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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (367 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Pero Charlie suspendió, ¿verdad?

—Sí, pero como Charlie es más corpulento que yo —dijo Ron abriendo los brazos como para abarcar el contorno de un gorila—, los gemelos no se metieron mucho con él, al menos cuando estaba presente.

—¿Cuándo podremos hacer el examen?

—En cuanto hayamos cumplido diecisiete años. ¡O sea que yo me examinaré en marzo!

—Sí, pero no podrás aparecerte aquí, en el castillo —le advirtió Harry.

—Eso no importa. La gracia es que todo el mundo sepa que puedo aparecerme si quiero.

Ron no era el único emocionado con las clases de Aparición. Ese día se habló mucho del cursillo; el hecho de poder esfumarse y volver a aparecer al antojo de uno ofrecía a los alumnos un mundo de posibilidades.

—Será genial eso de… —Seamus chasqueó los dedos—. Mi primo Fergus lo hace continuamente sólo para fastidiarme; ya veréis cuando yo también pueda desaparecerme… Le voy a hacer la vida imposible.

Y se emocionó tanto imaginando esa feliz circunstancia que agitó la varita con excesivo entusiasmo y en lugar de generar una fuente de agua cristalina, que era el objetivo de la clase de Encantamientos de ese día, hizo aparecer un chorro de manguera que rebotó en el techo y le dio en plena cara al profesor Flitwick.

El profesor se secó con una sacudida de su varita y, ceñudo, ordenó a Seamus que copiara la frase «Soy un mago y no un babuino blandiendo un palo». El chico se quedó un tanto abochornado.

—Harry ya se ha aparecido —le susurró Ron—. Dum… bueno, alguien lo acompañó; Aparición Conjunta, ya sabes.

—¡Anda! —susurró Seamus, y Dean, Neville y él juntaron un poco más las cabezas para que su compañero les explicara qué se sentía al aparecerse.

Durante el resto del día, muchos alumnos de sexto agobiaron a Harry con preguntas, ansiosos por anticiparse a las sensaciones que experimentarían. Pero ninguno de ellos se desanimó cuando les contó lo incómodo que era aparecerse, aunque se sintieron sobrecogidos. Eran casi las ocho de la tarde y Harry todavía estaba contestando a las preguntas de sus compañeros con pelos y señales. Al final, para no llegar tarde a su clase particular, se vio obligado a alegar que tenía que devolver sin falta un libro en la biblioteca.

En el despacho de Dumbledore, las lámparas estaban encendidas, los retratos de sus predecesores roncaban suavemente en sus marcos y el
pensadero
volvía a estar preparado encima de la mesa. El director tenía las manos posadas a ambos lados de la vasija; la derecha se veía más negra y chamuscada que antes. No parecía que se le estuviera curando, y Harry se preguntó por enésima vez cómo se habría hecho el anciano profesor una lesión tan extraña, pero no hizo ningún comentario; Dumbledore le había dicho que ya lo sabría en su momento, y ahora había otro asunto del que Harry quería hablar. Pero, antes de que pudiera decir nada acerca de Snape y Malfoy, Dumbledore dijo:

—Tengo entendido que estas Navidades conociste al ministro de Magia.

—Sí. No está muy contento conmigo.

—No —suspiró Dumbledore—. Tampoco está contento conmigo. Debemos procurar no hundirnos bajo el peso de nuestras tribulaciones, Harry, y seguir luchando.

Harry forzó una sonrisa.

—Pretendía que le dijera a la comunidad mágica que el ministerio está realizando una labor maravillosa.

—Fue ideade Fudge, ¿sabes?—comentó Dumbledore sonriendo también—. Cuando en sus últimos días como ministro intentaba por todos los medios aferrarse a su cargo, quiso hablar contigo con la esperanza de que le ofrecieras apoyo…

—¿Después de todo lo que hizo el año pasado? —repuso Harry—. ¿Después de lo de la profesora Umbridge?

—Le dije a Cornelius que lo descartara, pero la idea persistió a pesar de que él abandonó el ministerio. Pocas horas después del nombramiento de Scrimgeour, me reuní con él y me pidió que le organizara una entrevista contigo.

—¡Así que discutieron por eso! —saltó Harry—. Salió en
El Profeta
.

—Es inevitable que alguna que otra vez
El Profeta
diga la verdad. Aunque sea sin querer. Sí, ése fue el motivo de nuestra discusión. Pues bien, resulta que al final Rufus halló la manera de abordarte.

—Me acusó de ser «fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste».

—¡Qué insolencia!

—Le contesté que sí, que lo era.

Dumbledore fue a decir algo, pero cerró la boca. Detrás de Harry,
Fawkes
, el fénix, emitió un débil y melodioso quejido. Entonces el muchacho, reparando en que al director se le habían humedecido los ojos, desvió rápidamente la mirada y se quedó contemplándose los zapatos, abochornado. Sin embargo, cuando Dumbledore habló, no lo hizo con voz quebrada.

—Me conmueves, Harry.

—Scrimgeour quería saber adónde va usted cuando no está en Hogwarts —continuó Harry, sin apartar la vista de los zapatos.

—Sí, me consta que le encantaría saberlo —repuso Dumbledore con un deje jovial, y Harry consideró oportuno levantar la mirada—. Incluso ha intentado espiarme. Tiene gracia. Ordenó a Dawlish que me siguiera. Eso no estuvo nada bien. Ya me vi obligado a embrujar a ese
auror
en una ocasión y, lamentándolo mucho, tuve que hacerlo otra vez.

—Entonces ¿todavía no saben adónde va? —preguntó Harry con la esperanza de que le revelara esa intrigante cuestión, pero Dumbledore se limitó a sonreír mirándolo por encima de sus gafas de media luna.

—No, no lo saben, y de momento tampoco es oportuno que lo sepas tú. Y ahora te sugiero que nos demos prisa, a menos que haya algo más…

—Sí, señor. Quería comentarle algo acerca de Malfoy y Snape.

—Del profesor Snape, Harry.

—Sí, señor. Los oí hablar durante la fiesta del profesor Slughorn… Bueno, la verdad es que los seguí…

Dumbledore escuchó el relato de Harry con gesto imperturbable. Cuando terminó, el director guardó silencio unos instantes y luego dijo:

—Gracias por contármelo, pero te sugiero que no te preocupes. No creo que sea nada relevante.

—¿Que no es relevante? —repitió Harry, incrédulo—. Profesor, ¿ha entendido bien…?

—Sí, Harry, estoy dotado de una extraordinaria capacidad mental y he entendido todo lo que me has contado —lo cortó Dumbledore con cierta dureza—. Creo que hasta podrías considerar la posibilidad de que haya comprendido más cosas que tú. Agradezco que me lo hayas confiado, pero te aseguro que no me produce inquietud alguna.

Harry, contrariado, guardó silencio y miró a los ojos a Dumbledore. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso el director había encomendado a Snape que averiguara las actividades de Malfoy, en cuyo caso ya sabía todo cuanto él acababa de contarle? ¿O sí estaba preocupado por todo eso pero fingía no estarlo?

—Entonces, señor —dijo Harry procurando sonar sereno y respetuoso—, ¿sigue usted confiando…?

—Ya fui lo bastante tolerante en otra ocasión al contestar a esa pregunta —repuso Dumbledore con un tono nada tolerante—. Mi respuesta no ha cambiado.

—Eso parece —dijo una insidiosa vocecilla; por lo visto, Phineas Nigellus sólo fingía dormir. Dumbledore no le hizo caso.

—Y ahora, Harry, debo insistir en que nos demos prisa. Tengo cosas más importantes de que hablar contigo esta noche.

Harry se quedó quieto intentando dominar la rabia que sentía. ¿Qué pasaría si se negaba a cambiar de tema, o si insistía en discutir acerca de las acusaciones que tenía contra Malfoy? Dumbledore meneó la cabeza como si le hubiera leído el pensamiento.

—¡Ay, Harry, esto pasa a menudo, incluso entre los mejores amigos! Cada uno está convencido de que lo que dice es mucho más importante que cualquier cosa que los demás puedan aportar.

—Yo no opino que lo que usted tiene que decirme no sea importante, señor —puntualizó Harry con rigidez.

—Pues bien, estás en lo cierto porque lo es —repuso Dumbledore con vehemencia—. Hay dos recuerdos más que quiero enseñarte esta noche; ambos los obtuve con enormes dificultades, y creo que el segundo es el más trascendental que he logrado recoger.

Harry no hizo ningún comentario; seguía enfadado por cómo habían sido recibidas sus confidencias, pero no ganaría nada cerrándose en banda.

—Bueno —dijo Dumbledore con voz enérgica—, esta noche retomaremos la historia de Tom Ryddle, a quien en la pasada clase dejamos a punto de iniciar su educación en Hogwarts. Recordarás cómo se emocionó cuando se enteró de que era mago y rechazó mi compañía para ir al callejón Diagon, y que yo, por mi parte, le advertí que no podría seguir robando cuando estuviera en el colegio.

»Pues bien, se inició el curso y con él llegó Tom Ryddle, un muchacho tranquilo ataviado con una túnica de segunda mano, que aguardó su turno con los otros alumnos de primer año en la Ceremonia de Selección. El Sombrero Seleccionador lo envió a Slytherin en cuanto le rozó la cabeza —continuó Dumbledore, señalando con un floreo de la mano el estante de la pared donde reposaba, inmóvil, el viejo Sombrero Seleccionador—. Ignoro cuánto tardó Ryddle en enterarse de que el famoso fundador de su casa podía hablar con las serpientes; quizá lo averiguó esa misma noche. Estoy seguro de que esa revelación lo emocionó aún más e incrementó su autosuficiencia.

»Con todo, si asustaba o impresionaba a sus compañeros de casa con exhibiciones de lengua
pársel
en la sala común, el profesorado nunca tuvo noticia de ello. No daba ninguna señal de arrogancia ni agresividad. Era un huérfano con un talento inusual y muy apuesto, y, como es lógico, atrajo la atención y las simpatías del profesorado casi desde su llegada. Parecía educado, apacible y ávido de conocimientos, de modo que causó una impresión favorable en la mayoría de los profesores.

—¿Usted no les explicó, señor, cómo se había comportado el día que lo conoció en el orfanato? —preguntó Harry.

—No, no lo hice. Pese a que él no había dado muestras del menor arrepentimiento, cabía la posibilidad de que lamentara cómo había actuado hasta entonces y que hubiera decidido enmendarse. Por ese motivo, decidí darle una oportunidad.

Dumbledore hizo una pausa y miró inquisitivamente a Harry, que había despegado los labios para decir algo. Una vez más, el director exhibía su tendencia a confiar en los demás a pesar de existir pruebas aplastantes de que no lo merecían. Pero entonces Harry recordó algo…

—En realidad usted no se fiaba de él, ¿verdad, señor? Él me dijo… El Ryddle que salió de aquel diario me dijo: «A Dumbledore nunca le gusté tanto como a los otros profesores.»

—Digamos que no di por hecho que fuera digno de confianza —aclaró Dumbledore—. Como ya te he explicado, decidí vigilarlo bien y eso fue lo que hice. No puedo afirmar que extrajera mucha información de mis observaciones, al menos al principio, porque Ryddle era muy cauteloso conmigo; sin duda, tenía la impresión de que, con la emoción del descubrimiento de su verdadera identidad, me había contado demasiadas cosas. Procuró no volver a revelarme nada, pero no podía retirar los comentarios que ya se le habían escapado con la agitación del primer momento, ni la historia que me había explicado la señora Cole. Sin embargo, tuvo la sensatez de no intentar cautivarme como cautivó a tantos de mis colegas.

»A medida que pasaba de curso, iba reuniendo a su alrededor a un grupo de fieles amigos; los llamo así a falta de una palabra más adecuada, aunque, como ya te he explicado, es indudable que Ryddle no sentía afecto por ninguno de ellos. Sus compinches y él ejercían una misteriosa fascinación sobre los demás habitantes del castillo. Eran un grupo variopinto: una mezcla de personajes débiles que buscaban protección, personajes ambiciosos que deseaban compartir la gloria de otros y matones que gravitaban en torno a un líder capaz de mostrarles formas más refinadas de crueldad. Dicho de otro modo, eran los precursores de los
mortífagos
y, de hecho, algunos de ellos se convirtieron en los primeros
mortífagos
cuando salieron de Hogwarts.

»Estrictamente controlados por Ryddle, nunca los sorprendieron obrando mal, aunque los siete años que pasaron en Hogwarts estuvieron marcados por diversos incidentes desagradables a los que nunca se los pudo vincular de manera fehaciente; el más grave de esos incidentes fue, por supuesto, la apertura de la Cámara de los Secretos, que causó la muerte de una alumna. Como ya sabes, Hagrid fue injustamente acusado de ese crimen.

»No he encontrado muchos recuerdos de la estancia de Ryddle en Hogwarts —continuó Dumbledore mientras colocaba su marchita mano sobre el
pensadero
—. Muy pocos de quienes lo conocieron entonces están dispuestos a hablar de él porque lo temen demasiado. Lo que sé lo averigüé cuando él ya había abandonado Hogwarts, después de concienzudos esfuerzos para localizar a algunas personas a las que creí que podría sonsacar información, registrar antiguos archivos e interrogar a testigos tanto
muggles
como magos.

»Los pocos que accedieron a hablar me contaron que Ryddle estaba obsesionado por sus orígenes. Eso es comprensible, desde luego, puesto que se había criado en un orfanato y, como es lógico, quería saber cómo había ido a parar allí. Al parecer buscó en vano el rastro de Tom Ryddle sénior en las placas de la sala de trofeos, en las listas de prefectos de los archivos del colegio e incluso en los libros de historia de la comunidad mágica. Finalmente, se vio obligado a aceptar que su padre nunca había pisado Hogwarts. Creo que fue entonces cuando abandonó de forma definitiva su apellido, adoptó la identidad de lord Voldemort e inició las indagaciones sobre la familia de su madre, a la que hasta entonces había desdeñado; como recordarás, ella era la mujer que, según él, no podía ser bruja puesto que había sucumbido a la ignominiosa debilidad humana de la muerte.

»El único dato de que disponía era el nombre "Sorvolo"; en el orfanato le habían dicho que así se llamaba su abuelo materno. Por fin, tras minuciosas investigaciones en viejos libros de familias de magos, descubrió la existencia de los descendientes de Slytherin, así que al cumplir los dieciséis años se marchó para siempre del orfanato, adonde iba todos los veranos, y emprendió la búsqueda de sus parientes, los Gaunt…

Dumbledore se levantó y Harry vio que volvía a sostener una botellita de cristal llena de recuerdos nacarados que formaban remolinos.

—Me considero muy afortunado por haber recogido esto —dijo mientras vertía la reluciente sustancia en el
pensadero
—. Lo comprenderás cuando lo hayamos experimentado. ¿Estás preparado, Harry?

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