Filosofía en el tocador (15 page)

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Authors: Marqués de Sade

BOOK: Filosofía en el tocador
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EUGENIA: ¡Ay, esa fantasía está ya en mi corazón!

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Qué capricho te habita, Eugenia? Dínoslo en confianza.

EUGENIA,
extraviada
: Quisiera una víctima.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Y de qué sexo la deseas?

EUGENIA: ¡Del mío!

DOLMANCÉ: Y bien, señora, ¿estáis contenta con vuestra alumna? Sus progresos, ¿son suficientemente rápidos?

EUGENIA,
como antes
: ¡Una víctima, querida, una víctima!... ¡Oh, dioses, haría la felicidad de mi vida!...

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Y qué le harías?

EUGENIA: ¡Todo!... ¡Todo! Todo lo que pudiera hacerle la más desgraciada de las criaturas. ¡Oh, querida, querida mía, ten piedad de mí, no puedo más!...

DOLMANCÉ: ¡Santo Dios, qué imaginación!... Ven, Eugenia, eres deliciosa... Ven que te bese mil y mil veces.
(La coge en sus brazos.)
Ved, señora, ved, mirad a esta libertina cómo se corre de cabeza sin que nadie la toque... ¡Es absolutamente necesario que la dé por el culo una vez más!

EUGENIA: ¿Tendré luego lo que pido? DOLMANCÉ: ¡Sí, loca!... ¡Sí, yo te respondo de ello!

EUGENIA: ¡Oh, amigo mío, aquí está mi culo!... ¡Haced lo que queráis con él!

DOLMANCÉ: Esperad a que disponga este goce de una manera algo lujuriosa.
(Todo se cumple a medida que Dolmancé lo indica.)
Agustín, tiéndete en el borde de esta cama; que Eugenia se acueste en tus brazos; mientras la sodomizo, masturbaré su clítoris con la soberbia cabeza de la polla de Agustín, que, para ahorrar su leche, tendrá cuidado de no correrse; el querido caballero, que sin decir una palabra se la menea suavemente oyéndonos, tendrá a bien tenderse sobre los hombros de Eugenia, exponiendo sus hermosas nalgas a mis besos; yo se la menearé por debajo; es decir, teniendo mi aparato en un culo, menearé una polla con cada mano; y en cuanto a vos, señora, tras haber sido yo vuestro marido, quiero que os convirtáis vos en el mío; ¡poneos el más enorme de vuestros consoladores!
(La Sra. de Saint-Ange abre un cofre que está lleno de ellos, y nuestro héroe escoge el más temible.)
¡Bien! Éste, según el número, tiene catorce pulgadas de largo por diez de contorno; poneos esto a la cintura, señora, y dadme ahora los golpes más terribles.

SRA. DE SAINT-ANGE: Estáis loco, Dolmancé, de veras, y voy a reventaros con esto.

DOLMANCÉ: No temáis nada; empujad, penetrad, ángel mío; yo no encularé a vuestra querida Eugenia hasta que vuestro enorme miembro esté bien dentro en mi culo... ¡Ya está! ¡Ya está, santo Dios!... ¡Ay, me pones en las nubes!... ¡Nada de piedad, hermosa mía!... Te lo advierto, voy a joder tu culo sin prepararlo... ¡Santo Dios, qué hermoso trasero!...

EUGENIA: ¡Oh, amigo mío, me desgarras!... Prepara por lo menos el camino.

DOLMANCÉ: Me guardaré mucho de ello: se pierde la mitad del placer con esas tontas atenciones. Piensa en nuestros principios, Eugenia; trabajo para mí; ¡ahora, víctima un momento, ángel mío, y al cabo de un instante perseguidora!... ¡Ay, santo Dios!... ¡Entra!...

EUGENIA: ¡Me matas!...

DOLMANCÉ: ¡Rediós! ¡He llegado al fondo!

EUGENIA: ¡Ay, ahora puedes hacer lo que quieras!... Ya está ahí..., ¡no siento más que placer!...

DOLMANCÉ: ¡Cuánto me gusta menear esta gruesa polla encima del clítoris de una virgen!... Tú, caballero, ponme buen culo... ¿Te la meneo bien, libertino?... Y vos, señora, jodedme, follad a vuestra puta..., sí, lo soy y quiero serlo... Eugenia, ¡córrete, sí, ángel mío, córrete!... Agustín, a pesar suyo, me llena de leche... Yo recibo la del culo del caballero, la mía se une a ella... No resisto más... Eugenia, agita tus nalgas, que tu ano presione mi polla; voy a lanzar al fondo de tus entrañas la leche ardiente que se exhala... ¡Ay, jodido bujarrón de dios! ¡Me muero!
(Se retira, la postura se rompe.)
Mirad, señora, ahí tenéis a vuestra pequeña libertina llena todavía de leche; la entrada de su coño está inundada; masturbadla, frotad vigorosamente su clítoris todo mojado de esperma; es una de las cosas más deliciosas que se pueden hacer.

EUGENIA,
palpitante
: ¡Ay, amiga, qué placer me darías! ¡Ay, querido amor, ardo de lubricidad!
(Se colocan en esa postura.)

DOLMANCÉ: Caballero, como eres tú quien va a desflorar a esta hermosa niña, ayuda a tu hermana para que se pasme en tus brazos, y en esa postura ofréceme las nalgas: voy a joderte mientras Agustín me encula.
(Todo se dispone así.)

EL CABALLERO: ¿Estoy bien de esta manera?

DOLMANCÉ: Un poco más arriba el culo, amor mío; ahí, bien..., sin preparación, caballero...

EL CABALLERO: ¡A fe que como tú quieras! ¿Puedo sentir otra cosa que placer en el seno de esta muchacha?
(La besa y la masturba, hundiéndole ligeramente un dedo en el coño, mientras la Sra. de Saint-Ange acaricia el clítoris de Eugenia.)

DOLMANCÉ: En cuanto a mí, querido, te aseguro que saco mucho más contigo de lo que saqué con Eugenia; ¡tanta diferencia es la que hay entre el culo de un muchacho y el de una muchacha!... ¡Dame por el culo, Agustín! ¡Cuánto tardas en decidirte!

AGUSTÍN: ¡Maldita zea! ¡Zeñorez, ez que acaba de corrérzeme ahí juntito a enta gentil tortolita, y quereiz que ahora ze ponga tieza en zeguida para vueztro culo, que no ez tan bonito, maldita zea!

DOLMANCÉ: ¡Imbécil! Pero, ¿por qué quejarse? Es la naturaleza: cada cual predica para su santo. Vamos, vamos, sigue penetrando, verídico Agustín; y cuando tengas algo más de experiencia, ya me dirás si no valen más los culos que los coños... Eugenia, devuelve al caballero lo que él te hace; preocúpate sólo de ti: tienes razón, libertina; pero en interés mismo de tus placeres, menéasela, puesto que va a ser él quien coja tus primicias.

EUGENIA: Y bien que se la meneo, le beso, pierdo la cabeza... ¡Ají! ¡Ají! ¡Ají!, amigos míos, no puedo más... ¡Tened piedad de mi estado..., me muero..., me corro!... ¡Santo Dios! ¡Estoy fuera de mí!...

DOLIMANCÉ: Yo en cambio seré prudente. Sólo pretendía poner en trance este hermoso culo; guardo para la Sra. de Saint-Ange la leche acumulada: nada me divierte tanto como empezar en un culo la operación que quiero terminar en otro. ¡Y bien, caballero, ya estás a punto!... ¿La desfloramos?

EUGENIA: ¡Oh, cielos, no, no quiero que me lo haga él, moriría! El vuestro es más pequeño, Dolmancé; ¡que sólo a vos deba yo esta operación, os lo suplico!

DOLIMANCÉ: Es imposible, ángel mío; nunca en mi vida he jodido un coño; me permitiréis que no empiece a mi edad. Vuestras primicias pertenecen al caballero; sólo él es digno de cogerlas: no le quitemos sus derechos...

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Rechazar una desfloración... tan fresca, tan linda como ésta, porque desafío a que alguien diga que mi Eugenia no es la muchacha más hermosa de París! ¡Oh, señor!..., señor, de veras, ¡eso es lo que se dice atenerse demasiado a sus principios!

DOLMANCÉ: No tanto como debiera, señora, porque estoy seguro de que muchos de mis cofrades no os la meterían por el culo... Yo lo he hecho y volveré a hacerlo; no es, por tanto, como suponéis, llevar mi culto hasta el fanatismo.

SRA. DE SAINT-ANGE: Adelante, pues, caballero; pero ten cuidado; mira la pequeñez del estrecho que vas a enfilar: ¿hay alguna proporción entre el contenido y el continente?

EUGENIA: ¡Oh, moriré, eso es inevitable!... Pero el ardiente deseo que tengo de ser jodida me hace atreverme a todo sin temer nada... Vamos, penetra, querido, a ti me entrego.

EL CABALLERO,
sosteniendo con toda la mano su polla tiesa
: ¡Sí, joder! ¡Es necesario que penetre!... Hermana mía, Dolmancé, sostenedle cada uno una pierna... ¡Ah, santo Dios! ¡Qué empresa!... ¡Sí, sí, aunque tenga que atravesarla, aunque tenga que desgarrarla, es preciso, rediós, pasar por ello!

EUGENIA: ¡Despacio, más suave, no puedo aguantar!...
(Ella grita; las lágrimas corren por sus mejillas...)
¡Socorro! ¡Querida amiga!...
(Se debate.)
¡No, no quiero que entre! ¡Si seguís, gritaré que me están asesinando!...

EL CABALLERO: Grita cuanto quieras, pequeña bribona, te digo que tiene que entrar, aunque hayas de reventar mil veces.

EUGENIA: ¡Qué barbarie!

DOLMANCÉ: ¡Ah, joder! ¿Puede ser uno delicado cuando la tiene tiesa?

EL CABALLERO: ¡Miradla! ¡Ya está! ¡Ya está, santo dios!... ¡Joder! ¡Vaya virginidad del diablo!... ¡Mirad cómo corre su sangre!

EUGENIA: ¡Anda, tigre!... ¡Anda, desgárrame si quieres, ahora me río!... ¡Bésame, verdugo, bésame, te adoro!... ¡Ay, una vez que está dentro no es nada!: todos los dolores se olvidan... ¡Pobres de las jóvenes que se asusten ante semejante ataque!... ¡Qué grandes placeres rechazarían por un pequeño dolor!... ¡Empuja! ¡Empuja, caballero, que me corro!... Rocía con tu leche las llagas con que me has cubierto..., empújala hasta el fondo de mi matriz... ¡Ay, el dolor cede ante el placer, estoy a punto de desvanecerme!...
(El caballero descarga; mientras él jodía, Dolmancé le ha sobado el culo y los cojones, y la Sra. de Saint-Ange acariciaba el clítoris de Eugenia. La postura se deshace.)

DOLMANCÉ: Mi parecer es que, mientras estén abiertos los caminos, Agustín joda inmediatamente a la pequeña bribona.

EUGENIA: ¡Por Agustín!... ¡Una polla de ese tamaño!... ¡Hala, venga, deprisa!... ¡Ahora que todavía sangro!... ¿Tenéis ganas de matarme?

SRA. DE SAINT-ANGE: Amor mío, bésame..., te compadezco..., pero la sentencia se ha pronunciado y es inapelable, corazón mío: tienes que sufrirla.

AGUSTÍN: ¡Ay, jardinero, ya eztoy preparado! ¡Cuando ze trata de trincar a ezta niñita, vendría, pordioz, dezde Roma a piez.

EL CABALLERO,
empuñando la enorme polla de Agustín
: ¡Mira, Eugenia, mira qué tiesa está!... Es digna de sustituirme.

EUGENIA: ¡Ay, santo cielo, qué garrote!... ¡Queréis matarme, eso está claro!...

AGUSTÍN,
apoderándose de Eugenía
: ¡Que no, zeñorita: ezo no ha hecho nunca morir a nadie.

DOLMANCÉ: ¡Un momento, hijo, un momento!: tienes que ofrecerme el culo mientras la jodes... Sí, así, acercaos, señora de Saint-Ange: os he prometido encularos, y mantendré mi palabra; pero colocaos de modo que al joderos esté en condiciones de azotar a Eugenia. ¡Mientras tanto, que el caballero me azote!
(Se colocan.)

EUGENIA: ¡Ay, joder! ¡Me revienta!... ¡Camina despacio, gran payaso!... ¡Ay, el bujarrón! ¡Cómo clava!... ¡Ya ha llegado, el jodido!... ¡Ya ha llegado al fondo!... ¡Me muero!... ¡Oh, Dolmancé, cómo golpeáis!... Es encenderme por dos partes; me ponéis al rojo las nalgas.

DOLMANCÉ,
azotando con toda su fuerza
: ¡Lo tendrás..., lo tendrás, pequeña bribona!... ¡Así te correrás más deliciosamente! ¡Cómo la masturbáis, Saint-Ange..., cómo debe de endulzar ese ligero dedo los males que Agustín y yo le hacemos!... Pero vuestro ano se aprieta... Ya lo veo, señora, vamos a corrernos al mismo tiempo... ¡Ay, qué divino estar así entre el hermano y la hermana!

SRA. DE SAINT-ANGE,
a Dolmancé
: ¡Jode, sol mío, jode!... Creo que nunca tuve tanto placer.

EL CABALLERO: Dolmancé, cambiemos de mano; pasa rápidamente del culo de mi hermana al de Eugenia, para hacerle conocer los placeres de estar entre dos, y yo encularé a mi hermana que, mientras tanto, devolverá sobre tus nalgas los golpes de verga con que acabas de ensangrentar las de Eugenia.

DOLMANCÉ,
haciéndolo
: Acepto... Mira, amigo mío, ¿puede hacerse un cambio más rápido que éste?

EUGENIA: ¡Cómo! ¡Los dos sobre mí, santo cielo!... No sé a cuál atender; tenía bastante con este ganso... ¡Ay, cuánta leche me va a costar este doble goce!... Ya corre. Sin esta sensual eyaculación, creo que estaría ya muerta... Vaya, amiga mía, ¿me imitas? ¡Oh, cómo jura la bribona!... Dolmancé..., córrete, córrete..., amor mío..., este rudo campesino me inunda: me lo lanza al fondo de mis entrañas... ¡Ay, jodedores míos!, ¡cómo! ¡Los dos a la vez, santo cielo!... Amigos míos, recibid mi leche: se une a la vuestra... Estoy anonadada...
(La postura se rompe.)
Y bien, querida, ¿estás contenta con tu alumna?... ¿Ahora soy lo suficientemente puta?... Pero me habéis puesto en un estado..., en una agitación... ¡Oh, sí, juro que, en la embriaguez en que me encuentro, si fuera preciso llegaría a hacerme joder en medio de las calles!...

DOLMANCÉ: ¡Qué bella está así!

EUGENIA: ¡Os detesto, me habéis rechazado!...

DOLMANCÉ: ¿Podía acaso contrariar mis dogmas?

EUGENIA: Entonces, os perdono, y debo respetar los principios que llevan a los extravíos. ¡Cómo no había de adoptarlos yo, que sólo quiero vivir en el crimen? Sentémonos y charlemos un instante: no puedo más. Proseguid mi instrucción, Dolmancé, y decidme algo que me consuele de los excesos a que me he entregado; apagad mis remordimientos; alentadme.

SRA. DE SAINT-ANGE: Es justo; es preciso que un poco de teoría suceda a la práctica; es el medio de hacer una alumna perfecta.

DOLMANCÉ: ¡Bueno! ¿Cuál es el objeto, Eugenia, sobre el que queréis que os instruya?

EUGENIA: Me gustaría saber si las costumbres son verdaderamente necesarias a un gobierno, si su influencia tiene algún peso sobre el genio de la nación.

DOLMANCÉ: ¡Ah, pardiez! Al salir de casa esta mañana, he comprado en el Palacio de la Igualdad
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un folleto que, de creer al título, debe de responder necesariamente a vuestra pregunta... Acaba de salir de las prensas.

SRA. DE SAINT-ANGE: Veamos.
(Lee.)
Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos. A fe que es un título singular: promete mucho; caballero, tú que posees una hermosa voz, léenos esto.

DOLMANCÉ: O mucho me equivoco o debe de responder perfectamente a la pregunta de Eugenia.

EUGENIA: ¡Desde luego!

SRA. DE SAINT-ANGE: Agustín, esto a ti no te incumbe; pero no te alejes; tocaremos la campanilla cuando sea preciso que vengas.

EL CABALLERO: Empiezo.

FRANCESES, un esfuerzo más si quereis ser republicanos
La religión

Vengo a ofrecer grandes ideas; las escucharán, serán pensadas; si no todas agradan, al menos algunas quedarán; habré contribuido algo al progreso de las luces, y con ello quedaré satisfecho. No lo oculto, veo con pena la lentitud con que tratamos de llegar a la meta; con inquietud siento que estamos en vísperas de no alcanzarla una vez más. ¿Cree alguien que esa meta se alcanza cuando nos hayan dado leyes? Que nadie lo crea. ¿Qué haríamos con las leyes, sin religión? Necesitamos un culto, y un culto hecho para el carácter de un republicano, muy alejado de poder continuar el de Roma. En un siglo en que estamos tan convencidos de que la religión debe apoyarse en la moral, y no la moral en la religión, se necesita una religión que vaya con las costumbres, que sea algo así como su desarrollo, como su necesaria secuela, y qué, elevando el alma, pueda mantenerla perpetuamente a la altura de esa libertad preciosa que constituye hoy día su único ídolo. Ahora bien, yo pregunto si puede suponerse que la de un esclavo de Tito, la de un vil histrión de Judea, puede convenir a una nación libre y guerrera que acaba de regenerarse. No, compatriotas míos, no, no lo creáis. Si, por desgracia para él, el francés volviera a sepultarse en las tinieblas del cristianismo, por un lado el orgullo, la tiranía y el despotismo de los sacerdotes, vicios que siempre renacen en esa horda impura; por otro la bajeza, la estrechez de miras, la insulsez de los dogmas y de los misterios de esa indigna y fabulosa religión, debilitando la altivez del alma republicana, la pondrían pronto bajo el yugo que su energía acaba de romper.

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