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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

BOOK: Feed
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Sin embargo, el senador Ryman frustró nuestros planes antes de que pudiéramos ponerlos en marcha, y el día después de la convención me llevó aparte y me comunicó que todos aceptarían de buen grado que nuestro equipo asistiera a los funerales, y los cubriéramos. A Rebecca le había encantado cómo informábamos sobre la campaña, y dada su posición como candidato del Partido Republicano, él sabía que habría reporteros que intentarían colarse en el servicio funerario en busca de información. De esta manera se aseguraba de que la prensa presente fuera de confianza.

¿Qué le iba a decir? Buffy puede pedir todo lo que necesita por la red y hay lavanderías públicas por todas partes. El único escollo era el tema de Rick, pues todavía estaba trasladando sus cosas desde el hotel que había sido la sede de la candidatura de Wagman, aunque él tampoco me parecía que fuera a suponer un contratiempo demasiado importante. Desde el primer minuto se le había exigido trabajar a tope y no le había oído quejarse ni una vez. El vídeo que había grabado del discurso de aceptación del senador había sido de primera y había quedado genial cuando lo habíamos montado intercalando imágenes del asalto al rancho. El número de visitas a nuestra página había pegado un salto del dieciocho por ciento desde la convención y seguía subiendo, y en parte atribuí este ascenso en la audiencia a la incorporación de Rick al equipo. Nadie más había conseguido una exclusiva de la retirada de Wagman, y si sumamos eso a la victoria del senador y a la tragedia, pues bueno…

A veces, en el periodismo, la «suerte» sólo es una cuestión de «capitalizar el dolor ajeno».

El mes de marzo en Wisconsin no tiene nada que ver con el mes de marzo en California. El día del funeral amaneció nublado y frío, y la nieve salpicaba el césped del cementerio. La familia de Emily, los O'Neil, lleva asentada en la zona el tiempo suficiente como para poseer su propio panteón. Si las viejas pelis de zombies hubieran acertado, y los muertos se levantaran de sus tumbas y se abrieran paso hasta la superficie excavando la tierra, el funeral habría acabado en un baño de sangre.

Por suerte, ése es un detalle en el que las películas se equivocaron. La tierra se mantenía firme bajo el irregular manto de nieve; sólo frente a tres lápidas cercanas al muro occidental se apreciaba los montoncitos de tierra más oscura de las fosas recién cavadas. Se habían instalado sillas plegables por todo el jardín central, y la gente permanecía sentada muy junta, evitando dirigir la mirada hacia la tierra removida.

—Son tan pequeños —masculló dirigiéndose a la persona que tenía a su lado una mujer cuyos rasgos me recordaban a los de Peter lo suficiente como para verme tentada de considerarla una prima, o incluso una hermana.

Por supuesto. Los cementerios son una rareza en el mundo moderno. La mayoría de los cadáveres son incinerados, así que los cementerios son un elemento innecesario a no ser que la persona haya gozado de una salud fabulosa, haya sido profundamente religiosa o se aferre con ambas manos a la tradición. En los funerales de hoy en día no se ven los icónicos hoyos rectangulares ni los montones de tierra excavada que aparecen en las películas anteriores al Levantamiento. Las tumbas modernas son pequeños agujeros circulares en la hierba, del tamaño imprescindible para albergar un puñado de cenizas.

Los miembros entremezclados de las familias Ryman y O'Neil lucían la versión funeraria de sus mejores galas; todos vestidos de negro y de oscuros tonos grises, con algún matiz de color hueso o crema en la pechera de las camisas y en las blusas. Incluso las hijas pequeñas del matrimonio, Jeanne y Amber, llevaban vestidos de terciopelo negro. Shaun, Buffy y yo éramos los únicos asistentes que no pertenecían a la familia; el servicio de seguridad del senador, compuesto por una combinación de los agentes que nos habían acompañado durante la campaña y de miembros del servicio secreto, estaba apostado en las puertas del cementerio, donde vigilaban el perímetro sin perturbar el desarrollo de la ceremonia. Mi equipo y yo éramos unos privilegiados y lo sabíamos. De camino a nuestros sitios habíamos recibido no pocas miradas molestas de los familiares.

No era que me importara. Si estábamos allí, era por Peter, por Emily y por la información, de modo que lo que pensara el resto de la familia nos traía sin cuidado.

—… y nos hemos reunido hoy aquí, a la vista de Dios, para entregarle los restos mortales de sus amados hijos y ponerlos a su cuidado, para que los mantenga a salvo, ajenos ya a las tribulaciones del mundo terrenal hasta el día que regresemos al Reino de los Cielos —entonó el sacerdote—. Pues suyo es el Reino, la vida y la gloria, y sólo él nos concederá la vida eterna. Oremos.

—Toda la familia inclinó la cabeza. También Buffy, que había sido criada en una fe que iba más allá de «decir la verdad, conocer las ruta de escape y llevar siempre munición extra».

Shaun y yo permanecimos con la cabeza erguida. Alguien tiene que mantenerse alerta. Comprobé que las cámaras que llevaba en el hombro mantenían un buen ángulo de grabación, y luego me volví y examiné el cementerio. El lugar era completamente indefendible; los muros bajos de piedra apenas delimitaban los distintos espacios y no retrasarían más que unos minutos a una horda de zombies con un poco de resolución. La amplia distancia entre las puertas convertía el recinto en un redil para humanos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Shaun se percató de mi inquietud y me puso una mano tranquilizadora en la parte baja de la espalda. Le miré y le sonreí fugazmente. Mi hermano sabe que odio los lugares exteriores desprotegidos. A él le ocurre lo contrario, y cuando se encuentra en zonas abiertas, siempre piensa que tarde o temprano aparecerá algo que valga la pena apalear.

El funeral llegaba a su fin. Hice un esfuerzo para recuperar la expresión de sombría serenidad y volví a mirar al frente justo cuando el sacerdote cerraba su ejemplar de la Biblia. Los familiares de los fallecidos se pusieron en pie, la mayoría con los ojos humedecidos por las lágrimas, y fueron hacia las puertas, donde aguardaban los coches para llevarlos a la recepción en la funeraria. Nada indica tanto el luto como los canapés y la barra libre de cerveza. Algunos asistentes se quedaron aún unos minutos más con la mirada fija en las tumbas, como afectados por paralización neurótica.

—Me siento fatal —masculló Buffy—. ¿Cómo es posible que ocurran cosas así?

—¿Pura mala suerte? —Shaun se encogió de hombros—. Cuando se juega con animales grandes, algo de amplificación está garantizado. Fueron afortunados de que no ocurriera antes.

—Sí —dije, frunciendo el ceño—. Afortunados. —Algo olía mal en todo ese asunto; tanto el momento como el alcance… Para tener un rancho de caballos, aun a varios kilómetros de distancia de la población más cercana, se necesita unas medidas de seguridad que ni muchos millonarios querrían pagar y que deben actualizarse con regularidad. Si algo había ido mal, debería haber estado bajo control en cuestión de minutos.

Quizá hubieran tenido que quemar un establo, pero nadie tendría que haber perdido la vida, y desde luego no tres miembros de la familia y la mitad de los empleados—. Shaun, llévate a Buffy a la furgoneta, ¿de acuerdo? Yo daré el pésame a la familia.

—¿No deberíamos ir nosotros también? —inquirió Buffy.

—No. Regresad a la furgoneta. Llamad a Rick y comprobad que no se ha incendiado nada durante el tiempo que hemos estado alejados de las pantallas.

—Pero…

Shaun pasó la mano por delante de mí para agarrar a Buffy del brazo.

—Vamos, Buff. Si quiere que nos vayamos será porque quiere meter un palo en algún agujero y ver qué sale.

—Algo por el estilo —respondí—. Me reuniré con vosotros en unos minutos.

—Vale —aceptó Buffy, y se dejó arrastrar por Shaun hacia las puertas del cementerio.

Me volví para examinar a los parientes que seguían allí. Entre ellos vi a Peter y a Emily junto a otros adultos con el suficiente parecido físico entre sí para ser parientes cercanos. Emily rodeaba con un brazo a cada una de sus hijas y tenía aspecto de no haber pegado ojo en toda la semana, y tanto Jeanne como Amber daban la impresión de que estaban asfixiándose con el abrazo de su madre. Peter parecía envejecido, como si, de algún modo, su frescura de chico de campo se hubiera marchitado por la intensidad y la velocidad con las que se habían desencadenado los acontecimientos.

El senador se percató de mi movimiento de cabeza cuando me volví hacia ellos, e hizo un leve gesto de asentimiento con el que me indicaba que podía acercarme. Le respondí con una ligera sonrisa y eché a andar por el tapete de nieve medio derretida.

—Georgia —dijo Emily cuando me reuní con ellos. Soltó a Jeanne y a Amber y me dio un abrazo fortísimo. Las niñas se escondieron detrás de una anciana, que debía de ser su abuela paterna, para evitar que su madre volviera a atraparlas cuando acabara conmigo. No las culpé; el dolor había dotado a Emily de una fuerza histérica que me hizo temer por la integridad de mis costillas—. Nos alegra tanto que hayas venido.

—Lamento mucho su pérdida —dije, dándole con torpeza unas palmaditas en la espalda—, Buffy y Shaun me han pedido que les exprese sus más sinceras condolencias.

—Emily, suelta a nuestra amiga —dijo Peter, tirando del brazo de su esposa hasta que ésta me dejó libre. Rápidamente di un paso atrás, y Jeanne y Amber me lanzaron una mirada comprensiva. Ambas habían sido el objetivo de su madre desde que había abandonado la convención para regresar junto a ellas—. Georgia.

—Senador Ryman. —No hizo ningún ademán de abrazarme y se lo agradecí—. Una ceremonia hermosa.

—Sí, ¿verdad? —Desvió la mirada hacia la tierra removida—. Becky odiaba estas cosas. Decía que eran morbosas y estúpidas. Si su presencia no hubiera sido imprescindible, se habría quedado en casa. —Rió con amargura—. Tenía verdaderas ganas de conocerte.

—Lamento no haber tenido la oportunidad —repuse, ciñéndome las gafas para protegerme los ojos del resplandor de la nieve que moteaba el suelo—. ¿Le importaría que habláramos a solas unos instantes? Será breve.

—Claro, vamos. —Besó a Emily en la frente—. Tú cuida de las niñas, ¿de acuerdo, cariño? Sólo será un momento.

—De acuerdo —respondió Emily. Consiguió esbozar media sonrisa—. Nos veremos en la recepción, ¿verdad, Georgia?

—Por supuesto, señora Ryman.

El senador y yo nos separamos poco más de dos metros del grupo, lo suficiente para que nadie nos oyera y no tanto para perderlo de vista.

—¿Y bien, Georgia? —preguntó sin andarse con preámbulos—. ¿Qué ocurre?

Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos.

—Senador, si le parece bien, a mi equipo y a mí nos gustaría ir al rancho a echar un vistazo. —Ryman guardó silencio. Yo continué—: Si nos damos una vuelta por la zona y colgamos las imágenes…

—¿Crees que eso reducirá el número de curiosos que se cuelan en busca de un poco de emoción?

Asentí con la cabeza.

El senador Ryman me clavó la mirada durante unos segundos. Luego dejó caer los hombros y me dio su consentimiento con un gesto de la cabeza.

—Odio todo esto, Georgia —confesó en un tono que distaba miles de kilómetros de la voz del hombre orgulloso y seguro de sí mismo al que había seguido por todo el país—. Se suponía que era el inicio del desafío más emocionante de mi carrera, y sin embargo, aquí estoy, entregando a mi hija mayor a Dios cuando lo único que querría sería sacudir a ese cabrón Todopoderoso hasta que me la devolviera. No es justo.

—Lo sé, senador —repuse, y me volví hacia Emily, que se las había ingeniado para capturar de nuevo a sus hijas—. Pero no es el único que sufre esa injusticia.

—¿Está diciéndome que debo cuidar a mi familia, jovencita? —inquirió con una amarga risotada.

—A veces la familia es lo único que nos queda, señor.

—Muy cierto, Georgia. Muy cierto. —Siguió mi mirada hacia Emily y las niñas—. Diré a Em que os he dado permiso para entrar en el rancho. Lo entenderá. En cuanto a los guardias…

—Poseemos las licencias necesarias.

—Muy bien. —Con la mano se echó hacia atrás el flequillo y suspiró—. ¿No te parece que todo esto es un desastre de mil demonios?

—Absolutamente.

Nos despedimos sin demasiada convicción; el senador tenía que volver a los asuntos del luto, y yo, regresar junto a mi equipo antes de que Shaun decidiera salir de excursión o Buffy desconectara la red inalámbrica para actualizarla. Rick todavía no llevaba con nosotros el tiempo suficiente para que yo supiera qué no quería que hiciera, pero estaba segura de que ya me vendría con algo. Después de todo, el tipo era periodista, y todos nosotros somos unos chiflados incurables.

Enfilé hacia las puertas del cementerio y conecté mi anilla de la oreja.

—¿Shaun, dónde estáis?

—Estamos aparcados detrás de las furgonetas del servicio de seguridad —respondió mi hermano. De fondo, oí que alguien preguntaba algo—. Buffy quiere saber si la necesitamos o si puede irse con Chuck. El tipo está bastante hecho polvo, y Buffy quiere pasar «un rato de pareja» con él.

—Shaun Mason, debes de ser el único tío con más de nueve años que sigue diciendo «un rato de pareja» como si hablara de una rata muerta. —Saludé con la cabeza a los guardias apostados en las puertas según salía del cementerio y busqué con la mirada las furgonetas del servicio de seguridad estacionadas en el aparcamiento.

—No es verdad —replicó Shaun en un tono ofendido—. Me encantan las ratas muertas.

—Lo siento. El error es mío. Dile a Buffy que puede irse, pero que quiero que deje el equipo de campo listo y que ha de volver para la edición, a eso de las nueve.

—¿El equipo de campo…?

—El senador Ryman me ha dado el visto bueno. Vamos al rancho. —Hice una mueca ante el alarido de entusiasmo de Shaun y corté la conexión. Tenía nuestra furgoneta a la vista, y ya le oiría gritándome al oído cuando estuviera dentro, así que no tenía por qué soportar también sus chillidos a través del auricular.

Cuando entré por la puerta trasera, Buffy estaba sentada sobre un tablero, haciendo algo que escapaba a mi comprensión en una cámara de las que llevamos al hombro. Se había cambiado la ropa para del funeral por algo más cómodo aunque igual de discreto, y cuando levantó la mirada resultó evidente que también se había vuelto a maquillar de una manera más acorde a su nueva ropa.

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