Favoritos de la fortuna (127 page)

Read Favoritos de la fortuna Online

Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Favoritos de la fortuna
3.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Fue al tribuno de la plebe del año anterior, Marco Lolio Palicano, a quien recurrieron los delegados de las ciudades de Sicilia, menos Siracusa y Messana, para procesar a Cayo Verres. Pero Palicano recurrió a Pompeyo y éste, a su vez, les señaló a Marco Tulio Cicerón como la persona idónea para la acusación.

Verres había llegado a Sicilia como gobernador después del pretorado urbano, y —fundamentalmente a causa de Espartaco— había permanecido en el cargo tres años. Acababa de regresar a Roma cuando la delegación siciliana fue a ver a Cicerón en el mes de enero. Tanto a Pompeyo como a Palicano les interesaba el caso; Palicano había defendido a algunos de sus clientes a quienes Verres había perseguido, y Pompeyo había adquirido un buen número de clientes en Sicilia durante la ocupación de la isla por encargo de Síla.

César tenía en buena estima a aquella isla, pues había sido cuestor en Lilibeo bajo el mando de Sexto Peduceo el año antes de que Verres llegase a Sicilia para suceder en el cargo de gobernador a éste; y, además, había reunido un buen número de clientes. Pero cuando los sicilianos fueron a verle, rehusó.

—Yo no acuso; siempre defiendo —alegó.

—¡Pero Cneo Pompeyo Magnus nos recomendó a ti! Dijo que eras el Único que podías ganar el proceso. ¡Te lo suplicamos, haz una excepción y acusa a Cayo Verres! Si no ganamos el caso, Sicilia puede levantarse contra Roma.

—Ha usado de violencia en la isla, ¿verdad? —inquirió Cicerón.

—Efectivamente, Marco Tulio, pero, aparte de la violencia, es que la ha hecho pedazos. ¡No ha quedado nada! Ha saqueado todas las obras de arte de los templos, pinturas y estatuas, las riquezas de particulares… ¿Qué puede decirse de un hombre que ha osado esclavizar a una mujer libre famosa por las tapicerías que hacía y la ha obligado a dirigir una factoría para su propio beneficio? Ha robado las monedas que le confió el Erario de Roma para adquirir trigo y luego lo encargó a los cultivadores y no lo ha pagado. Ha robado granjas, fincas y herencias. ¡La lista sería interminable!

El catálogo de perfidias impresionó profundamente a Cicerón, pero siguió negándose.

—Lo siento, pero no soy abogado acusador.

—Pues nos volveremos a Sicilia —dijo el portavoz, con un suspiro—. Pensábamos que un hombre que conoce tan bien la historia de Sicilia, que se preocupó por descubrir la tumba de Arquímedes, entendería nuestras súplicas y nos ayudaría; pero has perdido afecto por Sicilia y no valoras a Cneo Pompeyo como él a ti.

Recordarle a Pompeyo y el famoso descubrimiento que él había hecho en las afueras de Siracusa le hizo reaccionar. En su opinión, actuar de abogado acusador era desperdiciar su talento, pues los honorarios (altamente ilegales) siempre eran muy inferiores a los incentivos que ofrecía algún apurado gobernador o publicanus en peligro de perderlo todo. Y él no tenía fama como abogado acusador. (¡ Cosas de la gente!) El abogado acusador estaba considerado algo dañino destinado a arruinar la vida de una pobre víctima, mientras que el defensor que salvaba a la pobre víctima era visto como un héroe. Y no contaba para nada que la mayoría de aquellas pobres víctimas fuesen hombres arteros, avariciosos y culpables en extremo; cualquier atentado al derecho de la persona a llevar la vida que quisiera era considerado una usurpación de sus derechos.

Cicerón lanzó un suspiro.

—¡Está bien, está bien; acepto el caso! —dijo—. Pero debéis tener en cuenta que los abogados defensores intervienen después de la acusación y el jurado ya ha olvidado todo lo que el acusador ha dicho cuando les llega el turno de dar su veredicto. Y tampoco olvidéis que Cayo Verres está muy bien relacionado. Su esposa es una Cecilia Metela, el que habría debido ser cónsul este año es su cuñado, tiene otro cuñado que es ahora gobernador de Sicilia. Por ese lado no obtendréis ningún apoyo, y yo tampoco. Y todos los demás Cecilios Metelos se pondrán de su parte. Si yo acuso, el defensor será Quinto Hortensio y le asistirán otros abogados tan famosos como él. He dicho que acepto el caso, pero eso no quiere decir que vaya a ganarlo.

Apenas había abandonado la delegación su casa, cuando ya Cicerón estaba arrepentido de haber accedido. ¿Qué necesidad tenía de ganarse la animadversión de todos los Cecilios Metelos de Roma, cuando las posibilidades de llegar al consulado descansaban en la débil base de su habilidad ante los tribunales? Él era un hombre nuevo como su detestado paisano de Arpino, Cayo Mario, pero él no tenía fibra militar y la carrera de un hombre nuevo era mucho más difícil si no ganaba fama en el campo de batalla.

Sí, claro que sabía por qué había accedido: la absurda lealtad que sentía hacia Pompeyo. Habían pasado muchos años y sus triunfos jurídicos eran numerosos, pero cómo iba a olvidar la espontánea amabilidad de aquel cadete de diecisiete años hacia el novato despreciado por su padre? Mientras viviera estaría agradecido a Pompeyo por haberle ayudado durante su horrenda experiencia militar en las filas de los cadetes de Pompeyo Estrabón; por defenderle de las crueldades y aterradoras rabietas de Pompeyo Estrabón. Nadie había salido en su defensa salvo el joven Pompeyo, hijo del general. Aquel invierno no había pasado frío gracias a Pompeyo, y no había tenido que esgrimir una espada en combate gracias a Pompeyo. Eso no podía olvidarlo jamás.

Y se dirigió a la Carinae a ver a Pompeyo.

—Quería comunicarte —dijo con voz de condenado a muerte— que he decidido acusar a Cayo Verres.

—¡Ah, estupendo! —dijo Pompeyo, cordial—. Muchas de sus víctimas son o fueron clientes míos. Puedes ganar; lo sé. Pide los favores que quieras.

—No necesito favores tuyos, Magnus, y no te quepa la menor duda de que soy yo quien te los debe.

—¿Tú? —inquirió Pompeyo, perplejo—. ¿De qué?

—Gracias a ti, pude soportar aquel año en el ejército de tu padre.

—¡Ah, es por eso! —exclamó Pompeyo, riendo y cogiéndole del brazo—. Yo no creo que sea para agradecer toda una vida.

—Yo sí —replicó Cicerón con lágrimas en los ojos—. Convivimos mucho durante la guerra itálica.

Quizá Pompeyo estuviese rememorando cosas menos agradables que las experiencias compartidas, tal como la búsqueda del cadáver desnudo y ultrajado de su padre, pues meneó la cabeza como queriendo borrar aquella guerra de su mente y ofreció a Cicerón un vaso de excelente vino.

—Bien, amigo mio, dime qué puedo hacer para ayudarte.

—Lo haré —contestó Cicerón agradecido.

—Todos esos Caprarios de los Cecilios Metelos estarán en contra, desde luego —añadió Pompeyo pensativo—. Igual que Catulo, Hortensio y otros.

—Y tú acabas de mencionar la razón por la que tendré que iniciar el proceso bien pronto este año, pues no me arriesgaría a instruirlo el año que viene, en que, según se dice, serán cónsules Caprario el joven y Hortensio.

—Es una lástima en cierto sentido —dijo Pompeyo—, porque el año que viene volverá a haber jurados de caballeros y eso podría serle adverso a Verres.

—No, si los cónsules amañan el juicio, Magnus. Además, no existe garantía de que nuestro pretor Lucio Cotta sea partidario de los jurados de caballeros. El otro día, hablando con él, me dijo que las consultas para establecer la composición de los jurados van a durar meses, y que él no piensa que los jurados formados por caballeros vayan a ser mejores que los de senadores. A los caballeros no se les puede procesar por soborno.

—Podemos cambiar la ley —dijo Pompeyo, quien, al no sentir respeto por la ley, pensaba que siempre que fuese conveniente podía cambiarse; en su propio beneficio, naturalmente.

—Eso sería difícil.

—No sé por qué.

—Porque —contestó Cicerón pacientemente— cambiar la ley significaría aprobar otra nueva en una de las asambleas tribales, las dos dominadas por caballeros.

—Han sancionado la acción de Craso y mía del año pasado —replicó Pompeyo, incapaz de distinguir entre una y otra ley.

—Porque habéis sido muy amables con ellos, Magnus. Y quieren que sigáis siéndolo. En el caso de una ley que les hiciese culpables de aceptar sobornos sería muy distinto.

—Ah, bueno, tal vez, como dices, Lucio Cotta no se incline por el jurado de caballeros. Era una simple idea.

—Gracias de nuevo, Magnus —dijo Cicerón, levantándose para marcharse.

—Tenme informado.

Un mes más tarde, Cicerón notificaba al pretor urbano, Lucio Cotta, que iba a acusar a Cayo Verres ante el tribunal de extorsiones por cuenta de las ciudades de Sicilia, demandándole la suma de cuarenta y dos millones y medio de sestercios por daños y perjuicios, así como la devolución de todas las obras de arte y objetos valiosos robados a templos y ciudadanos de la isla.

Aunque había regresado de Sicilia en actitud jactanciosa, seguro de que su condición de cuñado de Metelo Caprario el joven bastaría como protección contra una posible acusación, cuando Cayo Verres supo que Cicerón —¡Cicerón nunca actuaba de abogado acusador!— había presentado solicitud de proceso contra él, sintió pánico. Inmediatamente envió un mensaje a su cuñado Lucio Metelo, gobernador de Sicilia, para que ocultara las pruebas que él hubiese podido dejar en la precipitación por llevarse el botín de la isla. Era significativo que ni Siracusa ni Messana se habían unido a las otras ciudades para pedir el procesamiento, en razón a que ambas ciudades habían ayudado e instigado a Verres, participando en sus nefandas actividades. ¡Menos mal que el nuevo gobernador era hermano de su esposa!

Los dos hermanos que quedaban en Roma, Quinto, llamado Caprario el joven (que con toda seguridad iba a ser cónsul al año siguiente), y el menor de los tres hijos de Metelo Caprario, Marco, se reunieron apresuradamente con Verres para ver qué podía hacerse para impedir aquel proceso desastroso, y acordaron encargar la defensa a Quinto Hortensio, quien aceptó la dirección de la defensa si el caso llegaba ante los tribunales, pero antes que nada lo que había que hacer era todo lo posible por evitar el juicio, y más siendo Cicerón el acusador.

En marzo, Hortensio presentó una querella ante el pretor urbano, alegando que Cicerón no estaba cualificado para actuar de acusador contra Cayo Verres, y solicitando que lo hiciese Quinto Cecilio Negro, pariente de Caprario el joven, que había sido cuestor de Verres en Sicilia durante el segundo año de los tres en que había ocupado el cargo. La única manera de determinar la capacidad de Cicerón para actuar de acusador era celebrar una vista especial denominada divinatio (porque los jueces en ella llegaban a una conclusión sin disponer de pruebas concretas); sesión en la que el pretendido acusador debía exponer ante los jueces por qué se consideraba cualificado para ser el principal acusador. Tras escuchar a Cecilio Negro —que habló con poco arte— y a Cicerón, los jueces dictaminaron en favor de éste y determinaron que el proceso se llevara a cabo pronto.

Verres, los dos Metelos y Hortensio tuvieron que pensar otra cosa.

—Tú serás pretor el año que viene, Marco —dijo el gran abogado al hermano más joven—, y tenemos que asegurarnos de que sacas a suerte el cargo de presidente del tribunal de extorsiones. El presidente actual, Glabrio, detesta a Cayo Verres, y, aunque no sea más que por el simple hecho de que te detesta a ti también, no consentirá que en su tribunal se produzca el menor escándalo… Sí, lo que quiero decir es que si el proceso se lleva a cabo este año y Glabrio es presidente, no podremos sobornar al jurado. Y no olvidéis que este año Lucio Cotta estará vigilando a todos los jurados importantes como un gato a un ratón. Como este caso llamará mucho la atención, creo que Cotta lo utilizará para formarse en gran medida la opinión sobre la idoneidad de un jurado compuesto sólo por senadores. Por otra parte, Pompeyo y Craso no pueden vernos.

—Es decir —dijo Cayo Verres, cuyo saludable rostro bronceado había perdido aquellos días bastante atractivo— que tenemos que retrasar el juicio hasta el año que viene, cuando Marco sea presidente del tribunal.

—Exacto —contestó Hortensio—. Quinto Metelo y yo seremos cónsules el año que viene y nos vendrá de perlas, pues no nos será difícil falsificar los resultados del sorteo para dar a Marco la presidencia del tribunal de extorsiones, sin que importe que el año que viene los jurados sean senatoriales o de caballeros: los sobornaremos.

—Pero estamos en abril —comentó Verres cariacontecido—. No sé cómo vamos a poder retrasar tanto el proceso.

—Ah, sí que se puede —replicó Hortensio muy seguro—. En estos casos en que hay que recabar pruebas en localidades muy alejadas de Roma y revolver arriba y abajo un país como Sicilia… cualquier acusador tarda seis u ocho meses en preparar el caso. Sé que Cicerón aún no ha empezado a hacerlo porque sigue en Roma y ni siquiera ha enviado agentes a la isla. Naturalmente, contará con hallar pruebas y testigos en seguida, y ahí interviene Lucio Metelo que, como gobernador, obstaculizará todo lo posible la labor de los agentes de Cicerón.

Hortensio sonrió encantado.

—En ese caso, seguro que Cicerón no lo tiene preparado antes de octubre. Y daría tiempo al juicio, claro, pero lo impediremos. Porque solicitaremos otro proceso en el tribunal de Glabrio antes del tuyo, Cayo Verres. La víctima habrá de ser alguien que haya dejado un rastro de pruebas que se puedan recoger rápido. Algún desgraciado que haya robado, pero no un personaje importante como el gobernador de una provincia. Elegiremos el prefecto de un distrito administrativo en… Grecia, por ejemplo. Ya tengo pensado alguien… tendremos pruebas de sobra para satisfacer al pretor ur bano e iniciar el proceso a finales de quintilis. Cicerón no estará listo para entonces, pero nosotros si.

—¿Y en quién has pensado? —inquirió Metelo Caprario el joven, con cierto regocijo; él y su hermano habían compartido las ganancias de Verres, pero eso no quería decir que estuviese dispuesto a que su cuñado fuese desterrado y arruinado por extorsión.

—En ese Quinto Curtio que fue legado de Lúculo y fue prefecto de Aquea cuando Varrón Lúculo era gobernador de Macedonia. Si Varrón Lúculo no hubiese estado tan ocupado en Tracia aplastando a los bessi y haciendo incursiones en barco por el Danubio hasta el mar, él mismo habría formado proceso a Curtio. Pero cuando regresó y se enteró de las modestas especulaciones de Curtio, consideró que era demasiado tarde y de poca monta para preocuparse y no le instruyó proceso. Pero hay pruebas que podemos recabar y a Varrón Lúculo le encantará echarnos una mano. Presentaré una solicitud al pretor urbano para procesar a Quinto Curtio este año en el tribunal de extorsiones —dijo Hortensio.

Other books

The Lost Blogs by Paul Davidson
Counternarratives by John Keene
Putting Out Fires by Marie Sexton
Small Town Spin by Walker, LynDee
Dangerous Melody by Dana Mentink
The Ice Curtain by Robin White
Trusting Fate by H. M. Waitrovich
1 The Hollywood Detective by Martha Steinway
Dead Man's Tunnel by Sheldon Russell