Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (46 page)

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—¡Clávasela ya, Ron! —bramó Harry. Notaba el temblor del guardapelo en la mano y temía lo que pudiera pasar.

Ron levantó la espada un poco más y los ojos de Ryddle despidieron un brillo escarlata.

En ese momento, de los ojos que reposaban en ambas ventanitas del guardapelo brotaron, como dos grotescas burbujas, las cabezas de Harry y Hermione, extrañamente distorsionadas.

Ron dio un grito y retrocedió asustado, al mismo tiempo que las dos figuras emergían —primero el torso, luego la cintura, por último las piernas— hasta quedar de pie sobre el guardapelo, juntas como dos árboles con una raíz común, oscilando ante Ron y el verdadero Harry, que había soltado el guardapelo porque, de pronto, le quemó como si estuviera al rojo vivo.

—¡Ron! —gritó, pero el falso Harry habló con la voz de Voldemort y Ron lo contempló fascinado:


¿Para qué has vuelto? Estábamos mejor sin ti, más felices sin ti, contentos con tu ausencia. Y nos reíamos de tu estupidez, de tu cobardía, de tu presunción…


¡Sí, de tu presunción!
—terció la falsa Hermione, más hermosa y también más terrible que la verdadera; riendo con socarronería, se balanceaba ante Ron, quien, presa del horror, se había quedado paralizado, con la espada colgándole inerte a un costado—.
¿Quién se fijaría en ti, quién iba a fijarse jamás en ti, cuando a tu lado estaba Harry Potter? ¿Qué has hecho tú comparado con lo que ha hecho el Elegido? ¿Qué eres tú comparado con el niño que sobrevivió?

—¡Clávasela, Ron! ¡¡Clávasela!! —gritó Harry, pero Ron no se movió.

El muchacho mantenía los ojos muy abiertos y en ellos se reflejaban el falso Harry y la falsa Hermione, de ojos de un rojo brillante, cabellos arremolinados como las llamas y voces que entonaban un maligno dueto:


Tu madre
—se mofó él, mientras ella reía burlona—
confesó que me habría preferido a mí como hijo y habría estado encantada de cambiarte por…


¿Quién no iba a preferirlo a él, qué madre te escogería a ti? No eres nada, nada, nada comparado con él
—canturreó ella y, estirándose como una serpiente, se enroscó alrededor de él, lo abrazó estrechamente y sus labios se encontraron.

Ron los contemplaba con profunda angustia. Aunque le temblaban los brazos, levantó la espada cuanto pudo.

—¡Hazlo, Ron! —rugió Harry, y le pareció atisbar un destello rojo en los ojos de su amigo, que lo miró—. Ron…

La espada centelleó y cayó de golpe. Harry dio un salto para apartarse y se oyó un fuerte sonido metálico y un largo e interminable grito. A pesar de haber resbalado en la nieve, giró en redondo con la varita en alto, preparado para defenderse, pero no había nada contra lo que pelear.

Las monstruosas versiones de Harry y Hermione habían desaparecido y sólo quedaba Ron, que, con la espada pendiendo de su mano, contemplaba los restos del guardapelo esparcidos sobre la roca.

Harry, sin saber qué decir o hacer, se aproximó lentamente a su amigo, que resoplaba al respirar y ya no tenía los ojos rojos, sino azules como siempre, aunque llorosos.

Fingiendo no darse cuenta de ello, Harry se agachó y recogió el destrozado
Horrocrux
. La espada había atravesado el cristal de las dos ventanitas y los ojos de Ryddle habían desaparecido; el manchado forro de seda del guardapelo aún humeaba ligeramente. Aquello que vivía en el
Horrocrux
se había esfumado y su último acto de maldad había consistido en torturar a Ron.

Al fin el muchacho soltó la espada, que produjo un ruido metálico contra el suelo, se dejó caer de rodillas y se tapó la cabeza con ambos brazos. Temblaba, pero Harry comprendió que no era de frío; tras meterse el guardapelo roto en el bolsillo, se arrodilló al lado de Ron y, con precaución, le puso una mano en el hombro. Consideró una buena señal que no se la apartara de un manotazo.

—Cuando te marchaste —dijo en voz baja, agradeciendo no poder mirarlo a la cara—, Hermione pasó una semana entera llorando, o quizá más, pero no quería que yo la viera. Hubo muchas noches en que no nos dijimos ni una palabra. Sin ti… —No pudo terminar la frase; ahora que Ron había vuelto, se daba plena cuenta de lo mucho que los había perjudicado su ausencia—. Es como una hermana para mí; la quiero como a una hermana y creo que ella siente lo mismo por mí. Siempre ha sido así; creí que lo sabías.

Ron dirigió la vista hacia otro lado y se enjugó la nariz en la manga. Poniéndose en pie, Harry fue a buscar la enorme mochila de su amigo, que éste había arrojado al suelo antes de correr a salvarlo de perecer ahogado en la charca; se la colgó del hombro y regresó junto a Ron, que se levantó con los ojos enrojecidos pero más sereno.

—Lo siento —musitó—. Perdona que me marchara. Ya sé que soy un… un…

Paseó la mirada por la penumbra de alrededor, como si esperara encontrar allí una palabra lo bastante denigrante para describirse.

—Lo que has hecho esta noche lo compensa con creces —afirmó Harry—: ni más ni menos que recuperar la espada, acabar con el
Horrocrux
y salvarme la vida.

—Suena más espectacular de lo que ha sido en realidad —farfulló Ron.

—Suele ocurrir así; hace años que intento explicártelo.

Se acercaron al mismo tiempo y se abrazaron; Harry estrujó la espalda de la chaqueta de Ron, todavía empapada, y cuando se separaron dijo:

—Y ahora tenemos que encontrar la tienda.

Pero no les fue difícil. Pese a que la caminata por el oscuro bosque tras la cierva le había parecido muy larga, al llevar a Ron a su lado, el trayecto de regreso le resultó breve. Harry estaba deseando despertar a Hermione, y entró en la tienda con el corazón acelerado por la emoción, mientras que Ron se rezagó un poco.

Comparado con la temperatura de la charca o el bosque, allí dentro hacía un calor delicioso; la única iluminación la proporcionaban las llamas azul turquesa, que seguían danzando en un cuenco que había en el suelo. Hermione dormía profundamente, acurrucada bajo las mantas, y no se movió hasta que Harry la llamó varias veces por su nombre.

—¡Hermione! ¡Hermione!

Ella se rebulló, pero enseguida se incorporó, apartándose el pelo de la cara.

—¿Qué pasa, Harry? ¿Estás bien?

—Tranquila, no ocurre nada. Estoy la mar de bien; mejor que nunca. Verás, ha venido alguien.

—¿Qué quieres decir? ¿Quién…? —Entonces vio a Ron, inmóvil, con la espada en la mano y goteando sobre la deshilachada alfombra.

Harry se retiró a un rincón oscuro, se descolgó la mochila de su amigo e intentó confundirse con la lona de la tienda.

Hermione se levantó de la litera y, con la boca entreabierta y los ojos como platos, avanzó como una sonámbula sin apartar la vista del pálido semblante de Ron, hasta que se detuvo frente a él. El chico esbozó una tímida sonrisa y levantó un poco los brazos.

Ella se abalanzó sobre él y empezó a propinarle puñetazos por todo el cuerpo.

—¡Ay! ¡Huy! Pero ¿qué…? ¡Hermione! ¡Ay!

—¡Eres… tonto… de remate… Ronald… Weasley! —Subrayaba cada palabra con un golpe. —Ron retrocedió, protegiéndose la cabeza, pero ella lo persiguió—. Vienes… aquí… después… de semanas… y semanas… ¿Dónde está mi varita?

Parecía dispuesta a arrancársela a Harry de las manos, y el muchacho reaccionó de manera instintiva.


¡Protego!

El escudo invisible se alzó entre Ron y Hermione, y la potencia del hechizo hizo caer a la chica hacia atrás. Escupiendo para quitarse el pelo de la boca, ella se levantó de un salto.

—¡Hermione! —gritó Harry—. Tranquilízate…

—¡No pienso tranquilizarme! —gritó ella. Harry nunca la había visto perder las casillas de ese modo; parecía enloquecida—. ¡Devuélveme la varita! ¡Devuélvemela!

—Hermione, ¿quieres hacer el favor de…?

—¡No me digas lo que tengo que hacer, Harry Potter! —chilló—. ¡No te atrevas a darme órdenes! ¡Devuélvemela! ¡Y tú…! —Apuntó a Ron con un dedo acusador y con tanta saña que Harry no pudo reprocharle a su amigo que retrocediera unos pasos—. ¡Salí corriendo detrás de ti! ¡Te llamé! ¡Te supliqué que volvieras!

—Lo sé —admitió él—. Lo siento muchísimo, Hermione, de verdad que…

—¡Ah, conque lo sientes! —Y soltó una risa aguda y descontrolada.

Ron miró a Harry en busca de ayuda, pero éste se limitó a hacer una mueca de impotencia.

—Te presentas aquí después de semanas… ¡semanas!, ¿y crees que todo va a solucionarse con decir que lo sientes?

—¿Qué más puedo decir? —saltó Ron, y Harry se alegró de que se defendiera.

—¡Pues no lo sé! —bramó Hermione, y añadió con sarcasmo—: Busca en tu cerebrito, Ron; sólo te llevará un par de segundos.

—Hermione —intervino Harry, considerando que aquello era un golpe bajo—, acaba de salvarme la…

—¡No me importa! —gritó ella—. ¡No me importa lo que haya hecho! Semanas y semanas, podríamos estar muertos y él…

—¡Sabía que no estabais muertos! —rugió Ron, ahogando la voz de Hermione por primera vez y se acercó cuanto le fue posible al encantamiento escudo que los separaba—. En
El Profeta
no se habla más que de Harry, y en la radio también; os están buscando por todas partes, no paran de circular rumores e historias disparatadas. Estaba seguro de que si os pasaba algo me enteraría enseguida; no te imaginas lo duro que ha sido…

—¿Duro para quién? ¿Tal vez para ti?

La voz de Hermione sonaba tan aguda que, si seguía así, sólo la oirían los murciélagos; pero había alcanzado tal nivel de indignación que se quedó momentáneamente sin habla, y Ron no desaprovechó la ocasión:

—¡Quise volver nada más desaparecerme, pero tropecé con una banda de Carroñeros y no podía ir a ninguna parte!

—¿Una banda de qué? —preguntó Harry, mientras Hermione se dejaba caer en una butaca, con los brazos y las piernas tan fuertemente cruzados que daba la impresión de que tardaría años en separarlos.

—Carroñeros. Están por todas partes; son bandas que se ganan la vida atrapando a hijos de
muggles
y traidores a la sangre. El ministerio ha ofrecido una recompensa por cada individuo capturado. Como yo iba solo y estoy en edad escolar, se emocionaron mucho, porque creyeron que era un hijo de
muggles
huido. Así que tuve que inventarme una historia para que no me llevaran al ministerio.

—¿Y qué les dijiste?

—Que era Stan Shunpike; fue la primera persona que se me ocurrió.

—¿Y se lo creyeron?

—No eran muy listos, que digamos. Había uno que sin duda era medio trol. Si supieras cómo olía…

Ron le echó una ojeada a Hermione, confiando en que se ablandara un poco con aquel comentario humorístico, pero ella seguía malcarada y abrazada a sí misma.

—En fin, se pusieron a discutir si yo era Stan o no, y organizaron una bronca. La verdad es que fue un poco patético, pero de cualquier forma ellos eran cinco, y me habían quitado la varita. Entonces dos de ellos empezaron a pelearse, y mientras los otros estaban distraídos, conseguí darle un puñetazo en el estómago al que me sujetaba, le quité la varita, desarmé al tipo que tenía la mía y me desaparecí. La lástima fue que no lo hice muy bien, y volví a sufrir una despartición. —Levantó la mano derecha para mostrarles las dos uñas que le faltaban, y Hermione arqueó las cejas con frialdad—. Por fin aparecí a unos kilómetros de donde estabais vosotros, pero cuando llegué a esa parte de la ribera en que habíamos acampado… ya os habíais ido.

—¡Vaya, qué historia tan apasionante! —le espetó Hermione con la altivez que empleaba cuando quería hacer daño—. Debías de estar muerto de miedo. Entretanto, nosotros fuimos a Godric's Hollow y… déjame pensar, ¿qué nos pasó allí, Harry? Ah, sí, apareció la serpiente de Quien-tú-sabes, que estuvo a punto de matarnos, y luego llegó el propio Quien-tú-sabes y escapamos por los pelos.

—¿Cómo dices? —repuso Ron, boquiabierto, mirando alternativamente a ambos, pero ella no le hizo caso.

—¡Imagínate, Harry! ¡Ha perdido dos uñas! Eso sí que minimiza nuestros padecimientos, ¿verdad?

—Hermione —dijo Harry con calma—, Ron acaba de salvarme la vida.

Ella fingió no oírlo y, fijando la vista en un punto lejano, continuó:

—Pero lo que me gustaría saber es cómo nos has encontrado esta noche. Es muy importante. Cuando lo sepamos, podremos estar seguros de que no recibiremos más visitas indeseadas.

Ron la miró con rabia y sacó un pequeño objeto plateado del bolsillo de los vaqueros.

—Con esto.

Hermione tuvo que bajar la vista para ver qué les estaba mostrando.

—¿Nos has encontrado con el desiluminador? —dijo, tan sorprendida que olvidó mostrarse fría y altiva.

—No sirve sólo para encender y apagar las luces, ¿sabéis? —explicó Ron—. No sé cómo funciona ni por qué pasó cuando pasó y no en otro momento, porque he estado deseando regresar desde que me marché. Pero el día de Navidad, muy temprano, estaba escuchando la radio y oí… bueno, te oí a ti.

—¿Me oíste por la radio? —preguntó ella con incredulidad.

—No, te oí salir de mi bolsillo. —Volvió a levantar el desiluminador y añadió—: Tu voz salió de aquí.

—¿Y qué dije exactamente? —repuso Hermione, entre escéptica y curiosa.

—Pronunciaste mi nombre y comentaste algo sobre una varita…

Hermione se sonrojó y Harry recordó que había sido la primera vez que pronunciaban el nombre de Ron en voz alta desde su marcha; ella lo había mencionado al plantear la posibilidad de reparar la varita de Harry.

—Lo saqué del bolsillo —prosiguió Ron, mirando el desiluminador— pero no aprecié nada diferente, aunque estaba convencido de que te había oído. Así que lo accioné. Entonces se apagó la luz de mi habitación, y por la ventana vi otra luz que había aparecido fuera. —Señaló enfrente de él, como si mirara algo que los otros dos no podían ver—. Era una esfera de luz pulsante y azulada, parecida a la que despiden los trasladores, ¿vale?

—Sí, claro —respondieron Harry y Hermione al unísono.

—Supe que había llegado el momento —continuó Ron—, de modo que recogí mis cosas en la mochila, me la colgué y salí al jardín.

»Y allí estaba la pequeña esfera luminosa suspendida, esperándome. Me acerqué y ella se desplazó un poco, cabeceando; la seguí hasta detrás del cobertizo, y entonces… bueno, entonces se metió dentro de mí.

—¡Qué dices! —saltó Harry, creyendo no haber oído bien.

—No sé, flotó hacia mí —explicó Ron, ilustrando el movimiento con el dedo índice—, hasta mi pecho, y bueno… no sé, me traspasó. Estaba aquí. —Se tocó un punto junto al corazón—. La notaba, era cálida. Y una vez que entró en mí supe qué tenía que hacer y que me llevaría a donde necesitaba ir. Así que me desaparecí y me encontré en la ladera de una montaña. Había nieve por todas partes…

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