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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (32 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Harry asintió con la cabeza.

—De ese modo demostró su desprecio por cualquier cosa que lo vinculara a otras personas, o que lo hiciera parecer normal —explicó el director—. Ya por entonces él quería ser diferente, distinguido y célebre. Como bien sabes, pocos años después de esa conversación, se despojó de su nombre y creó la máscara de «lord Voldemort», detrás de la cual se ha ocultado durante mucho tiempo.

«Espero que también hayas reparado en que Tom Ryddle era una persona autosuficiente, reservada y solitaria; al parecer no tenía amigos. No quiso ayuda ni compañía para hacer su visita al callejón Diagon. Prefería moverse solo. El Voldemort adulto es igual. Muchos de sus
mortífagos
aseguran que él confía en ellos, que son los únicos que están a su lado o que lo entienden. Pero se equivocan. Lord Voldemort nunca ha tenido amigos, ni creo que haya deseado tenerlos.

»Y por último (y espero que la fatiga no te impida prestar atención a esto, Harry), al joven Tom Ryddle le gustaba coleccionar trofeos. Ya has visto la caja de objetos robados que escondía en su habitación. Se los sustraía a las víctimas de sus bravuconadas; eran recuerdos, por así llamarlos, de acciones mágicas especialmente desagradables. Ten en cuenta esa tendencia suya a recoger y guardar cosas porque más adelante resultará importante.

»Bien, se ha hecho tarde. Debes ir a acostarte.

Harry se levantó para marcharse, pero se fijó en la mesita donde había visto el anillo de Sorvolo Gaunt durante la clase anterior. El anillo ya no estaba allí.

—¿Pasa algo? —preguntó Dumbledore al ver que el chico se detenía.

—El anillo ya no está. Pensé que quizá usted tendría la armónica o alguna otra cosa.

El director lo miró sonriente por encima de sus gafas de media luna.

—Muy astuto, Harry, pero la armónica sólo era una armónica. —Y tras ese enigmático comentario, hizo un ademán indicándole que se retirase.

14
Felix Felicis

A primera hora del día siguiente, Harry tuvo clase de Herbología. Durante el desayuno no pudo contarles a Ron y Hermione en qué había consistido su clase con Dumbledore por miedo a que alguien los oyera, pero lo hizo mientras atravesaban el huerto, camino de los invernaderos. El fuerte viento del fin de semana había dejado de soplar por fin, aunque se había instalado de nuevo aquella extraña neblina, de modo que tardaron un poco más de lo habitual en dar con el invernadero que buscaban.

—¡Uf, qué miedo debía de dar el joven Quien-tú-sabes! —dijo Ron en voz baja mientras se sentaban alrededor de una de las retorcidas cepas de
snargaluff
, el objeto de estudio de ese trimestre, y se enfundaban los guantes protectores—. Pero lo que sigo sin entender es por qué Dumbledore te enseña todo eso. Ya sé que es muy interesante y demás, pero ¿para qué sirve?

—No lo sé —admitió Harry—. Pero, según él, es muy importante y me ayudará a sobrevivir. —Se puso un protector de dentadura.

—Yo lo encuentro fascinante —opinó Hermione—. Es fundamental reunir el máximo de información acerca de Voldemort. Si no, ¿de qué otro modo podrías descubrir sus debilidades?

—¿Qué tal estuvo la última fiesta de Slughorn?—le preguntó Harry con voz pastosa a causa del protector.

—¡Ah, pues muy divertida! —contestó Hermione mientras se ponía las gafas protectoras—. Hombre, se pasa un poco hablándonos de ex alumnos famosos y le hace un montón la pelota a McLaggen porque conoce a mucha gente influyente, pero nos ofreció una comida deliciosa y nos presentó a Gwenog Jones.

—¿Gwenog Jones? —preguntó Ron abriendo mucho los ojos tras sus gafas—. ¿La famosa Gwenog Jones? ¿La capitana del Holyhead Harpies?

—Exacto. Personalmente, la encontré un poco creída, pero…

—¡Basta de cháchara! —los reprendió la profesora Sprout, que se había acercado y los miraba con gesto adusto—. Os estáis retrasando. Vuestros compañeros ya han empezado y Neville ha conseguido extraer la primera vaina.

Los tres amigos miraron. Era verdad: Neville, con un labio ensangrentado y varios arañazos en la mejilla, aferraba un objeto verde del tamaño de un pomelo que latía de forma repugnante.

—¡Sí, profesora, ahora mismo comenzamos! —dijo Ron, y cuando la profesora se dio la vuelta, añadió en voz baja—: Tendrías que haber utilizado el
muffliato
, Harry.

—¡De eso nada! —saltó Hermione y puso cara de enfado, como hacía siempre que el Príncipe Mestizo y sus hechizos salían en la conversación—. ¡Vamos, vamos! Pongámonos a trabajar… —Y torció el gesto, aprensiva.

Todos respiraron hondo y se abalanzaron sobre la retorcida cepa con que les había tocado lidiar.

La cepa cobró vida al instante y de su parte superior brotaron unos tallos largos y espinosos como de zarza. Uno de ellos se enredó en el cabello de Hermione, pero Ron lo rechazó con unas tijeras de podar. Harry consiguió atrapar un par y les hizo un nudo. Entonces se abrió un agujero en medio de las ramas con aspecto de tentáculos. Demostrando gran valor, Hermione metió un brazo en el agujero, que se cerró como una trampa y se lo aprisionó hasta el codo. Harry y Ron tiraron de los tallos y los retorcieron, obligando al agujero a abrirse otra vez, de modo que Hermione logró sacar una vaina igual que la de Neville. De inmediato los espinosos tallos volvieron a replegarse y la nudosa cepa se quedó quieta como si fuera un inocente trozo de madera muerta.

—¿Sabéis qué os digo? Que cuando tenga mi propia casa no creo que plante ningún bicho de éstos en el jardín —dijo Ron al tiempo que se subía las gafas y se secaba el sudor de la cara.

—Pásame un cuenco —pidió Hermione, sujetando la palpitante vaina con el brazo bien estirado para alejarla del cuerpo.

Harry le pasó un recipiente y ella, con cara de asco, dejó caer la vaina dentro.

—¡No seas tan delicada y estrújala! ¡Son mejores cuando están frescas! —exclamó la profesora Sprout.

—En fin —dijo Hermione, retomando el hilo de la interrumpida conversación, como si no acabara de atacarlos aquella cepa asquerosa—, Slughorn va a organizar una fiesta de Navidad, y de ésa no conseguirás escaquearte, porque me pidió que averiguara qué noches tienes libres. Quiere asegurarse de celebrarla un día en que puedas asistir.

Harry dejó escapar un quejido. Y Ron, que estaba intentando exprimir la vaina en el cuenco a base de retorcerla con todas sus fuerzas, espetó con enfado:

—Y esa fiesta también será sólo para los preferidos de Slughorn, ¿no?

—Sí, sólo para los miembros del Club de las Eminencias —confirmó Hermione.

La vaina se escurrió entre las manos de Ron y, tras rebotar en la pared de cristal del invernadero, fue a dar contra la cabeza de la profesora Sprout, arrancándole el viejo y remendado sombrero. Harry se apresuró a recuperar la vaina; cuando volvió junto a sus amigos, Hermione estaba diciendo:

—Mira, eso del Club de las Eminencias no me lo he inventado yo…

—Club de las Eminencias —repitió Ron con una sonrisa burlona propia de Malfoy—. ¡Qué patético! Bueno, espero que te lo pases muy bien en esa fiesta. ¿Por qué no intentas ligar con McLaggen? Así Slughorn podría nombraros rey y reina de las eminencias…

—Podemos llevar invitados —replicó Hermione ruborizándose—, y yo pensaba pedirte que vinieras. Pero ya que lo encuentras tan estúpido, ¡se lo pediré a otro!

Harry lamentó que la vaina no hubiera ido a parar al otro extremo del invernadero, porque así habría podido alejarse un rato de sus amigos. De cualquier modo, como ninguno de ellos le hacía caso, agarró el cuenco que contenía la vaina e intentó abrirla por los medios más ruidosos y enérgicos que se le ocurrieron, aunque por desgracia siguió oyendo la conversación.

—¿Ibas a pedírmelo a mí? —preguntó Ron, súbitamente enternecido.

—Sí —contestó ella, enfadada—. Pero ya veo que prefieres que ligue con McLaggen…

Hubo un silencio, pero Harry siguió aporreando la resistente vaina con una palita.

—No, si yo no digo eso… —murmuró Ron.

En ese momento Harry apuntó mal y golpeó el cuenco, que se hizo añicos.


¡Reparo!
—dijo tocando los trozos con la punta de su varita, y el cuenco se recompuso.

Sin embargo, el ruido hizo que sus amigos volvieran a fijarse en él. Hermione, nerviosa, se puso a buscar en su
Arboles carnívoros del mundo
la manera correcta de exprimir las vainas de
snargaluff
; por su parte, Ron, aunque con cara de avergonzado, también parecía muy contento.

—Pásamela, Harry —pidió Hermione—. Aquí dice que hay que pincharlas con algo punzante…

Tras entregarle el cuenco con la vaina, ambos chicos volvieron a ponerse las gafas protectoras y se abalanzaron una vez más sobre la cepa.

Mientras peleaba con un espinoso tallo que parecía empeñado en estrangularlo, Harry pensó que aquello en realidad no lo sorprendía; él ya sospechaba que tarde o temprano pasaría algo parecido. Pero no sabía qué pensar… Cho y él no se hablaban desde el comienzo del curso; de hecho, sentían tanta vergüenza que ni siquiera se miraban. ¿Y si Ron y Hermione empezaban a salir juntos y luego cortaban? ¿Conservarían su amistad? Harry recordó las pocas semanas del tercer año en Hogwarts en que sus dos amigos no se habían dirigido la palabra; él lo había pasado muy mal intentando limar las diferencias entre ellos. ¿Y si empezaban a salir juntos y no cortaban? ¿Y si acababan como Bill y Fleur y se volvía insoportable estar con ellos, y él quedaba marginado para siempre?

—¡Ya te tengo! —exclamó Ron mientras arrancaba una segunda vaina de la cepa justo cuando Hermione conseguía abrir la primera, de modo que el cuenco se llenó de tubérculos de un verde pálido que se retorcían como gusanos.

Durante el resto de la clase no volvió a mencionarse la fiesta de Slughorn.

Harry observó con atención a sus dos amigos las semanas siguientes, pero ni Ron ni Hermione se comportaban de forma diferente, aunque sí se mostraban un poco más educados de lo habitual el uno con el otro. Harry supuso que tendría que esperar y ver qué ocurría la noche de la fiesta, cuando estuvieran bajo los efectos de la cerveza de mantequilla en la habitación en penumbra de Slughorn. Mientras tanto, él tenía problemas más urgentes que atender.

Katie Bell seguía ingresada en el Hospital San Mungo y no parecía que fueran a darle el alta pronto, y eso significaba que al prometedor equipo de Gryffindor que Harry entrenaba con tanto esmero desde septiembre le faltaba un cazador. Él aplazaba el momento de sustituir a Katie con la esperanza de que se reincorporara al equipo, pero faltaba poco para el primer partido contra Slytherin, y finalmente tuvo que aceptar que ella no volvería a tiempo para jugar.

Sin embargo, no se veía capaz de soportar otras pruebas de selección como las primeras. Así pues, con un sentimiento de desazón que tenía poco que ver con el
quidditch
, un día abordó a Dean Thomas después de la clase de Transformaciones. La mayoría de los alumnos ya se había marchado, aunque todavía quedaban algunos canarios zumbando y gorjeando por el aula, todos obra de Hermione (nadie más había conseguido hacer aparecer de la nada ni una pluma).

—¿Todavía te interesa jugar de cazador?

—¿Qué? ¡Pues claro! —exclamó Dean, emocionado.

Seamus Finnigan, que estaba detrás de Dean, metió sus libros en la mochila con cara de enfado. Una de las razones por las que Harry habría preferido no pedirle a Dean que jugara era porque sabía que a Seamus no le haría ninguna gracia. Pero su obligación era pensar en lo mejor para el equipo, y Dean había volado mejor que Seamus en las pruebas.

—Pues quedas convocado —dijo—. Esta noche hay entrenamiento a las siete en punto.

—Vale. ¡Gracias, Harry! ¡Ostras, voy a contárselo a Ginny!

Salió a toda prisa del aula y Harry y Seamus se quedaron solos; fue un momento embarazoso, y para colmo, uno de los canarios de Hermione pasó volando y soltó un excremento que cayó en la cabeza de Seamus.

Finnigan no fue el único que se sintió contrariado por la elección del sustituto de Katie. En la sala común se murmuró mucho sobre que Harry hubiera elegido a dos de sus compañeros de curso para jugar en el equipo; pero a él, que había sido blanco de murmuraciones mucho peores desde que empezara sus estudios en Hogwarts, no le importó demasiado. No obstante, se sentía muy presionado para ganar el inminente partido contra Slytherin. Si Gryffindor se alzaba con la victoria, sus compañeros de casa olvidarían que lo habían criticado y jurarían que siempre habían creído a pies juntillas en su equipo. En cambio, si perdían…

«Bueno, he soportado cosas peores», pensó con ironía.

Esa noche, después de ver volar a Dean, se le pasaron todas las dudas acerca de su elección: Dean encajaba muy bien con Ginny y Demelza, y los golpeadores, Peakes y Coote, estaban progresando mucho. El único problema era Ron. Harry sabía que su amigo era un jugador inconstante cuyo punto débil eran los nervios y la falta de confianza, y por desgracia, la cercanía del primer partido de la temporada había sacado a la superficie sus antiguas inseguridades. Acababa de encajar media docena de goles, la mayoría de ellos marcados por Ginny, y sus movimientos parecían cada vez más desesperados y torpes, hasta que al final le pegó un puñetazo en la boca a Demelza Robins cuando ésta intentaba colocarse de cara al gol.

—¡Ha sido un accidente! ¡Lo siento muchísimo, Demelza! —se excusó Ron mientras ella, con el labio sangrando, descendía en zigzag hasta el suelo—. Es que…

—¡Te has dejado dominar por el pánico! —le reprochó Ginny, furiosa. Aterrizó al lado de Demelza y le examinó el hinchado labio—. ¡Eres un idiota, Ron! ¡Mira cómo la has dejado!

—Ya se lo arreglo yo —dijo Harry, posándose junto a las dos chicas; apuntó con su varita a la boca de Demelza y exclamó—:
¡Episkeyo!
—Luego añadió—: Y no llames idiota a Ron, Ginny. Tú no eres la capitana del equipo.

—Ya, pero como tú parecías demasiado ocupado para llamarle idiota, me pareció oportuno…

Harry contuvo la risa.

—A vuestras escobas. ¡Todos arriba!

Fue uno de los peores entrenamientos del curso. No obstante, Harry pensó que decir las cosas con tanta sinceridad no era la mejor táctica, faltando tan poco para el partido.

—Buen trabajo, chicos. Creo que aplastaremos a Slytherin —los felicitó con convicción.

Los cazadores y los golpeadores salieron del vestuario bastante satisfechos consigo mismos.

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