Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (309 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
13.43Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ya te lo he dicho, lo he visto…

—¡Por favor, Harry, te lo suplico! —exclamó Hermione, desesperada—. Déjanos comprobar si Sirius se ha marchado de su casa antes de salir en estampida hacia Londres. Si no está en Grimmauld Place, te juro que no haré nada para impedir que vayas. Iré contigo, haré… lo que sea para ayudarte a salvarlo.

—¡Voldemort está torturando a Sirius
AHORA MISMO
! —gritó Harry—. No podemos perder más tiempo.

—Pero todo esto podría ser una trampa de Voldemort, Harry, tenemos que comprobarlo.

—¿Cómo? —preguntó Harry—. ¿Cómo vamos a comprobarlo?

—Tendremos que utilizar la chimenea de la profesora Umbridge e intentar hablar con él —propuso Hermione, pese a que aquella idea la aterraba—. Volveremos a despistar a la profesora Umbridge, pero necesitaremos alguien que vigile, y ahí es donde pueden ayudarnos Ginny y Luna.

Pese a que todavía no había entendido del todo lo que estaba pasando, Ginny dijo inmediatamente:

—Sí, contad con nosotras.

Y Luna inquirió:

—¿Cuando dices «Sirius», te refieres a Stubby Boardman?

Nadie le contestó.

—Está bien… —le respondió Harry en tono agresivo a Hermione—. Está bien, si se te ocurre una forma de hacerlo deprisa, estoy de acuerdo, pero si no, me voy ahora mismo al Departamento de Misterios.

—¿Al Departamento de Misterios? —preguntó Luna con un deje de sorpresa—. Pero ¿cómo piensas ir hasta allí?

Harry la ignoró una vez más.

—Muy bien —continuó Hermione mientras se retorcía las manos y se paseaba entre los pupitres—. Muy bien… Bueno, uno de nosotros tiene que ir a buscar a la profesora Umbridge y… y conseguir que vaya hacia otro lado, alejarla de su despacho. Podríamos decirle, no sé, que Peeves ha hecho alguna de las suyas…

—De eso ya me encargo yo —se ofreció Ron—. Le diré que Peeves está destrozando el departamento de Transformaciones o algo así; está muy lejos de su despacho. Ahora que lo pienso, si me lo encuentro por el camino podría convencer a Peeves de que lo haga.

—Muy bien —dijo con la frente fruncida mientras seguía paseándose arriba y abajo; el hecho de que Hermione no pusiera reparos a que se destrozara el departamento de Transformaciones indicaba la gravedad de la situación—. También tendremos que mantener a los estudiantes lejos de su despacho mientras forzamos la puerta, porque si no alguno de Slytherin iría a chivarse.

—Luna y yo podemos montar guardia en cada uno de los extremos del pasillo —propuso Ginny—, y avisar a la gente de que no entre en él porque alguien ha soltado gas agarrotador. —A Hermione le sorprendió la rapidez con que a Ginny se le había ocurrido aquella mentira; Ginny se encogió de hombros y añadió—: Fred y George pensaban hacerlo antes de marcharse.

—Vale —dijo Hermione—. Entonces, Harry, tú y yo nos pondremos la capa invisible y entraremos en el despacho, y podrás hablar con Sirius…

—¡Te digo que no está allí, Hermione!

—Bueno, podrás… comprobar si Sirius está en casa o no mientras yo vigilo. No creo que debas quedarte allí solo, pues Lee ya ha demostrado que la ventana es un punto débil porque coló los
escarbatos
por ella.

Pese a la rabia y la impaciencia que sentía, Harry reconoció el ofrecimiento de Hermione de acompañarlo al despacho de la profesora Umbridge como una muestra de solidaridad y lealtad.

—Sí, gracias —murmuró.

—Bueno, aunque hagamos todo lo que hemos dicho, no creo que consigamos más de cinco minutos —comentó Hermione un poco aliviada después de que Harry hubiera aprobado su plan—; no hemos de olvidarnos de Filch ni de esa maldita Brigada Inquisitorial.

—Tendré suficiente con cinco minutos —aseguró Harry—. Y ahora, vamos…

—¿Ya? —dijo Hermione, sorprendida.

—¡Pues claro! —estalló Harry con enojo—. ¿Qué creías, que íbamos a esperar hasta después de la cena o algo así? ¡Hermione, Voldemort está torturando a Sirius en estos precisos momentos, mientras nosotros estamos aquí charlando!

—Está bien, está bien. Ve a buscar la capa invisible, yo te espero al final del pasillo de la profesora Umbridge, ¿de acuerdo?

Harry no contestó: salió a todo correr del aula y empezó a abrirse camino entre la marea de estudiantes que llenaban los pasillos. Dos pisos más arriba se cruzó con Seamus y Dean, que lo saludaron alegremente y le comunicaron que habían organizado una fiesta en la sala común para celebrar el final de los exámenes. Harry no les hizo ni caso. Se coló por el hueco del retrato mientras ellos seguían discutiendo sobre cuántas cervezas de mantequilla tenían que comprar en el mercado negro, y luego salió otra vez por el retrato, con la capa invisible y la navaja de Sirius en la mochila, sin que ellos se dieran ni cuenta.

—Harry, ¿quieres contribuir con un par de galeones? Harold Dingle dice que puede conseguirnos un poco de whisky de fuego…

Pero Harry ya había echado a correr por el pasillo, y un par de minutos más tarde saltaba los últimos escalones para reunirse con Ron, Hermione, Ginny y Luna, que estaban apiñados al final del pasillo de la profesora Umbridge.

—Ya lo tengo todo —dijo entrecortadamente—. ¿Estáis preparados?

—Ron, tú ve a distraer a la profesora Umbridge —le ordenó Hermione en un susurro, pues en ese momento pasaba a su lado un ruidoso grupo de alumnos de sexto—; Ginny, Luna, empezad a alejar a la gente del pasillo… Harry y yo nos pondremos la capa y esperaremos hasta que todo esté despejado.

Ron se marchó con paso decidido y los demás pudieron ver su reluciente pelo rojo hasta que llegó al final del pasillo; entre tanto Ginny, con su llamativa melena, se alejó en dirección opuesta, asomando entre el tumulto de estudiantes que llenaban el pasillo, seguida de la rubia Luna.

—Ven aquí —murmuró Hermione, tirando de Harry por la muñeca hasta un hueco donde la cabeza de piedra de un mago medieval, feísimo, hablaba sola sobre una columna—. ¿Seguro que estás bien, Harry? Todavía te veo muy pálido.

—Sí, estoy bien —afirmó él, y sacó la capa invisible de la mochila.

La verdad era que le dolía la cicatriz, pero no tanto como para pensar que Voldemort ya le hubiera asestado un golpe mortal a Sirius; el día que Voldemort castigó a Avery le había dolido muchísimo más…

—Venga —dijo, y se echó la capa invisible por encima tapando también a Hermione. Ambos se quedaron escuchando atentamente tratando de aislarse del sermón en latín del busto que tenían delante.

—¡Por aquí no podéis pasar! —decía Ginny a los alumnos—. Lo siento, tendréis que dar la vuelta por la escalera giratoria porque alguien ha soltado gas agarrotador en este pasillo.

Oyeron que algunos se quejaban, y una voz antipática dijo:

—Yo no veo gas por ninguna parte.

—Porque es incoloro —contestó Ginny con un convincente tono de exasperación—, pero si quieres pasar, adelante, así tendremos tu cuerpo como prueba para el siguiente idiota que no nos crea.

Poco a poco la multitud fue dispersándose. Por lo visto, la noticia del gas agarrotador se había difundido y la gente ya no intentaba pasar por aquel pasillo. Cuando la zona quedó prácticamente vacía, Hermione dijo en voz baja:

—Creo que ésta es la máxima tranquilidad que podremos conseguir, Harry. ¡Vamos!

Y echaron a andar cubiertos con la capa. Luna estaba de pie, de espaldas a ellos, al final del pasillo. Al pasar junto a Ginny, Hermione susurró:

—Bien hecho… No olvides la señal…

—¿Cuál es la señal? —murmuró Harry cuando se acercaban a la puerta del despacho de la profesora Umbridge.

—Si ven acercarse a la profesora Umbridge se pondrán a cantar «A Weasley vamos a coronar» —le contó Hermione mientras Harry introducía la hoja de la navaja de Sirius en la rendija que había entre la puerta y el marco. La cerradura se abrió enseguida, y los chicos entraron en el despacho.

Los estridentes gatitos disfrutaban del sol de la tarde que calentaba sus platos, pero por lo demás el despacho estaba vacío y silencioso como la última vez. Hermione suspiró aliviada.

—Temía que hubiera añadido alguna otra medida de seguridad después del segundo
escarbato
—comentó.

Se quitaron la capa y Hermione se dirigió deprisa hacia la ventana y se quedó de pie junto a ella escudriñando los jardines con la varita en ristre. Harry, por su parte, corrió hacia la chimenea, cogió el tarro de polvos flu, echó un pellizco dentro y consiguió que aparecieran unas llamas de color esmeralda. Se arrodilló rápidamente, metió la cabeza en el fuego y gritó:

—¡Número doce de Grimmauld Place!

La cabeza empezó a girarle como si acabara de bajarse de una atracción de feria, aunque las rodillas permanecían firmemente plantadas en el frío suelo del despacho. Harry cerró con fuerza los ojos para protegerlos del remolino de ceniza, y cuando todo dejó de dar vueltas, los abrió y ante él apareció la larga y fría cocina de Grimmauld Place.

No había nadie allí. Harry ya se lo había imaginado, pero aun así no estaba preparado para el pánico y el terror que lo invadieron cuando se encontró ante la desierta habitación.

—¿Sirius? —gritó—. ¿Estás ahí, Sirius? —Su voz resonó en la cocina, pero nadie le contestó. Únicamente oyó un débil susurro a la derecha de la chimenea—. ¿Quién hay ahí? —preguntó, aunque creía que debía de ser tan sólo un ratón.

Entonces apareció Kreacher, el elfo doméstico. Parecía muy satisfecho por algo, pese a que debía de haberse lastimado gravemente ambas manos, porque las llevaba muy vendadas.

—La cabeza de Potter ha aparecido en la chimenea —informó a la vacía cocina al tiempo que lanzaba furtivas miradas de triunfo a Harry—. ¿A qué habrá venido, se pregunta Kreacher?

—¿Dónde está Sirius, Kreacher? —inquirió Harry.

El elfo doméstico chasqueó la lengua.

—El amo ha salido, Harry Potter.

—¿Adónde ha ido? ¡Adónde ha ido, Kreacher! —Por toda respuesta, el elfo soltó una risotada que pareció un cacareo—. ¡Te lo advierto! —gritó Harry, consciente de que desde su posición no podía castigar a Kreacher—. ¿Dónde está Lupin? ¿Y
Ojoloco
? ¿Dónde están todos?

—¡Kreacher se ha quedado solo en la casa! —informó el elfo con regocijo; a continuación, dio la espalda a Harry y echó a andar lentamente hacia la puerta que había al fondo de la cocina—. Kreacher cree que ahora irá a charlar un rato con su dueña, sí, hace mucho tiempo que no puede hacerlo, el amo de Kreacher se lo impedía…

—¿Adónde ha ido Sirius? —le gritó Harry—. ¿Ha ido al Departamento de Misterios, Kreacher?

Éste paró en seco. Harry sólo veía la parte de atrás de su calva entre el bosque de patas de sillas que tenía delante.

—El amo nunca dice al pobre Kreacher adónde va —contestó el elfo.

—¡Pero tú lo sabes! ¿Verdad? ¡Tú sabes dónde está!

Se produjo un breve silencio; entonces el elfo rió socarronamente.

—¡El amo nunca regresará del Departamento de Misterios! —afirmó alegremente—. ¡Kreacher y su dueña se han quedado solos otra vez! —exclamó, y siguió andando y se escabulló por la puerta que conducía al vestíbulo.

—¡Te voy a…!

Pero antes de que pudiera concretar su amenaza, Harry notó un fuerte dolor en la coronilla; tragó un montón de ceniza y, atragantándose, notó que lo arrastraban hacia atrás a través de las llamas, hasta que, con espantosa brusquedad, se encontró mirando la ancha y pálida cara de la profesora Umbridge, que lo había sacado de la chimenea tirándole del pelo y en ese momento le echaba el cuello hacia atrás cuanto podía, como si fuera a degollarlo.

—¿Creías que después de dos
escarbatos
—dijo en un susurro tirando un poco más de la cabeza de Harry, de modo que éste se quedó contemplando el techo— iba a permitir que otra inmunda y carroñera criatura entrara en mi despacho sin que yo lo supiera? Cuando entró el último, puse hechizos sensores de sigilo en la puerta de mi despacho, idiota. Quítale la varita —le gritó a alguien a quien Harry no podía ver, y notó que una mano hurgaba en el bolsillo interior de su túnica y sacaba su varita—. Y no te olvides de ella. —Harry oyó una refriega junto a la puerta y comprendió que a Hermione también se la habían arrebatado—. Quiero saber qué hacíais en mi despacho —dijo la profesora Umbridge agitando el puño con que le sujetaba el pelo a Harry, de modo que éste se tambaleó.

—¡Quería… recuperar mi Saeta de Fuego! —repuso Harry con voz ronca.

—Mentira. —La profesora volvió a zarandearlo—. Tu Saeta de Fuego está custodiada en las mazmorras, como sabes muy bien, Potter. Tenías la cabeza dentro de mi chimenea. ¿Con quién te estabas comunicando?

—Con nadie —contestó Harry, e intentó soltarse, notando cómo varios cabellos se le desprendían del cuero cabelludo.

—¡Mentira! —gritó la profesora Umbridge.

Le dio un empujón, y Harry chocó contra la mesa. Ahora veía a Hermione, a quien Millicent Bulstrode inmovilizaba contra la pared. Malfoy estaba apoyado en el alféizar de la ventana sonriendo mientras lanzaba la varita mágica de Harry al aire y la recuperaba con una mano.

A continuación se produjo un alboroto al otro lado de la puerta, y entonces entraron varios corpulentos alumnos de Slytherin que arrastraban a Ron, Ginny, Luna y, para sorpresa de Harry, Neville, a quien Crabbe había hecho una llave y llevaba tan sujeto por el cuello que parecía a punto de ahogarse. Los habían amordazado a los cuatro.

—Los tenemos a todos —anunció Warrington, y empujó bruscamente a Ron hacia el centro del despacho—. Éste —dijo hincándole un grueso dedo a Neville en el pecho— ha intentado impedir que agarrara a ésa —señaló a Ginny, que pretendía pegar patadas en la espinilla a la robusta alumna de Slytherin que la sujetaba—, así que lo hemos cogido también.

—Estupendo —dijo la profesora Umbridge mientras contemplaba los forcejeos de Ginny—. Muy bien, veo que dentro de poco ya no quedará ni un solo Weasley en Hogwarts.

Malfoy, adulador, rió con ganas. Umbridge dibujó su ancha y displicente sonrisa y se sentó en una butaca de chintz; miraba a sus prisioneros pestañeando, como un sapo sobre un parterre de flores.

—Muy bien, Potter —comenzó—. Has colocado vigilantes alrededor de mi despacho y has enviado a ese payaso —señaló con la cabeza a Ron, y Malfoy rió aún más fuerte— para que me dijera que el
poltergeist
estaba provocando el caos en el departamento de Transformaciones cuando yo sabía perfectamente que estaba manchando de tinta las miras de todos los telescopios del colegio, porque el señor Filch acababa de informarme de ello. Es evidente que te interesaba mucho hablar con alguien. ¿Con quién? ¿Con Albus Dumbledore? ¿O con ese híbrido, Hagrid? No creo que se tratara de la profesora McGonagall porque tengo entendido que todavía está demasiado enferma para hablar con nadie.

BOOK: Harry Potter. La colección completa
13.43Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Queen's Secret by Victoria Lamb
Choices by Ann Herendeen
Prisoner of Fate by Tony Shillitoe
Skin on Skin by Jami Alden, Valerie Martinez, Sunny
Fairway Phenom by Matt Christopher, Paul Mantell
Christmas Moon by Sadie Hart
Captive's Desire by Natasha Knight
Jaz & Miguel by Raven, R. D.