Evento (62 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Evento
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Jack vio por la puerta lateral cómo Sarah la saludaba con la mirada triste mientras el helicóptero empezaba otra vez a levantarse del suelo. Daba la impresión de que estaba tomando una decisión, parecía enfadada. Bajó la mano y echó a correr hacia el Blackhawk. Jack se puso a gritar que volviera adonde estaba, pero ya era demasiado tarde. Sarah colocó el pie derecho en la rueda izquierda del helicóptero y trepó hasta la cabina. Cayó haciéndose daño sobre el suelo del helicóptero; levantó la vista y vio el gesto enfadado de Collins.

—Soy la única que no está herida, me necesitáis.

—Cuando esto termine, hablaremos, McIntire —dijo Jack ayudándola a ponerse en pie.

Ryan presionó lentamente la palanca de mando hacia delante y el Blackhawk dio un bandazo y perdió altitud. Accionó el acelerador y el descenso se detuvo, pero antes de eso la rueda izquierda chocó con una roca que sobresalía y que desgajó el enganche de la rueda. Everett y Collins salieron lanzados hacia delante, miraron por la puerta lateral y vieron cómo la rueda y la pieza que la sujetaba caían a tierra y a punto estaban de impactar sobre algunos de los Hombres y las mujeres que se encontraban en la superficie.

—¡Maldita sea, teniente! —gritó Everett.

—Lo siento, lo siento —se disculpó Ryan. Blasfemando en voz baja, echó una mirada al especialista, que se aferraba desesperadamente a su asiento—. ¡Tranquilo, soldado, ahora ya sé cómo va esto! —gritó Ryan al mismo tiempo que el Blackhawk superaba la colina y emprendía su sobresaltada travesía con destino al Humvee derribado.

Complejo Evento, Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada

—No sabía que Ryan supiera pilotar helicópteros —declaró Niles mientras veía la señal que le llegaba por vídeo.

Alice tenía la vista fija en el monitor.

—Según su expediente, no sabe —contestó mientras le daba unas palmaditas en la pierna a Lee, que tenía los nervios alterados.

Tres minutos después Ryan estaba quieto a quinientos metros de altitud sobre el Humvee, después de haber dado dos pasadas intentando descubrir cuál era la mejor forma de hacer aterrizar un helicóptero. Luego tragó saliva, redujo la potencia del colectivo y lentamente acercó la palanca de mando en dirección a su pecho. Una vez el Blackhawk empezaba a descender suavemente hacia la superficie, el piloto consiguió recuperar el aliento.

—¡A la derecha, a la derecha! —gritó Everett. Ryan no podía ver bien y no se dio cuenta de que tenía el otro helicóptero justo debajo.

—¡Dios! —dijo mientras apretaba el pedal derecho y giraba el mando hacia ese mismo lado. Luego notó que la rueda izquierda del helicóptero resonaba después de chocar con algo.

—Deprisa, no voy a poder mantenerlo así mucho tiempo más —dijo Ryan a los que tenía a su espalda; luego echó un vistazo a su joven copiloto—. ¿Y tú vas a decidirte a hacer alguna cosa o qué?

El especialista se atrevió a mirar a Ryan y dijo que no con la cabeza.

—No, señor.

Everett, Sarah y Jack saltaron del Blackhawk y corrieron hacia el Humvee. Primero comprobaron el estado del piloto y del capitán que se encontraba a su lado. Los dos estaban muertos.

—Es una caja negra del tamaño de un portátil —alzó la voz Collins para que se le oyera pese al ruido del helicóptero.

—¡Ya lo tengo! —gritó Everett.

Jack levantó la vista y vio que Carl tenía la caja negra. Los tres echaron a correr y subieron otra vez al Blackhawk, con lo que Ryan perdió por un momento el control de la nave debido al repentino cambio de peso. El helicóptero se elevó demasiado deprisa y Everett y Collins perdieron el equilibrio. Sarah se cayó también de Jack.

—Volvemos a Escenario Uno —le ordenó Everett a Ryan.

En el lugar del valle donde pastaba el ganado de los ranchos de los alrededores todo estaba en calma. Se encontraban a tan solo ochocientos metros de la salida por la que Jack Collins había supuesto que el animal trataría de huir del valle. La policía del estado y el FBI habían reunido a todas las cabezas de ganado que pudieran salir de los ranchos cercanos. Todas las camionetas, camiones e incluso los costosísimos Pave Lows de las Fuerzas Aéreas habían sido utilizados para reunir a la provisional manada. Las seiscientas cabezas de ganado mugían, inconscientes del papel que les había tocado jugar en la función que estaba a punto de comenzar, ni de las consecuencias que esta tendría en el destino de la humanidad. Pero solo iban a estar allí otro minuto, ya que los vaqueros empezaron a prepararlas para la carrera por la supervivencia que estaban a punto de emprender.

A tres kilómetros del ganado, la superficie del suelo empezó a temblar y a quebrarse violentamente en noventa surcos. Las criaturas aparecían y desaparecían, saltaban en el aire, buscando el peligro, y volvían a hundirse, a más profundidad todavía. Avanzaban a toda velocidad hacia las seductoras vibraciones y olores que emitía el ganado confiscado.

—Mira cómo van —alertó sobrecogido el presidente al ver la velocidad a la que avanzaban las criaturas.

El senador Lee se incorporó y apoyó la barbilla sobre su bastón mientras Alice le apretaba suavemente el muslo. Niles se acercó a la pantalla que había en la sala de conferencias de Evento y observó cómo las bestias se acercaban a cobrarse su presa.

Niles cogió el teléfono y llamó a la base del campamento.

—Virginia, ordena a los rancheros que pongan en marcha el ganado, ahora mismo.

Sobre el terreno del valle, Thomas Tahchako y sus ocho rancheros se habían ofrecido voluntarios para trasladar el ganado a las llanuras de sosa. Conocían los riesgos que corrían, pero también sabían que desde un camión o un helicóptero el ganado no podía ser dirigido con suficiente velocidad. Tahchako vio que el primer animal salía a la superficie y se quedó impresionado por el tamaño. Inmediatamente, espoleó hacia delante a su caballo, desenfundó su vieja pistola y pegó tres tiros al aire que hicieron que la manada se pusiese en movimiento. Los otros rancheros dieron algunos gritos y silbidos para empezar a organizar la estampida y llevarla hacia el antiguo lecho del lago. Tahchako se dio la vuelta y vio cómo el primer animal cambiaba el rumbo y seguía a la manada en dirección a las llanuras de sosa.

El apache espoleó su caballo hacia delante en la misma dirección que la estampida. A tan solo novecientos metros de las llanuras de sosa, las primeras cabezas de ganado empezaron a caer. Tahchako echó la vista atrás y vio cómo uno de sus hombres desaparecía tras hundirse en el suelo junto a su cabalgadura. Siguió dándole con las riendas a su caballo hasta que se adelantó a la manada; su sombrero salió volando por el aire dejando sueltas sus largas trenzas justo cuando él y el ganado penetraban en las llanuras cubiertas de materia alcalina y hacían saltar grandes nubes de polvo de sabor amargo.

Thomas disparó las tres balas que le quedaban y el ganado empezó a esparcirse. Los engendros atacaban al ganado con todas sus fuerzas; Tahchako pudo contar al menos a ocho criaturas que surgían en medio de la superficie alcalina. Su furia asesina era tal que no reparaban en las punzantes partículas que se les pegaban al cuerpo.

Tahchako dio la vuelta con su caballo y se alejó de la llanura al galope en dirección sur, seguido de cerca por sus hombres.

Volvió a echar la vista atrás y vio cómo los animales saltaban y volvían a zambullirse en el lecho seco del lago, llevándose cada vez tras de sí a una de las aterrorizadas vacas. El apache viró, se alejó de la horrenda escena y rezó para que todo aquello sirviese para acabar con esos bichos.

Los monstruos tardaron un buen rato en percatarse del peligro en el que se encontraban. Cuando se dieron cuenta de que la sustancia alcalina les deshacía las corazas, se volvieron como locos y trataron a toda prisa de quitarse de encima la sustancia corrosiva.

Jack se puso los auriculares para escuchar el informe acerca de la posición de las criaturas que habían caído en la trampa alcalina y que estaban retrocediendo ahora para emprender el camino de huida. La noticia de que al menos treinta de las criaturas, las más pequeñas, habían perecido en las llanuras de sosa le alegró bastante, pero las supervivientes estaban a menos de un kilómetro y medio de distancia de la zona de impacto. Jack dijo que sí con la cabeza, se quitó los auriculares y abrió el transmisor por control remoto. A continuación, recordó de memoria el código que Compton le había proporcionado. Las gotas de sudor corrían por la cara de Everett. Jack pulsó las teclas «1T3», levantó la tapa de plástico y apretó el botón de color rojo sin querer saber muy bien qué era lo que estaba haciendo.

—¿No debería escucharse una gran explosión? —preguntó Sarah.

Jack volvió a pulsar el botón. La luz se apagó y luego se volvió a encender.

—Esto no tiene buena pinta —dijo Carl.

—La cabeza nuclear tiene un retardo de treinta segundos.

Los dos contaron en voz baja, pero nada sucedió.

—Joder —dijo Jack, y volvió a pulsar el botón una segunda vez, y luego una tercera. En medio de la desolación, se acordó de la antena y puso de lado la caja negra. Su corazón se sobresaltó al ver que los cables estaban, pero la antena no. Quizá se desprendió cuando el Humvee se estrelló contra el suelo. Collins accionó el mando de autodiagnóstico y un resplandor intermitente de color rojo le iluminó la cara. En la pantalla, parpadeaba una y otra vez la señal de «Procedimiento Erróneo».

Everett vio lo mismo que Jack y se desplomó sobre su asiento. A continuación, se colocó los auriculares y comenzó a dar las malas noticias a todos los que estuviesen conectados por radio.

Tras escuchar el informe de Everett, el senador se puso en pie y dio unos cuantos pasos con la ayuda de su bastón. Compton y Alice se quedaron mirando al senador, que se balanceaba hacia delante y hacia detrás.

—¿Qué es lo que estás pensando? —preguntó Alice.

—Algo impensable, y si interpreté correctamente el historial del comandante, él debe de estar teniendo el mismo pensamiento terrible en este mismo momento.

Jack dejó la caja negra a un lado y apoyó la cabeza en el respaldo. Se quedó con los ojos cerrados pensando qué era lo que debía hacer. Un momento después, se dio cuenta de cuál era la única respuesta posible, se incorporó y se puso los auriculares.

—Ryan, diríjase a donde se encuentran esos putos animales y rebáselos —dijo Jack mirando a Carl, quien alzó las cejas con gesto de sorpresa—. Diríjase a la zona Orión.

—De acuerdo. —Ryan sabía cuándo no se debían hacer preguntas.

—¿Qué demonios está haciendo? —preguntó el presidente.

El general Hardesty se puso en pie y se acercó en silencio hasta el mapa que había en la pared. El director de la CIA entendió la situación y agachó la mirada.

El presidente se giró hacia la cámara.

—Director Compton, ¿qué se propone hacer Collins?

Niles miró a la cámara, se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa de reuniones.

—Va a hacer su trabajo, señor presidente, es lo único que Jack Collins sabe hacer.

—No quiero oír más tonterías, soy el superior y se acabó la cuestión. —Jack se dio la vuelta y se quedó mirando la superficie del desierto que pasaba ante sus ojos. Sarah se quedó sentada mirando a Jack sin poderse creer lo que estaba pasando.

—¡Podemos encontrar alguna otra solución, no puedes hacer esto! —gritó Sarah para que se la pudiese escuchar pese al ruido de las turbinas.

—Maldita sea, Jack, ya es hora de que me dejes hacer el trabajo, tú estás hecho polvo. Cede un poco, por el amor de Dios.

—Lo siento, señor.

—¡Mirad! —gritó Ryan mientras manipulaba los pedales y la palanca de mando.

Cuando miraron por la compuerta, vieron cómo se formaba en la arena un surco gigantesco al tiempo que el animal emergía y abría una gran brecha en la superficie. Ryan hubo de girar bruscamente en el último instante para que el Blackhawk se ladeara justo en el momento en el que el monstruo alcanzaba su altitud. Resultaba difícil de creer que pudiese tener un tamaño semejante. Los ojos de este animal eran distintos a los de las demás criaturas: las pupilas parecían azules y su cabeza era claramente más grande. La luz del sol hacía resplandecer los fuertes cabellos, que parecían más finos. Las miradas de Jack y el talkhan se cruzaron un instante antes de que la criatura se zambullera de espaldas en el aire y descendiera otra vez hacia la superficie. Todos se quedaron observándola hasta que se sumergió de nuevo en el suelo, en dirección al embudo.

—Esa cosa era diferente a las demás —gritó Jack.

—¿No daba la impresión de saber en todo momento lo que estaba haciendo? —preguntó Sarah.

—Lo único que me interesa era la sustancia que llevaba adherida a la coraza —afirmó Jack.

—¿Y qué era? —preguntó Sarah.

—Era una sustancia alcalina.

El Blackhawk cobró velocidad y Ryan divisó la zona donde los ingenieros habían colocado el artefacto.

—Llegamos a destino, treinta segundos para tomar tierra —gritó Ryan—. O eso espero —añadió en voz baja.

Jack le tendió la mano a Carl mientras con la otra se apretaba las costillas que tenía rotas.

—Maldita sea, comandante, esto no está bien —dijo Everett.

—¿Y qué está bien en este puto mundo, soldado? —contestó Jack sin dejar de extender su mano derecha.

Everett frunció el ceño pero estrechó la mano de Jack. Luego Collins se dio la vuelta y se quedó mirando a Sarah. Ella lo miró con gesto severo.

—Me tienes harta, Jack. Aquí hay mucha gente valiente, ¿por qué siempre tienes que ser tú? —le gritó.

—Creo que he visto demasiadas películas de John Wayne —le contestó, sin dejar de mirarla.

Sarah se acercó y juntó tanto su boca con la de él que Jack pensó que se habría hecho sangre en los labios. El beso duró tan solo un segundo, pero para Collins fue como un trago de agua que le salvara la vida.

Jack la apartó y sonrió una última vez mientras la rueda izquierda del Blackhawk tomaba tierra. Le guiñó un ojo a Sarah y se fue hacia la puerta con el detonador.

—Tengo que juntar estos cables a la antena; tenéis unos treinta segundos antes de que este extremo del valle cambie para siempre. Venga, salid de aquí zumbando. —Jack saltó desde el Blackhawk y fue corriendo hacia el centro de la zona cero.

Sarah cerró los ojos y reprimió la furia que sentía hacia Jack. Cuando los abrió vio que Collins cojeaba en dirección a la torre que marcaba el centro de la operación Orión.

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