Fábulas morales (12 page)

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Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

BOOK: Fábulas morales
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mi aspecto, mi silencio, mi retiro,

aun yo mismo lo admiro.

Si rara vez me digno, como sabes,

de visitar la luz, todas las aves

me siguen y rodean: desde luego

mi mérito conocen, no lo niego.»

«¡Ah tonto presumido!,

el Hombre dijo así; ten entendido

que las aves, muy lejos de admirarte,

te siguen y rodean por burlarte.

de ignorante orgulloso te motejan,

como yo a aquellos hombres que se alejan

del trato de las gentes,

y con extravagancias diferentes

han llegado a doctores en la ciencia

de ser sabios no más que en la apariencia.»

De esta suerte de locos

hay hombres como búhos, y no pocos.

FÁBULA V

La Mona

Subió una Mona a un nogal.

y cogiendo una nuez verde,

en la cáscara la muerde;

conque la supo muy mal.

Arrojóla el animal,

y se quedó sin comer.

Así suele suceder

a quien su empresa abandona.

Porque halla, como la mona,

al principio qué vencer.

FÁBULA VI

Esopo y un Ateniense

Cercado de muchachos

y jugando a las nueces,

estaba el viejo Esopo

más que todos alegre.

«¡Ah pobre! ya chochea»,

Le dijo un Ateniense.

en respuesta, el anciano

coge un arco que tiene

la cuerda floja, y dice:

«Ea, si es que lo entiendes,

dime, ¿qué significa

el arco de esta suerte?»

Lo examina el de Atenas,

piensa, cavila, vuelve,

y se fatiga en vano

pues que no lo comprende.

El frigio victorioso

le dijo: «Amigo, advierte

que romperás el arco

si está tirante siempre;

si flojo, ha de servirte

cuando tú lo quisieres.»

Si al ánimo estudioso

algún recreo dieres,

volverá a sus tareas

mucho más útilmente.

FÁBULA VII

Demetrio y Menandro

Si te falta el buen nombre,

Fabio, en vano presumes

que en el mundo te tengan por grande hombre,

sin más que por tus galas y perfumes.

Demetrio el Faleriano se apodera

de Atenas, y aunque fue con tiranía,

de agradable manera

los del vulgo le aclaman a porfía.

Los grandes y los nobles distinguidos

con fingido placer la mano besan

que los tiene oprimidos;

aun a los que en el ocio se embelesan,

y la poltrona gente

los arrastra el temor al cumplimiento.

Con ellos va Menandro juntamente,

dramático escritor de gran talento,

cuyas obras leyó, sin conocerle,

Demetrio. Con perfumes olorosos

y pasos afectados entra. Al verle

llegar entre los tardos perezosos,

el nuevo Arconte prorrumpió, enojado:

«Con qué valor se pone en mi presencia

ese hombre afeminado?»

«Señor, le respondió la concurrencia,

es Menandro el autor.» Al punto muda

de semblante el tirano;

al escritor saluda,

y con grata expresión le da la mano.

FÁBULA VIII

Las Hormigas

Lo que hoy las Hormigas son,

eran los hombres antaño:

de lo propio y de lo extraño

hacían su provisión.

Júpiter, que tal pasión

notó de siglos atrás,

no pudiendo aguantar más,

en hormigas los transforma:

Ellos mudaron de forma;

¿Y de costumbres? Jamás.

FÁBULA IX

Los Gatos escrupulosos

A las once y aun más de la mañana

la cocinera Juana,

con pretexto de hablar a la vecina,

se sale, cierra, y deja en la cocina

a
Micifuz
y
Zapirón
hambrientos.

Al punto, pues no gastan cumplimientos

gatos enhambrecidos,

se avanzan a probar de los cocidos.

«¡Fu, dijo
Zapirón
, maldita olla!

¡Cómo abrasa! Veamos esa polla

que está en el asador lejos del fuego.»

Ya también escaldado, desde luego

se arrima
Micif
uz, y en un instante

muestra cada trinchante

que en el arte cisoria, sin gran pena,

pudiera dar lecciones a Villena.

Concluido el asunto,

el señor
Micifuz
tocó este punto.

Utrum
si se podía o no en conciencia

comer el asador. «¡Oh qué demencia!

exclamó
Zapirón
en altos gritos,

¡Cometer el mayor de los delitos!

¿No sabes que el herrero

ha llevado por él mucho dinero,

y que, si bien la cosa se examina,

entre la batería de cocina

no hay un mueble más serio y respetable?

Tu pasión te ha engañado, miserable.»

Micifuz
en efecto

abandonó el proyecto;

pues eran los dos Gatos

de suerte timoratos,

que si el diablo, tentando sus pasiones,

les pusiese asadores a millones

(no hablo yo de las pollas), o me engaño,

o no comieran uno en todo el año.

LA MISMA FÁBULA DE OTRO MODO

¡Qué dolor!, por un descuido

Micifuz
y
Zapirón

se comieron un capón,

en un asador metido.

Después de haberse lamido,

trataron en conferencia

si obrarían con prudencia

en comerse el asador.

¿Le comieron? No señor.

Era caso de conciencia.

FÁBULA X

El Águila y la asamblea de los animales

Todos los animales cada instante

Se quejaban a Júpiter tonante

de la misma manera

que si fuese un alcalde de montera.

El Dios, y con razón, amostazado

viéndose importunado,

por dar fin de una vez a las querellas,

en lugar de sus rayos y centellas,

de receptor envía desde el cielo

al Águila rapante, que de un vuelo

en la tierra juntó los animales

y expusieron en suma cosas tales.

Pidió el león la astucia del raposo,

este de aquél lo fuerte y valeroso;

envidia la paloma al gallo fiero,

el gallo a la paloma lo ligero.

Quiere el sabueso patas más felices,

y cuenta como nada sus narices.

El galgo lo contrario solicita;

y en fin, cosa inaudita,

los peces, de las ondas ya cansados,

quieren probar los bosques y los prados;

y las bestias, dejando sus lugares,

surcar las olas de los anchos mares.

Después de oírlo todo,

el Águila concluye de éste modo:

«¿Ves, maldita caterva impertinente,

que entre tanto viviente

de uno y otro elemento,

pues nadie está contenta,

no se encuentra feliz ningún destino?

Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»

Con sólo este discurso,

aun el bruto mayor de aquel concurso

se dio por convencido.

De modo que es sabido

que ya sólo se matan los humanos

en envidiar la suerte a sus hermanos.

FÁBULA XI

La Paloma

Un pozo pintado vio

una Paloma sedienta:

tiróse a él tan violenta,

que contra la tabla dio.

Del golpe, al suelo cayó,

y allí muere de contado.

De su apetito guiado,

por no consultar al juicio,

así vuela al precipicio

el hombre desenfrenado.

FÁBULA XII

El Chivo afeitado

«Vaya una quisicosa.

Si aciertas, Juana hermosa,

cuál es el animal más presumido,

que rabia por hacerse distinguido

entre sus semejantes,

te he de regalar un par de guantes.

No es el pavón, ni el gallo,

ni el león, ni el caballo;

y así, no me fatigues con demandas.»

«¿Será tal vez… el mono?» «Cerca le andas.»

«¿El mico?» «Que te quemas;

Pero no acertarás: no, no lo temas.

Déjalo, no te canses el caletre.

Yo te diré cuál es: el
Petimetre

Este vano orgulloso

pierde tiempo, doblones y reposo

en hacer distinguida su figura.

No para en los adornos su locura;

hace estudio de gestos y de acciones

a costa de violentas contorsiones.

De perfumes va siempre prevenido;

no quiere oler a hombre ni en descuido.

Que mire, marche o hable,

en todo busca hacerse
remarcable.

¿Y qué consigue? Lo que todo necio:

Cuanto más se distingue, más desprecio.

En la historia siguiente yo me fundo.

Un Chivo, como muchos en el mundo,

vano extremadamente,

se miraba al espejo de una fuente.

«¡Qué lástima, decía,

que esté mi juventud y lozanía

por siempre disfrazada

debajo de esta barba tan poblada!

¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones

no tienen ni aun bigotes los varones;

pues ya cuentan que son los moscovitas,

si barbones ayer, hoy señoritas.

¡Qué cabrunos estilos tan groseros!

A bien que estoy en tierra de barberos.»

La historia fue en Tetuán, y todo el día

la barberil guitarra se sentía,

el Chivo fue, guiado de su tono,

a la tienda de un mono,

Barberillo afamado,

que afeitó al señorito de contado.

Sale barbilampiño a la campaña.

Al ver una figura tan extraña,

no hubo perro ni gato

que no le hiciese burla al mentecato.

Los chivos le desprecian de manera,

que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera!

Un respetable macho

dicen que rió como un muchacho.

Libro octavo

A Elisa

FÁBULA I

El naufragio de Simónides

En tanto que tus vanas compañeras,

cercadas de galanes seductores,

escuchan placenteras

en la escuela de Venus los amores,

Elisa, retirada te contemplo

de la diosa Minerva al sacro templo.

Ni eres menos donosa,

ni menos agraciada

que Clori, ponderada

de gentil y de hermosa:

pues, Elisa divina, ¿por qué quieres

huir en tu retiro los placeres?

¡Oh sabia, qué bien haces

en estimar en poco la hermosura,

los placeres fugaces,

el bien que sólo dura

como rosa que el ábrego marchita!

Tu prudencia infinita

busca el sólido bien y permanente

en la virtud y ciencia solamente.

Cuando el tiempo implacable con presteza

o los males tal vez inopinados,

se lleven la hermosura y gentileza,

con lágrimas estériles llorados

serán aquellos días que se fueron

y a juegos vanos tus amigas dieron;

pero a tu bien estable

no hay tiempo ni accidente que consuma:

siempre serás feliz, siempre estimable.

Eres sabia, y en suma

este bien de la ciencia no perece.

Oye cómo esta FÁBULA lo explica,

que mi respeto a tu virtud dedica.

Simónides en Asia se enriquece,

cantando a justo precio los loores

de algunos generosos vencedores.

Este sabio poeta, con deseo

de volver a su amada patria Ceo,

se embarca, y en la mar embravecida

fue la mísera nave sumergida.

De la gente a las ondas arrojada,

sale quien diestro nada,

y el que nadar no sabe

fluctúa en las reliquias de la nave.

Pocos llegan a tierra, afortunados,

con las náufragas tablas abrazados.

Todos cuantos el oro recogieron,

con el peso abrumados, perecieron.

A Clecémone van. Allí vivía

un varón literato, que leía

las obras de Simónides, de suerte

que al conversar los náufragos, advierte

que Simónides habla, y en su estilo

le conoce; le presta todo asilo

de vestidos, criados y dineros;

pero a sus compañeros

les quedó solamente por sufragio

mendigar con la tabla del naufragio.

FÁBULA II

El Filósofo y la Pulga

Meditando a sus solas cierto día.

un pensador Filósofo decía:

«El jardín adornado de mil flores,

y diferentes árboles mayores,

con su fruta sabrosa enriquecidos,

tal vez entretejidos

con la frondosa vid que se derrama

por una y otra rama,

mostrando a todos lados

las peras y racimos desgajados,

es cosa destinada solamente

para que la disfruten libremente

la oruga, el caracol, la mariposa:

no se persuaden ellos otra cosa.

Los pájaros sin cuento,

Burlándose del viento,

por los aires sin dueño van girando.

El milano cazando

saca la consecuencia:

para mí los crió la Providencia.

El cangrejo, en la playa envanecido,

mira los anchos mares, persuadido

a que las olas tienen por empleo

sólo satisfácele su deseo,

pues cree que van y vienen tantas veces

por dejarle en la orilla ciertos peces.

No hay, prosigue el Filósofo profundo,

animal sin orgullo en este mundo.

El hombre solamente

puede en esto alabarse justamente.

Cuando yo me contemplo colocado

en la cima de un risco agigantado,

imagino que sirve a mi persona

todo el cóncavo cielo de corona.

Veo a mis pies los mares espaciosos,

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