Gusanos de arena de Dune (19 page)

Read Gusanos de arena de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
4.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y lo que es peor; es posible que hubiera más de uno.

— o O o —

El aire olía a humedad y putrefacción, como algas y cloacas. Duncan estaba en una de las pasarelas mojadas, por encima de uno de los grandes tanques de algas. La cuba entera se estaba muriendo.
Envenenada.

A su lado, sujetándose a la baranda de hierro con los nudillos blancos, Teg miraba con gesto hosco los análisis químicos que aparecían en su datapad.

—Metales pesados, potentes toxinas, una lista de sustancias químicas mortíferas que ni siquiera estas algas pueden digerir. —Levantó un puñado de aquella sustancia antes fecunda y verde. Ahora se había vuelto marronosa y se deshacía.

—El saboteador está tratando de destruir nuestros suministros de comida —dijo Duncan.

—Y el aire.

—¿Con qué propósito? Matarnos, parece.

—O, simplemente, para dejarnos desprotegidos.

Duncan miró la cuba sintiéndose furioso y violado.

—Que vengan cuadrillas de trabajo a drenar y limpiar el tanque. Hay que descontaminarlo enseguida. Y que luego recojan material de inicio de otros tanques para fertilizar la biomasa, Tenemos que estabilizarla antes de que se tuerza alguna otra cosa.

— o O o —

Duncan estaba solo en el puente de navegación cuando se produjo el nuevo desastre. Con los años, los pasajeros se habían acostumbrado a no hacer caso de las leves vibraciones que provocaba el movimiento de la nave. Pero esta vez, una súbita sacudida y un evidente desvío en su trayectoria casi le hace caer de su asiento.

Llamó enseguida a Teg y Thufir y se puso a manipular los controles, escaneando el vacío del espacio a su alrededor. Temía que se hubieran topado con basura espacial o con alguna anomalía gravitacional. Sin embargo, no encontró evidencia de ningún impacto, ni obstáculos en las proximidades. Obviamente el
Ítaca
había empezado a girar, y Duncan trató de estabilizarlo utilizando los numerosos motores más pequeños repartidos por el casco. Esto redujo el desvío, pero no lo detuvo.

Mientras la inmensa nave giraba, Duncan vio una especie de reguero reluciente y plateado, como un fular de niebla que salía de la popa. Una de las tres reservas principales de agua de la nave estaba derramándose al espacio… Y aquella gran cantidad de agua había sido expulsada con la suficiente fuerza para desestabilizar el rumbo del
Ítaca
. El agua desalojada alteró el lastre de la nave e hizo que empezara a girar. La pérdida del momento angular empeoró la situación, mientras el agua seguía escapando, como la cola de un cometa. ¡Las reservas de la nave!

Manipulando febrilmente los controles, Duncan consiguió controlar la escotilla de la reserva, rezando para que el misterioso saboteador se hubiera limitado a abrirla y no hubiera utilizado ninguna de las mortíferas minas de la armería.

Teg entró a toda prisa en el puente de navegación justo cuando Duncan conseguía cerrar las escotillas de carga y restablecer el control. El Bashar se inclinó sobre las pantallas, con su rostro joven pero curtido lleno de arrugas de preocupación.

—¡Esa agua bastaba para abastecernos durante un año! —Sus ojos grises miraron a su alrededor con nerviosismo.

Caminando arriba y abajo por el puente, Duncan miró el velo nebuloso de agua dispersado en el espacio.

—Podemos recuperar una parte… recogerla en forma de hielo, cuando consigas estabilizar del todo la nave…

Pero, mientras miraba la mancha de agua que se extendía contra el fondo estrellado, vio que aparecían otras líneas, hilos relucientes y multicolores que se acercaban y envolvían la no-nave como una tela de araña. ¡La red del Enemigo! Y era lo bastante brillante para que Teg la viera también.

—¡Maldita sea! ¡Ahora no!

Duncan saltó al asiento de piloto y activó los motores Holtzman. Teniendo como tenían uno o más saboteadores a bordo, cabía la posibilidad de que los hubieran manipulado para que estallaran, pero no tenía elección. Forzó a las enigmáticas máquinas a plegar el espacio sin pararse siquiera a pensar en un rumbo. La no-nave, todavía dando vueltas, saltó hacia otro lugar.

Y sobrevivieron.

Después, Duncan miró a Teg y suspiró.

—De todos modos tampoco podríamos haber recuperado gran cosa del agua expulsada.

Incluso los sofisticados recicladores de la no-nave tenían sus límites, y ahora los actos del saboteador les habían abocado a una conclusión inevitable. Después de años de huida continua, tendrían que parar a reponer suministros en cuanto localizaran un planeta aceptable. No era tarea fácil en una galaxia que abarcaba vastas distancias. No habían encontrado ningún lugar adecuado en años. No desde el planeta de los adiestradores.

Pero Duncan sabía que ese no sería su único problema, cuando encontraran un lugar, se verían obligados a descubrirse… una vez más.

28

Sincronía es más que una máquina, más que una metrópoli; es una prolongación de la misma supermente. Cambia y se metamorfosea continuamente adoptando diferentes configuraciones. Al principio pensé que era un sistema de defensa, pero parece que aquí hay otra fuerza en acción, una sorprendente chispa creativa. Estas máquinas son extraordinariamente peculiares.

B
ARÓN
V
LADIMIR
H
ARKONNEN
, el ghola

La metrópoli que tenían ante ellos era hermosa en su forma industrial y metálica: ángulos marcados, curvas perfectas y una gran cantidad de energía; que hacía que las estructuras se movieran y parpadearan como una máquina perfectamente calibrada. Edificios angulosos y torres sin ventanas cubrían hasta el último metro cuadrado de suelo. El barón no veía verde ofensivo, flores chillonas, jardines, ni una flor, ni un capullo, ni una brizna de hierba por ningún lado.

Sincronía era un bullicioso símbolo de productividad… además de las posibilidades que ofrecía en beneficios y poder político, si es que las máquinas pensantes entendían de eso. Quizá Vladimir Harkonnen le enseñaría a Omnius una o dos cosas.

Tras el largo viaje desde Caladan, el barón y Paolo iban en un tranvía hacia el cambiante centro de la ciudad de las máquinas. El ghola de Atreides miraba por las ventanillas curvas con ojos hambrientos. Iban un poco apretados, con una escolta de ocho Danzarines Rostro. El barón nunca había entendido qué relación podían tener los cambiadores de forma con Omnius y el Nuevo Imperio Sincronizado. El vehículo elevado se movía velozmente por un sendero electrificado invisible, muy por encima del suelo, silbando como bala entre los edificios en continuo movimiento.

Mientras se adentraban en la ciudad, los inmensos edificios subían, bajaban, se movían a un lado como pistones, amenazando con aplastar al veloz tranvía. El barón se dio cuenta de que cuando los edificios medio vivos se mecían como algas robóticas, los Danzarines Rostro que viajaban en el tranvía se mecían al compás, con unas plácidas sonrisas en sus rostros cadavéricos, como si formarán parte de una presentación coreografiada.

Como una aguja enhebrándose por un complejo laberinto de agujeros, el tranvía se dirigía a toda velocidad hacia una inmensa torre que se elevaba en el centro de la ciudad como una estaca salida del mundo de los muertos. Finalmente, el vehículo se detuvo con un clic en una imponente plaza central.

Paolo, ansioso por ver, se abrió paso a empujones hasta la entrada. Por su parte, el barón, a pesar de la incertidumbre y el miedo que le atenazaba el estómago, se maravilló ante los numerosos fuegos que ardían en puntos geométricos específicos alrededor de la torre, cada una con un humano atado a una estaca, como un mártir. Evidentemente, en su conquista de un mundo tras otro, la flota de máquinas pensantes había capturado sujetos experimentales. Aquella extravagancia le resultaba asombrosa. Ciertamente, las máquinas demostraban un gran potencial, e incluso imaginación.

Pensó en la inmensa flota de máquinas pensantes que avanzaban por el espacio, adentrándose metódicamente en territorio de los humanos. Por lo que Khrone le había explicado, cuando finalmente las máquinas consiguieran su kwisatz haderach, Omnius creía que cumpliría con los requisitos de la profecía mecánica y sería imposible fallar. Tenía gracia que las máquinas pensantes lo vieran siempre todo en términos absolutos. Después de quince mil años ya tendrían que haber aprendido.

Paolo se había dejado atrapar en una espiral megalomaníaca. La misión del barón era alentar sus delirios. Sin perder nunca de vista que él mismo estaba en una situación delicada y tenía que mantener el ingenio y la concentración. Sin saber sí lo que le esperaba era la gloria personal o una muerte ignominiosa, se le recordaba continuamente que no era más que un catalizador para Paolo.
¡De importancia secundaria!

Desde el fondo de su mente, Alia le interrumpió, insistiendo en que las máquinas lo desecharían cuando hubiera cumplido con su propósito. Cuando él escupió por dentro a modo de protesta, ella chilló:
¡Vas a conseguir que nos maten, abuelo! Piensa en tu primera vida… ¡no siempre has sido tan tonto y tan crédulo!

El barón sacudió la cabeza, deseando poder salir de su propia mente. Quizá su torturadora Alia era fruto de un tumor que le oprimía el centro cognitivo del cerebro. Aquella pequeña y maligna Abominación estaba bien metida en su cabeza. Quizá un robot cirujano podría extirparla…

Los Danzarines Rostro les guiaron a él y su pupilo por una plataforma y luego un tramo de escalones hasta la plaza. Paolo corrió delante, extasiado, y por unos momentos bailó de contento.

—¿Todo esto es mío? ¿Dónde está mi sala del trono? —Se volvió a mirar al barón—. No te preocupes… encontraré un lugar para ti en mi corte. Has sido bueno conmigo.

—¿Qué era eso… un vomitivo reducto de honor Atreides? El barón frunció el ceño.

Los Danzarines Rostro le hicieron entrar en un ascensor de un empujón, y en cambio dejaron que Paolo entrara por sí mismo. Sin embargo, en lugar de subir a la torre como el barón esperaba, el ascensor bajó en picado a las tripas del infierno.

—Paolo —dijo, conteniendo el impulso de gritar—, si de verdad eres el kwisatz haderach, quizá tendrías que aprender a utilizar tus poderes… ya.

El jovencito se encogió de hombros tontamente, al parecer ajeno al peligro que corrían.

En cuanto el ascensor se detuvo, a su alrededor las paredes se fundieron dejando al descubierto una inmensa cámara subterránea. Igual que sucedía en el exterior, allí nada era estacionario. Las paredes rotatorias y el suelo de plaz transparente le mareaban y desorientaban. Era como estar en una burbuja de espacio.

De pronto apareció una niebla que se materializó en la forma de un hombre voluminoso, una figura fantasmal, sin rostro. La forma nebulosa con una altura de casi el doble de hombre adulto, se detuvo ante ellos y movió los brazos para formar un remolino de aire helado que olía a metal y aceite. En el rostro, aparecieron dos ojos rojos.

—Así que este es nuestro kwisatz haderach —dijo una voz profunda desde la boca brumosa.

Paolo alzó el mentón y recitó lo que el barón le había dicho, con un notable apasionamiento.

—Yo soy aquel que verá todos los lugares y todas las cosas a la vez, aquel que guiará a multitudes. Soy el camino más corto, el rescatador, el mesías, de quien se habla en incontables leyendas.

Las palabras fluyeron entre la niebla.

—Tienes una presencia carismática que me resulta fascinante. Los humanos manifestáis el impulso irresistible de seguir a líderes físicamente atractivos y encantadores. Debidamente equipado, podrías ser un arma destructiva y útil para nosotros. —La criatura de bruma rio, haciendo remolinear el viento frío a su alrededor. Y entonces sus ojos ultraterrenos se desviaron hacia el barón—. Tú te ocuparás de que el chico colabore.

—Sí, por supuesto. ¿Eres Omnius?

—Hablo en nombre de la supermente. —La bruma osciló y se absorbió en la forma brillante y metálica de un robot pulido, con una sonrisa exagerada pero amenazadora en el rostro—. Por motivos de conveniencia, me hago llamar Erasmo.

Las paredes de la cámara cambiaron como un calidoscopio y revelaron cientos de angulosos robots de combate estacionados en el perímetro como extraños escarabajos. Sus ojos metálicos tenían el mismo brillo hostil.

—Quizá os interrogaré ahora. ¿O mejor después? La indecisión es un rasgo muy humano. Tenemos todo el tiempo del mundo. —La sonrisa del rostro de platino del robot se había quedado fija—. Me encantan vuestros clichés.

Veintitrés años después de la huida de Casa Capitular
29

Incluso con la increíble evolución mental de un navegante, no puedo olvidar el hilo fundamental que nos vincula al resto de la humanidad: la antigua emoción de la esperanza.

N
AVEGANTE
E
DRIK
, mensaje no contestado al Oráculo del Tiempo

Las cuatro aeronaves de la Cofradía tenían forma de abejorros, vehículos lisos cubiertos de sensores que volaban rozando el oleaje de Buzzell. Ojos escaneadores enfocaban el agua, buscando movimiento. Desde la nave de cabeza, Waff miraba por las ventanillas de plaz salpicadas de espuma, con la esperanza de ver a algún gusano. El entusiasmo y la expectación del tleilaxu eran palpables. Los gusanos estaban en algún sitio, allí abajo. Creciendo.

Ya hacía más de un año que había liberado a las criaturas y, a juzgar por los rumores que habían llegado a la Cofradía, los gusanos de mar prosperaban. Ninguna de las brujas Bene Gesserit de las islas entendía de dónde habían podido salir aquellas criaturas serpentinas. Ahora, pensó Waff con entusiasmo, había llegado el momento de recoger lo que había sembrado. Estaba impaciente por verlos, por verificar que había cumplido con su misión sagrada.

El cielo estaba nublado, jirones de bruma flotaban suspendidos sobre el mar. A intervalos regulares, los equipos de escaneadores dejaban caer emisores de impulsos de sonido al agua. Las señales cartografiarían los movimientos de grandes habitantes de las profundidades y en teoría atraerían a los gusanos de mar, igual que los martilleadores de los fremen atrajeron en su día a los inmensos monstruos del viejo Rakis. En la cabina, cerca de Waff, cinco silenciosos hombres de la Cofradía comprobaban el equipo mientras unas plataformas más pequeñas e independientes de caza giraban más abajo, siguiendo el ritmo de los abejorros. Periódicamente las plataformas volvían atrás para comprobar los diferentes puntos donde habían dejado caer los emisores.

Other books

The Grave Tattoo by Val McDermid
By Any Other Name by Noel, Cherie
Freehold by Michael Z. Williamson
Blood on the Wood by Gillian Linscott