Gusanos de arena de Dune (13 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Gusanos de arena de Dune
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Sheeana se preguntó si la no-nave encontraría algún día un planeta donde poder detenerse, donde las hermanas pudieran establecer una nueva Casa Capitular, ortodoxa, no una organización mestiza que hiciera concesiones a la forma de hacer de las Honoradas Matres. Si la nave se limitaba a huir y huir durante generaciones, no podrían encontrar un planeta para los gusanos, para Garimi y sus conservadoras Bene Gesserit, para el rabino y sus judíos.

La noche antes recordaba haber buscado consejo en las Otras Memorias. Durante un rato no había recibido respuesta. Y entonces, Serena Butler, líder de la antigua Yihad, vino a ella, cuando Sheeana se estaba quedando dormida en sus alojamientos. Serena, muerta tiempo ha, le habló de su experiencia, de lo perdida y lo abrumada que se había sentido en medio de una guerra interminable, obligada a guiar a una población inmensa, cuando ella misma no sabía adónde ir.

—Pero encontraste el camino, Serena. Hiciste lo que tenías que hacer. Hiciste lo que la humanidad necesitaba que hicieras.

Igual que harás tú, Sheeana.

Ahora, mientras veía las ondulaciones de los gusanos abajo en la arena, Sheeana intuía sus sentimientos de una forma intangible, y ellos intuían los de ella. ¿Soñarían con una extensión interminable de dunas en la que establecer su territorio? El mayor de los gusanos, de casi cuarenta metros de largo y con una boca lo bastante grande para tragarse a tres personas una al lado de la otra, era claramente el dominante. A este Sheeana le había puesto nombre: Monarca.

Los siete gusanos apuntaron sus rostros sin ojos hacia ella, mostrando sus dientes cristalinos. Los más pequeños desaparecieron en las arenas bajas, y Monarca quedó solo. Parecía estar llamando a Sheeana. Ella miró al gusano dominante, tratando de entender qué quería. La conexión que había entre ellos empezó a arder en su interior, la llamaba.

Sheeana bajó a la cámara de arena. Salió a la extensión de dunas removidas y fue directa hacia el gusano, sin miedo. Muchas veces se había enfrentado a aquellas criaturas, no tenía nada que temer.

Monarca se elevó sobre ella. Poniéndose las manos en las caderas Sheeana miró y esperó. En los maravillosos días de Rakis, había aprendido a bailar sobre la arena y controlar a los behemoths, pero siempre supo que podría hacer más. Cuando estuviera preparada.

El gusano parecía jugar con la necesidad de ella de entender. Ella era la joven que podía comunicarse con las bestias, que podía controlarlas y entenderlas. Y ahora, si quería saber cuál era su futuro, debía ir más allá. Literal y metafóricamente. Es lo que Monarca quería. La criatura, peligrosa y amenazadora, expulsó una bocanada de fuego interno y melange pura.

—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Eres Shaitan o solo eres un impostor?

El inquieto gusano parecía saber exactamente lo que Sheeana quería. En lugar de deslizar su cuerpo hacia ella para que pudiera trepar por sus segmentos, Monarca se puso ante ella con la boca abierta. Cada diente lechoso en aquella boca del tamaño de una caverna era lo bastante largo para usarse como crys. Sheeana no temblaba.

El gusano apoyó la cabeza sobre las dunas, justo delante de ella. ¿La estaba tentando a un viaje simbólico, como Jonás y la ballena? Sheeana se debatía con sus miedos, pero sabía lo que tenía que hacer… no como la actuación de un charlatán, pues dudaba que hubiera nadie mirando, sino porque era necesario para que pudiera comprender.

Monarca esperaba con la boca abierta. El gusano se había convertido en una entrada secreta que la seducía como un peligroso amante. Sheeana pasó por la reja de dientes crys y se arrodilló en el gaznate, respirando el intenso olor a canela. Se sentía mareada, tenía náuseas, casi no podía respirar. El gusano no se movió. Voluntariamente, ella se adentró más en su interior, ofreciéndose, aunque estaba convencida de que su sacrificio no sería aceptado. No era eso lo que el gusano quería de ella.

Sin mirar atrás, avanzó arrastrándose por la garganta a aquel mundo seco, caliente y oscuro. Monarca no se alteró. Sheeana siguió adelante, sintiendo que su respiración se volvía más lenta. Cada vez más y más adentro, hasta que supuso que ya habría recorrido al menos la mitad de la longitud del gusano postrado. Sin la fricción que producía el eterno vagar por desiertos interminables, el gaznate del gusano ya no era un horno. Cuando sus ojos se amoldaron, Sheeana se dio cuenta de que allí no había una oscuridad total, percibía una misteriosa iluminación que parecía salir más de algún nuevo sentido de su mente que de la vista tradicional. Veía vagamente la superficie membranosa que la envolvía y, conforme avanzaba, el olor indigesto de los precursores de la melange se hizo más intenso, más concentrado.

Finalmente, llegó a la cámara carnosa que debiera haber sido el estómago, pero sin ácidos digestivos. ¿Cómo lograban sobrevivir aquellos gusanos cautivos? El olor a especia era más fuerte de lo jamás había percibido… tanto que una persona normal se habría asfixiado.

Pero yo no soy una persona normal.

Sheeana se quedó allí tendida, absorbiendo el calor, dejando que la intensa melange calara cada poro de su cuerpo, sintiendo que la conciencia imprecisa de Monarca se fundía con la suya. Aspiró profundamente y experimentó una sensación profunda y cósmica de calma, como si estuviera en el vientre de la Gran Madre del Universo.

De pronto, con aquel visitante inusual garganta abajo, el gusano de arena se sumergió en el desierto artificial y empezó a deslizarse por él, llevándola en un extraño viaje. Como si estuviera conectada con el sistema nervioso de Monarca, Sheeana veía a los otros gusanos bajo la arena. Trabajando en equipo, los siete gusanos estaban formando pequeñas vetas de especia en la cámara de carga.

Preparándose.

Sheeana perdió la noción del tiempo, y pensó de nuevo en Leto II, la perla de la conciencia del cual estaba ahora dentro de aquella bestia y las otras que había en la cámara. ¿Dónde encajaba ella en aquel reino? ¿Como reina del Dios Emperador? ¿Como parte femenina de la divinidad? ¿O como algo totalmente distinto, una entidad que ni siquiera acertaba a imaginar?

Los gusanos llevaban secretos en su interior, y Sheeana era consciente de que lo mismo sucedía con los niños ghola. Cada uno de ellos llevaba en sus células un tesoro mucho más importante que le especia: sus recuerdos y sus vidas pasadas. Paul y Chani, Jessica, Leto II, Thufir Hawat, Stilgar Liet-Kynes… y ahora la pequeña Alia. Cada uno tenía un papel crucial que desempeñar, pero solo si recordaban recordar quienes eran.

Sheeana vio cada imagen, pero no en su imaginación. Los gusanos de arena sabían lo que aquellas figuras perdidas contenían. Una sensación de urgencia la azotó con violencia, como el viento del desierto. El tiempo se agotaba, y con él las posibilidades de sobrevivir. Vio una sucesión de los posibles gholas, todos preparados como armas, aunque no tenía muy claro lo que podía hacer cada uno.

No podía esperar al Enemigo. Tenía que actuar ahora.

El gusano de arena salió a la superficie y, tras deslizarse por la arena se detuvo con una sacudida. Dentro, Sheeana recuperó el equilibrio. Luego con un movimiento constrictor de las membranas de su interior, la criatura la expulsó con delicadeza. Sheeana salió a rastras de la boca y cayó dando rumbos por la arena.

El polvo y la arenilla se pegaban a la fina sustancia que recubría su cuerpo. Monarca le dio un toquecito, como un pájaro que anima a un pollito a andar por sí mismo. Atrapada aún en sus visiones desorientadoras, Sheeana trató de andar y cayó de rodillas. Los rostros de los niños ghola flotaban a su alrededor, disolviéndose en una luz brillante.
¡Despierta!

Se tumbó, respirando a boqueadas, con el cuerpo y la ropa empapados en esencia de especia. A su lado, el gran gusano dio la vuelta, se sumergió en las arenas poco profundas y desapareció.

Apestando, tambaleante, Sheeana se dirigió hacia las puertas de la cámara de carga, pero no dejaba de trastabillar y caer. Tenía que llegar a los niños ghola, el gusano le había dado un importante mensaje, algo que penetró en su conciencia como una forma muda de las Otras Memorias. En cuestión de momentos, supo con una abrumadora seguridad lo que tenía que hacer.

20

Dices que debemos aprender del pasado. Pero yo… yo temo al pasado, porque he estado allí, y no tengo ningún deseo de volver.

D
OCTOR
W
ELLINGTON
Y
UEH
, el ghola

Después de que la ducharan y la restregaran a conciencia para quitarle el olor a especia, tan fuerte que incluso las hermanas que la ayudaron tuvieron que cubrirse la boca y la nariz, Sheeana pasó dos días sumida en unos sueños profundos y turbadores.

Cuando finalmente se levantó, encontró a Duncan Idaho y Miles Teg en el puente de navegación y anunció su decisión.

—Todos los gholas son lo bastante mayores. Incluso Leto II tiene la misma edad que cuando restauré los recuerdos del Bashar. —Su aliento tenía aún un fuerte olor a melange—. Ha llegado el momento de despertarlos a todos.

Duncan dio la espalda a la ventana de observación.

—Activar el proceso no es como activar una subrutina o enfrentarse a un episodio de amnesia temporal. No puedes limitarte a enviar un informe y ordenar que se cumpla.

—Los niños ghola siempre han sabido que les pediríamos esto.

Sin sus recuerdos, sin su genio, no nos son de mayor utilidad que cualquier otro niño.

El Bashar asintió lentamente.

—Recuperar la vida pasada de un ghola es una experiencia que destruye y vuelve a recrear la psique. Hay numerosos métodos probados, algunos más dolorosos que otros, pero ninguno es sencillo. No puedes despertar a todos los niños a la vez. Cada uno de estos momentos críticos debe prepararse a medida de cada individuo. Una crisis poderosa y destructiva. —El rostro de Teg mostraba ecos de dolor—. Tú creíste estar utilizando un método humano conmigo Sheeana… pero no era más que un niño de diez años.

Aunque Duncan también parecía inquieto ante la perspectiva, bajó la pantalla de observación y se acercó a Sheeana.

—Tiene razón, Miles. Creamos esos gholas con un propósito, y en estos momentos son como armas sin cargar. Tenemos que cargar a nuestros gholas… ellos son nuestra única arma. La red del enemigo es ahora más fuerte, y de nuevo ha estado a punto de atraparnos. Todos la vimos. La próxima vez puede que no podamos escapar…

—Ya hemos esperado bastante. —La voz de Sheeana era brusca, no dejaba lugar a protestas.

—Algunos gholas podrían ser conflictivos. —Teg entrecerró los ojos—. Y es posible que alguno se vuelva loco. ¿Estás preparada para eso?

—Yo he pasado por la Agonía de Especia, al igual que todas las Reverendas Madres de esta nave. Y sobrevivimos a un dolor insoportable.

—Yo tengo los recuerdos de mi vida pasada —dijo Teg—. De guerras y atrocidades, de torturas imposibles, Por alguna razón los detalles malos son mucho más vívidos que los buenos, y sin embargo, no hay nada peor que el despertar ghola.

Sheeana agitó la mano.

—A lo largo de la historia, hombres y mujeres han tenido el monopolio sobre diferentes tipos de dolor, y cada uno piensa que el suyo es el peor. —Sonrió con expresión sombría—. Empezaremos con el ghola menos valioso, por supuesto. Por si algo va mal.

— o O o —

Wellington Yueh fue llamado a presencia de las Bene Gesserit en una de las cámaras de Consejo de la no-nave. El adolescente larguirucho tenía el mentón afilado y los labios apretados. En su rostro ya podían verse indicios de las familiares facciones cinceladas, la frente ancha… el semblante que durante miles de años se había convertido en sinónimo de traidor en las obras galácticas de referencia.

El joven estaba nervioso. Sheeana se puso en pie en toda su estatura y se acercó. Él pestañeó por su presencia intimidadora, pero de alguna forma encontró el valor para permanecer donde estaba.

—Reverenda Madre, me ha llamado. ¿En qué puedo ayudarla?

—Recuperando tus recuerdos. Mañana serás el primero de nuestros gholas en pasar por el proceso.

El rostro amarillento de Yueh palideció.

—Pero ¡no estoy preparado!

—Por eso te damos un día entero, para que te prepares. —La lengua de la censora superior Garimi era ácida, como siempre.

Aunque Garimi nunca había aprobado el proyecto, ahora deseaba ver su culminación. Sheeana sabía lo que estaba pensando: Si el proceso para despertarlos fallaba, intentaría evitar que se crearan nuevos gholas; si funcionaba, insistiría en que el programa ya había logrado su objetivo y podía terminarse. Sabía que Sheeana, intrigada por todas las células de la cápsula de nulentropía del tleilaxu, quería experimentar con nuevos gholas.

Yueh estaba como pegado al suelo. Parecía a punto de desmayarse, y tuvo que sujetarse a una silla para no perder el equilibrio.

—Hermanas, no deseo recuperar mis recuerdos. No soy el hombre a quien creéis haber resucitado, sino una nueva persona… yo. El viejo Wellington Yueh estaba atormentado por muchas cosas. Y, aunque en parte él era yo, ¿cómo puedo perdonarle lo que hizo?

Garimi hizo un gesto despectivo.

—No importa, te recuperamos con un solo propósito. No esperes compasión. Tienes una labor que cumplir.

Cuando las censoras se llevaron al alterado joven, Sheeana miró a Garimi y las otras dos hermanas de mayor edad Calissa y Elyen, que habían estado presentes durante la conversación.

—Utilizaré el método sexual con él, el mismo que utilicé con el ghola del Bashar. Es la mejor de las técnicas que conocemos.

—La imprimación sexual desató los recuerdos del Bashar únicamente porque precipitó una crisis en él. Su madre le había entrenado para resistirse a la imprimación sexual. No fue tu técnica lo que removió su pasado, sino su resistencia a ella.

—Desde luego. Y por eso prepararemos una agonía individualizada para cada uno de los gholas, algo que pueda llegar a sus miedos y sus debilidades.

—¿Cómo doblegará el sexo a Yueh? —preguntó Garimi.

—No será el sexo en sí, sino su resistencia. Le aterra recordar su pasado. Si cree que sabemos cómo liberar sus recuerdos, se debatirá con todo lo que tenga. Y mientras él se resiste, yo aplicaré mis procedimientos más potentes y lo llevará al borde de la locura.

Garimi se encogió de hombros.

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