Favoritos de la fortuna (128 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Favoritos de la fortuna
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—Lo que quiere decir —añadió Verres —que Lucio Cotta instará a Glabrio a iniciar el proceso del caso que antes esté preparado, y, como tú dices, será el de Curtio. Luego, una vez iniciado, tú prolongas el procedimiento hasta fin de año, y Cicerón y mi proceso tendrán que esperar. ¡Magnífico, Quinto Hortensio, muy logrado!

—Sí, creo que es una buena treta —dijo Hortensio con aire de suficiencia.

—Cicerón se pondrá furioso —dijo Metelo Caprario el joven.

—¡Ah, qué divertido! —añadió Hortensio.

Pero no sabían que Cicerón estaba trabajando a toda velocidad; cuando se enteró de que Hortensio había solicitado juzgar a un ex prefecto de Aquea ante el tribunal de extorsiones, comprendió perfectamente los propósitos de Hortensio y sintió desánimo y desesperación.

Su querido primo Lucio Cicerón había llegado de Arpino y vio nada más entrar en su despacho lo alterado que estaba.

—¿Qué sucede? —inquirió Lucio Cicerón.

—¡Ese Hortensio, que va a tener otro caso preparado para un juicio ante el tribunal de extorsiones antes de que yo haya recogido las pruebas contra Cayo Verres! —contestó Cicerón, dejándose caer en la silla desalentado—. No se celebrará hasta el año que viene, y me apostaría toda mi fortuna a que los Metelos Caprarios ya están en connivencia con Hortensio para que Marco Caprario el joven sea el año que viene el pretor encargado del tribunal de extorsiones.

—Y Cayo Verres será absuelto —añadió Lucio Cicerón.

—¡Lo más seguro! ¡Sin duda!

—Pues tendrás que preparar tu caso antes que ellos.

—¿Antes de finales de quintilis, que es la fecha que Hortensio ha pedido reservada al pretor urbano? ¡ No podré! Sicilia es inmensa y el actual gobernador es el cuñado de Verres y me pondrá toda suerte de impedimentos… ¡No podré, no podré! ¡Te digo que es imposible!

—Claro que podrás —replicó Lucio Cicerón, poniéndose en pie con energía—. Querido Marco Tulio, cuando tú hincas los dientes en un caso no hay nadie más metódico ni mejor organizado que tú. ¡ Eres ordenadísimo y lógico y actúas con toda minuciosidad! Además, conoces Sicilia muy bien y tienes amigos allí…, y muchos entre ellos que padecieron por mano del horroroso Cayo Verres. Sí, claro que el gobernador tratará de entorpecer tus pesquisas, pero todas esas gentes a quien Verres extorsionó te ayudarán al máximo. Ahora estamos a finales de abril; acaba el trabajo en Roma en dos intervalos de mercado y, mientras, yo buscaré barco que te lleve a Sicilia y allí estaremos los dos a mediados de mayo. ¡Vamos, Marco, sí que podrás!

—¿De verdad que me acompañarías, Lucio? —inquirió Cicerón con expresión alegre—. Tú eres casi tan organizado como yo y me ayudarás muchísimo —ya recobraba su natural entusiasmo y no le parecía tarea tan ímproba—. Tendré que ver a mis clientes, porque no tengo dinero suficiente para alquilar barcos rápidos y recorrer toda Sicilia en un carro tirado por mulas. ¡ Por Júpiter, Lucio —añadió, dando una palmada en el escritorio—, me encantará hacerlo, aunque sólo sea por ver la cara que pone Hortensio!

—¡Pues lo haremos! —exclamó Lucio sonriente—. Cincuenta días en un viaje de ida y vuelta. Diez días de viaje y cuarenta para recoger las pruebas.

Y mientras Lucio Cicerón se dirigía al pórtico Emilia del puerto de Roma para hablar con los agentes navieros, Cicerón se encaminó a la casa del Quirinal en que se hospedaban sus clientes.

Conocía bien al principal del grupo, Hiero de Lilibeo, que había sido etnarca de aquel importante puerto del oeste de Sicilia cuando él era cuestor.

—Mi primo Lucio y yo necesitamos recoger las pruebas en Sicilia en cincuenta días si queremos anticiparnos a Hortensio —le dijo—. Podemos hacerlo, pero sólo si corréis con los gastos —añadió, ruborizándose—. No soy rico, Hiero, y no puedo pagar transporte rápido. Habrá gente a quien tenga que dar dinero a cambio de información y tendré que traer testigos a Roma.

Hiero siempre había admirado a Cicerón desde que en su época en Lilibeo había hecho las delicias de todos los griegos sicilianos que trataban con el cuestor de Roma, pues era un joven rápido, inteligente e innovador en asuntos fiscales y de contabilidad y un magnífico administrador. Aparte de que se había ganado la admiración de todos por su rara virtud de ser honrado.

—Adelantaremos encantados cuanto necesites, Marco Tulio —dijo Hiero—, pero creo que es el momento oportuno de hablar de tus honorarios. Poco tenemos salvo dinero, y tengo entendido que los abogados romanos no son muy dados a aceptar dinero en metálico por ser muy fácil para la fiscalización de los censores. Las compensaciones más habituales son obras de arte y similares, pero no tenemos nada de eso.

—¡Ah, por eso no te preocupes! —respondió Cicerón animado—. Sé exactamente a cuánto ascenderán mis honorarios. Voy a presentarme el año que viene al edilato plebeyo y quiero celebrar unos juegos que estén bien, pero sin ánimo de competir con los ricos que suelen ser nombrados ediles. Mientras que yo puedo adquirir bastante popularidad si distribuyo trigo barato. Pagadme en trigo, Hiero. Es un elemento dorado que sale del suelo cada año. Os lo compraré con mis multas edilicias, pero no deberá costarme a más de dos sestercios el modius; si aceptas vendérmelo a ese precio, no os cobraré nada más. Si es que gano el proceso, naturalmente.

—¡De acuerdo! —contestó Hiero sin dudarlo, disponiéndose a extender un pagaré de diez talentos a nombre de Cicerón.

Marco y Lucio Cicerón estuvieron fuera de Roma exactamente cincuenta días, durante los cuales trabajaron infatigablemente recogiendo pruebas y entrevistando a testigos; y aunque el gobernador, varios piratas, los magistrados de Siracusa y Messana (y algunos recaudadores romanos de impuestos) intentaron entorpecer su labor, hubo muchísima más gente —y alguna de gran influencia— que les prestó ayuda para activar su trabajo. Si en Siracusa faltaban los registros de cuestoría o no revelaban nada, los de Lilibeo arrojaban cuantiosas pruebas. Vinieron a verles testigos, contables, mercaderes y campesinos. Además, la Fortuna favoreció a Cicerón, pues cuando llegó el momento de regresar a Roma, el tiempo era tan bueno que pudieron hacer todos el viaje de vuelta hasta Ostia en un barco ligero y rápido sin cubierta. Llegaron a Roma el último día de junio, lo que les daba un mes más para concluir los preparativos del caso.

Mes durante el cual Cicerón se presentó a las elecciones de edil plebeyo al mismo tiempo que organizaba el proceso. No acababa de explicarse cómo era capaz de estructurarlo todo, pero lo cierto era que nunca funcionaba mejor que cuando estaba agobiado de trabajo y tenía el escritorio repleto de papeles. Adoptaba decisiones como rayos y todo concordaba; la lengua de plata y la voz de oro desgranaban inteligencia y sabiduría espontáneamente, y aquella cabezota, que a todos parecía noble, impresionaba hondamente, y la personalidad deslumbrante que yacía en lo más hondo de Cicerón andaba aquellos días en constante exhibición. Aquel mes llegó a inventar un nuevo método de enjuiciamiento, un método que lograría lo que los procedimientos jurídicos romanos no habían logrado hasta entonces: poner a disposición del jurado tan abrumadoras pruebas con tal rapidez y eficacia que la defensa quedaba sin recursos.

Su regreso de Sicilia tras lo que a Hortensio le habían parecido unos cuantos días dejó a éste perplejo; y más, teniendo en cuenta que la recogida de pruebas contra el desventurado Quinto Curtio no había sido tan fácil como él pensaba, a pesar de la ayuda de Varrón Lúculo, Atico y la ciudad de Atenas. Sin embargo, tras un momento de fría reflexión, Hortensio se dijo que era un subterfugio de Cicerón. ¡ Era imposible que tuviese listo el caso antes de septiembre como mínimo!

Tampoco a su regreso había encontrado Cicerón todo en Roma a su entera satisfacción. Metelo Caprario el joven y su hermano menor habían trabajado extraordinariamente y, por medio de agentes, habían convencido a sus clientes sicilianos de que él había perdido interés por el caso y había aceptado un importante soborno de Cayo Verres. Cicerón tuvo que sostener varias entrevistas con Hiero y sus compañeros para comprobar que estaban muy nerviosos y, al descubrir el motivo, logró sacarlos de su error.

En quintilis se celebraron tres clases de elecciones, la primera de ellas la de la Asamblea centuriada curul. Los resultados, en relación al proceso, eran desalentadores: Hortensio y Metelo Caprario el joven habían sido elegidos cónsules para el año siguiente y Marco Caprario volvía a ser uno de los pretores. Luego, en la Asamblea del pueblo, el hecho de que César fuese el cuestor elegido con más votos causó fuerte impresión en la conciencia de Cicerón. Después, transcurrido el día veintisiete del mes, Cicerón se vio elegido edil plebeyo con Marco Cesonio (sin relación con los Julios con cognomen de César), ambos pensaron que se avendrían bien y Cicerón se alegró en extremo de que su colega fuese un hombre muy rico.

Gracias a los cónsules de aquel año, Pompeyo y Craso, aquel verano sucedían muchas cosas en Roma; en lugar de dar deliberado bombo a su cargo de gran importancia, los oficiales electorales y el Senado se dedicaron a dejar arreglado el asunto de las elecciones de una vez por todas, y al día siguiente del comicio de la Asamblea plebeya, el último de los tres, se echaron las suertes de los cargos del año siguiente. No fue de extrañar que cayera en suerte la presidencia del tribunal de extorsiones a Marco Caprario el joven. Ahora ya estaba todo listo para exculpar a Cayo Verres a principios de año nuevo.

El último día de quintilis Cicerón atacó. Como no había reuniones de comicios, estaba abierto el tribunal del pretor urbano atendido por Aurelio Cotta, y a él se dirigió con sus clientes a la zaga, para notificar que tenía preparada la acusación contra Cayo Verres y requerir que Lucio Cotta y el presidente del tribunal de extorsiones, Manio Acilio Glabrio, designasen fecha para iniciar el proceso. Cuanto antes mejor.

Todo el Senado había estado en ascuas por el duelo entre Cicerón y Hortensio. La facción de Cecilio Metelo estaba en minoría y ni Lucio Cotta ni Glabrio formaban parte de ella; de hecho, la mayor parte de los padres conscriptos estaban deseando ver cómo se desmoronaba la maniobra diseñada por Hortensio y los Metelos Caprarios jóvenes para exculpar a Verres. Por todo ello, Lucio Cotta y Glabrio concedieron encantados a Cicerón la fecha más temprana posible.

Los dos primeros días de sextilis eran feriae —lo que no excluía la celebración de procesos criminales —pero el tercero era más polémico, pues se celebraba la procesión de los perros crucificados, una ceremonia que rememoraba un episodio de cuando cuatrocientos años atrás los galos habían invadido Roma, intentando establecer una cabeza de puente en el Capitolio, y los perros guardianes no habían ladrado; siendo la causa de que se despertase el cónsul Marco Manlio el graznido de los gansos sagrados. Y desde aquella noche, se celebraba el aniversario con una solemne procesión que daba la vuelta al circo Máximo, portando nueve perros crucificados en cruces de saúco, y un ganso en una litera púrpura con guirnaldas, para conmemorar la traición de los perros y el heroísmo de los gansos. No era buen día para un juicio criminal, pues los perros eran animales ctónicos.

Por lo tanto, se dispuso que el juicio contra Cayo Verres comenzase el quinto día de sextilis, en una Roma aturdida por el verano y llena de forasteros ansiosos por ver los espectáculos especiales que daban Pompeyo y Craso, circunstancia que suponía una fuerte competencia, pero a nadie se le ocurrió pensar que faltarían curiosos al proceso de Cayo Verres aunque se celebrase durante las fiestas públicas de Craso y los juegos triunfales de Pompeyo.

Según las leyes de Sila relativas a los nuevos tribunales de justicia, se había conservado el procedimiento general de Cayo Serviho Glaucia, aunque muy perfeccionado… en detrimento de la rapidez. Se desarrollaba en dos fases: la actio prima y la actio secunda con una pausa de varios días entre ambas actiones, que el presidente del tribunal podía prolongar si lo deseaba.

La actio prima consistía en un largo discurso del que dirigía la acusación, seguida de un discurso no menos largo del encargado de la defensa; luego, se sucedían más discursos alternos entre la acusación y la defensa hasta agotar el turno de todos los abogados ayudantes. Después, se pasaba al interrogatorio por parte de la defensa de cada uno de los testigos de la acusación. Si una u otra parte efectuaban maniobras obstruccionistas, la declaración de los testigos podía ser larguísima. A continuación declaraban los testigos de la defensa interrogados por la acusación y, a veces, interrogados por la defensa. Luego, se producía un largo debate entre el primer abogado de la acusación y el de la defensa; debates que podían producirse entre testigos si una de las partes lo solicitaba. La actio prima finalizaba con un último discurso pronunciado por el consejo del primer abogado defensor.

La actio secunda era aproximadamente una repetición de la actio prima, aunque a veces no se convocaba a los testigos. En ella tenían lugar las mejores y más apasionadas oraciones, pues tras los discursos finales de la acusación y la defensa se pedía el veredicto del jurado, al que no se le concedía tiempo para discutirlo; lo que significaba que éste se pronunciaba cuando los miembros del jurado tenían aún resonando en sus oídos las palabras del abogado defensor. Era el motivo principal por el que a Cicerón le encantaba actuar de defensor y no de acusador.

Pero Cicerón sabía cómo ganar el proceso contra Cayo Verres: lo único que necesitaba era un presidente de tribunal complaciente.

—Pretor Manio Acilio Glabrio, presidente de este tribunal, deseo llevar la causa con arreglo a directrices distintas a las habituales. Lo que propongo no es ilegal, simplemente novedoso y se debe a los numerosísimos testigos que presentaré y al igualmente gran número de delitos de que voy a acusar al demandado Cayo Verres —dijo Cicerón—. ¿Está dispuesto el presidente del tribunal a escuchar un bosquejo de lo que propongo?

—¿Esto qué es? ¿Esto qué es? —se apresuró a decir Hortensio—. Insisto: ¿pero qué es esto? ¡ El juicio contra Cayo Verres debe realizarse en la forma habitual!

—Escucharé lo que Marco Tulio propone —dijo Glabrio—, sin interrupciones —añadió con voz amable.

—Quiero prescindir de los discursos largos —dijo Cicerón— y centrarme en un delito tras otro. Los delitos de Cayo Verres son tantos y tan variados, que es vital que los miembros del jurado los tengan presentes bien claro y por separado. Tratando los delitos separadamente lo único que pretendo es contribuir a que el tribunal lo tenga todo bien presente. Por lo tanto, lo que propongo es esbozar brevemente cada delito y presentar mis testigos más las pruebas del delito. Como verás, voy a trabajar solo y no tengo abogados ayudantes. En la actio prima del proceso contra Cayo Verres no habrá largos discursos de la acusación ni de la defensa. Es una pérdida de tiempo para el tribunal, y más a la vista del hecho de que este tribunal tiene al menos otro proceso a celebrar antes de que concluya el año, el de Quinto Curtio. Así que propongo que se pronuncien los grandes discursos en la actio secunda, y que sólo después de ellos el jurado dé su veredicto; por lo que no veo por qué mi colega Hortensio plantea objeción a que solicite un procedimiento para la actio prima que permite al jurado oír nuestra apasionada oratoria durante la actio secunda, como si no hubiese oído nada de lo que hubiésemos dicho antes. ¡Porque, efectivamente, no lo oirá! ¡ En pro de la frescura, de la expectación, del placer!

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