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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (72 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—No —dijo Hermione, pesarosa—. Lo he intentado, Harry, pero no he encontrado nada. Hay un par de magos bastante famosos con esas iniciales, Rosalind Antigone Bungs y Rupert
Axebanger
Brookstanton, pero creo que no encajan. A juzgar por lo que pone en esa nota, la persona que robó el
Horrocrux
conocía a Voldemort, y no he descubierto ni la más mínima prueba de que Bungs o
Axebanger
tuvieran trato alguno con él… No, lo que quería decirte… Bueno, se trata de Snape.

Parecía sentirse incómoda por el simple hecho de volver a pronunciar ese nombre.

—¿Qué pasa con él? —preguntó Harry con fastidio, y volvió a reclinarse en el respaldo de la butaca.

—Verás, resulta que yo tenía parte de razón con lo del Príncipe Mestizo —dijo ella con tono vacilante.

—¿Es imprescindible que me lo restriegues por la nariz, Hermione? ¿Cómo crees que me siento cuando pienso en ello?

—¡No, no, Harry, no me refería al libro! —repuso ella precipitadamente, y echó un vistazo alrededor para comprobar que no los escuchaba nadie—. Es que tenía razón cuando decía que Eileen Prince había sido propietaria de ese libro. Mira, ella… ¡era la madre de Snape!

—Ya me pareció que no era muy guapa —comentó Ron, pero Hermione no le hizo caso.

—Estaba repasando el resto de los
Profetas
viejos y encontré un pequeño anuncio que decía que Eileen Prince iba a casarse con un tal Tobias Snape, y en un periódico posterior, otro anuncio de que había dado a luz a…

—… un asesino —se adelantó Harry con gesto de asco.

—Bueno… sí. Así que… en parte tenía razón. Snape debía de estar orgulloso de llevar el apellido Prince porque, según decía
El Profeta
, Tobías Snape era un
muggle
, ¿me explico?

—Sí, eso encaja —admitió Harry—. Decidió darles coba a los sangre limpia para poder hacerse amigo de Lucius Malfoy y sus compinches… Es igual que Voldemort: madre sangre limpia, padre
muggle
… Avergonzado de sus orígenes, utilizaba las artes oscuras para que los demás lo temieran y adoptó otro nombre, un nombre impresionante como hizo lord Voldemort: Príncipe Mestizo… ¿Cómo no se dio cuenta Dumbledore?

Se interrumpió y miró por la ventana. No podía dejar de darle vueltas a la inexcusable confianza que el anciano profesor había depositado en Snape. Sin embargo, aun sin habérselo propuesto, Hermione acababa de recordarle que a él también lo habían engañado. Pese a que los hechizos garabateados en el libro cada vez eran más macabros, Harry no había querido pensar mal de ese personaje tan inteligente que tanto lo había ayudado…

«Que tanto lo había ayudado…» Después de lo ocurrido, ese pensamiento resultaba casi insoportable.

—Sigo sin entender por qué no se chivó de que estabas utilizando el libro —comentó Ron—. Él seguramente sabía de dónde sacabas la información.

—Lo sabía —dijo Harry con amargura—. Se dio cuenta cuando utilicé el
Sectumsempra
y ni siquiera necesitó la Legeremancia. Quizá lo supo incluso antes por los comentarios de Slughorn sobre lo bien que me desenvolvía en las clases de Pociones… No me explico cómo se le ocurrió dejar su viejo libro en el fondo del armario.

—Pero ¿por qué no te acusó?

—Supongo que no quería que lo relacionaran con ese texto —observó Hermione—. A Dumbledore no le habría gustado mucho si se hubiera enterado. Y aunque Snape hubiera fingido que no era suyo, Slughorn le habría reconocido la letra en el acto. En fin, el caso es que el libro se quedó en la antigua aula de Snape, y estoy segura de que Dumbledore sabía que la madre de éste se apellidaba Prince.

—Debí enseñárselo a Dumbledore —murmuró Harry—. El quiso demostrarme que Voldemort ya era maligno cuando estudiaba en el colegio, y yo tenía en mis manos la prueba de que Snape también…

—«Maligno» es una palabra muy fuerte —susurró Hermione.

—¡Tú eras la que no paraba de decirme que el dichoso libro era peligroso!

—Lo que intento decir, Harry, es que estás asumiendo una responsabilidad exagerada. Yo creía que el príncipe tenía un desagradable sentido del humor, pero jamás me pasó por la cabeza que fuera un asesino en potencia…

—Ninguno de nosotros podía imaginar que Snape fuera capaz de… ya sabes —dijo Ron.

Se quedaron callados, absortos en sus pensamientos; pero Harry intuyó que sus amigos, igual que él, pensaban en las exequias de Dumbledore, que se celebrarían a la mañana siguiente. Como Harry nunca había asistido a un funeral, porque al morir Sirius su cadáver desapareció y no pudieron enterrarlo, no se imaginaba la situación y lo inquietaba un poco no saber qué iba a ver ni cómo se sentiría. Se preguntaba si la muerte de Dumbledore se convertiría en algo más real cuando la ceremonia terminase. Aunque había momentos en que la espantosa verdad amenazaba con abrumarlo por completo, también había períodos de aturdimiento en que todavía le costaba creer que el anciano director hubiera muerto, a pesar de que en el castillo no se hablaba de otra cosa. Sin embargo, había aceptado la muerte de Dumbledore en lugar de aferrarse desesperadamente a la idea de que éste pudiera volver a la vida por algún medio, como había hecho tras la desaparición de Sirius. Palpó la fría cadena del
Horrocrux
falso que tenía en el bolsillo; la llevaba consigo a todas partes, no como un talismán, sino como un recordatorio del precio que habían pagado por él y de lo que todavía quedaba por hacer.

Al día siguiente se levantó temprano para preparar el equipaje, puesto que el expreso de Hogwarts partiría una hora después del funeral. En el Gran Comedor se respiraba una atmósfera de profunda melancolía. Todos llevaban sus túnicas de gala, pero nadie parecía tener hambre. La profesora McGonagall había dejado vacía la silla del centro de la mesa del profesorado, más grande que las demás. La silla de Hagrid también estaba vacía; Harry pensó que quizá el guardabosques no se había sentido capaz de desayunar; en cambio, el lugar de Snape lo había ocupado, sin ceremonias, Rufus Scrimgeour. Harry esquivó los amarillentos ojos del ministro cuando éstos recorrieron el comedor; tenía la desagradable sensación de que el ministro lo buscaba con la mirada. Entre el séquito de Scrimgeour distinguió el cabello pelirrojo de Percy Weasley. Ron no dio otra señal de haber advertido la presencia de su hermano que clavarles el tenedor con una brusquedad inusitada a los arenques ahumados.

En la mesa de Slytherin, Crabbe y Goyle cuchicheaban con las cabezas muy juntas. Y aunque ambos eran fornidos, parecían indefensos sin la alta y pálida figura de Malfoy a su lado, dándoles órdenes. Harry no había dedicado mucho tiempo a pensar en él, pues toda su animadversión se había concentrado en Snape; sin embargo, no había olvidado el miedo que teñía la voz de Malfoy en lo alto de la torre, ni el hecho de que había bajado la varita antes de que llegaran los otros
mortífagos
. Harry no creía que Draco hubiera sido capaz de matar a Dumbledore, y aunque seguía detestándolo por su afición a las artes oscuras, su desprecio se atenuaba con una pizca de lástima. ¿Dónde estaría ahora?, se preguntó. ¿Y qué estaría obligándole a hacer Voldemort bajo la amenaza de matarlos a él y a sus padres?

Los pensamientos de Harry se vieron interrumpidos cuando Ginny le hincó un codo en las costillas. La profesora McGonagall se había puesto en pie y el lastimero rumor que sonaba en el comedor se apagó de inmediato.

—Ha llegado el momento —anunció la profesora—. Por favor, seguid a vuestros jefes de casa a los jardines. Los alumnos de Gryffindor, esperad a que salga yo.

Los estudiantes se levantaron de los bancos y desfilaron casi en silencio. Harry vio a Slughorn, que llevaba una espléndida y larga túnica verde esmeralda con bordados de plata, en cabeza de la columna de Slytherin, y a la profesora Sprout, jefa de la casa de Hufflepuff, que nunca había ido tan aseada, pues no tenía ni un solo remiendo en el sombrero. Cuando llegaron al vestíbulo, vieron a la señora Pince de pie junto a Filch: ella iba con un tupido velo negro que le llegaba hasta las rodillas, y él con un viejo traje y una corbata negros que apestaban a naftalina.

Al acercarse a los escalones de piedra de la entrada, Harry vio que todos se dirigían hacia el lago. Los tibios rayos del sol le acariciaron la cara cuando siguió en silencio a la profesora McGonagall. Hacía un espléndido día de verano.

Habían colocado cientos de sillas en hileras a ambos lados de un pasillo y encaradas hacia una mesa de mármol que presidía la escena. La mitad de las sillas ya estaban ocupadas por una extraordinaria variedad de personas: elegantes y harapientas, jóvenes y viejas. Harry sólo reconoció a algunas, por ejemplo, a los miembros de la Orden del Fénix Kingsley Shacklebolt,
Ojoloco
Moody y Tonks, cuyo cabello había recuperado milagrosamente un tono rosa muy llamativo, cogida de la mano de Remus Lupin; los señores Weasley; Bill, acompañado y ayudado por Fleur, y seguido por Fred y George, que llevaban chaquetas de piel de dragón negra. También estaba Madame Máxime, que ocupaba dos sillas y media; Tom, el dueño del Caldero Chorreante; Arabella Figg, la vecina
squib
de Harry; la melenuda que tocaba el bajo en el grupo mágico Las Brujas de Macbeth; Ernie Prang, el conductor del autobús noctámbulo; Madame Malkin, de la tienda de túnicas del callejón Diagon; y algunos otros a los que Harry sólo conocía de vista, como el camarero de Cabeza de Puerco y la bruja que llevaba el carrito de la comida en el expreso de Hogwarts. También estaban presentes los fantasmas del castillo, que sólo eran visibles cuando se movían, pues la luz del sol hacía brillar sus intangibles y etéreas figuras.

Harry, Ron, Hermione y Ginny se sentaron al final de una hilera, junto al lago. El continuo susurro de la concurrencia sonaba como la brisa al acariciar la hierba, pero el canto de los pájaros era mucho más intenso. Seguía llegando gente; Harry vio cómo Luna ayudaba a Neville a sentarse y sintió un profundo cariño por ellos. Luna y Neville eran los únicos miembros del
ED
que habían respondido a la llamada de Hermione la noche que mataron a Dumbledore, y Harry sabía por qué: ellos eran los que más añoraban el
ED
. Seguramente eran los únicos que habían mirado con regularidad sus monedas con la esperanza de que se hubiera convocado otra reunión.

Cornelius Fudge pasó por su lado y se dirigió hacia las primeras filas; parecía muy compungido y hacía girar su bombín, como de costumbre. A continuación Harry reconoció a Rita Skeeter y se enfureció al ver que llevaba un bloc de notas, con las uñas pintadas de rojo; y luego, con un arrebato de rabia, distinguió a Dolores Umbridge, que exhibía una expresión de dolor poco convincente en su cara de sapo y se adornaba los rizos rojo pardusco con un lazo de terciopelo negro. Al ver al centauro Firenze, que estaba de pie como un centinela cerca del borde del agua, Umbridge dio un respingo y se encaminó rápidamente hacia un asiento muy apartado de él.

Los últimos en sentarse fueron los profesores. Harry observó a Scrimgeour, con aire grave y circunspecto, situado en primera fila con la profesora McGonagall, y se preguntó si el ministro o alguna otra de aquellas personas tan importantes sentía verdadera tristeza por la muerte de Dumbledore. Pero en ese momento oyó una melodía, una melodía extraña que parecía de otro mundo, de modo que se olvidó del desprecio que le inspiraba el ministerio y miró en busca del origen del sonido. Sin embargo, no fue el único, pues otras personas también volvieron la cabeza con cierta alarma.

—Allí —le susurró Ginny al oído señalando las luminosas aguas verde claro.

Entonces el muchacho vio un coro de gente del agua que cantaba en una lengua extraña; las pálidas caras se mecían a escasa distancia de la superficie y sus violáceas cabelleras ondeaban alrededor, y Harry se acordó con horror de los
inferi
. La melodía le puso carne de gallina, y, sin embargo, no era un sonido desagradable. Sin duda hablaba de la pérdida de un ser querido y de la desesperación que provoca. Mientras contemplaba las transidas caras de la gente del agua, Harry tuvo la impresión de que al menos esos seres sí lamentaban la muerte de Dumbledore. Ginny volvió a darle un codazo y él giró la cabeza.

Hagrid caminaba despacio por el pasillo. Sollozaba en silencio y tenía el rostro surcado de lágrimas; en los brazos, envuelto en terciopelo morado salpicado de estrellas doradas, llevaba el cadáver de Dumbledore. Al verlo, a Harry se le hizo un nudo en la garganta, y por unos instantes fue como si la extraña melodía y la conciencia de estar tan cerca del cadáver del anciano profesor hicieran desaparecer el calor y la luz del entorno. Ron estaba pálido e impresionado, y Ginny y Hermione derramaban gruesas lágrimas que les caían en el regazo.

Los muchachos no veían bien qué pasaba en la parte delantera. Parecía que Hagrid había depositado el cadáver con extremo cuidado sobre la mesa de mármol. A continuación se retiró por el pasillo sonándose con fuertes trompetazos que atrajeron algunas miradas escandalizadas, entre ellas la de Dolores Umbridge… Pero Harry sabía que a Dumbledore no le habría importado. Intentó hacerle un gesto cariñoso a Hagrid cuando éste pasó por su lado, pero el guardabosques tenía los ojos tan hinchados que era un milagro que pudiera ver dónde pisaba. Harry miró hacia la hilera a la que se dirigía Hagrid y comprendió cómo se guiaba a pesar del llanto, porque allí, vestido con una chaqueta y unos pantalones confeccionados con tela suficiente para levantar una carpa, se hallaba el gigante Grawp, cuya enorme y fea cabeza, lisa como un canto de río, se inclinaba con gesto dócil, casi humano. Hagrid se sentó al lado de su hermanastro y éste le dio unas palmaditas en la cabeza, lo que provocó que la silla del guardabosques se hundiera unos centímetros en el suelo. Harry sintió un breve y maravilloso impulso de reír. Pero entonces dejó de sonar la melodía y el muchacho dirigió de nuevo la vista al frente.

Un individuo bajito y de cabello ralo, ataviado con una sencilla túnica negra, estaba de pie frente al cadáver de Dumbledore. Harry no oía lo que decía. Algunas palabras sueltas llegaban flotando hasta ellos por encima de cientos de cabezas: «nobleza de espíritu», «contribución intelectual», «grandeza de corazón»… Pero casi carecían de significado. No tenían mucho que ver con el Dumbledore que Harry había conocido. De pronto recordó lo que significaba para el director de Hogwarts decir unas pocas palabras: «¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!», y, una vez más, tuvo que reprimir una sonrisa. ¿Qué le estaba sucediendo?

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