Everett regresó con gesto enfadado y se quedó mirando al comandante a los ojos.
—Parece que uno o dos consiguieron escapar. Me apuesto los cojones a que sé quién estaba entre ellos. Pido permiso para perseguir a ese hijo de puta —dijo Everett.
Collins echó un vistazo a su alrededor y después miró su reloj.
—Negativo, larguémonos de aquí de una vez.
Los dos se quedaron mirando el interior del túnel, conscientes de que el francés estaba allí, en alguna parte, y de que lo único que podían hacer era confiar en que encontrara por sí solo el destino que se merecía.
Thomas Tahchako estaba ayudando a descargar lo que quedaba de su ganado. Los muchachos del gobierno le habían ofrecido un buen precio por su reducido número de reses, aunque realmente estaba dispuesto a sacrificarlas todas si podía contribuir a acabar con la espantosa criatura que había ahí fuera. Vio cómo el resto de ganaderos del valle descargaban los rebaños traídos en camionetas de distintos tamaños.
Dejó de mirar a las reses y levantó la vista al cielo y rezó por que esa bestia pudiese ser atraída hasta aquel lugar. Bajó la mirada hacia el extraño mecanismo que taladraba y el pesado equipo que estaba alisando el terreno. Prefería no saber cuál era la razón por la que estaban taladrando.
Los ingenieros del Ejército provenientes de Fort Carson, usando equipo pesado de perforación que había sido confiscado a varias compañías constructoras de Flagstaff, habían taladrado ya el agujero guía de cuatrocientos metros de profundidad entre los dos extremos orientales de las montañas de la Superstición que pasaban luego a convertirse en estribaciones y luego se deshacían completamente, creando algo parecido a una puerta natural de salida del valle, o, tal y como Jack había pensado al verlo, a un embudo.
Una vez perforado el agujero y colocados todos los sensores, la División Especial de Artillería del Ejército de los Estados Unidos, con sede en Fort Carson, Colorado, comenzó a bajar el artefacto a cuya acción nada en el mundo podría escapar: una cabeza nuclear táctica de neutrones de cincuenta megatones de potencia.
La operación Orión, junto con el plan añadido de Jack, estaba a punto de ponerse en marcha, siempre que pudieran atraer a los animales hasta la puerta trasera del valle.
Collins fue requerido por el sargento delta, que estaba de punta. Jack dejó a Ryan con los civiles que acababan de rescatar y, al pasar al lado de Carl, le dio unas palmaditas en el hombro.
—Tomad todos un poco de agua y de aire —ordenó Jack mientras le daba a Everett su cantimplora para que se la pasara a Julie y a los demás.
El hombre punta estaba arrodillado con las gafas de visión nocturna sobre la frente y mirando en el túnel. Mientras el comandante alcanzaba su posición, el sargento siguió con la vista fija al frente.
—¿Qué sucede, sargento? —preguntó Collins.
—Tenemos otro túnel que confluye con este. Parece que uno de los edificios de la ciudad se ha derrumbado, supongo que después de la drástica intervención de los animales. ¿Ve cómo los dos túneles han sido ampliados, como si hubiesen ido en busca de comida o de algo parecido?
Collins vio que los dos túneles construían una caverna de considerables dimensiones. Le pareció ver cubos de basura, completamente nuevos y brillantes, herramientas y otros utensilios puestos en estantes y colgados de la pared.
—Es como si la ferretería entera hubiese caído hasta aquí —dijo Jack mientras hacía un gesto a los dos ranger para que avanzaran—. Tome un poco de agua usted también, sargento, nosotros echaremos un vistazo —dijo mientras se colocaba las gafas de visión ambiental y se adentraba en aquel lugar.
El espacio vaciado estaba plagado de objetos de todo tipo. Pasó caminando por entre una fila de rastrillos y azadas para el césped. Alzó la mano y señaló el lado derecho para que los dos ranger que venían detrás cubrieran esa zona. Siguió avanzando tan rápido como pudo. El ensanchado túnel tenía un olor a almizcle más intenso de lo habitual. Al levantar la vista, descubrió un hueco oscuro donde estaba el primer piso del almacén. Debían de estar en el sótano, ya que había grandes bloques de cemento que debían de haber servido como cimientos. Desde debajo de uno de los grandes bloques, vio un brazo que sobresalía. Mientras se asomaba fue sintiendo cómo el pulso se le aceleraba; entonces oyó los gritos de los dos ranger mientras la pared estallaba a su lado. Al mismo tiempo que se ponía en pie, notó cómo la tierra caía sobre su cabeza mientras el túnel que tenía encima empezaba a derrumbarse sobre él. Oyó los gritos del resto de los hombres que avanzaban por el túnel; luego de golpe dejó de oírse nada, como si se tratase de una transmisión por radio que hubiera sido cortada de repente. El túnel que tenía a la espalda se había derrumbado, dejándolos a él y a los dos ranger aislados del resto.
El alarido del animal hizo que Jack se quedase paralizado un momento, luego siguió intentando liberarse del techo que se le había caído encima. Oyó que uno de los hombres abría fuego y luego que su compañero gritaba. Collins se movía de un lado a otro, tratando de apartar el muro que lo aprisionaba. Finalmente pudo sacar su brazo derecho y arrastrarse hacia fuera mientras escupía tierra y arena.
Cuando acabó de desenterrarse, todo estaba en silencio. Cayó rodando sigilosamente por la colina donde había estado aprisionado hacía un momento y se encontró en el suelo un montón de bolsas de plástico de fertilizante. Jack se quitó las gafas de visión nocturna, se llevó la mano al chaleco, sacó una bengala y la encendió. La lanzó encima de un montón de carretillas que había allí tiradas e inmediatamente vio cómo una de las criaturas golpeaba con la cola contra la luz. Jack se puso en pie y disparó una ráfaga de diez balas contra la bestia, que rugiendo se volvió hacia donde él se encontraba. Collins cayó de espaldas del montón de fertilizante y aterrizó sobre unos sacos de algún material entre blanquecino y gris. Rápidamente trató de incorporarse y se puso de rodillas. Sin tener aún muy fijada la posición, vio en medio del resplandor rojizo producido por la bengala cómo el animal se abalanzaba sobre él. Cuando disparó, las tres primeras balas impactaron en los sacos de veinticinco kilos de material blanquecino, produciendo una nube de polvo, mientras que los demás disparos alcanzaban su objetivo. Oyó un bramido y luego los ruidos que emitía la criatura al cambiar de dirección. A continuación, escuchó los alaridos enloquecidos de la bestia que había comenzado a golpear contra el mobiliario del derruido almacén.
Collins oyó a su espalda los gritos del resto de su equipo que cavaban en el otro lado del derrumbe para intentar acceder hasta donde él estaba. Vio que el animal luchaba por quitarse el polvo blanco que cubría su nauseabunda coraza. Jack disparó diez veces contra la criatura y esta vez, para su sorpresa, las balas no rebotaron sino que la munición atravesó con facilidad la coraza del animal mientras este emitía un alarido, caía hacia delante y se quedaba completamente inmóvil. A Jack le costaba creerse lo sencillo que había resultado acabar con esta criatura comparada con las otras con las que se habían encontrado anteriormente. Mientras se aproximaba lentamente, vio que las bolsas de veinticinco kilos eran de potasio. Se imaginó que algo de ese compuesto de sabor amargo que se usaba durante las plantaciones podía haber cegado a la criatura y haberla convertido en un objetivo más fácil. Se acercó y, con la luz que desprendía la bengala, pudo examinar al animal y ver los puntos de la coraza que habían atravesado las balas. A su alrededor había trozos de exoesqueleto, como si se tratara de pedazos de cáscara de huevo, y su sangre se iba derramando por el suelo.
Everett acabó de abrir hueco en la montaña de tierra, y él y otros dos hombres accedieron a lo que quedaba del almacén.
—Jack —dijo—. ¿Y los otros dos?
Collins bajó el arma e hizo un gesto con la cabeza señalando el final del túnel. Alargó la mano y pasó el dedo por encima de la coraza de la criatura, recogiendo con el guante una gruesa capa de potasio. La frotó entre sus dedos hasta que el guante se empapó del compuesto y pudo sentir un ligero cosquilleo, pero eso fue todo.
—Están muertos, Jack —dijo Everett mientras volvía.
Collins levantó la vista y miró a Everett a la cara.
—Y todos acabaremos igual si no salimos de aquí —dijo mientras examinaba los inestables cimientos del almacén y se dirigía de vuelta hacia el túnel principal.
Al equipo de Collins le costó treinta minutos retroceder hasta llegar a la gran bifurcación que el comandante confiaba que condujese a una salida a la superficie. El RDV no había registrado nada en su camino de regreso aparte de un objetivo lejano que parecía demasiado grande para tratarse de uno de los animales. Además, aquella señal provenía de un extremo del valle donde no se había registrado ningún movimiento de las criaturas. La ausencia de un objetivo más cercano indicaba que las crías se estaban alejando del valle o se estaban congregando en algún otro lugar y quedándose quietas, esperando en los túneles para tender alguna posible emboscada.
El equipo se aproximó hacia donde pensaba que se encontraba el pueblo. De pronto, la pequeña columna se detuvo y Jack se apoyó contra el muro y aguardó el informe de Everett, que no se hizo esperar.
—Comandante, será mejor que suba conmigo a ver esto.
Jack respiró hondo, pasó entre los demás y le guiñó un ojo a Billy. Everett miraba hacia su derecha. Jack se quedó estupefacto al ver la inmensa galería. Había sido excavada junto al túnel donde estaban Collins y su equipo, que parecía pertenecer a alguna de las crías; una parte se había derrumbado sobre la galería. El diámetro de esta era tres veces el de los otros túneles que habían estado recorriendo y el nauseabundo olor que emanaba era diferente del otro al que aún no habían conseguido acostumbrarse. Pero lo más inquietante eran los ocho metros que tenía de amplitud.
—¿La madre? —preguntó Everett, iluminando con su linterna alrededor de la galería circular.
—Tiene que ser ella, no hemos visto ninguna cría que tuviera un tamaño así. Pero si es, ha crecido desde que excavó el túnel en el Escenario Uno.
—No estoy seguro de en qué dirección va.
Jack le dio unas palmadas a Carl en la espalda.
—Venga, no hace falta que la persigamos ahora, estamos agotados y nos queda poca munición.
Carl se giró y siguió por el pequeño túnel.
Jack echó un último vistazo a la enorme galería y movió la cabeza hacia los lados con gesto incrédulo. La madre tendría que medir ocho metros de alto para haber hecho aquello. Se dio la vuelta y se reunió con los demás.
Veinte minutos más tarde, Everett volvió a alzar una de las manos. Todos se pararon y se quedaron esperando.
—Ahí arriba hay luz, comandante —dijo Everett por el micrófono.
Collins se abrió paso entre los demás hasta que llegó delante de todo. Apagó su luz y esperó a que Everett se diera la vuelta. Los dos hombres se quedaron mirándose el uno al otro. Sus rostros reflejaban una historia de dureza y terror que el comandante preferiría no tener que repetir nunca. Había pasado por situaciones difíciles en el pasado, pero ninguna que resultase tan opresiva mentalmente. Desde su punto de vista, esas criaturas eran mucho más que simples animales. Debían de tener capacidad de razonar y la inteligencia suficiente como para darse cuenta de que sus vidas estaban en peligro. Mirando a su reducido grupo pensó que aquella era la única conclusión posible.
—Parece que conduce a algún tipo de bar o de café o algo parecido, comandante. No hay rastro de animales.
Ryan, que había dejado atrás a Julie, Billy y Tony después de prometerles que volvería, llegó donde estaban sus compañeros. Antes había sacado su pistola 9 mm, había puesto un cargador, le había quitado el seguro y había hecho el gesto de ofrecérsela a Tony. Al notar el aliento a whisky, había cambiado de opinión y se la había cedido a Julie.
—Está lista para disparar, así que ten cuidado —le había dicho—. Eh, muchachos, ¿qué pasa? —les susurró a Jack y a Carl.
—Hay una salida ahí arriba —dijo Everett.
—Huelo a hamburguesas con queso —dijo Ryan, olisqueando—. Debe de ser el local de Julie, el Cactus Roto.
—Es un sitio tan bueno como otro cualquiera para salir de aquí de una vez. —Collins se ajustó el micrófono junto a la boca y le dijo en voz baja a los nueve hombres que quedaban—: Muy bien, escuchad, hemos encontrado una salida. Vamos, deprisa, e intentando hacer el menor ruido posible.
Ryan regresó hasta donde permanecían Julie y los demás, y les contó que estaban en casa.
—Después de ti, marinero —lo invitó Collins, sonriendo a Everett.
—Sí, seguro que la carne de un marine les sabe mucho mejor que la correosa carne del Ejército.
Everett se aproximó lentamente hasta el agujero y vio que había varias cuerdas colgando. Por allí debía de haber entrado alguno de los otros equipos, aunque en ese momento no recordaba que aquel fuera uno de los puntos de acceso. Luego se acordó de la señorita Dawes y de su hijo; por allí les habrían hecho entrar. Everett tiró de la primera cuerda y se alegró al ver que estaba bien sujeta; a continuación, comprobó la siguiente. Carl subió lentamente por ella. Cuando se encontraba a medio metro del agujero, sacó la pistola que llevaba en el hombro y echó un vistazo al exterior. Vio que arriba había una cocina. Distinguió los mostradores de acero inoxidable y los tarros, sartenes y platos rotos o abollados esparcidos por el suelo. Se quedó escuchando, atento a cualquier atisbo de movimiento, luego olisqueó el aire. El olor a grasa y café inundó sus fosas nasales. De pronto le llegó un sonido crujiente cuya procedencia no supo localizar. Siguió mirando por entre los restos de la cocina hasta que vio al causante del sonido y se quedó paralizado. Uno de los animales estaba encorvado en un rincón junto al horno; tenía en su poder a un hombre y lo estaba devorando lentamente. Everett miró mejor la escena y distinguió una Minicam de Canal 7 que colgaba de uno de los costados de la víctima. Carl hizo una mueca, volvió a dejar con cuidado la pistola de 9 mm en la funda del hombro y sacó una granada de las que llevaba enganchadas al cinturón. Presionó las cuerdas con las botas para mantener el equilibrio mientras quitaba la anilla. Lanzó rodando por el destrozado suelo la granada, que después de rebotar un par de veces se quedó a los pies del animal. Mientras la criatura ladeaba la cabeza con gesto curioso, la granada estalló. Everett se había vuelto a meter en el agujero y se sujetó fuertemente a la cuerda mientras sobre él y sobre sus compañeros que esperaban en el túnel caía una lluvia de polvo provocada por la explosión.