Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
soltó el Rey una grande carcajada;
y es que jamás convino
el hacer de andaluz al vizcaíno.
FÁBULA XV
«Lo que jamás se ha visto ni se ha oído
verán ustedes. atención les pido.»
Así decía un Charlatán famoso,
cercado de un concurso numeroso.
En efecto, quedando todo el mundo
en silencio profundo,
remedó a un cochinillo de tal modo,
que el auditorio todo,
creyendo que lo tiene y que lo tapa,
atumultuado grita: «
Fuera capa.
»
Descubrióse, y al ver que nada había,
con víctores lo aclaman a porfía.
«Pardiez, dijo un patán, que yo prometo
para mañana, hablando con respeto,
hacer el puerco más perfectamente;
si no, que me la claven en la frente.»
Con risa prometió la concurrencia
a burlarse del payo su asistencia;
llegó la hora, todos acudieron:
no bien al charlatán gruñir oyeron,
gentes a su favor preocupadas,
«
Viva
», dicen, al son de las palmadas.
sube después el rústico al tablado
con un bulto en la capa, y embozado
imita al Charlatán en la postura
de fingir que un lechón tapar procura;
mas estaba la gracia en que era el bulto
un marranillo que tenía oculto.
Tírale callandito de la oreja:
Gruñendo en tiple el animal se queja;
pero al creer que es remedo el tal gruñido,
aquí se oía un
fuera
, allí un silbido,
y todo el mundo queda
en que es el otro quien mejor remeda.
El Rústico descubre su marrano;
al público le enseña, y dice ufano:
«¿Así juzgan ustedes?»
¡Oh preocupación, y cuánto puedes!
El autor a sus versos
FÁBULA I
Fieras, aves y peces
corren, vuelan y nadan,
porque Júpiter sumo
a general congreso a todos llama.
Con sus hijos se acercan,
y es que un premio señala
para aquel cuya prole
en hermosura lleve la ventaja.
El alto regio trono
la multitud cercaba,
cuando en la concurrencia
se sentía decir:
la Mona falta.
«Ya llega», dijo entonces
una habladora urraca,
que, como centinela,
en la alta punta de un ciprés estaba.
Entra rompiendo filas,
con su cachorro ufana,
y ante el excelso trono
el premio pide de hermosura tanta.
El dios Júpiter quiso,
al ver tan fea traza,
disimular la risa,
pero se le soltó la carcajada.
Armóse en el concurso
tal burla y algazara,
que corrida la Mona,
a Tetuán se volvió desengañada.
¿Es creíble, señores,
que yo mismo pensara
en consagrar a Apolo
mis versos, como dignos de su gracia?
Cuando, por mi fortuna,
me encontré esta mañana,
continuando mi obrilla,
este cuento moral, esta patraña,
yo dije a mi capote:
¡Con qué chiste, qué gracia
y qué vivos colores
el jorobado Esopo me retrata!
Mas ya mis producciones
miro con desconfianza,
porque aprendo en la Mona
cuánto el ciego amor propio nos engaña.
FÁBULA II
«No sé cómo hay jumento
que, teniendo un adarme de talento,
quiera meterse a burro de hortelano.
Llevo a la plaza desde muy temprano
cada día cien cargas de verdura,
vuelvo con otras tantas de basura,
y para minorar mi pesadumbre,
un criado me azota por costumbre.
Mi vida es ésta; ¿qué será mi muerte,
como no mude Júpiter mi suerte?»
Un Asno de este modo se quejaba.
El dios, que sus lamentos escuchaba,
al dominio le entrega de un tejero.
«Esta vida, decía, no la quiero:
del peso de las tejas oprimido,
bien azotado, pero mal comido,
a Júpiter me voy con el empeño
de lograr nuevo dueño.»
Envióle a un curtidor; entonces dice:
«Aun con este amo soy más infelice.
cargado de pellejos de difunto
me hace correr sin sosegar un punto,
para matarme sin llegar a viejo,
y curtir al instante mi pellejo.»
Júpiter, por no oír tan largas quejas,
se tapó lindamente las orejas,
y a nadie escucha, desde el tal pollino,
si le hablan de mudanza de destino.
Sólo en versos se encuentran los dichosos,
que viven ni envidiados ni envidiosos.
la espada por feliz tiene al arado,
como el remo a la pluma y al cayado;
mas se tiene por míseros en suma
remo, espada, cayado, esteva y pluma.
Pues ¿a qué estado el hombre llama bueno?
Al propio nunca; pero sí al ajeno.
FÁBULA III
Una Perdiz en celo reclamada
vino a ser en la red aprisionada.
Al Cazador la mísera decía:
«Si me das libertad, en este día
te he de proporcionar un gran consuelo.
Por ese campo extenderé mi vuelo;
juntaré a mis amigas en bandadas,
que guiaré a tus redes, engañadas,
y tendrás, sin costarte dos ochavos,
doce perdices como doce pavos.»
«¡Engañar y vender a tus amigas!
¿Y así crees que me obligas?
Respondió el Cazador; pues no, señora;
muere, y paga la pena de traidora.»
La Perdiz fue bien muerta; no es dudable.
La traición, aun soñada, es detestable.
FÁBULA IV
Entre montes, por áspero camino,
tropezando con una y otra peña,
iba un vejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero destino.
Al fin cayó, y viéndose de suerte
que apenas levantarse ya podía,
llamaba con colérica porfía
una, dos y tres veces a la Muerte.
Armada de guadaña, en esqueleto,
la Parca se le ofrece en aquel punto;
pero el Viejo, temiendo ser difunto,
lleno más de terror que de respeto,
trémulo la decía y balbuciente:
«Yo… señora… os llamé desesperado;»
«Pero… acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
«Que me cargues la leña solamente.»
Tenga paciencia quien se cree infelice;
que aun en la situación más lamentable
es la vida del hombre siempre amable:
El Viejo de la leña nos lo dice.
FÁBULA V
Un miserable Enfermo se moría,
y el Médico importuno le decía:
«Usted se muere; yo se lo confieso;
pero por la alta ciencia que profeso,
conozco, y le aseguro firmemente,
que ya estuviera sano,
si se hubiese acudido más temprano
con el benigno clyster detergente.»
El triste Enfermo, que lo estaba oyendo,
volvió la espalda al Médico, diciendo:
«Señor Galeno, su consejo alabo.
al asno muerto la cebada al rabo.»
Todo varón prudente
aconseja en el tiempo conveniente;
que es hacer de la ciencia vano alarde
dar el consejo cuando llega tarde.
FÁBULA VI
Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la Zorra iba cazando;
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Cansábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
«No las quiero comer.
No están maduras
.»
No por eso te muestres impaciente,
si te se frustra, Fabio, algún intento:
Aplica bien el cuento,
y di:
No están maduras
, frescamente.
FÁBULA VII
Huyendo de enemigos cazadores
una Cierva ligera;
siente ya fatigada en la carrera
más cercanos los perros y ojeadores.
No viendo la infeliz algún seguro
y vecino paraje
de gruta o de ramaje,
crece su timidez, crece su apuro.
Al fin, sacando fuerzas de flaqueza,
continúa la fuga presurosa;
halla al paso una Viña muy frondosa,
y en lo espeso se oculta con presteza.
Cambia el susto y pesar en alegría,
viéndose a paz y a salvo en tan buen hora.
olvida el bien, y de su defensora
los frescos verdes pámpanos comía.
Mas ¡ay! que de esta suerte,
quitando ella las hojas de delante,
abrió puerta a la flecha penetrante,
y el listo Cazador la dio la muerte.
Castigó con la pena merecida
el justo cielo a la cierva ingrata.
Mas ¿qué puede esperar el que maltrata
al mismo que le está dando la vida?
FÁBULA VIII
De reliquias cargado,
un Asno recibía adoraciones,
como si a él se hubiesen consagrado
reverencias, inciensos y oraciones.
En lo vano, lo grave y lo severo
que se manifestaba,
hubo quien conoció que se engañaba,
y le dijo: «Yo infiero
de vuestra vanidad vuestra locura;
el reverente culto que procura
tributar cada cual este momento,
no es dirigido a vos, señor Jumento,
que sólo va en honor, aunque lo sientas,
de la sagrada carga que sustentas.»
Cuando un hombre sin mérito estuviere
en elevado empleo o gran riqueza,
y se ensoberbeciere
porque todos le bajan la cabeza,
para que su locura no prosiga
tema encontrar tal vez con quien le diga:
«Señor Jumento, no se engría tanto;
que si besan la peana, es por el santo.»
FÁBULA IX
Dos Machos caminaban: el primero,
cargado de dinero,
mostrando su penacho envanecido,
iba marchando erguido
al son de los redondos cascabeles.
El segundo, desnudo de oropeles,
con un pobre aparejo solamente,
alargando el pescuezo eternamente,
seguía de reata su jornada,
cargado de costales de cebada.
Salen unos ladrones, y al instante
asieron de la rienda al arrogante;
él se defiende, ellos le maltratan,
y después que el dinero le arrebatan,
huyen, y dice entonces el segundo:
«Si a estos riesgos exponen en el mundo
las riquezas, no quiero, a fe de macho,
dinero, cascabeles ni penacho.»
FÁBULA X
Mustafá
, perro viejo,
lebrel en montería ejercitado,
y de antiguas heridas señalado
a colmillo y a cuerno su pellejo,
seguía a un jabalí sin esperanza
de poderle alcanzar; pero, no obstante,
aguzándole su amo a cada instante,
a duras penas
Mustafá
le alcanza.
El cerdoso valiente
no escuchaba recados a la oreja;
y así, su resistencia no le deja
cebar al Perro su cansado diente;
con airado colmillo le rechaza,
y bufando se marcha victorioso.
El cazador, furioso,
reniega del Lebrel y de su raza.
«Viejo estoy, le responde, ya lo veo;
mas di: ¿sin
Mustafá
cuándo tuvieras
las pieles y cabezas de las fieras
en tu casa, de abrigo y de trofeo?
Miras a lo que soy, no a lo que he sido.
¡Oh suerte desgraciada!
Presente tienes mi vejez cansada,
y mis robustos años en olvido.
Mas ¿para qué me mato,
si no he de conseguir cosa ninguna?
Es ladrar a la luna
el alegar servicios al ingrato»
FÁBULA XI
Una Tortuga a una Águila rogaba
la enseñase a volar; así la hablaba:
«Con sólo que me des cuatro lecciones,
ligera volaré por las regiones;
ya remontando el vuelo
por medio de los aires hasta el cielo,
veré cercano al sol y las estrellas,
y otras cien cosas bellas;
ya rápida bajando,
de ciudad en ciudad iré pasando;
y de este fácil, delicioso modo,
lograré en pocos días verlo todo.»
La Águila se rió del desatino;
la aconseja que siga su destinó,
cazando torpemente con paciencia,
pues lo dispuso así la Providencia.
Ella insiste en su antojo ciegamente.
la reina de las aves prontamente
la arrebata, la lleva por las nubes.
«Mira, la dice, mira cómo subes.»
Y al preguntarla, digo, «¿vas contenta?»
Se la deja caer y se revienta.
Para que así escarmiente
quien desprecia el consejo del prudente.
FÁBULA XII
Estaba un ratoncillo aprisionado