Junco se enjugó las lágriMas y se sonó.
—Y tampoco puedo probar que se haya quedado con nada en Nicomedia ni en ningún sitio de Bitinia. ¡ Pero con algo se habrá quedado! ¡Tiene que haberse quedado con algo! Yo he conocido a muchos hombres virtuosos, y te digo que él no es de ésos, Pompeyo. Está demasiado seguro de sí mismo para ser virtuoso. Y excesivamente arrogante. ¡ Parece el dueño del mundo!
—Según el jefe de los piratas —a quien César le parecía un bicho raro—, actuaba como si lo fuese aun estando prisionero, y se dedicaba a recorrer el lugar insultando a todos sin dejar de sonreír. El rescate se había fijado en veinte talentos y parece que eso le ofendió, y dijo que él valía por lo menos cincuenta talentos y cincuenta talentos les obligó a exigir.
—¡Ah, por eso habló de cincuenta talentos! Cuando me lo dijo, lo advertí, pero estaba tan incomodado con él en aquel momento que lo olvidé —dijo Junco, meneando la cabeza—. Eso explica su personalidad, Pompeyo. ¡ Está loco! Cincuenta talentos es el rescate de un censor. Sí, creo que está loco.
—O quizá quisiera atemorizar a los de Xantos y Patara para que lo pagasen pronto —añadió Pompeyo.
—¡No! Está loco; loco de arrogante. Siempre ha sido así —Junco puso cara de amargura—. Pero sus motivaciones me tienen sin cuidado, ¡lo único que deseo es hacerle pagar lo que ha hecho! ¡Ah, es increíble! ¡ Dos millones de sestercios!
Si César sentía algún reparo por los enemigos que estaban provocando sus actividades, lo ocultaba a la perfección. Al llegar el barco a Rodas, pagó al capitán con una generosa recompensa, alquiló una casa confortable pero nada pretenciosa en las afueras de la ciudad y se dispuso a estudiar con el prestigioso Apolonio Molón.
Como aquella gran isla independiente al pie de la provincia de Asia era encrucijada de los dos extremos del Mediterráneo, a ella llegaban constantemente todas las noticias y habladurías y los estudiantes romanos no se sentían aislados de Roma. Por ello, César se enteró en seguida de la carta que Pompeyo había enviado al Senado y de la reacción de éste y de la defensa de Lúculo, y supo que el primer cónsul del año anterior, Lucio Octavio, había muerto en Tarso poco después de llegar a primeros de marzo para ocupar su puesto de gobernador en Cilicia. Era demasiado pronto para saber en quién pensaba el Senado para sustituirle. El regalo testamentario de Bitinia había complacido a toda Roma, desde los aristócratas al populacho, pero César supo que no a todos había gustado que el territorio formase parte de la provincia de Asia, y seguía en pie la polémica, aunque Junco hubiese recibido órdenes de incorporarlo. Tanto Lúculo como Marco Cotta, —que ya eran cónsules, eran partidarios de que Bitinia constituyese una provincia aparte con gobernador propio, y Marco Cotta había puesto los ojos en el cargo para el año siguiente.
Pero de mayor interés para la población de Rodas eran las noticias locales, y lo que sucedía en Ponto y Capadocia tenía más importancia para ellos que los acontecimientos de Roma e Hispania. Se decía que después de la invasión de Capadocia por Mitrídates cuatro años antes, no quedaba un solo ciudadano en Eusebia Mazaca pues el rey los había deportado a Tigranocerta. El rey de Capadocia, que había causado a César una pobre impresión en su visita, vivía desde la invasión exiliado en Alejandría y explicaba la elección del lugar por el hecho de que Tarso estaba demasiado cerca de Tigranes y Roma era demasiado cara para sus medios.
Corrían muchos rumores en el sentido de que el rey Mitrídates estaba movilizando un nuevo y poderoso ejército en Ponto, enfurecido al saber que Bitinia había sido heredada por Roma, pero nadie sabía detalles concretos y Mitrídates no había traspasado sus fronteras.
Sobre Marco Junio Junco también se hacían comentarios, y se decía que se había enemistado con algunos de los ciudadanos más importantes de Bitinia —en particular los de Heraclea del Euxino— y que éstos habían dirigido quejas oficiales al Senado de Roma, alegando que Junco estaba saqueando los tesoros del país.
Luego, a principios de junio, toda la provincia de Asia se estremeció: el rey Mitrídates se había puesto en marcha, había invadido Paflagonia y estaba en Heraclea, en la frontera de Bitinia. Había llegado noticia a Roma de que el rey del Ponto pretendía apoderarse de Bitinia.
La sangre, el origen y la proximidad eran factores que dictaban la pertenencia de Bitinia al Ponto y no a Roma, y el rey Mitrídates no aceptaba que Roma se la usurpase. Pero en Heraclea la poderosa horda póntica se detuvo en seco y allí se acuarteló; como de costumbre, después de lanzar su desafío a Roma, Mitrídates se detenía a ver la reacción del enemigo.
Marco Junio Junco y Quinto Pompeyo (Bitínico) se apresuraron a regresar a Pérgamo y dedicaron más tiempo a escribir largos informes al Senado que a entregarse a los preparativos de la provincia de Asia ante una nueva guerra con Mitrídates. Sin gobernador en Cilicia, en virtud del fallecimiento de Lucio Octavio, las dos legiones estacionadas en Tarso no se pusieron en marcha para acudir en auxilio de la provincia de Asia y Junco tampoco las reclamó. Las dos legiones de fimbrianos estacionadas en Éfeso y Sardes sí que fueron llamadas a Pérgamo, pero sin acercarlas a Bitinia. Se decía que Junco pretendía defender su pellejo y no Bitinia.
En Rodas, César oía todos aquellos comentarios pero no se mostraba decidido a marchar a Pérgamo; más le preocupaba el rumor de que la provincia de Asia no quería tratos con Mitrídates, pero tampoco deseaba luchar contra él si el gobernador no daba órdenes enérgicas. Y el gobernador no parecía dispuesto a dar ninguna orden. La siega comenzaría en quintilis en el sur de la provincia y en sextilis en la región norte. Y Junco no movía un dedo ni tomaba iniciativas para requisar trigo en caso de guerra.
En sextilis llegó noticia de que los dos cónsules, Lúculo y Marco Cotta, habían recibido autorización del Senado para enfrentarse a Mitrídates. Y, de pronto, Bitinia se convirtió en provincia aparte con Marco Cotta como gobernador, mientras que Lúculo se hacía cargo del gobierno de Cilicia. Nadie sabía cuál sería el futuro de la provincia de Asia, que tenía por gobernador a un pretor sometido a la autoridad de los cónsules del año. Junco era de categoría inferior a Lúculo y Marco Cotta, y tendría que hacer lo que le ordenasen; pero él no era partidario de Lúculo, ni tampoco eficiente y limpio de culpa. Su futuro no era muy prometedor.
Pocos días después, César recibía carta del hermano de Lúculo, Varrón Lúculo.
Puedes imaginarte el revuelo que hay en Roma. Te escribo a ti, César, porque tú estás de momento al margen de los acontecimientos y necesito airear mis pensamientos con la pluma, no soy cronista y no encuentro a quién mejor escribir. Estoy condenado a permanecer en Roma suceda lo que suceda, salvo en el caso de fallecimiento de los dos cónsules; y como el primer cónsul es mi hermano y el segundo cónsul es mi tío, no se lo deseo a ninguno de los dos. ¿Por qué estoy condenado a quedarme en Roma? Me han elegido primer cónsul para el año próximo. ¿No es estupendo? Mi colega es Cayo Casio Longino; buena persona, creo.
Primero, algunas noticias locales. Habrás sabido probablemente que nuestro mutuo amigo Cayo Verres logró engatusar tan bien al electorado y a los oficiales, que ha sido elegido pretor urbano. ¿Pero te has enterado de cómo ha sabido convertir ese cargo ingrato en un buen negocio? Al morir el plutócrata Lucio Minucio Basilo sin hacer testamento, Verres tuvo que registrar las peticiones de sus parientes más allegados reclamando la herencia. Su pariente más próximo es un sobrino llamado Marco Satrio, y ¿sabes quién lo impugnó? Nada menos que Hortensio y Marco Craso, que tenían alquiladas a Basilo unas importantes fincas; y ahora se personan ante Verres y alegan que Basilo se las habría dejado si hubiese hecho testamento. ¡Y Verres aceptó sus pretensiones! Y Hortensio y Marco Craso son más ricos y Satrio se ha quedado más pobre. En cuanto a Cayo Verres, no creerás que ha ayudado a Hortensio y a Marco Craso por bondad de corazón, ¿verdad?
No nos ha faltado la habitual oveja negra de los diez tribunos de la plebe. La de este año es un hombre extraño llamado Lucio Quintio. Tiene cincuenta años y es autodidacta, le gusta vestirse cuando no está obligado a llevar la toga con una túnica larga de púrpura de Tiro, y es un individuo lleno de detestables exageraciones de palabra y gesto. No llevaba el colegio un día en el cargo, cuando ya ese Quintio estaba arengando a la multitud en el Foro para que se restablecieran los plenos derechos del tribunado, y en el Senado concentró todo su veneno contra mi hermano.
Quintio está ahora muy tranquilo y formal. Mi querido hermano Lúculo le atajó brillantemente, con un ataque en dos fases (como él dice). La primera consistió en echar al tribuno de la plebe del año pasado, Quinto Opimio, a los perros; los perros son Catulo y Hortensio, quienes le acusaron de abusar constantemente de su autoridad y lograron que se le multara con una suma equivalente a su fortuna, por lo que se ha visto obligado a retirarse de la vida pública, arruinado. La segunda fase consistió en un discurso suave y razonable, susurrado sin pausa al oído de Quintio, en el sentido de que si no cierra la boca y modera su actuación, él también será arrojado a Catulo y Hortensio y se verá sancionado con una multa equivalente a su fortuna. Le costó un poco, pero al final dio resultado.
Por si te crees que has caído totalmente en el olvido, te diré que no, querido César. Toda Roma habla de los devaneos que tuviste con unos piratas y de cómo los crucificaste contra la voluntad del gobernador. ¿Cómo?, te oigo decir, ¿ya lo saben en Roma? ¡Pues si! Y no ha sido Junco quien lo ha contado. Fue su procuestor, ese Pompeyo que ha tenido la osadía de añadir el sobrenombre de Bitínico a su mediocre apellido, quien escribió la historia a todo el mundo. Se ve que su intención era que Junco quedase como el héroe, pero todos —incluso Catulo— te consideran a ti el héroe. De hecho, se habló de concederte una corona naval pero Catulo no estaba dispuesto a tanto y recordó a los padres conscriptos que eras un privatus y no tenías derecho a condecoraciones militares.
Se ha hablado mucho de piratas este año en la Cámara; pero, por favor, no creas que para nada sustancial. Sea porque Filipo parece afectado de letargo crónico, o porque Cetego casi no ha asistido a ninguna reunión, o porque Catulo y Hortensio últimamente están más interesados por los tribunales que por el Senado, el hecho es que este año las sesiones de la Cámara han sido soporíferas. ¿Tomar decisiones? ¡Imposible! ¿Activar los asuntos? ¡Imposible!
De todos modos, en enero, nuestro pretor Marco Antonio se obstinó en que le asignaran la misión especial de erradicar la piratería de nuestro mar. El principal motivo por el que lo demandó parece ser que es el hecho de que a su padre, el Orator, le encomendaron igual empresa hace treinta años. No cabe duda de que la piratería se ha extendido muy seriamente y que en estos tiempos de carestía de trigo tenemos que proteger los embarques de Oriente. Sin embargo, casi todos nos sentimos inclinados a reír pensando en que a Antonio —que, desde luego, no es un monstruo como su hermano Hibrida, pero si que es un simpático idiota e irreflexivo— se le encomendase la importante misión de acabar con los piratas de un extremo al otro del Mediterráneo.
La discusión fue interminable y no se llegó a conclusión alguna. Salvo que Metelo, el hijo mayor del Caprario (que es pretor este año) pensó que era una buena idea y comenzó a presionar para que le diesen a él la misión, Y cuando las maniobras de Metelo pusieron en peligro la solicitud de Antonio, éste fue a ver —¿sabes a quién?— ¡a Praecia! La querida de Cetego, que le tiene bajo su delicado pie de tal forma, que cuando algún grupo de presión quiere algo de Cetego, ahora acuden a hacer la corte a Praecia. Es de suponer que esa Praecia codicia al tipo de hombre corpulento y cretino —más mentula que mente— porque fue Antonio quien obtuvo el nombramiento. El hijo del Caprario tuvo que retirarse herido en su honor, pero se repondrá y ya verás como vuelve al ataque. Cetego fue tan generoso en su apoyo, que Antonio ha obtenido un imperium ilimitado en el mar y un imperium proconsular en tierra. Le han encomendado reclutar una legión de tropas de tierra, pero le han dicho que las flotas las requise en los puertos de la región en que opere sin limitación alguna. Este año lo hará en el extremo occidental del mare nostrum.
Si las quejas que está recibiendo el Senado de las ciudades portuarias del oeste son de creer, resulta que a Marco Antonio se le da mejor recaudar sumas de dinero que erradicar piratas. Hasta ahora su cuenta de piratas es mucho más pequeña que la tuya. Sostuvo un combate ante las costas de Campania y se atribuyó una gran victoria, pero no hemos visto prueba alguna en espolones de proa ni en prisioneros. Creo que ha agitado el puño en· Lipara y ha gritado con vehemencia en las Baleares, pero la costa este de Hispania sigue en manos de los piratas partidarios de Sertorio y los de Liguria no están sometidos. La mayor parte del tiempo y de sus energías (según las quejas que recibe el Senado) las dedica a vivir entre orgías y lujos. El año que viene, según informa al Senado en su último despacho, se trasladará al extremo oriental del Mediterráneo, a Giteo en el Peloponeso; y dice que desde esa base atacará Creta, que es donde se refugian la mayoría de escuadras piratas. Yo creo que es más bien porque en Giteo hay muy buen clima y mujeres guapas.
Y ahora, Mitrídates.
La noticia de que el rey Nicomedes había muerto no llegó a Roma hasta marzo, parece que por culpa de los temporales de invierno. Desde luego, el testamento estaba debidamente registrado en las Vestales y Junco ya había recibido instrucciones para proceder a la incorporación de Bitinia a la provincia de Asia en cuanto tú le informaste que el rey había muerto, por lo que la Cámara suponía que el asunto estaba en marcha. Pero tras esta noticia llegó una carta oficial del rey Mitrídates diciendo que Bitinia pertenecía por herencia a Nisa, la hija de Nicomedes, y que iba a invadir el país para asentarla en el trono. Nadie se lo tomó en serio, pues de esa hija no se había oído hablar hace muchos años. Enviamos a Mitrídates una somera comunicación negándonos a reconocer pretendientes al trono de Bitinia y ordenándole que no cruzase sus fronteras. Generalmente, cuando le pinchamos actúa como un caracol y nadie volvió a pensar en el asunto.
Salvo mi hermano. Su olfato, refinado por todos estos años que ha pasado combatiendo en Oriente, le hizo pensar que se avecinaba la guerra. Trató incluso de hablar en la Cámara sobre esta posibilidad, pero, aunque no le abuchearon, no le hicieron ni caso. Para el año que viene le ha tocado la provincia de la Galia itálica. Al sacar las suertes en Año Nuevo quedó encantado, porque lo que más temía era que el Senado quitase la Hispania Citerior a Pompeyo y se la diese a él. ¡Por eso hablaba tan a favor de Pompeyo en la Cámara; él no quería la Hispania Citerior!
De todos modos, cuando supimos a finales de abril que había muerto Lucio Octavio en Tarso, mi hermano pidió que le diesen Cilicia y que la Galia itálica se la encomendasen a uno de sus pretores. Insistió en que iba a haber guerra con Mitrídates, pero ¿cuál fue la reacción senatorial a sus advertencias? ¡Somnolencia y bostezos sofocados! Se habría podido pensar que Mitrídates jamás ejecutó a ochenta mil romanos en la provincia de Asia hace apenas quince años, ni se apoderó de la provincia hasta que Sila le echó. Los padres conscriptos hablaron, hablaron y hablaron… pero sin llegar a ninguna conclusión.
Cuando llegó la noticia de que Mitrídates se ponía en marcha y había llegado a Heraclea con trescientos mil hombres, ¿crees que sucedió algo? Pues no. La Cámara no se puso de acuerdo respecto a lo que había que hacer y menos sobre a quién había que enviar a Oriente. ¡En determinado momento, Filipo se puso en pie y sugirió que se diese el mando a Pompeyo Magnus! Quien (a decir verdad) está más interesado en recobrar su mancillada fama en Hispania.
Finalmente, el pobre Lúculo hizo algo que él mismo se reprocha amargamente: fue a ver a Praecia. Como podrás imaginarte, la abordó de modo muy distinto al de Marco Antonio. Lúculo es demasiado envarado para dar coba y demasiado orgulloso para suplicar. Así que, en lugar de costosos regalos, lánguidos suspiros y promesas de amor y pasión eterna, él fue al grano resueltamente. El Senado, le dijo, estaba formado totalmente por bobos y él estaba harto de perder el aliento. El siempre había oído que Praecia era tan brillante de inteligencia como bien instruida. ¿Se daba ella cuenta por qué era necesario enviar a alguien a enfrentarse a Mitrídates lo antes posible, y se percataba de que la persona idónea era Lucio Licinio Lúculo? Si era consciente de esos dos hechos, ¿no sería tan amable en dar una patada en el culo a Cetego para que hiciera algo para solucionar la situación? Por lo visto, a ella le encantó que le dijese que era más inteligente y culta que ningún miembro del Senado (es de suponer que lo demás se lo dijo ella a Cetego) porque debió de dar a Cetego un buen puntapié en el culo, pues inmediatamente la Cámara comenzó a moverse.
La Galia itálica se encomendó a un pretor (aún no designado) y la Cilicia se concedió a mi hermano, con órdenes de encaminarse a Oriente durante su consulado y hacerse cargo del gobierno de la provincia de Asia el día primero del año que viene sin dimitir de Cilicia. Se había pensado dejar a Junco en la provincia de Asia, prorrogándole un año, pero se desechó la idea; tiene que volver a Italia a final de año, pues ha habido muchas quejas por su conducta en la pobre Bitinia y la Cámara ha acordado por unanimidad hacerle regresar.
En Italia no hay más que una legión. Estas tropas se han reclutado y entrenado para enviarlas a Hispania, pero ahora irán a Oriente con Lúculo. El puntapié que Praecia propinó a Cetego fue tan fuerte que los padres conscriptos aprobaron un presupuesto de veintisiete millones de sestercios para que Lúculo reuniese flotas, mientras que a Marco Antonio no se le dió nada. Marco Cotta fue nombrado gobernador de la nueva provincia romana de Bitinia; él cuenta con la armada de Bitinia y no le faltarán barcos, ¡pero tampoco le dieron dinero! ¿A dónde hemos llegado, César, que una mujer tiene más poder que los cónsules?
Mi querido hermano se cubrió de gloria renunciando a los veintisiete millones. Dice que las previsiones que adoptó Sila en la provincia de Asia subvendrán a sus necesidades y que reunirá las flotas en los diversos puertos y distritos y luego deducirá el coste de los tributos. Como casi no hay dinero, los padres conscriptos le manifestaron su más ferviente agradecimiento.
Estamos a finales de quintilis; Lúculo y Marco Cotta saldrán para Oriente antes de un mes. Suerte que según la constitución de Sila los cónsules electos están por encima del pretor urbano, por lo que Casio y yo seremos quienes fundamentalmente tengamos que ocuparnos de Roma, en lugar del horroroso Cayo Verres.
La expedición irá por mar —no es más que una legión— ya que en verano es más rápido que cruzar a pie Macedonia. Yo creo, además, que mi hermano no quiere verse atascado en una campaña al oeste del Helesponto, como le sucedió a Sila. Él cree que Curio es muy capaz de hacer frente a la invasión póntica de Macedonia; el año pasado Curio y Cosconio actuaron de concierto en Iliria con tan buen resultado que aplastaron a los dárdanos y a los escordiscos, y Curio ahora está haciendo incursiones en las tierras de los bessi.
Lúculo llegará a Pérgamo hacia finales de septiembre, aunque no sé qué sucederá después. Y sospecho que mi hermano Lúculo también lo ignora.
Y con esto, César, estás al día. Te ruego que me escribas sobre cuanto sepas, porque no creo que Lúculo tenga tiempo para mantenerme informado.