás de Lee Jordan apareció su ex novia, Cho Chang. Ella le sonrió.
—Recibí el mensaje —dijo Cho mostrándole el galeón falso, y fue a sentarse junto a Michael Corner.
—Bueno, ¿qué plan tienes, Harry? —preguntó George.
—No tengo ningún plan —contestó el muchacho, desorientado por la repentina aparición de todos sus compañeros e incapaz de asimilar la situación mientras la cicatriz siguiera doliéndole tanto.
—Ah, entonces improvisaremos, ¿no? ¡Me encanta! —dijo Fred.
—¡Tienes que hacer algo para detener esto! —le dijo Harry a Neville—. ¿Por qué les has pedido a todos que volvieran? ¡Es una locura!
—Vamos a luchar, ¿no? —dijo Dean sacando también su galeón falso—. El mensaje decía que Harry había vuelto y que íbamos a pelear. Pero tendré que conseguir una varita mágica…
—¿No tienes varita? —preguntó Seamus.
De pronto Ron se volvió hacia Harry y le dijo:
—¿Qué hay de malo en que nos ayuden?
—¿Cómo dices?
—Mira, son capaces de hacerlo. —Ron bajó la voz y, sin que lo oyera nadie más excepto Hermione, que estaba entre ambos, susurró—: No sabemos dónde está y disponemos de poco tiempo para encontrarlo. Además, no tenemos por qué revelarles que es un
Horrocrux
.
Harry se quedó mirándolo y luego consultó con la mirada a Hermione, que murmuró:
—Creo que Ron tiene razón. Ni siquiera sabemos qué estamos buscando. Los necesitamos. —Y al ver que Harry no parecía convencido, añadió—: No tienes por qué hacerlo todo tú solo.
El chico intentó pensar lo más rápidamente posible, aunque todavía le dolía la cicatriz y la cabeza volvía a amenazar con estallarle. Dumbledore le había advertido que no hablara de los
Horrocruxes
con nadie, salvo Ron y Hermione. «Nosotros crecimos rodeados de secretos y mentiras, y Albus… tenía un talento innato para eso…» ¿Estaba haciendo él lo mismo que Dumbledore, es decir, guardarse sus secretos, sin atreverse a confiar en nadie? Pero Dumbledore había confiado en Snape, ¿y qué había conseguido con eso? Que lo asesinaran en la cima de la torre más alta…
—De acuerdo —les dijo en voz baja—. Está bien, escuchad… —se dirigió a los demás, que dejaron de armar jaleo.
Fred y George, que estaban contando chistes a los que tenían más cerca, guardaron silencio, y todos miraron a Harry, emocionados y expectantes.
—Estamos buscando una cosa, una cosa que nos ayudará a derrocar a Quien-vosotros-sabéis. Está aquí, en Hogwarts, pero no sabemos dónde exactamente. Es posible que perteneciera a Ravenclaw. ¿Alguien ha oído hablar de un objeto que perteneciera a la fundadora de la casa, o ha visto alguna vez un objeto con el águila dibujada, por ejemplo?
Miró esperanzado al grupito de miembros de Ravenclaw —Padma, Michael, Terry y Cho—, pero fue Luna la que contestó, encaramada en el brazo de la butaca de Ginny.
—Bueno, está la diadema perdida. Ya te hablé de ella, ¿lo recuerdas, Harry? La diadema perdida de Ravenclaw. Mi padre está intentando hacer una copia.
—Sí, pero la diadema perdida —intervino Michael Córner poniendo los ojos en blanco— se perdió, Luna. Ese es el quid de la cuestión.
—¿Cuándo se perdió? —preguntó Harry.
—Dicen que hace siglos —respondió Cho, y a Harry le dio un vuelco el corazón—. El profesor Flitwick dice que la diadema se esfumó cuando desapareció la propia Rowena. Mucha gente la ha buscado —añadió mirando a sus compañeros de Ravenclaw—, pero nadie ha encontrado nunca ni rastro de ella, ¿no?
Todos negaron con la cabeza.
—Perdón, pero ¿qué es una diadema? —preguntó Ron.
—Es una especie de corona —contestó Terry Boot—. Dicen que la de Ravenclaw tenía poderes mágicos, como el de aumentar la sabiduría de quien la llevara puesta.
—Sí, los sifones de
torposoplo
de mi padre…
Pero Harry interrumpió a Luna:
—¿Y nadie ha visto nunca nada parecido?
Todos volvieron a negar con la cabeza. Harry miró a Ron y Hermione y vio su propia decepción reflejada en sus rostros. Un objeto perdido hacía tanto tiempo (a simple vista, sin dejar rastro) no parecía un buen candidato a ser el
Horrocrux
escondido en el castillo… Antes de que formulara otra pregunta, Cho volvió a intervenir:
—Si quieres saber cómo era esa diadema, puedo llevarte a nuestra sala común para enseñártela, Harry. La estatua de Ravenclaw la lleva puesta.
Harry notó de nuevo una tremenda punzada en la cicatriz. Por un instante, la Sala de los Menesteres se desdibujó y el muchacho vio cómo sus pies se separaban del oscuro suelo de tierra, y sintió el peso de la gran serpiente sobre los hombros. Voldemort volvía a volar, aunque Harry no sabía si iba hacia el lago subterráneo o al castillo de Hogwarts; pero, fuera a donde fuese, a Harry le quedaba muy poco tiempo.
—Se ha puesto en marcha —les dijo en voz baja a Ron y Hermione. Echó una ojeada a Cho y luego volvió a mirarlos—. Escuchad, ya sé que no es una pista muy buena, pero voy a subir a ver esa estatua; al menos sabré cómo es la diadema. Esperadme aquí y guardad bien… el otro.
Cho se había levantado, pero Ginny, muy decidida, dijo:
—No; Luna acompañará a Harry, ¿verdad, Luna?
—Será un placer —dijo la chica alegremente, y Cho se sentó con aire de desilusión.
—¿Cómo se sale de aquí? —le preguntó Harry a Neville.
—Ven.
Condujo a Harry y a Luna hasta un rincón donde había un pequeño armario por donde se accedía a una empinada escalera.
—Todos los días te lleva a un sitio diferente; por eso no nos han encontrado —explicó Neville—. El único problema es que nunca sabemos dónde saldremos. Ten cuidado, Harry; patrullan toda la noche por los pasillos.
—Tranquilo. Vuelvo enseguida.
Los dos subieron a toda prisa la larga escalera iluminada con antorchas y de trazado imprevisible. Al fin llegaron ante lo que parecía una pared sólida.
—Métete aquí debajo —le dijo Harry a Luna, sacando la capa invisible y cubriéndose ambos con ella. Entonces él le dio un empujoncito a la pared.
Ésta se desvaneció al instante y los dos salieron del pasadizo. Harry miró hacia atrás y vio que la pared había vuelto a formarse al instante por sí sola. Se encontraban en otro pasadizo. Harry tiró de Luna hacia la parte más oscura, rebuscó en el monedero que llevaba colgado del cuello y sacó el mapa del merodeador. Se lo acercó a los ojos y buscó hasta localizar los puntos que indicaban la posición de ambos.
—Estamos en el quinto piso —susurró mientras veía cómo Filch se alejaba de ellos, un pasillo más allá—. ¡Vamos! ¡Por aquí!
Y de este modo iniciaron la marcha.
Harry se había paseado muchas veces por el castillo de noche, pero el corazón nunca le había latido tan deprisa, ni nunca algo tan importante había dependido de que él deambulara por allí sin que lo descubrieran. Ambos jóvenes atravesaron rectángulos de luz de luna proyectados en el suelo, pasaron junto a armaduras cuyos cascos chirriaban acompañando el sonido de sus débiles pisadas, doblaron esquinas detrás de las cuales podía haber cualquier cosa esperándolos. Consultaban el mapa del merodeador siempre que la luz se lo permitía, y en dos ocasiones se detuvieron para dejar pasar a un fantasma sin llamar la atención. Harry suponía que encontraría un obstáculo en cualquier momento, y su peor temor era Peeves; así pues, aguzaba el oído a cada paso por si se producía alguna señal reveladora de que se acercaba el
poltergeist
.
—Por aquí, Harry —susurró Luna tirándole de la manga hacia una escalera de caracol.
Subieron describiendo cerrados y mareantes círculos. Harry nunca había estado allí arriba. Al final de la escalera había una lisa puerta de madera envejecida, sin picaporte ni cerradura, pero provista de una aldaba de bronce con forma de águila.
Luna tendió una pálida y fantasmagórica mano que flotaba en el aire, como si no estuviera conectada a su brazo. Llamó una vez y el golpe de la aldaba, en medio del silencio, resonó como un cañonazo. El pico del águila se abrió al instante, pero en lugar del reclamo de un pájaro, una voz suave y musical preguntó:
—¿Qué fue primero, el fénix o la llama?
—Hum… ¿Tú qué crees, Harry? —inquirió Luna, pensativa.
—¿Qué ocurre? ¿No se abre con una contraseña?
—Pues no. Tienes que responder a la pregunta —dijo Luna.
—¿Y si te equivocas?
—Entonces has de esperar a que venga alguien que la conteste correctamente. Así uno aprende, ¿entiendes?
—Ya… El problema es que no podemos permitirnos el lujo de esperar a que llegue alguien más, Luna.
—No, claro —repuso Luna con seriedad—. Bueno, entonces creo que la respuesta es que el círculo no tiene principio.
—Bien razonado —dijo la voz, y la puerta se abrió.
La sala común de Ravenclaw, que estaba vacía, era una amplia estancia circular, mucho más espaciosa y aireada que cualquiera de las que Harry había visto hasta entonces en Hogwarts. Tenía una serie de elegantes ventanas en forma de arco, de las que colgaban cortinajes de seda azul y bronce (de día, los miembros de Ravenclaw disfrutaban de unas vistas espectaculares de las montañas circundantes); se veían estrellas pintadas en el techo de forma abovedada, así como en la alfombra azul oscuro; y el mobiliario consistía en mesas, sillas y estanterías, y una alta estatua de mármol blanco ocupaba un nicho enfrente de la puerta.
Harry reconoció a Rowena Ravenclaw por el busto que había visto en casa de Luna. La estatua se hallaba junto a una puerta que debía de conducir a los dormitorios del piso de arriba. El muchacho fue derecho hacia ella, y le dio la impresión de que lo miraba con una sonrisa burlona y hermosa, pero ligeramente intimidante. En la cabeza llevaba un delicado aro de mármol, parecido a la diadema que Fleur había lucido el día de su boda, en el que había unas palabras esculpidas en letra muy pequeña. Harry salió de debajo de la capa invisible y se subió al pedestal de la estatua para leer la inscripción:
Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres.
—Lo cual significa que tú estás pelado, estúpido —dijo una voz socarrona.
Harry se dio rápidamente la vuelta, resbaló del pedestal y cayó al suelo. La encorvada figura de Alecto Carrow se hallaba ante él, y al mismo tiempo que el muchacho alzaba su varita mágica, la bruja apretó con un dedo regordete el cráneo y la serpiente que llevaba grabados con fuego en el antebrazo.
30
En cuanto Alecto se tocó la Marca Tenebrosa con el dedo, a Harry le ardió ferozmente la cicatriz, perdió de vista la estrellada habitación y se encontró a los pies de un acantilado, sobre unas rocas contra las que batía el mar. Lo invadía una sensación de triunfo: «¡Tienen al chico!»
En ese momento oyó un fuerte estallido y se halló de nuevo en la sala; desorientado, levantó la varita, pero la bruja que tenía enfrente ya estaba cayendo hacia delante; la mujer dio tan fuerte contra el suelo que el cristal de las librerías tintineó.
—Nunca le había lanzado un hechizo aturdidor a nadie, salvo en las clases del Ejército de Dumbledore —comentó Luna con leve interés—. Ha hecho más ruido del que suponía.
Y no sólo ruido, pues el techo había empezado a temblar. Detrás de la puerta que llevaba a los dormitorios se oyeron pasos y gente que corría: el hechizo de Luna había despertado a los alumnos de Ravenclaw que dormían en el piso de arriba.
—¿Dónde estás, Luna? ¡Tengo que meterme debajo de la capa!
Por fin Harry le vio los pies; corrió a su lado y la chica lo tapó con la capa invisible en el preciso instante en que se abría la puerta y un torrente de miembros de Ravenclaw, todos en pijama, irrumpía en la sala común. Cuando vieron a Alecto tendida en el suelo, inconsciente, gritaron sorprendidos. Poco a poco la rodearon, como si se encontraran ante una bestia que podía despertar y atacarlos. Entonces un valiente alumno de primer año se le acercó con decisión y le dio un empujoncito en la espalda con la punta del pie.