—¿A qué viene esa crucecita, vamos a ver? —preguntó Pilar—. Los votos se compraban y se vendían, ¿no es cierto?
Matías dobló con calma el periódico y lo apartó a un lado de la mesa.
—Que los votos se compraban y se vendían, es cierto; pero que la frasecita se las trae, también lo es… ¡Vamos, digo yo!
Al margen de las intenciones de Jaime y de las reacciones de la familia Alvear, las dos novedades más estimulantes para los gerundenses fueron, por aquellas fechas, el resurgimiento del Gerona Club de Fútbol y el concierto que había de dar en la ciudad el llamado Coro de Rusos Blancos, que recorría España entera en peregrinación de gratitud.
Este concierto, que se celebró en el Teatro Municipal, constituyó un éxito apoteósico. Las voces de aquellos hombres, cuarenta y dos en total, que habían combatido en calidad de voluntarios en la «España Nacional», tuvieron la virtud de electrizar a los oyentes. Eran voces hondas, perfectamente impostadas y parecían contener toda la grandeza y todo el infortunio de aquel inmenso país que Cosme Vila, en sus esporádicas cartas a Gorki, describía ahora como «un paraíso». El heterogéneo aspecto de esos cantantes reveló a los gerundenses la multiplicidad de razas que poblaban Rusia y sus canciones les permitieron imaginar el galopar de los caballos y el deslizarse de los trineos por las estepas. En el entreacto, María del Mar, que empezaba a ser llamada «la gobernadora», comentó: «Sí, son muy buenos. Pero, no sé por qué, a mí todo lo ruso me da miedo». A lo que Esther, que se había convertido en su más íntima amiga, replicó: «A mí me aburre, que es mucho peor». El caso es que los cuarenta y dos rusos blancos, al término del concierto, visitaron el barrio antiguo de la ciudad, acompañados por las autoridades, y en todo el rato no cesaron de hacer profundas reverencias.
En cuanto al resurgimiento del Gerona Club de Fútbol, constituyó con mucho el acontecimiento más importante. Sí, la entidad más amada por los gerundenses resucitó.
El Gobernador cumplió con ello su promesa, dejando con la boca abierta a quienes aseguraban que en tanto no regresaran los hermanos Costa no habría equipo de fútbol en la ciudad. El Gobernador nombró, en efecto, la Junta Directiva —presidente de la misma, el capitán Arturo Sánchez Bravo, el apuesto hijo del general—, la cual procedió inmediatamente al fichaje de quince jugadores, entre los que figuraban nueve nombres ya conocidos antes de la guerra y que habían podido demostrar que eran adictos al Movimiento Nacional.
La noticia conmovió de tal modo a la población, que no se hablaba de otra cosa.
—¡Por fin!
—¿Cuándo empezará el campeonato?
—¿Cuándo va a empezar? En octubre…
—¡Se acabó la siesta de los domingos por la tarde!
Personas como el teniente coronel Romero; como el nuevo jefe de Telégrafos; como el Delegado Provincial de Sindicatos, camarada Arjona; como la Torre de Babel y Padrosa; la mayor parte de los bomberos y de los matarifes; ¡el propio Mateo!, dieron muestras de satisfacción.
El Inspector de Enseñanza Primaria, Agustín Lago, se llevó la sorpresa del siglo.
—Pero ¿qué ocurre? —le dijo a Asunción, que lo ayudaba en la oficina, en el estudio de los expedientes de los maestros—. ¿Qué importancia tiene una pelota?
La respuesta se la dio el propio público gerundense abarrotando el Estadio de Vista Alegre el día en que se celebró… ¡el primer entrenamiento! La gente, de pie en los graderíos, aplaudía, se mordía las uñas, ponía cara feliz cuando un jugador acertaba a chutar con destreza. Por cierto que entre los que aplaudían destacó desde el primer momento, muy por encima de los demás, el pequeño Eloy, la mascota de los Alvear.
Cierto, el pequeño Eloy, al regreso de aquella apertura del Estadio, le dijo a Pilar, cuando ésta se dispuso a darle clase de Gramática: «La verdad es que el fútbol me gusta más que estudiar». Afirmación que, al ser conocida por Matías a la hora de la cena, le arrancó el siguiente comentario: «Tengo la impresión de que el chaval ha visto claro y que ha elegido el buen camino».
Las novedades en el orden cultural corrieron a cargo de «La Voz de Alerta», de mosén Alberto y del doctor Chaos; aparte de una interesante conferencia que pronunció, en la Biblioteca Municipal, un falangista de Barcelona, sobre el tema «Gabriel y Galán, poeta nacionalsindicalista», título que Jaime subrayó con su lápiz rojo, por triplicado.
«La Voz de Alerta» rompió la primera lanza: alarmado por el fútbol, por las novilladas-charlotadas que habían empezado a celebrarse en la Plaza de Toros y por la lectura de tebeos, que iba en aumento, se le ocurrió que, como director de
Amanecer
, podía hacer algo que elevara el nivel. Y decidió darle a la pluma. Creó en el periódico una sección diaria que tituló «Ventana al mundo», en la que procuró, con la ayuda de unas cuantas enciclopedias, suministrar a la población, aunque fuese en píldoras, una serie de conocimientos digeribles, amenos, que la despertaran de su letargo mental. Su idea tuvo éxito. Hoy hablaba de «los exploradores célebres que habían existido»; mañana, de «las montañas más altas de la tierra»; pasado mañana, «de los extraños amores de algunos insectos…». Eran notas curiosas, con su migaja intrigante, que solicitaban la curiosidad. La tirada de
Amanecer
subió como la espuma y el Alcalde se sintió satisfecho, tanto más cuanto que su criada, Montse —muy escotada a causa del calor—, le dijo una mañana: «Pero ¿cómo sabe tanto el señorito?».
Mosén Alberto, por su parte, no quiso ser menos, e inició, también en
Amanecer
, una sección semanal titulada «Alabanzas al Creador», en la que un día cantaba la belleza de los trigales; otro día, la perfección del cuerpo humano; otro, la evidencia palpable a través de su especialidad, la arqueología, de que en todo tiempo y lugar el hombre había reconocido la existencia de un Ser supremo, todopoderoso.
Los textos de mosén Alberto interesaron menos masivamente que los de «La Voz de Alerta»; pero obtuvieron lectores muy asiduos. Ignacio fue uno de ellos, lo que contribuyó sobremanera a que el muchacho cancelara definitivamente los recelos que el sacerdote le inspirara en otros tiempos y dijera de él: «Desde luego, es una gran persona».
Con todo, el golpe fuerte lo dio el doctor Chaos… Pronunció en la sala de actos de la Cámara de la Propiedad una serie de charlas, que causaron la estupefacción de los asistentes, especialmente porque quien lo invitó a darlas fue el mismísimo Gobernador.
Acaso la menos sorprendida fuera la viuda de Oriol, cuya opinión sobre el doctor Chaos era tajante: «Es un hombre frío. Tiene los ojos fríos. Mira a los demás como si se dispusiera a hacerles la autopsia».
El caso es que las charlas del doctor abordaron temas científico-religiosos y es que su contenido resultó absolutamente heterodoxo. El doctor, evidentemente, respaldado por su hoja de servicios en los quirófanos de la «España Nacional», soltó la lengua y dijo lo que pensaba. En cierto modo, pareció querer desmontar las «Alabanzas al Creador», que iba publicando mosén Alberto, y asimismo algunas de las «Ventanas al mundo» que escribía «La Voz de Alerta».
Por ejemplo, en su primera intervención afirmó que la presunta perfección del cuerpo humano era un mito. «En el quirófano —dijo— compruebo a diario que nuestro organismo es harto deficiente. ¿Por qué tantos metros de intestinos? Y el cerebro, así de pequeño. Y si el corazón se para, nos morimos. El organismo evolucionará, qué duda cabe; pero lo cierto es que al cabo de miles de años de andar por la tierra, al ser pensante le supone todavía un duro esfuerzo sostenerse en pie». El doctor Chaos creía tan a rajatabla en tales deficiencias, que en su segunda charla alabó los métodos de Hitler destinados a seleccionar la especie humana. «El hombre ha superado sólo levemente el estadio en que se mueven los primates. De ahí que la sociedad no pueda permitirse el lujo de tener compasión. Para que se produzca la necesaria evolución de que hemos hablado, es preciso darle facilidades a la Ciencia… Por tanto, los países que la sirven sin prejuicios dominarán el mundo y esos países no serán, por desgracia, los meridionales. Los países meridionales somos capaces de algunas intuiciones, de pintar y de tocar la guitarra; pero rendimos culto a burdas supersticiones, no tenemos noción de la higiene y carecemos de tenacidad».
El lenguaje no dejaba lugar a dudas: el doctor Chaos era agnóstico. Ni por casualidad pronunció la palabra Dios. Algunos oyentes se preguntaron: «¿No será una especie de doctor Rosselló corregido y aumentado? ¿Y si resultaba “rojo”?». El doctor no se inmutaba, como tampoco se inmutaba su perro, Goering, que lo aguardaba en una habitación contigua, dormitando en un sofá. No, el doctor Chaos no era ni rojo ni azul.
Simplemente, el panorama de la contienda civil le había producido un estupor inmenso, convirtiéndolo también en un escéptico total en materia política. Por otra parte —y eso tampoco se lo calló en el transcurso de sus disertaciones— negaba de plano el libre albedrío, la libertad del hombre. Entendía que éste vivía condicionado por leyes de herencia, de ambiente, de contagios colectivos, etcétera. En consecuencia, negaba la responsabilidad y el mérito. Su frase fue: «Somos como esos pájaros que vuelan en escuadrilla. Si nacimos en Gerona o en Ciudad Real, nos regimos por determinadas normas. Si hubiéramos nacido en Nigeria o Pekín, nos regiríamos por otras. Estar seguro de algo es una ingenua limitación. Lo que ocurre es que hay quien se siente a gusto volando en escuadrilla… Nada que oponer. No es suya la culpa».
Las conclusiones del doctor Chaos eran tan desoladoras que, si bien ninguno de los oyentes se atrevió a interrumpirlo públicamente —todo el mundo estaba pendiente de la actitud que tomara el Gobernador, que presidía las charlas—, quien más quien menos se dijo: «Esto es intolerable. Habrá que tomar alguna determinación».
El Gobernador también creía que era necesario hacer algo. Sin embargo, el asunto era delicado, por ser el doctor Chaos la máxima autoridad sanitaria de la provincia.
Habló de ello con «La Voz de Alerta», a quien atribuía un sexto sentido para diagnosticar con precisión en estos casos. Y «La Voz de Alerta» dio, al parecer, con la clave de la cuestión.
—La cosa no tiene vuelta de hoja —dijo—. No se trata de que el doctor Chaos sea un desafecto. Simplemente, practica sistemáticamente el derrotismo porque está descontento de sí.
—¿Y por qué está descontento de sí? —inquirió el camarada Dávila.
—Por una razón sencilla: porque es homosexual.
Las gafas negras del Gobernador despidieron destellos.
—¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo?
—Puedo garantizárselo —refrendó «La Voz de Alerta».
El Gobernador, que personalmente hubiera deseado tener veinte hijos, se tomó la cosa a la tremenda. Exigió detalles. «La Voz de Alerta» se los dio, convincentes.
—Son datos de la policía. El comisario Diéguez los guarda en una carpeta. Y si quiere usted cerciorarse de lo que le digo, hable con el dueño del hotel en que se hospeda el doctor…
El camarada Dávila se mordió el labio inferior, aunque a la postre optó por reírse.
—¡Vaya, vaya! —exclamó—. Así que, ese tic suyo, el
crac-crac
de los huesos, podría muy bien ser una contraseña, ¿verdad?
Como fuere, el Gobernador comprendió que el problema era peliagudo, que podía traerle complicaciones. Tal vez la presencia del doctor Chaos en Gerona constituyera de por sí otra noticia triste.
Consultó con su mujer, María del Mar, convencido de que ésta pondría el grito en el cielo. Y no fue así. ¡Inextricable mentalidad femenina! María del Mar se interesó sobremanera. El asunto le pareció divertido.
—Conque… ésas tenemos, ¿eh? —comentó—. ¡Mira por dónde! —Luego añadió— : Lo que deberías hacer es organizarle un cursillo en la Sección Femenina…
* * *
Tocante a las novedades patrióticas, Mateo fue el encargado de darlas a conocer.
Unas tenían por objeto demostrar a la población que los lazos de amistad entre España y Alemania e Italia eran cada día más sólidos; otras iban destinadas a exaltar las figuras de Franco y de José Antonio.
«Mussolini acaba de regalar a Zaragoza un busto de César Augusto, fundador de la ciudad».
«Alemania construye en la actualidad mil aviones diarios». «El Führer ha cursado una invitación para que cien niños españoles visiten Berlín; e Italia ha hecho lo propio para que veinticinco muchachas, hijas de ex cautivos, visiten Roma».
«Ya no quedan en España combatientes de “las dos naciones hermanas”. La Legión Cóndor ha regresado a su país y lo mismo puede decirse de los legionarios italianos».
«El día 10 de julio llegará a Barcelona, en visita de cortesía el conde Galeazzo Ciano, yerno del Duce; es decir, por primera vez una gran personalidad fascista hollará suelo español».
Jaime no subrayó ninguna de estas noticias, por entender que eran normales. En cambio trazó tres rayas rojas debajo de las referidas a Franco y a José Antonio.
«Los municipios españoles han regalado a Franco, en su calidad de Caudillo Invicto, de Salvador de la Patria, una espada, réplica exacta de la que usó el Cid».
«Franco, dando una vez más pruebas de su sentido de gratitud para con el pueblo, ha anunciado su propósito de levantar “en algún lugar de España” un gigantesco monumento a los Caídos, que perpetúe a través de los siglos la gesta de la Cruzada».
Referente a José Antonio, Mateo anunció que iba a procederse a trasladar sus restos desde Alicante a El Escorial —así como habían sido trasladados los restos de César—, y que dicho traslado lo efectuarían por carretera, a pie, escuadras falangistas de toda España, que llevarían el féretro a hombros, turnándose día y noche. La comitiva iría escoltada por cruces y antorchas y a su paso se encenderían hogueras en las colinas y en las montañas. Mateo llamó a José Antonio, como siempre El Ausente, y repitió una y otra vez su célebre frase: «La vida no vale la pena si no es para quemarla en alguna empresa grande».
Cabe decir que, todas estas noticias, lo mismo las alusivas a Alemania e Italia que las alusivas a Franco y a José Antonio, obtuvieron en Gerona, por lo general, buena acogida. Según el profesor Civil, ello se debía a que los encargados de propagarlas conocían a fondo la psicología de la masa. «El hombre de la calle —comentaba el profesor— es muy sensible a la arenga si ésta lleva dentro un contenido poético». «El éxito de los sistemas totalitarios es que aciertan a combinar la política con el espectáculo».