Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Y estaba resentido con el crío. Paolo tenía solo ocho años y aún tenía mucho que aprender de su mentor, aunque el barón seguía sin entender qué querían realmente los Danzarines Rostro.
—«Prepararlo, educarlo. Encargarte de que esté listo para cumplir su destino —es lo que Khrone había dicho—. Él debe satisfacer cierta necesidad».
Cierta necesidad. Pero ¿cuál?
Eres su abuelo, dijo la irritante voz de Alia en su cabeza. Debes ocuparte de él. La muchacha le azuzaba continuamente. Desde el momento en que recuperó sus recuerdos, Alia había estado esperando en su mente. Su voz aún tenía un acento infantil, el mismo tono exacto que cuando lo mató con la aguja envenenada del gom jabbar.
—¡Preferiría ocuparme de ti, pequeña Abominación! —gritó el barón—. Retorcerte el cuello, estrujarte la cabeza… una, dos, tres veces. ¡Hacer que tu cráneo delicado estallara! ¡Ja!
Pero sería tu propio cráneo, barón.
El barón se llevó las manos a las sienes.
—¡Déjame en paz!
Viendo que no había nadie con su señor en la sala, los sirvientes lo miraron con inquietud. El barón bufó y volvió a recostarse en su titilante asiento negro. Después de abochornarle y enfurecerle, la voz de Alia susurró su nombre con tono provocativo una vez más y se desvaneció.
Y en ese momento, un Paolo altanero entró en la cámara, seguido por un séquito de andróginos Danzarines Rostro que actuaban a modo de protectores. El niño tenía un aire de seguridad que al barón le fascinaba y le desconcertaba a un tiempo.
El barón Vladimir Harkonnen y este otro Paul Atreides estaban inextricablemente unidos, se atraían y se repelían a la vez, como dos poderosos imanes. Cuando los recuerdos del barón fueron restaurados y cobró conciencia de quién era realmente, Paolo fue llevado a Caladan y entregado a sus atentos cuidados… con una clara advertencia sobre lo que le pasaría si algo le sucedía.
Desde su trono negro y elevado, el barón miró furioso a aquel jovencito avasallador. ¿Qué hacía que Paolo fuera tan especial?
¿Qué era el «asunto del kwisatz haderach»?
¿Qué sabía el Atreides?
Durante un tiempo, Paolo había sido un jovencito sensible, reflexivo, incluso atento; tenía una obstinada vena de bondad que el barón había tratado de erradicar con diligencia. Pero con el tiempo, y un adiestramiento lo bastante duro, estaba seguro de que podía doblegar incluso la honorable vena de un Atreides. ¡Y eso prepararía a Paolo para su destino, sí, señor! Aunque ocasionalmente el muchacho seguía debatiéndose con sus actos, habían hecho considerables progresos.
Paolo se detuvo con impertinencia ante la tarima. Uno de los Danzarines Rostro puso una antigua pistola en la mano del niño.
El barón se inclinó hacia delante para ver mejor, furioso.
—¿Pertenece esa pistola a mi colección privada? Te dije que no las tocaras.
—Es una reliquia de la Casa Atreides, así que tengo derecho a utilizarla. Una pistola de disco que perteneció a mi hermana, según la etiqueta.
El barón se revolvió en su trono, inquieto al ver aquella arma cargada tan cerca.
—Solo es una pistola de mujeres.
En el interior de los gruesos apoyabrazos negros del trono, el barón tenía escondidas otras armas, cualquiera de las cuales podría haber convertido fácilmente al muchacho en una masa sanguinolenta… mmm, un material perfecto para crear otro ghola, pensó.
—Aun así, es una reliquia valiosa y no quiero que se estropee por culpa de un niño descuidado.
—No la estropearé. —Paolo parecía pensativo—. Respeto los objetos que utilizaron mis antepasados.
Ansioso por evitar que el muchacho pensara demasiado, el barón se puso en pie.
—Entonces, ¿por qué no vamos fuera, Paolo? ¿Por qué no miramos cómo funciona? —Le dio una palmadita paternal en el hombro—. Y luego podemos matar algo con nuestras propias manos, como hicimos con los perros mestizos y las comadrejas.
Paolo parecía dudar.
—Otro día.
Aun así, el barón se lo llevó rápidamente de la sala del trono.
—Vamos a deshacernos de esas ruidosas gaviotas que rondan los vertederos. ¿Te había dicho lo mucho que me recuerdas a Feyd? Mi adorable Feyd…
—En más de una ocasión.
Bajo la vigilancia de los Danzarines Rostro, pasaron las dos siguientes horas en el montón de basura del castillo, disparando por turnos a aquellos pájaros escandalosos con la pistola de disco. Ajenas al peligro, las gaviotas se lanzaban y gritaban, peleándose por los pedazos de basura mojados por la lluvia. Paolo disparaba, luego el barón. A pesar de su antigüedad, la pistola era bastante certera. Cada disco giratorio y microdelgado troceaba a un pájaro y lo dejaba hecho una masa informe de carne y plumas. Y entonces las otras gaviotas se peleaban por los pedazos frescos de carne.
Entre los dos mataron catorce pájaros, aunque el barón no lo hizo ni de lejos tan bien como el niño, que demostraba una gran capacidad para apuntar a sangre fría. Cuando el barón levantó la pistola y apuntó con cuidado, la voz molesta de la niña volvió a resonar en su cabeza.
Esa no es mi pistola, ¿lo sabías?
Él disparó y falló por un amplio margen. Alia rio tontamente.
—¿Cómo que no es tuya? —No hizo caso de la mirada desconcertada de Paolo, que le cogió el arma para disparar.
Es falsa. Yo nunca tuve una pistola de disco como esa.
—Déjame en paz.
—¿Con quién hablas? —preguntó Paolo.
El barón se metió la mano en el bolsillo y le dio a Paolo varias cápsulas de sustituto de melange, que el muchacho aceptó obedientemente. Le cogió el arma.
—No seas ridícula. El marchante de antigüedades me trajo un certificado de autenticidad y la documentación cuando me la vendió.
Abuelo, no tendrías que dejarte engañar tan fácilmente. Mi pistola disparaba discos más grandes. Esta es una imitación barata, y no tiene las iniciales del fabricante en el cañón como la auténtica.
El barón estudió los grabados de la empuñadura, volvió la pistola hacia su cara y examinó el corto cañón. No había iniciales.
—¿Y las otras cosas, las que supuestamente pertenecieron a Jessica y el duque Leto?
Algunas son reales, otras no. Dejaré que descubras por ti mismo qué es qué.
El marchante, que conocía la afición del noble por comprar artefactos históricos, pronto volvería a Caladan. ¡Nadie se burlaba del barón! El barón ghola decidió que la próxima entrevista no sería tan cordial. Tendría que hacer algunas preguntas incisivas. La voz de Alia volvió a desvanecerse, y él se alegró de tener un momento de paz en su cabeza.
Paolo había consumido dos de las cápsulas naranjas, y cuando el sustituto de la melange empezó a hacer efecto, se desplomó sobre las rodillas y se quedó mirando beatíficamente al cielo.
—¡Veo una gran victoria en mi futuro! Estoy empuñando un cuchillo que gotea sangre, estoy sobre mi enemigo… sobre mí mismo. —Frunció el ceño, y luego volvió a sonreír, gritando—: ¡Yo soy el kwisatz haderach! —Y entonces Paolo soltó un alarido espeluznante—. No… ahora me veo a mí mismo muriendo en el suelo, desangrándome. Pero ¿Cómo puede ser si soy el kwisatz haderach? ¿Cómo puede ser?
El Danzarín Rostro que estaba más cerca cobró vida.
—Tenemos instrucciones para estar atentos a cualquier señal de presciencia. Debemos notificárselo a Khrone inmediatamente.
¿Presciencia?
, pensó el barón.
¿O locura?
Dentro de su cabeza, la presencia de Alia rio.
— o O o —
Días después, el barón andaba a grandes zancadas por la parte alta del acantilado y miraba al mar. Caladan aún no tenía la adorable y negra capacidad industrial de su amada Giedi Prime, pero al menos había pavimentado los jardines de las zonas más próximas al castillo. El barón odiaba las flores, con sus colores estridentes y su olor nauseabundo. Él prefería el perfume del humo de una fábrica. Tenía grandes planes para convertir Caladan en otro Giedi Prime. El progreso era mucho más importante que ningún plan esotérico que los Danzarines Rostro pudieran tener para el joven Paolo.
En el nivel más bajo del castillo restaurado, donde otras grandes Casas habrían preparado cámaras dedicadas a «actividades para el cumplimiento de la ley», la Casa Atreides había dedicado el espacio a almacenes de comida, una bodega de vino y un refugio de emergencia. El barón era un noble más tradicional, y había instalado calabozos, salas de interrogatorios y una cámara de tortura perfectamente equipada. En este nivel también tenía una sala de fiestas, donde llevaba con frecuencia a los jovencitos del pueblo pesquero.
No puedes borrar las señales de la Casa Atreides con unos cambios de maquillaje, abuelo
, dijo la irritante voz de Alia.
Prefería el antiguo castillo.
—¡Cállate, demonio! Tú tampoco estuviste nunca aquí en vida.
Oh, visité mi hogar ancestral cuando mi madre vivía aquí, cuando Muad’Dib era emperador y su yihad salpicó de sangre los sistemas estelares. ¿No te acuerdas, abuelo? En aquel entonces ¿no estabas dentro de mi cabeza?
—Ojalá tú no estuvieras dentro de la mía. ¡Yo nací antes que tú! No puedo tener tus recuerdos dentro de mí. ¡Eres una Abominación!
Alia chasqueó la lengua de una forma particularmente desconcertante.
Sí abuelo, soy eso y mucho más. Quizás por eso tengo el poder de estar dentro de ti. O quizá es que eres defectuoso… que estás loco. ¿Te has planteado la posibilidad de que puedas estar imaginándome? Es lo que todos creen.
Los sirvientes pasaban apresuradamente, lanzando miradas temerosas en su dirección. En ese momento el barón vio un vehículo terrestre avanzando laboriosamente por la empinada carretera que salía del puerto espacial.
—Ah, ahí viene nuestro invitado. —A pesar de la intrusión de Alia, esperaba que aquel fuera un día entretenido.
Cuando el vehículo terrestre se detuvo, un hombre alto se apeó del compartimiento trasero y avanzó entre las estatuas de los grandes Harkonnen que el barón había hecho erigir en el pasado año. Una plataforma suspensora flotaba detrás del marchante de antigüedades, cargada con su mercancía.
¿Qué tienes pensado para él, abuelo?
—Lo sabes perfectamente. —Desde lo alto del muro, el barón se restregó las manos por la expectación—. Haz algo útil por una vez, Abominación. —Alia rio, pero sonó como si se estuviera riendo de él.
El barón bajó apresuradamente mientras un sirviente con aire atormentado acompañaba al visitante al interior. Shay Vendee era marchante de antigüedades, y para él siempre era un placer reunirse con uno de sus mejores clientes. Cuando entró seguido por su mercancía, su rostro redondo parecía radiante como un pequeño sol rojo.
El barón le recibió con un húmedo apretón de manos. Le sujetó la mano entre las suyas y la retuvo por unos instantes, apretando ligeramente fuerte.
El marchante se soltó.
—Cuando veáis lo que os traigo os maravillaréis, barón… es asombroso lo que se puede encontrar hurgando un poco. —Abrió uno de los cajones de la plataforma suspensora—. He reservado estos tesoros especialmente para vos.
El barón sacudió una mota de uno de los anillos enjoyados de sus dedos.
—Primero quería enseñarte algo, mi querido señor Vendee. Mi nueva bodega de vinos. Estoy muy orgulloso de ella.
Una mirada de sorpresa.
—¿Vuelven a estar en activo los viñedos danianos?
—Tengo otras fuentes.
Cuando el marchante desenganchó la plataforma suspensora, el barón lo acompañó a la penumbra de los pisos inferiores por una amplia escalera de roca. Ajeno al peligro, Vendee charlaba cordialmente.
—Antiguamente los vinos de Caladan eran famosos, y con razón. De hecho, he oído el rumor de que se encontró una reserva en las ruinas de Kaitan, botellas que se han conservado intactas en una burbuja de nulentropía. El campo de nulentropía impidió que el vino envejeciera… durante miles de años, pero incluso así debe de ser de una cosecha extraordinaria. ¿Queréis que mire si puedo conseguiros una o dos botellas?
El barón se detuvo al pie de la oscura escalera y miró con ojos negro ataña a su invitado.
—Mientras vengan con la documentación apropiada. No me gustaría que me vendieran ninguna imitación.
Vendee puso cara de espanto.
—¡Por supuesto que no, barón Harkonnen!
Finalmente, pasaron por un estrecho corredor iluminado por humeantes lámparas de aceite. Los globos de luz eran demasiado eficaces y luminosos para el gusto del barón. A él le gustaba el olor pesado y granuloso del aire; casi enmascaraba los otros olores.
—¡Ya estamos! —El barón empujó una pesada puerta de madera y pasó a su cámara de tortura plenamente equipada. En ella tenía los útiles tradicionales: péndulo, máscaras, sillas eléctricas, y un potro que permitía levantar al sujeto en el aire y luego dejarlo caer—. Una de mis nuevas salas de juegos. Mi orgullo y mi alegría.
Los ojos de Vendee se abrieron alarmados.
—Pensé que habíais dicho que íbamos a vuestra bodega.
—Bueno, es ahí, buen hombre. —Con expresión afable, el barón señaló una mesa de la que colgaban unas correas sueltas. Encima había una botella y dos vasos. Sirvió el vino tinto en los dos vasos y le pasó uno a su invitado, que estaba cada vez más inquieto. Vendee miró a su alrededor, y vio con nerviosismo las manchas rojas de la mesa y el suelo de roca. ¿Vino derramado?
—He hecho un viaje muy largo y estoy cansado. Quizá deberíamos volver arriba. Estaréis encantados cuando veáis los objetos que os he traído. Reliquias muy valiosas, os lo aseguro.
El barón pasó una de las correas de la mesa entre sus dedos.
—Primero, hay cierto asunto… —Entrecerró los ojos. Un muchacho con los ojos hundidos entró por una puerta lateral llevando algo que parecían dos armas antiguas y ornamentadas, pistolas de disco de factura antigua.
—¿Te suenan? Examínalas cuidadosamente.
Vendee cogió una de las armas para examinarla.
—Oh, sí. La antigua pistola de Alia Atreides. La sujetó con sus propias manos.
—Eso dijiste. —Tras coger la otra pistola, el barón dijo a Vendee—: Me vendiste una imitación. Porque resulta que sé que la pistola que tienes en las manos no es la original que utilizó Alia.
—Me he labrado una reputación por mi integridad, barón. Si alguien os ha dicho otra cosa, miente.