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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (217 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Virad al sudoeste! —gritó Moody—. ¡Tenemos que evitar la autopista!

Harry estaba tan helado que pensó con nostalgia en los secos y calentitos interiores de los coches que circulaban por debajo; y luego, con más nostalgia aún, en cómo habría sido un viaje con polvos flu. Quizá resultara incómodo girar en las chimeneas, pero al menos con las llamas no pasabas frío… Kingsley Shacklebolt describió un círculo alrededor de Harry, mientras la calva y el pendiente destellaban un poco bajo la luz de la luna… En ese momento Emmeline Vance iba a su derecha, con la varita en la mano, girando la cabeza a derecha e izquierda… Entonces ella también pasó volando por encima de Harry y la sustituyó Sturgis Podmore…

—¡Deberíamos volver un instante sobre nuestros pasos, sólo para asegurarnos de que no nos siguen! —gritó Moody.

—¿Te has vuelto loco,
Ojoloco
? —gritó Tonks desde delante—. ¡Estamos todos helados hasta el palo de la escoba! ¡Si seguimos desviándonos de nuestro camino no llegaremos ni la semana que viene! ¡Además, ya falta poco!

—¡Ha llegado el momento de iniciar el descenso! —anunció la voz de Lupin—. ¡Tonks, Harry, seguidme!

Harry siguió a Tonks en una caída en picado. Se dirigían hacia el grupo de luces más grande que había visto hasta entonces, un enorme y extenso entramado de líneas relucientes con trozos negros intercalados. Siguieron bajando hasta que Harry empezó a distinguir faros y farolas, chimeneas y antenas de televisión. Estaba deseando llegar al suelo, aunque tenía la impresión de que deberían descongelarlo para separarlo de su escoba.

—¡Allá vamos! —gritó Tonks, y unos segundos más tarde había aterrizado.

Harry tomó tierra justo detrás de ella y desmontó en una parcela de hierba sin cortar, en medio de una pequeña plaza. Tonks ya había empezado a desabrochar el arnés que sujetaba el baúl de Harry. El chico, tembloroso, miró a su alrededor. Las sucias fachadas de los edificios no parecían muy acogedoras; algunas tenían los cristales de las ventanas rotos, y éstos brillaban débilmente reflejando la luz de las farolas; la pintura de muchas puertas estaba desconchada, y junto a varios portales se acumulaba la basura.

—¿Dónde estamos? —preguntó Harry, pero Lupin, en voz baja, dijo:

—Espera un minuto.

Moody hurgaba en su capa con las nudosas manos entumecidas por el frío.

—Ya lo tengo —masculló; a continuación, levantó algo que parecía un encendedor de plata y lo accionó.

La farola más cercana hizo «pum» y se apagó. Volvió a accionar el artilugio, y se apagó la siguiente; siguió accionándolo hasta que todas las farolas de la plaza se hubieron apagado y la única luz que quedó fue la que procedía de unas ventanas con las cortinas echadas y la de la luna en cuarto creciente.

—Me lo prestó Dumbledore —dijo Moody, guardándose el apagador en el bolsillo—. Por si algún
muggle
asoma la cabeza por la ventana, ¿sabes? Y ahora en marcha, deprisa.

Cogió a Harry por un brazo y lo guió por la parcela cubierta de hierba; cruzaron la calle y subieron a la acera. Lupin y Tonks los siguieron; transportaban el baúl de Harry entre los dos e iban flanqueados por el resto de la guardia, que llevaba las varitas en la mano.

De una de las ventanas del piso de arriba de la casa más cercana, salía música amortiguada. Un intenso olor a basura podrida se expandía desde el montón de bolsas de desperdicios que había al otro lado de una verja destrozada.

—Es aquí —murmuró Moody; le puso a Harry un trozo de pergamino en la desilusionada mano y acercó el extremo iluminado de su varita para que pudiera ver el texto—. Léelo rápido y memorízalo.

Harry miró el trozo de pergamino. La letra, de trazos estrechos, le resultaba vagamente familiar. El texto rezaba:

El cuartel general de la Orden del Fénix está ubicado en el número 12 de Grimmauld Place, en Londres.

4
El número 12 de Grimmauld Place

—¿Qué es la Orden del…? —preguntó Harry.

—¡Aquí no, muchacho! —gruñó Moody—. ¡Espera a que estemos dentro!

Moody le arrebató a Harry el trozo de pergamino y le prendió fuego con la punta de la varita. Mientras las llamas devoraban el mensaje, que cayó flotando al suelo, Harry volvió a mirar las casas que había a su alrededor. Estaban delante del número 11; miró a la izquierda y vio el número 10; a la derecha, sin embargo, estaba el número 13.

—Pero ¿dónde está…?

—Piensa en lo que acabas de memorizar —le recordó Lupin con serenidad.

Harry lo pensó, y en cuanto llegó a las palabras «número 12 de Grimmauld Place», una maltrecha puerta salió de la nada entre los números 11 y 13, y de inmediato aparecieron unas sucias paredes y unas mugrientas ventanas. Era como si, de pronto, se hubiera inflado una casa más, empujando a las que tenía a ambos lados y apartándolas de su camino. Harry se quedó mirándola, boquiabierto. El equipo de música del número once seguía sonando. Por lo visto, los
muggles
que había dentro no habían notado nada.

—Vamos, deprisa —gruñó Moody, empujando a Harry por la espalda.

El chico subió los desgastados escalones de piedra sin apartar los ojos de la puerta que acababa de materializarse. La pintura negra estaba estropeada y arañada, y la aldaba de plata tenía forma de serpiente retorcida. No había cerradura ni buzón.

Lupin sacó su varita y dio un golpe con ella en la puerta. Harry oyó unos fuertes ruidos metálicos y algo que sonaba como una cadena. La puerta se abrió con un chirrido.

—Entra, Harry, rápido —le susurró Lupin—, pero no te alejes demasiado y no toques nada.

Harry cruzó el umbral y se sumergió en la casi total oscuridad del vestíbulo. Olía a humedad, a polvo y a algo podrido y dulzón; la casa tenía toda la pinta de ser un edificio abandonado. Miró hacia atrás y vio a los otros, que iban en fila detrás de él; Lupin y Tonks llevaban su baúl y la jaula de
Hedwig
. Moody estaba de pie en el último escalón soltando las bolas de luz que el apagador había robado de las farolas: volvieron volando a sus bombillas y la plaza se iluminó, momentáneamente, con una luz naranja; entonces Moody entró renqueando en la casa y cerró la puerta, y la oscuridad del vestíbulo volvió a ser total.

—Por aquí…

Le dio unos golpecitos en la cabeza a Harry con la varita; esta vez el muchacho sintió que algo caliente le goteaba por la espalda y comprendió que el encantamiento desilusionador había terminado.

—Ahora quédense todos quietos mientras pongo un poco de luz aquí dentro —susurró Moody.

Los murmullos de los demás le producían a Harry una extraña aprensión; era como si acabaran de entrar en la casa de alguien que estaba a punto de morir. Oyó un débil silbido, y entonces unas anticuadas lámparas de gas se encendieron en las paredes y proyectaron una luz, débil y parpadeante, sobre el despegado papel pintado y sobre la raída alfombra de un largo y lúgubre vestíbulo, de cuyo techo colgaba una lámpara de cristal cubierta de telarañas y en cuyas paredes lucían retratos ennegrecidos por el tiempo que estaban torcidos. Harry oyó algo que correteaba detrás del zócalo. Tanto la lámpara como el candelabro, que había encima de una desvencijada mesa, tenían forma de serpiente.

Oyeron unos rápidos pasos y la madre de Ron, la señora Weasley, entró por una puerta que había al fondo del vestíbulo. Corrió a recibirlos con una sonrisa radiante, aunque Harry se fijó en que estaba mucho más pálida y delgada que la última vez que la había visto.

—¡Oh, Harry, cuánto me alegro de verte! —susurró, y lo estrujó con un fuerte abrazo; luego se separó un poco de él y lo examinó con ojo crítico—. Estás paliducho; necesitas engordar un poco, pero me temo que tendrás que esperar hasta la hora de la cena. —Luego, dirigiéndose al grupo de magos que Harry tenía detrás, la señora Weasley volvió a susurrar con tono apremiante—: Acaba de llegar. La reunión ya ha comenzado.

Los magos emitieron ruiditos de interés y de expectación y empezaron a desfilar hacia la puerta por la que la señora Weasley acababa de aparecer. Harry se puso también en marcha, siguiendo a Lupin, pero la señora Weasley lo retuvo.

—No, Harry, la reunión es sólo para miembros de la Orden. Ron y Hermione están arriba; puedes esperar con ellos hasta que se acabe. Luego cenaremos. Y habla en voz baja en el vestíbulo —añadió con un susurro apremiante.

—¿Por qué?

—No quiero que se despierte nada.

—¿Qué es lo que…?

—Ya te lo explicaré más tarde, ahora debo darme prisa. Tengo que asistir a la reunión, pero antes te enseñaré dónde vas a dormir.

Se llevó un dedo a los labios y lo precedió de puntillas; pasaron por delante de un par de largas y apolilladas cortinas, detrás de las cuales Harry supuso que debía de haber otra puerta, y tras esquivar un gran paragüero que parecía hecho con la pierna cortada de un trol, empezaron a subir la oscura escalera y pasaron junto a una hilera de cabezas reducidas montadas en placas, colgadas en la pared. Harry las miró de cerca y vio que las cabezas eran de elfos domésticos. Todos tenían la misma nariz en forma de hocico.

La perplejidad de Harry iba en aumento a cada paso que daba. ¿Qué demonios hacían en una casa que parecía la del más tenebroso de los magos?

—Señora Weasley, ¿por qué…?

—Ron y Hermione te lo explicarán todo, querido. Lo siento, pero tengo mucha prisa —le susurró la señora Weasley sin prestarle atención—. Mira —dijo cuando llegaron al segundo rellano—, tu puerta es la de la derecha. Ya te avisaré cuando termine la reunión.

Y dicho eso, bajó apresuradamente la escalera.

Harry cruzó el lúgubre rellano, giró el pomo de la puerta, que tenía forma de cabeza de serpiente, y abrió la puerta.

Vislumbró una habitación sombría con el techo alto y dos camas gemelas; entonces oyó un fuerte parloteo, seguido de un chillido aún más fuerte, y su visión quedó por completo oscurecida por una melena muy tupida. Hermione se había abalanzado sobre él para darle un abrazo que casi lo derribó, mientras que la pequeña lechuza de Ron,
Pigwidgeon
, volaba describiendo círculos, muy agitada, por encima de sus cabezas.

—¡Harry! ¡Ron, ha venido Harry! ¡No te hemos oído llegar! ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Estás enfadado con nosotros? Seguro que sí, ya sé que en nuestras cartas no te contábamos nada, pero es que no podíamos, Dumbledore nos hizo jurar que no te diríamos nada, oh, tengo tantas cosas que contarte, y tú también… ¡Los
dementores
! Cuando nos enteramos, y lo de la vista del Ministerio… es indignante. He estado buscando información y no pueden expulsarte, no pueden hacerlo, lo estipula el Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad en situaciones de amenaza para la vida…

—Déjalo respirar, Hermione —dijo Ron, sonriendo, al mismo tiempo que cerraba la puerta detrás de Harry. Había crecido varios centímetros durante el mes que habían pasado separados, y ahora parecía más larguirucho y desgarbado que nunca, aunque la larga nariz, el reluciente cabello pelirrojo y las pecas no habían cambiado.

Hermione, todavía radiante, soltó a Harry, y antes de que pudiera decir nada más se oyó un suave zumbido y una cosa blanca salió volando de lo alto de un oscuro armario y se posó con suavidad en el hombro de Harry.

—¡
Hedwig
!

La lechuza, blanca como la nieve, hizo un ruidito seco con el pico y le dio unos cariñosos golpecitos con él en la oreja, mientras Harry le acariciaba las plumas.

—Estaba muy enfadada —explicó Ron—. Nos mató a picotazos cuando nos trajo tus últimas cartas, mira esto…

Le enseñó a Harry el dedo índice de la mano derecha, donde tenía un corte ya casi curado pero profundo.

—¡Oh, vaya! —exclamó Harry—. Lo siento, pero quería respuestas…

—Y nosotros queríamos dártelas, Harry —dijo Ron—. Hermione estaba volviéndose loca, no paraba de decir que harías alguna tontería si seguías aislado y solo sin noticias, pero Dumbledore nos hizo…

—…jurar que no me contarían nada —acabó Harry—. Sí, Hermione ya me lo ha dicho.

Una cosa fría que salía del fondo de su estómago apagó el cálido sentimiento que había prendido en su interior al ver a sus dos mejores amigos. De pronto, pese a que llevaba un mes deseando verlos, sintió que habría preferido que Ron y Hermione lo dejaran en paz.

Se produjo un tenso silencio durante el cual Harry siguió acariciando a
Hedwig
mecánicamente, sin mirar a los otros.

—Por lo visto, Dumbledore creía que eso era lo mejor —aclaró Hermione con ansiedad.

—Ya —dijo Harry. Se fijó en que las manos de Hermione también tenían las marcas del pico de
Hedwig
, pero no lo lamentó.

—Creo que pensaba que donde estabas más seguro era con los
muggles
… —empezó a decir Ron.

—¿Ah, sí? —se extrañó Harry, arqueando las cejas—. ¿Os han atacado unos
dementores
a alguno de vosotros este verano?

—Pues no, pero por eso ordenó que fueras vigilado todo el tiempo por miembros de la Orden del Fénix…

Harry notó un gran vacío en el estómago, como si bajara por una escalera y se hubiera saltado un escalón. De modo que todo el mundo sabía que estaban vigilándolo, menos él.

—Pues no ha funcionado muy bien, ¿no crees? —dijo Harry, haciendo todo lo posible para no alterar la voz—. Al fin y al cabo he tenido que cuidarme yo solito, ¿no?

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