Hubo un momento de silencio, luego Jack dijo:
—Ya tengo un equipo a mis órdenes, señor presidente, creo que el aire del desierto no me irá mal una temporada.
—Entonces, buena suerte, Jack, cuida por mí del director Compton. —El presidente colgó el teléfono sin añadir nada más y luego levantó la vista hacia el hombre que estaba de pie, esposado entre los otros dos agentes del servicio secreto.
—¿Qué vamos a hacer contigo, agente Davis? —dijo cerrando los ojos con aire meditabundo.
Edificio Sage, Manhattan
Después de hablar con el presidente, Collins se quedó mirando al senador, que estaba plácidamente sentado en el vestíbulo del edificio Sage. El recepcionista ocupaba una silla tras el elegante escritorio, llevaba puestas unas relucientes esposas y se mantenía en silencio, con dos agentes del FBI escoltándolo, uno a cada lado. El senador dio unos golpecitos con su bastón; Jack se puso de pie y lo ayudó a levantarse. Alice había querido acompañarlos, pero Garrison no se lo había permitido.
Mientras ayudaba a incorporarse al hombre de avanzada edad, Collins torció el gesto a causa del dolor que le seguían provocando sus costillas. Todos habían intentado convencerlo de que no fuera, pero era necesario que acompañara a Lee.
—Antes de que bajemos, Jack, quiero darte las gracias por quedarte en el Grupo. Te necesitamos. Niles precisará un brazo fuerte ahora que es imprescindible reclutar nuevos miembros para reemplazar a los que hemos perdido —explicó el senador con tono triste.
—Niles no tendrá ningún problema, para mí será un honor quedarme y ayudarlo.
Lee asintió y dijo:
—Vamos, ahí abajo hay un viejo amigo al que tengo que saludar.
Mientras descendían en el refinado y seguro ascensor, Jack observó al senador y se dio cuenta de que ya no era capaz de seguir engañando al tiempo y de que su rostro reflejaba al fin su verdadera edad. El bastón apenas le servía ya de apoyo suficiente y el pelo parecía ahora más ralo, una vez pasado el Evento del desierto. Daba la impresión de que Lee había cumplido el ciclo que iba desde Roswell hasta Chato's Crawl, y que ahora el tiempo venía a cobrarse lo que era suyo. Jack desvió la atención hacia los cinco agentes del FBI que los acompañaban al subsuelo del edificio Sage; todos estaban aquí gracias a un canalla que continuaría representando una complicación en el futuro: el coronel Henri Farbeaux.
El sótano era el lugar donde debían encontrar al fundador del Grupo Génesis y de Centauro. Las puertas se abrieron y los agentes salieron primero, con las armas desenfundadas apuntando hacia el suelo. Habían sido extremadamente correctos a la hora de detener al personal de seguridad una hora antes. La mayoría de los detenidos eran antiguos soldados de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos y no habían salido de su asombro cuando los agentes federales los habían empujado y reducido.
Seguramente están muy acostumbrados a ser ellos lo que empujan
, pensó Jack; a continuación trató de determinar si alguno de los que había visto formaba parte de los tristemente famosos Hombres de Negro. Si era así, desde luego no parecían tan formidables a la hora de enfrentarse con gente que sabía cómo actuar.
Jack ayudó al senador a salir del ascensor; los dos dieron la vuelta y vieron una plataforma bien iluminada con dos grandes recintos acristalados. En el de la izquierda había tres cajas de aluminio, inclinadas de manera que las luces ocultas en el techo iluminaban su contenido: los restos de los cuerpos del accidente de Roswell. Lee movió la cabeza, impresionado, y admiró la reconstrucción del platillo que acogía la inmensa sala cubierta de paneles de vidrio que había a la derecha. A continuación, fijó su atención en la solitaria figura que, sentada en una silla de ruedas, observaba todos los objetos expuestos. Collins ayudó al senador a descender por el pasillo que bajaba por entre las filas y filas de asientos. Con cierta cautela, se aproximaron hasta el hombre solitario, mientras los agentes del FBI continuaban con las armas desenfundadas y casi apuntando a la figura que seguía allí sentada e inmóvil. Collins ayudó a Lee a acomodarse en una silla un poco más pequeña que se encontraba a la derecha de la del otro hombre. El senador se quedó un momento pensando, apoyado en el bastón que tenía puesto entre las rodillas.
—Así que has estado vivo todo este tiempo —dijo en voz alta.
El viejo sentado en la silla de ruedas de alto respaldo oyó perfectamente aquellas palabras, pero no se giró, continuó centrado en el platillo que había al otro lado del cristal.
—Mi hijo me ha contado que se ha producido otro encuentro, ¿es cierto? —preguntó Charles Hendrix padre.
Garrison se quedó mirando a Hendrix, su figura le recordó a la de una arpía que envejece por momentos. Era el mismo hombre al que Curtis LeMay y Allen Dulles habían ayudado a desaparecer tras una falsa muerte hacía muchísimos años.
—Sí, bajó otro como ese —contestó Lee mientras se giraba y escudriñaba el platillo recubierto de cristal.
—¿Y el animal y la tripulación?
—Todos están muertos.
Hendrix se quedó inmóvil durante un instante.
—He tenido mucho tiempo para pensar en todo esto. Muy pronto los Grises se cansarán de intentar tomar el camino más fácil y, antes o después, para bien o para mal, vendrán ellos mismos en persona —dijo Hendrix mirando por fin a los ojos a su antiguo adversario.
—En el Grupo hemos llegado a la misma conclusión —dijo Lee. El senador miró hacia otro lado y luego, poco a poco, volvió la vista hacia aquel hombre—. Hendrix, por lo que tengo entendido, ese Farbeaux que trabajaba para vosotros nos ha dado la localización de mis hombres, los que murieron en 1947.
Hendrix se rió entre dientes y señaló el lado derecho de su cabeza, a la altura de la sien.
—Están todos aquí, Lee, nunca se han marchado. Han estado aquí conmigo y no se han ido. ¿Por qué no los dejas ahí donde están? Acuérdate de lo que te dije ya hace muchos años: la violencia controlada. Nunca tuviste el coraje suficiente como para acarrear con la responsabilidad necesaria para hacer de este país un lugar seguro. Yo sí, y tengo aquí dentro los fantasmas que lo prueban. —Hendrix se dio varios golpes en la cabeza con el dedo derecho—. Justo aquí, Lee —dijo levantando la voz y haciendo un gesto de dolor que lo dejó paralizado.
—Todo lo que tu compañía ha desarrollado a partir de Roswell podría haber servido de ayuda a la gente de mi equipo, a los civiles, a los jóvenes soldados y a los miembros de la Aviación que han perdido la vida. ¿Por qué no los habéis ayudado? —preguntó Lee.
Hendrix miró una vez más al senador y un gesto de dolor volvió a reflejarse en su rostro.
—Centauro ha ayudado a esos chicos de muchas maneras, los ha ayudado con parte del material que han utilizado para combatir contra esos animales. El mismo que será utilizado, una y otra vez, para defender este país. —Hendrix se llevó la mano al pecho y arrugó con sus dedos el grueso abrigo que llevaba puesto—. Sigues siendo un
boy scout
que quiere ser héroe de guerra, Lee —le espetó Hendrix en voz tan baja que solo Garrison lo pudo escuchar.
El anciano sacó, tembloroso, las pastillas de nitroglicerina que llevaba en el interior del abrigo y forcejeó con la fina tapa hasta que el delicado estuche se le cayó de las manos y todas las pastillas rodaron por el suelo, y algunas de ellas fueron a parar al lado de Lee. Hendrix lo miró con gesto triste y el senador no apartó la mirada. A continuación, Lee recogió del suelo las pastillas, le hizo un gesto con la mano a Jack para que se quedara donde estaba y se puso de pie sin ayuda del bastón. Luego se acercó a Hendrix, cuyos ojos empezaban a parpadear a toda prisa mientras sentía los primeros síntomas de un ataque al corazón.
—¿Violencia controlada? Me parece que por fin he acabado de comprenderlo —dijo Lee—. Acabo de darme cuenta de que sí que soy capaz.
Lee hizo un gesto a los agentes del FBI para que ayudaran a Hendrix, consciente de que al viejo solo le quedaban unos instantes de vida.
—Vámonos a casa, Jack.
Cerca de Roswell, Nuevo México
22 de julio
Cuando llegó al pedazo de tierra yerma que perteneció una vez al ganadero Mac Brazel, el senador Garrison Lee sintió que regresaba a casa. De pie, apoyado sobre Collins y con un brazo alrededor de Alice Hamilton, que se había quitado las gafas de sol para enjugarse una lágrima, observó cómo Niles Compton dirigía las operaciones del equipo forense, que estaba empezando a desenterrar las primeras bajas causadas tras un intento de invasión llevado a cabo por seres de otro planeta.
—A ver si consigo no ponerme demasiado sentimental —dijo Lee al mismo tiempo que se levantaba una ligera y fresca brisa.
—Ya todo ha terminado. Estos hombres se merecen que te emociones, se merecen todo lo que podamos darles, y lo mínimo es el recuerdo de la amistad —contestó Alice mientras se secaba las lágrimas con el pañuelo.
—Hizo usted lo correcto; por esto valía la pena dejar que Farbeaux saliera del país —dijo Jack.
El senador Garrison Lee agachó la cabeza; una lágrima recorrió su rostro mientras veía a Niles y a su equipo sacar al último cuerpo del lugar donde había estado enterrado y oculto durante cerca de sesenta años. El cadáver del doctor Kenneth Early fue el último en ser identificado y el último de los esqueletos que recibió la luz del sol. Lee se quedó erguido, mirando cómo cubrían el cuerpo de su viejo amigo con una bandera estadounidense que se ondeó un momento, mecida por la brisa, antes de posarse sobre el último miembro del Grupo Evento que recibía finalmente homenaje como agradecimiento al servicio prestado por el bien de su país.
Dos días después, cuando las detenciones habían sido llevadas a cabo y los héroes de hace décadas habían regresado por fin a casa, un inmenso clamor invadió el Centro Informático del complejo del Grupo Evento. La enorme pantalla de proyección volvía a ponerse en funcionamiento después de haber pasado varios días apagada.
La lanzadera espacial Atlantis había conseguido repostar con éxito el satélite KH-11 41672, también conocido como Boris y Natasha, salvando así al exuberante satélite de una muerte segura. La tripulación de la lanzadera también había cambiado las baterías solares y había instalado un nuevo cargador. Cuando la vieja nave fue encendida de nuevo, la imagen seguía fija en el pequeño valle del estado de Arizona, que había sido despejado de cualquier rastro de los platillos que allí se habían estrellado. Cuando cesaron los aplausos, por los altavoces colocados tras la pantalla principal se empezaron a escuchar los primeros compases de una canción, cortesía de la lanzadera Atlantis. Se trataba de Frank Sinatra cantando
Fly Me to the Moon
.
Collins, Niles, Alice y el senador vieron cómo la imagen se volvía más nítida al tiempo que se aproximaba aún más a la superficie del valle. A todos les impresionó la claridad con la que Boris y Natasha enfocaba la zona que le había sido asignada justo antes del supuesto fallecimiento del satélite.
—Hemos detectado algo —dijo en voz alta uno de los técnicos informáticos.
La cámara enfocó el valle y las personas que allí había.
—Ampliad al máximo cuando yo diga —ordenó Niles—. Tres, dos, uno, ahora, ampliación máxima.
Cuando las imágenes acabaron de enfocarse, nadie pudo reprimir una sonrisa. Jason Ryan, al que el Grupo Evento había concedido un permiso de treinta días, cogía de la mano a Julie Dawes, quien por su parte estaba reprendiendo a Billy, que permanecía oculto bajo una sombrilla de playa y que parecía que los estaba molestando. A continuación, Gus entró en el plano; iba señalando un agujero que había en el suelo y no paraba de gesticular en medio de las rocas. Les estaba enseñando algo que llevaba en la mano y se podía ver que sonreía y que no paraba de bailar y saltar. Gus dio una palmada y el polvo de oro brilló bajo los rayos del sol y fue cayendo hasta el suelo mientras el viejo buscador siguió bailando sin descanso.
Al lado de la sombrilla de Billy, se podía ver otra de menor tamaño, de colores brillantes y con una galaxia llena de estrellas dibujada. Por debajo se veía asomar un par de botas de vaquero, regalo del Grupo Evento. Cuando el portador de las botas se inclinó para coger algunas de las partículas de oro antes de que cayeran al suelo, el equipo reunido del Grupo Evento pudo ver de quién se trataba. La mano, que sobresalía de una camisa blanca de manga larga que le venía grande, era de color verde. A continuación, la pequeña figura salió de debajo de la sombrilla, pasó los brazos alrededor de las piernas del viejo y lo abrazó. La mayor parte del cuerpo quedaba oculto debajo de un enorme sombrero vaquero de color blanco, pero aun así pudieron advertir que llevaba también unos pantalones Levi's recortados.
Nadie pudo reprimir una risotada al ver a Palilo caminando con las botas vaqueras y los pantalones de Gus. Después, y sin que hubiese ninguna razón aparente, y para sorpresa de los miembros del Grupo Evento, Palillo levantó la vista hacia el cielo.
—Será mejor que los dejemos tranquilos una temporada antes de tomar declaración a Palilo y preguntarle por los Grises y por sus cálculos acerca de cuándo piensa él que volverán a visitarnos. Tengo la sospecha de que Hendrix estaba en lo cierto; la próxima vez bajarán ellos mismos y tendremos que repeler una invasión en toda regla —dijo Lee.
Los otros lo miraron sin decir nada. Todos eran conscientes de que los Grises no tendrían suficiente con enviar uno de sus animales; al final intentarían hacerse con el control de la Tierra de la manera que fuese.
—¿Sabemos con seguridad que el Gris que Gus y Palillo mataron era el único superviviente de la nave en la que viajaba? —preguntó Jack.
—Mientras usted estaba recuperándose de sus heridas, el Ejército encontró los restos del segundo y tercer tripulantes de la nave enemiga. Habían salido disparados durante la colisión. Querían acabar con la forma de vida que habitaba este planeta y se han encontrado con unos seres más pequeños que los talkhan, pero igual de implacables —dijo Niles.
Virginia Pollock entró en el Centro Informático y saludó con la cabeza a sus colegas. Luego le entregó a Niles el expediente que llevaba en la mano.
—¿Es el informe de autopsia? —preguntó el director.
—Sí.
—Esta vez hemos tenido los cuerpos el tiempo suficiente como para poder completar los datos recopilados en Roswell. El resto de Servicios de Inteligencia han montado en cólera, pero el presidente los ha hecho callar hasta que hemos logrado todas las respuestas. El presidente ha dicho que era lo mínimo que le podíamos ofrecer al doctor Early y a su equipo —dijo Niles con tono triste.