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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (372 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Era de noche. La enfermería se hallaba en silencio; habían corrido las cortinas de las ventanas y encendido las lámparas. La cama de Ron era la única ocupada. Harry, Hermione y Ginny, sentados alrededor de él, habían pasado todo el día tras la puerta de doble hoja intentando asomarse al interior cada vez que alguien entraba o salía. La señora Pomfrey no les permitió entrar hasta las ocho en punto. Fred y George habían llegado a las ocho y diez.

—No era así como imaginábamos darle nuestro obsequio —dijo George con gesto compungido. Dejó un gran paquete envuelto para regalo en la mesilla de noche de su hermano y se sentó al lado de Ginny.

—Sí, él debía estar consciente —añadió Fred.

—Fuimos a Hogsmeade y lo esperábamos para darle la sorpresa… —continuó George.

—¿Estabais en Hogsmeade? —preguntó Ginny.

—Nos planteábamos comprar Zonko —explicó Fred—. Queríamos convertirla en nuestra sucursal en Hogsmeade, pero ¿de qué nos serviría si ya no os dejan salir los fines de semana para adquirir nuestros productos? En fin, ahora eso no importa.

Acercó una silla a la de Harry y contempló el pálido rostro de Ron.

—¿Cómo pasó exactamente, Harry?

Éste volvió a relatar lo que ya había contado un montón de veces a Dumbledore, la profesora McGonagall, la señora Pomfrey, Hermione y Ginny.

—…y entonces le metí el bezoar por el gaznate y él empezó a respirar un poco mejor. Slughorn fue a pedir ayuda y acudieron la profesora McGonagall y la señora Pomfrey, que lo subieron aquí. Dicen que se pondrá bien. La enfermera cree que tendrá que quedarse en la enfermería una semana, tomando esencia de ruda…

—Jo, vaya suerte que se te ocurriera lo del bezoar —comentó George.

—La suerte fue que hubiera uno en la habitación —puntualizó Harry. Se le helaba la sangre cada vez que pensaba en lo que habría sucedido si no hubiera dado con aquella piedra.

Hermione emitió un sollozo casi inaudible. Llevaba todo el día más callada de lo habitual. Al llegar se había abalanzado sobre Harry, pálida como la cera, para preguntarle qué había ocurrido, pero después apenas había participado en la interminable discusión entre Harry y Ginny acerca de cómo habían envenenado a Ron. Se limitó a quedarse de pie junto a ellos en el pasillo, con las mandíbulas apretadas y cara de susto, hasta que por fin les permitieron entrar a verlo.

—¿Lo saben ya papá y mamá? —le preguntó Fred a Ginny.

—Sí, ya lo han visto. Llegaron hace una hora. Ahora están en el despacho de Dumbledore, pero no tardarán en volver…

Se quedaron en silencio y observaron a Ron, que decía algo en sueños.

—Entonces, ¿el veneno estaba en la bebida? —preguntó Fred con voz queda.

—Sí —contestó Harry, que no dejaba de pensarlo y se alegró de esa oportunidad para hablar del asunto otra vez—. Slughorn nos lo sirvió…

—¿Pudo ponerle algo en la copa a Ron sin que tú lo vieras?

—Supongo que sí, pero ¿por qué iba a querer envenenarlo?

—Ni idea —admitió Fred frunciendo la frente—. ¿Y si se equivocó de copa? ¿Y si quería darte a ti la que tenía veneno?

—¿Y por qué iba a querer envenenar a Harry? —terció Ginny.

—No lo sé, pero probablemente hay un montón de gente a la que le gustaría envenenarlo, ¿no? Por lo del «Elegido» y todo eso.

—Entonces, ¿crees que Slughorn es un
mortífago
? —preguntó Ginny.

—Todo es posible —repuso Fred sin concretar.

—El profesor podría estar bajo una maldición
imperius
—apuntó George.

—Y también podría ser inocente —repuso Ginny—. El veneno podía estar en la botella, y en ese caso quizá querían envenenar al propio Slughorn.

—¿Quién iba a querer hacer eso?

—Dumbledore dice que Voldemort pretendía que Slughorn se pasara a su bando —explicó Harry—. Por eso el profesor estuvo un año escondido antes de venir a Hogwarts. Y… —pensó en el recuerdo que Dumbledore todavía no había logrado sonsacarle a Slughorn— quizá Voldemort quiera quitarlo de en medio, o quizá crea que podría resultarle valioso a Dumbledore.

—Pero tú dijiste que Slughorn pensaba regalarle esa botella a Dumbledore por Navidad —le recordó Ginny—. Así pues, también cabe la posibilidad de que el objetivo del envenenador fuera el director.

—Entonces es que el envenenador no conoce muy bien a Slughorn —intervino Hermione, abriendo la boca por primera vez en varias horas; tenía la voz tomada, como si estuviera resfriada—. Cualquiera que conozca a Slughorn sabría que muy probablemente se quedaría con un licor tan exquisito.

—Err… ii… oon… —susurró de pronto Ron con voz ronca.

Todos lo observaron con ansiedad, pero después de murmurar unas palabras ininteligibles Ron se puso a roncar.

En ese momento, las puertas de la enfermería se abrieron de par en par y todos dieron un respingo. Hagrid entró con paso decidido, el cabello mojado de lluvia, el abrigo de piel de castor ondeando y una ballesta en la mano. Dejó en el suelo un rastro de huellas de barro del tamaño de delfines.

—¡He pasado todo el día en el Bosque Prohibido! —anunció con voz quebrada—.
Aragog
ha empeorado y le estuve leyendo… No me levanté para ir a cenar hasta hace muy poco, y entonces la profesora Sprout me contó lo de Ron. ¿Cómo se encuentra?

—No es grave —lo tranquilizó Harry—. Dicen que se pondrá bien.

—¡Sólo seis visitas a la vez! —les advirtió la señora Pomfrey saliendo precipitadamente de su despacho.

—Con Hagrid somos seis —replicó George.

—Ah… pues sí… —admitió la enfermera, que al parecer había tomado a Hagrid por más de uno debido a su corpulencia. Para disimular su error, se apresuró a limpiar con su varita las huellas dejadas por el guardabosques.

—No puedo creerlo —se lamentó Hagrid, meneando su enorme y enmarañada cabeza mientras contemplaba a Ron—. No puedo creerlo… Míralo ahí tendido… ¿A quién se le ocurriría hacerle daño, eh?

—De eso mismo estábamos hablando —dijo Harry—. No lo sabemos.

—A lo mejor alguien le guarda rencor al equipo de
quidditch
de Gryffindor, ¿no? —sugirió Hagrid—. Primero Katie, ahora Ron…

—No me imagino a nadie intentando liquidar a un equipo de
quidditch
—terció George.

—Wood se habría cargado a los de Slytherin si hubiera podido —dijo abiertamente Fred.

—Yo no creo que esto tenga nada que ver con el
quidditch
, pero sí veo relación entre los dos ataques —intervino Hermione.

—¿Qué relación? —preguntó Fred.

—Bueno, ambos tendrían que haber resultado mortales, pero no ha sido así, aunque de chiripa. Y por otra parte ni el veneno ni el collar afectaron a la persona a la que supuestamente tenían que matar. Claro que —añadió con aire pensativo—, en cierta manera, esto convierte al autor de las agresiones en aún más peligroso, porque por lo visto no le importa a cuántos tenga que quitar de en medio hasta conseguir su objetivo.

Antes de que nadie pudiera replicar a esa inquietante hipótesis, las puertas de la enfermería volvieron a abrirse y, esta vez, dieron paso a los señores Weasley. En su anterior visita no habían hecho más que asegurarse de que Ron se recuperaría por completo, pero ahora la señora Weasley abrazó fuertemente a Harry.

—Dumbledore nos ha contado cómo lo salvaste con el bezoar —dijo entre sollozos—. ¡Oh, Harry, no sabemos cómo agradecértelo! Primero salvaste a Ginny, después a Arthur, y ahora has salvado a Ron…

—No creo que… Yo no… —farfulló Harry con apuro.

—Ahora que lo pienso, la mitad de nuestra familia te debe la vida —intervino el señor Weasley emocionado—. Bueno, lo único que puedo asegurar es que los Weasley estuvimos de suerte el día que Ron decidió sentarse en tu compartimiento en el expreso de Hogwarts, Harry.

El muchacho no supo qué responder, y casi se alegró cuando la señora Pomfrey volvió a recordarles que sólo podía haber seis visitas alrededor de la cama de Ron. Hermione y él se levantaron en el acto y Hagrid decidió salir con ellos, de modo que dejaron a Ron con su familia.

—Es terrible —gruñó Hagrid mientras los tres recorrían el pasillo hacia la escalinata de mármol—. A pesar de todas las medidas de seguridad que han instalado, los alumnos siguen sufriendo accidentes. Dumbledore está preocupadísimo. No es que hable mucho, pero se lo noto…

—¿Y no se le ha ocurrido nada? —preguntó Hermione, ansiosa.

—Supongo que habrá sopesado cientos de ideas porque tiene un cerebro privilegiado —replicó Hagrid, incondicional del director—. Pero no sabe quién envió ese collar ni quién puso veneno en la bebida, ya que si lo supiera habrían atrapado a los responsables, ¿no? Lo que me preocupa —continuó, bajando la voz y mirando hacia atrás (Harry, por si acaso, se aseguró de que Peeves no estuviera en el techo)— es hasta cuándo podrá seguir abierto Hogwarts si continúan atacando a los alumnos. Se repite la historia de la Cámara de los Secretos, ¿no? El pánico se apoderará de la gente, habrá más padres que sacarán a sus hijos del colegio y, antes de que nos demos cuenta, el consejo escolar… —Se interrumpió al ver que el fantasma de una mujer de largo cabello se deslizaba serenamente por su lado; luego prosiguió con un ronco susurro—: El consejo escolar querrá cerrar el colegio para siempre.

—¿Cómo van a hacer eso? —dijo Hermione, preocupada.

—Tienes que mirarlo desde su punto de vista —repuso Hagrid—. A ver, siempre ha sido un poco arriesgado enviar a un chico a Hogwarts, ¿verdad? Y es normal que se produzcan accidentes habiendo cientos de magos menores de edad encerrados en el castillo, ¿no?, pero un intento de asesinato es diferente. No me extraña que Dumbledore esté enfadado con Sn… —Se calló y una expresión de culpabilidad que resultaba familiar se le dibujó en la parte de la cara no cubierta por su enmarañada y negra barba.

—¿Cómo dices? —saltó Harry—. ¿Que Dumbledore está enfadado con Snape?

—Yo nunca he dicho eso —negó Hagrid, aunque su mirada de pánico lo delataba—. ¡Oh, qué hora es, casi medianoche! Tengo que…

—Hagrid, ¿por qué está enfadado Dumbledore con Snape? —insistió Harry.

—¡Chist! —repuso Hagrid, nervioso y enojado—. No grites así. ¿Quieres que pierda mi empleo? Aunque supongo que no te importa, ahora que no estudias Cuidado de Criatu…

—¡No intentes que me sienta culpable porque no lo conseguirás! —le espetó Harry—. ¿Qué ha hecho Snape?

—¡No lo sé, Harry, no debí escuchar esa conversación! El caso es que la otra noche salía del Bosque Prohibido y los oí hablar… bueno, discutir. No quería que me vieran, así que intenté pasar inadvertido y no escuchar, pero era una discusión… acalorada, ya sabes, y aunque me hubiera tapado los oídos…

—¿Y bien? —lo apremió Harry mientras el otro, nervioso, barría el suelo con sus enormes pies.

—Pues… sólo oí a Snape diciendo que Dumbledore lo daba por hecho cuando a lo mejor resultaba que él, Snape, ya no quería hacerlo…

—¿Hacer qué?

—No lo sé, Harry. Snape parecía sentirse utilizado, nada más. En fin, Dumbledore le recordó que había aceptado hacerlo y que no podía echarse atrás. Fue muy duro con él. Y luego le dijo algo sobre que indagara en su casa, en Slytherin. Bueno, ¿qué pasa?… ¡Eso no tiene nada de raro! —se apresuró a añadir Hagrid mientras Harry y Hermione intercambiaban elocuentes miradas—. A todos los jefes de las casas les pidieron que investigaran el asunto del collar…

—Sí, pero Dumbledore no se pelea con el resto de ellos, ¿verdad? —adujo Harry.

—Oye… —Inquieto, Hagrid retorció la ballesta, que se partió por la mitad con un fuerte chasquido—. Mecachis… Oye, ya sé lo que piensas de Snape, y no quiero que saques conclusiones erróneas de lo que te he explicado.

—Cuidado —les advirtió Hermione.

Se volvieron a tiempo de ver la sombra de Argus Filch proyectada en la pared, antes de que el conserje doblara la esquina, jorobado y con los carrillos temblorosos.

—¡Aja! —exclamó con su voz jadeante—. ¿Qué hacéis levantados a estas horas? ¡Esta vez no os libráis de un castigo!

—Te equivocas, Filch —dijo Hagrid con firmeza—. ¿No ves que están conmigo?

—¿Y qué importa eso? —replicó Filch con odiosa testarudez.

—¿Todavía no te has enterado de que soy profesor? ¡Maldito
squib
! ¡Soplón! —saltó Hagrid, furioso.

Filch parecía a punto de estallar de rabia. Entonces se oyó un desagradable bufido: la
Señora Norris
había llegado sin que nadie la viera y se retorcía sinuosamente alrededor de los delgados tobillos del conserje.

—Id tirando —susurró Hagrid con disimulo.

Harry no necesitó que se lo repitiera. Ambos amigos echaron a correr y no volvieron la cabeza pese a que las fuertes voces de Hagrid y Filch resonaban a sus espaldas. Se cruzaron con Peeves cerca del pasillo que conducía a la torre de Gryffindor, pero el
poltergeist
pasó como una centella en dirección a los gritos, riendo y cantando:

Cuando haya un conflicto o un problemón,

¡llamad a Peevsie y él empeorará la situación!

La Señora Gorda estaba dormitando y no le hizo ninguna gracia que la despertaran, pero se apartó a regañadientes para dejarlos entrar en la sala común, que afortunadamente estaba tranquila y vacía. Los estudiantes no parecían saber lo que le había sucedido a Ron, y eso alivió a Harry, pues ya lo habían interrogado bastante todo el día. Hermione le dio las buenas noches y se fue al dormitorio de las chicas. El se quedó abajo y se sentó junto al fuego a contemplar las menguantes brasas.

De modo que Dumbledore había discutido con Snape… Pese a todo lo que el director le había dicho a Harry, pese a su insistencia en que confiaba ciegamente en Snape, al final había perdido los estribos con él… Por lo visto no creía que éste se hubiera esforzado lo suficiente en investigar a los alumnos de Slytherin… O quizá en investigar a un alumno de Slytherin en particular: Draco Malfoy.

¿Y si Dumbledore había fingido que las sospechas de Harry eran infundadas porque no quería que cometiera ninguna tontería, ni que actuara por su cuenta? Era muy probable. Incluso podía ser que el director no quisiera que nada distrajera a Harry de sus estudios o de conseguir el recuerdo de Slughorn. O quizá no consideraba oportuno confiarle sus sospechas respecto a los profesores a un muchacho de dieciséis años…

—¡Estás aquí, Potter!

Harry se puso en pie sobresaltado, con la varita en ristre. Creía que no había nadie en la sala común y le sorprendió que de pronto se levantara alguien tan grandote de una butaca distante. Cuando se fijó mejor vio que era Cormac McLaggen.

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