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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Feed
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En la pantalla, Buffy hizo una pausa para respirar hondo, y de repente parecía extremadamente joven pese a la expresión de agotamiento en su rostro.

»No lo sabía. Sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien y que nunca volvería a trabajar en el campo de la información, pero no sabía que se haría daño a otras personas. No lo supe hasta que ocurrió lo del rancho, y para entonces ya estaba metida hasta el cuello y me resultaba imposible buscar una salida. Lo siento; sé que eso no traerá de vuelta a las personas que murieron, pero lo siento de verdad, porque yo no quería que nadie sufriera. Creía que estaba haciendo lo correcto. Creía que cuando todo esto acabara, seríamos una nación más fuerte gracias a mí. —Una lágrima saltó de su ojo izquierdo y se deslizó por su mejilla. Si no hubiera conocido a Buffy como la conocía habría pensado que estaba sobreactuando; sin embargo, como la conocía tan bien, sabía que esa lágrima en ella ni siquiera podía calificarse como actuación. Estaba llorando de verdad—. Aparecen en mis sueños. Cierro los ojos y ahí están. Todas las personas que murieron en Eakly; las que murieron en el rancho. Sus muertes fueron culpa mía, y temo que consiguiéramos este trabajo porque alguien con la capacidad para manipular las cifras supiera que podía comprarme por un buen precio. Lo siento. No fue mi intención. No fue mi intención que todo esto ocurriera así.

»Si supiera a quién más han comprado os lo diría, pero no lo sé. Preferí no saberlo, porque de haberlo hecho me habría dado cuenta de que… creo que me habría dado cuenta de que estaba haciendo algo malo. —Buffy apartó la mirada de la cámara y se enjugó los ojos—. Estaba metida hasta el cuello; no podía dar marcha atrás. Y vosotros no queríais volver a casa. Georgia, ¿por qué no podíamos volver a casa? —Devolvió la vista a la cámara con los dos ojos llenos de lágrimas—. No quiero morir. No quiero que veáis esto jamás. Por favor, ¿no podemos irnos a casa?»

—Dios mío, Buffy, lo siento —dije entre dientes. Mis palabras se perdieron en el silencio que siguió a su súplica, como las piedras en el interior de un pozo de los deseos, con el mismo resultado infructuoso.

En la pantalla, Buffy respiró hondo y retuvo el aire en los pulmones un instante antes de expulsarlo lentamente.

»Tenéis que ver esto —continuó, arqueando ligeramente los labios en una sonrisa amarga y apenas perceptible—. No tenéis más remedio que verlo si queréis conocer la verdad. Al abrir este archivo, automáticamente se ha enviado por correo electrónico un vídeo a mis padres en el que les pido disculpas y les agradezco todo lo que han hecho por mí. Cuando se cierre podréis acceder a mi directorio privado, incluido un archivo con el nombre «Confesión». Está bloqueado y consta la fecha de la última modificación. Si no lo abrís, será aceptado ante un tribunal. No lo confié todo a los servidores. Creo que en mis circunstancias actuales sé mejor que nadie lo peligroso que es confiar en la gente. Tenéis algo mío que nadie más tiene. Miradlo. En el archivo encontraréis todo lo que tengo, incluidos los códigos de acceso a todos los dispositivos de escucha de los que os he hablado. Buena suerte. Vengaos por mí si podéis. Lo siento.»

Buffy permaneció en silencio, esta vez sonriendo con franqueza.

«—Esto… —añadió—. Estar aquí, con vosotros, siguiendo la campaña, realmente era lo que quería. Tal vez habría cambiado algunos detalles, pero me alegro de haber venido, de modo que gracias. Y buena suerte.»

La imagen desapareció.

Los tres nos quedamos inmóviles y en silencio, como componiendo la imagen de un retablo, durante varios minutos. Un suave sollozo procedente del lado de mi hombro izquierdo me dijo que Rick estaba llorando. Una vez más maldije al Kellis-Amberlee por privarme de ese sencillo recurso del consuelo humano.

—¿A qué se refería con que tenemos algo que nadie más tiene? —inquirió Shaun, posando la mano sobre mi hombro derecho—. Llevaba todo el equipaje con ella en el camión.

—Tenemos su ordenador portátil —dije. Arrastré la silla hacia atrás, me levanté y di media vuelta para mirarlos—. Traedme un juego de herramientas y su portátil.

Nunca robes a otro reportero su noticia; nunca te quedes con la última bala de otro reportero; nunca husmees en el ordenador de otro reportero. Ésas son las reglas, a menos que trabajes para la prensa sensacionalista, donde la palabra «nunca» se sustituye por «siempre»… pero una vez estás muerto sólo eres carne, y las cosas cambian. Tuve que obligarme a repetir esto mientras manejaba el destornillador para desmontar la carcasa inferior del portátil de Buffy, flanqueada por Shaun y Rick, que me observaban. Ya habíamos examinado el ordenador y no habíamos encontrado, literalmente, nada. Buffy había borrado los discos duros en algún momento, probablemente antes de emprender el viaje que había acabado con su vida. En cuestión de paranoia, Buffy se llevaba la palma. Y sin duda, después de lo de Eakly, tenía motivos para esa paranoica.

En cierta manera fue decepcionante el momento en el que la carcasa inferior del portátil se separó del resto del aparato, arrancando la cinta adhesiva pegada entre ella y la batería, de donde me cayó en la mano una unidad de memoria extraíble. La sostuve en alto para mostrársela a Shaun y Rick.

—El complot toma forma —dije—. Shaun, Becks fue reportera, ¿qué tal se maneja con los ordenadores?

—No es tan buena como lo era Buffy…

—Nadie es tan bueno como lo era Buffy.

—Pero es buena.

—¿Lo suficiente?

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Extendió la mano. Le entregué la memoria sin vacilar. El día que no pudiera confiar en Shaun todo habría acabado. Así de simple.

—Que se conecte a la red y que se ponga a revisar los archivos que hay ahí. Buffy ha hablado de registros de fechas y de modificación de IP. Tenemos que ver qué podemos sacar. —Me levanté—, Rick, continúa trabajando en tu reportaje.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a despertar a Mahir —dije, mientras volvía a mi ordenador. La silla seguía caliente; las cosas estaban ocurriendo más rápido de lo que parecía—. Me da igual lo que me cueste. Necesitamos una copia de lo que sea que está almacenado en ese disco y creo que «Londres» es la respuesta.

—¿Georgia? —Rick empleó un tono suave. Me volví a él. Todavía no había regresado a su ordenador; se había quedado allí, de pie, mirándome.

—¿Qué?

—¿Sobreviviremos a todo esto?

—Probablemente no. ¿Quieres dejarlo?

—No. —Acompañó su respuesta con un gesto de cabeza—. Sólo quería comprobar si ya te lo habías planteado.

—Pues lo he hecho. Ahora pongámonos manos a la obra.

Rick y Shaun asintieron con la cabeza y se pusieron a trabajar.

Pese a que Mahir parecía haber salido, o estar dormido, o, ojalá no, pero si ese asunto era más gordo de lo que parecía a primera vista, quién sabía si ya muerto, la dirección de su ordenador seguía dentro de nuestra red. La intercepté con mi código de prioridad y activé un chivato personalizado. Si hacía cualquier cosa en la red, unos timbres molestos se activarían en su equipo y sonarían estruendosamente avisándolo de que tenía que ponerse en contacto conmigo inmediatamente. En general, los chivatos no están bien vistos excepto para casos de emergencia. Pero en mi opinión, eso era una emergencia.

Satisfecha porque había hecho todo lo que se podía esperar dentro de lo razonable para localizar a mi segundo, bajé la cabeza, coloqué los dedos en las teclas y me puse a trabajar.

Hay algo profundamente tranquilizador en la elaboración de un informe factual. Se tiene toda la información necesaria al alcance de las yemas de los dedos, a la espera de ser perfilada y transformada en algo con sentido. Se cogen los hechos, los rostros y las distintas caras de la verdad, y van puliéndose hasta que empiezan a brillar; luego se trasladan al papel o, como en mi caso, a la pantalla como un ejercicio para el lector. Configuré mi documento para que fuera subiéndose a la red página por página y confirmé mi número de licencia para realizar la subida. Todo aquel que estuviera convencido de que se trataba de una especie de maniobra para encubrir mi muerte, podía denunciar la página en el comité de licencias por apropiación de licencia; eso acabaría con los rumores antes que cualquier otra cosa. Un caso así también nos proporcionaría noticias jugosas.

En cuanto subí la primera página empezaron a llegar correos electrónicos. La mayoría eran mensajes positivos; me felicitaban por seguir con vida y me aseguraban que mis lectores nunca habían dudado de que saldría con vida. Algunos correos, sin embargo, eran menos amistosos, incluido uno que etiqueté para subirlo junto con el artículo de opinión que tenía en mente escribir y que afirmaba que Shaun y yo merecíamos morir a manos de los muertos vivientes, pues unos pecadores como nosotros estábamos a su mismo nivel ético; este correo se ajustaba perfectamente a la realidad que había llevado a Buffy a venderse.

Acababa de subirse la sexta página cuando Shaun se dirigió a mí.

—Becks dice que está verificando las IP. La mayoría parecen codificadas.

—Lo que significa que…

—Lo que significa que no puede rastrearlas.

¡Maldita sea!

—¿Y qué hay de los registros temporales?

—Únicamente demuestran que no fuimos nosotros, ni el senador, pero poco más. Si sólo nos guiamos por las horas, podría ser hasta la señora Ryman.

¡Maldita sea por dos!

—¿Alguna noticia buena que puedas darme?

Shaun levantó la mirada de la pantalla con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿A qué te suena que tengo los códigos de acceso de todos los micrófonos ocultos de Buffy?

—A buenas noticias —respondí. Me habría explayado, pero empezaron a sonar unos pitidos en mi ordenador y una luz parpadeante en la parte inferior de la pantalla que me avisaba de una petición de comunicación urgente. Hice doble clic en la notificación.

El rostro de Mahir apareció en una ventana de vídeo; tenía el pelo alborotado y los ojos desorbitados.

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?

—¡No respondías al teléfono! —le grité, avergonzada antes incluso de acabar la frase. Mahir estaba en la otra punta del mundo; no había forma de que se hubiera hecho una idea de la urgencia de nuestra situación.

—Los ficcionistas de por aquí habían organizado una vigilia y una lectura poética en honor a Buffy. —Se apartó las greñas del rostro—. Asistí para hacer la crónica y me parece que bebí demasiado. —Ahora era él quien parecía abochornado—. Me quedé dormido en cuanto llegué a casa.

—Eso explica que no te enteraras del chivato —dije. Me removí en la silla y pregunté, dirigiéndome a mi hermano—: ¿Shaun, tenemos una copia local de esos archivos?

—Está en el directorio local del grupo.

—Perfecto. —Me volví de nuevo a la pantalla—. Mahir, voy a subir unos archivos a tu directorio. Quiero que los guardes. Haz al menos dos copias de ellos y te recomiendo que guardes una de ellas en un servidor externo.

—¿Los borro de nuestro servidor cuando los lea?

Empleó un tono suave, como intentando bromear conmigo. Mi tono, en cambio, era todo menos suave.

—Sí. Buena idea. Y si pudieras mover el resto de tus archivos para formatear tu sector tampoco sería una mala idea.

—Georgia… —Vaciló un momento—. ¿Ocurre algo de que debería saber?

Contuve el impulso de echarme a reír. Buffy estaba muerta, habían llamado al CDC para informar de nuestra propia muerte, alguien nos había estado utilizando para debilitar al gobierno de Estados Unidos. Estaban ocurriendo un montón de cosas que debería saber.

—Por favor —dije—, descarga los archivos, léelos y dame tu opinión sincera.

—¿Quieres mi opinión sincera? —preguntó sin disimular su repentino gesto de preocupación—. Lárgate de este país, Georgia. Ven aquí antes de que ocurra algo de lo que no puedas salir.

—No me dejarían entrar en Inglaterra.

—Ya encontraríamos una manera.

—Sería muy divertido convertirse en una exiliada política, pero Shaun se pondría hecho un basilisco si le obligara a trasladarse, y no me iría sin él. —Dejándome llevar, me quité las gafas y sonreí a la imagen de Mahir—. Lo siento, pero probablemente nunca lleguemos a conocernos personalmente.

Mahir hizo una mueca, alarmado.

—No hables así.

—Lee los documentos. Ya me dirás luego cómo he de hablar.

—Está bien —dijo—. Cuídate.

—Lo intentaré. —Tecleé los comandos para iniciar la subida de los archivos, y en lugar de la imagen de Mahir apareció una barra de estado.

—¿Georgia?

La voz de Shaun; el nombre chungo. Me volví hacia él y empecé a notar que se me encogía el estómago al ir cayendo en la cuenta de que no me había llamado «George».

—¿Qué?

—Becks ha accedido a la línea de uno de los micrófonos ocultos.

—¿Y?

—Y creo que deberías escuchar esto. —Alargó el brazo y sacó la clavija de la entrada para los auriculares. Inmediatamente los ruidos crepitantes y afilados de una retransmisión en directo irrumpieron en la habitación, amplificados por el silencio repentino que se había hecho en el cuarto del hotel. Incluso
Lois
, que había estado acurrucada junto al monitor de Rick, callada e inmóvil, echó hacia atrás las orejas y abrió los ojos como platos.

—¿… me oyes? —La voz de Tate retumbaba a un volumen inhumano, aumentado por las pastillas internas del micrófono y los altavoces de Shaun—. Vamos a resolver este problema y lo vamos a hacer ahora, antes de que las cosas se pongan más feas.

Se oyó otra voz, imposible de identificar. Shaun me miró a los ojos e hizo un gesto afirmativo con la cabeza con el que me decía que, en cuanto acabara la comunicación, haría que Becks pasara la voz por un filtro de sonido para ponerle un nombre. No podíamos hacer más.

—Y yo te digo que están acercándose demasiado. Con Meissonier fuera del mapa no hay forma de controlarlos. No hay manera de saber la cantidad de micrófonos ocultos que esa chica instaló por los despachos. Ya te advertí que no era buena idea lo del espía.

Contuve la respiración, y Rick maldijo entre dientes. Sólo Shaun guardaba un silencio absoluto, con los labios apretados.

—Ahora estoy en el despacho móvil de su novio —continuó Tate, sin imaginarse siquiera que estaban escuchándole—. De haber un lugar donde nunca pondría micrófonos, ése debe de ser el escenario de sus pecados.

—Se nota que no le conocía bien —señaló Rick en un tono amargo, distante.

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