Mientras avanzaban en dirección a la luz que entraba por el agujero hacia el túnel, distinguieron las sombras y escucharon el característico sonido de los rotores. La brecha abierta en el suelo estaba siendo rodeada por, al menos, tres helicópteros de combate Apache Longbow AH-64D. El equipo de alicaídos soldados y miembros del Grupo Evento no podía haber imaginado un sonido más acogedor.
Dos delta usaron uno de los XM8 para apoyarse y sacar primero a los heridos y luego al resto de los hombres por la abertura. Una vez los demás estuvieron fuera, estos ayudaron a sacar a sus dos compañeros. Cuando el último sargento de los Delta salió del agujero, todos los miembros del equipo se dejaron caer sobre el suelo de la meseta mientras los Apaches seguían sobrevolando en círculos.
El piloto líder de los Apache e integrante del Grupo Evento durante los últimos ocho años, el suboficial jefe Brett Jacobson, observó cómo la unidad de túneles salía por el agujero. Contó rápidamente a los hombres que había en tierra y movió la cabeza hacia los lados con gesto de desazón, sabedor del número de efectivos con el que habían emprendido la misión.
—Los han hecho puré —dijo por su micrófono.
—Sí, y puede que la cosa continúe. Eche un vistazo, jefe —dijo sin perder la calma el tirador colocado en el morro del Apache.
El piloto volvió la vista y contempló con espanto que varios animales surcaban la arena a toda velocidad en dirección a las tropas que descansaban en la superficie; dos venían del norte y un tercero del este. Calculó que las criaturas avanzaban a unos noventa kilómetros por hora, emergiendo de la tierra como si fueran delfines, para controlar a su presa, y volviendo a zambullirse en la arena con la misma presteza con la que habían aparecido un momento antes.
—Dios mío. Depredador, tenemos hombres en cubierta y tres, repito, tres objetivos acercándose a su posición. Vamos allá —urgió al resto de su escuadra de ataque—. ¡En marcha, en marcha, en marcha!
Los otros dos Apaches rompieron la formación y se dirigieron hacia los veloces atacantes. Se colocaron a la misma altura y cada uno de ellos preparó el lanzamiento de dos misiles Hellfire; las armas guiadas por láser estaban preparadas para salir disparadas contra los objetivos identificados. Pero eso nunca llegaría a suceder, ya que dos de los animales salieron a la superficie y saltaron hacia el cielo. Los relativamente lentos Apaches eran objetivos fáciles; los dos chocaron contra uno de los dos, zarandearon al enorme helicóptero e impidieron que el láser del Hellfire localizara a sus objetivos. La segunda de las bestias se precipitó contra el fuselaje secundario del helicóptero y rebotó hasta caer en el suelo, donde se quedó un momento parada y algo confundida; luego se agitó y volvió a zambullirse otra vez en la arena. Los Hellfires habían memorizado la última posición que el localizador láser había asignado a los objetivos antes de ser inhabilitado, pero, para cuando los misiles impactaron contra el suelo, las veloces criaturas ya estaban a más de siete metros de distancia. Las cabezas de los misiles impactaron contra la llanura y provocaron que la arena saltara hasta una altura de treinta metros. El piloto recuperó el control lo suficiente como para poner de lado el helicóptero y mantener el Apache bajo su mando. Pero no se dio cuenta de que el primer animal seguía enganchado al tren de aterrizaje del Apache hasta que la bestia arremetió con sus garras contra la panza blindada de la aeronave, atravesándola.
El piloto jefe vio lo que estaba pasando y empujó hacia delante la palanca de mando de su aeronave. Su Apache avanzó hacia el animal suspendido. Su artillero alineó su mira hasta centrarlo sobre la bestia que colgaba de la parte inferior de su nave de apoyo, y los cañones de 30 mm comenzaron a abrir fuego. La ametralladora disparó balas antitanque que describieron una línea recta perfecta y alcanzaron repetidamente al animal en su enorme torso hasta cercenarlo del resto de su cuerpo. Lo que quedó de la criatura cayó los cien metros que la separaban de la superficie del desierto. Solo cuatro o cinco disparos desviados impactaron en el Apache.
—Eso seguro que no lo ponía en el manual de instrucciones —gritó emocionado el artillero.
Jacobson hizo girar su Apache y las ametralladoras dispararon contra las columnas de tierra arrojada por el aire que dejaban los talkhan a su paso. Un tercer animal se había unido a los otros dos en su ataque por tierra. Las balas explosivas impactaron contra la primera criatura cuando esta salió a la superficie. Los proyectiles de 30 mm atravesaron el blindaje, acabando con su vida y parándola en seco. A continuación, un Hellfire impactó contra la segunda, explotando medio metro delante del surco que se abría en la arena y lanzando al aire pedazos de color negro y púrpura.
Mientras el piloto tiraba de la palanca de mando, el tercer animal emergió de pronto a la superficie y salió disparado contra el Apache como si fuese un misil. El piloto miró horrorizado: todo parecía suceder a cámara lenta. La criatura iba a tal velocidad que el ordenador de a bordo la confundió con un proyectil enemigo y comenzó a lanzar bengalas de forma automática. El animal chocó contra la cabina con tanta fuerza que la mitad delantera del helicóptero se separó de la trasera, con lo que el oficial de armamento, los cañones y la mayor parte del sistema de control de fuego se precipitaron en caída libre los cien metros que restaban del suelo. Una lluvia de cristales cayó sobre el suboficial del Ejército mientras este intentaba mantener el control de la nave, que estaba empezando ya a descender en picado hacia el desierto. El Apache se estrelló contra el suelo ante la sobrecogida mirada de los hombres que estaban en tierra. Con el golpe, reventaron las ruedas y el compartimento de armamento que había en el lateral derecho del helicóptero. Los rotores se quedaron clavados en el suelo, partiéndose con el impacto. Jacobson recibió una oleada de tierra y de pedazos de metal mientras intentaba mantener el control. El Apache derrapó por la arena y el polvo; tras chocar con un pequeño promontorio y rebotar en el aire, los paneles de acceso y las armas alojadas en el compartimento izquierdo quedaron destruidos. El helicóptero se dio la vuelta y cayó de lado, deslizándose hasta detenerse por fin tras partirse por la mitad.
Dos sargentos de los Delta se adentraron en la nave derribada para intentar sacar a quien quedara con vida. Al acercarse vieron a Jacobson intentando liberarse de su arnés para escapar de allí mientras el combustible salía de los dos motores. El primer delta comenzó a cortar el arnés con un cuchillo mientras su compañero tiraba de Jacobson, quien les gritaba que se diesen prisa, pues veía cómo una de las olas de tierra y polvo se aproximaba a toda velocidad. Cuando consiguieron soltarlo y sacarlo del destrozado Apache, la criatura surgió de la superficie y saltó sobre los tres hombres, que consiguieron esquivarlo por cuestión de centímetros. El animal cayó contra lo que quedaba de la cabina y se quedó enganchado entre los cables y los cristales rotos. Un sargento de los Delta se detuvo, sacó la 9 mm y vació un cargador entero en la parte donde iba alojado el motor del Apache. La onda expansiva de la explosión derribó a los tres hombres: tal y como imaginaba el soldado, una de las balas había provocado una chispa. El combustible del helicóptero se prendió y el animal quedó atrapado dentro. Aun así, consiguió quitarse de encima los restos de la aeronave y comenzó a avanzar hacia los tres hombres que estaban tirados en el suelo boca abajo. Cincuenta impactos de bala alcanzaron a la ardiente criatura y la hicieron caer a pocos pasos de los tres hombres. Los supervivientes del equipo del túnel estaban allí y ayudaban ahora a que los hombres se pusiesen en pie. Después se alejaron de los restos del animal y del lugar del accidente por si alguna otra criatura seguía los mismos pasos que la que acababan de derribar.
El otro Apache atacado también estaba descendiendo. Las terminaciones nerviosas del animal que habían tiroteado seguían funcionando y el brazo y la garra habían continuado moviéndose y habían destrozado los conductos de combustible y las correas de los rotores de cola, imposibilitando el empuje que la nave necesitaba para contrarrestar el par de fuerza del rotor principal, con lo que el helicóptero se había puesto a girar sobre sí mismo de forma descontrolada. El sonido de las turbinas se redujo drásticamente tras estrellarse contra el suelo. El Apache rebotó una vez, destrozando los tres dispositivos de aterrizaje. Luego giró sobre sí mismo, ladeándose hasta que las aspas chocaron contra las rocas y los fragmentos de metal saltaron en todas direcciones.
Del tercer Apache solo quedaban unos cuantos restos humeantes a lo lejos.
Las tropas que quedaban sobre el terreno habían visto lo sucedido en el aire. Ahora, por lo menos veinte animales más se acercaban hacia su posición a toda velocidad. Todos, incluido Jacobson, el piloto herido, se quedaron en silencio mirando cómo las criaturas surcaban la superficie hacia ellos formando una enorme nube de polvo. Jacobson, pese a tener una pierna rota, se puso lentamente en pie y desenfundó la 45 automática que llevaba en el hombro. El resto de sus compañeros empuñaron las armas y se quedaron esperando.
Desde el monitor instalado en la Casa Blanca, el presidente y los miembros del Consejo de Seguridad Nacional observaban cómo los animales surgían de la superficie en los últimos metros y cómo una nube de polvo cubría a los supervivientes del equipo de túneles y al piloto que los había salvado en primera instancia, y que había sido luego rescatado por ellos. Cuando la nube de polvo se disipó un instante después, sobre el terreno no quedaba ningún hombre y lo único que se veía era un gran agujero en el lugar donde habían presentado la última batalla.
El presidente agachó la cabeza mientras el resto de los presentes cerraba los ojos para no seguir viendo aquella imagen.
Sam Fielding se ajustó los prismáticos y revisó la zona que había debajo de ellos en busca de cualquier signo de vida tras la valiente resistencia llevada a cabo a campo abierto por el equipo de túneles. El coronel apretó la mandíbula cuando vio salir a la superficie a otro de los equipos a unos ochocientos metros de distancia del que acababa de ser masacrado. Luego cambió de posición y vio que ya habían sido avistados por los animales. Al menos tres de las criaturas se dirigían ya hacia ellos desde el punto en el que se encontraban, a unos tres kilómetros de distancia.
—Señor —dijo Lisa, que estaba a su lado—, tengo al coronel Jessup en la radio pidiendo permiso para cubrir a ese equipo.
—Dígale que permiso denegado. Tengo preparada una pequeña sorpresa para esos hijos de puta. Dígale que mantenga la posición durante los próximos dos minutos. Voy a darles un poco más de tiempo —contestó Fielding mientras bajaba los prismáticos. Se quedó mirando a Lisa y le dijo—: Venga, venga.
Lisa se dio la vuelta y corrió hasta la tienda, consciente de que los pilotos iban a cagarse en todo por radio ante la orden de que se quedaran sin hacer nada mientras el equipo que estaba en la superficie era hecho pedazos.
Sam Fielding sabía que los cazas no tenían tiempo suficiente para cubrirlos, ni los helicópteros para aterrizar y subir a bordo a los supervivientes antes de que llegaran esos bichos. Iba a darles el tiempo que necesitaban con algo que había tenido la previsión de poner en el aire.
Alzó la vista al oír el sonido de los motores. El avión de control y vigilancia aérea, o AWACS, estaba allí y Fielding sabía que el enorme 707 había cubierto el desierto y que estaba enviando la posición de las feroces criaturas. Esbozó una sonrisa y se dirigió a la tienda de mando.
Lisa intentaba calmar a Jessup y al resto de los indignados pilotos de los Blackhawk cuando el coronel le ordenó que contactara con su artillero de campo, cuyo distintivo era Pistolero.
El comandante de los tres obuses autopropulsados M109A6 Paladin recibió una llamada del mando del Escenario Uno.
—Aquí Pistolero. Afirmativo, estamos siguiéndolos a través de la transmisión GPS de las Fuerzas Aéreas. Preparados para abrir fuego, cambio —dijo el capitán en el Paladin líder.
—Fuego a discreción, capitán —oyó decir por radio a Fielding.
—Prepara Excálibur para disparar —ordenó el capitán desde su asiento de mando.
El cargador abrió la compuerta de la munición automática y colocó una pieza de artillería recién llegada del campo de pruebas de Aberdeen y que nunca había sido probada anteriormente. El proyectil Excálibur pesaba unos veinte kilos y tenía unos curiosos alerones plegados en la parte de atrás que habrían hecho pensar a cualquier experto del mundo que aquello no podía tratarse de una pieza de artillería.
El proyectil fue cargado en el cañón M284 e inició inmediatamente la comunicación con el sistema informático de control de fuego del Paladin. Constantes actualizaciones eran remitidas al obús acerca de su objetivo, y en función de eso, los alerones, que estaban plegados aún contra el elegante proyectil, se ajustarían de forma automática una vez abandonara la lanzadera. La información era transmitida desde un satélite militar al avión de control y vigilancia aérea y desde ahí a la pequeña antena en forma de plato que había colocada sobre el extraño tanque.
—¡Fuego!
De los tres cañones de 155 mm de los Paladin salió fuego y humo al tiempo que lanzaban tres proyectiles inteligentes de geoposicionamiento en dirección al trío de objetivos móviles. Los Paladin comparaban los datos de su propio sistema de posicionamiento global con la información que recibían del AWACS, que recibía a su vez las señales de las vibraciones que producían los animales y que era registrada por el RDV, lanzado sobre la superficie del valle con anterioridad. Tal y como le había comunicado el jefe de tanque, los objetivos estaban absolutamente marcados.
Tras atravesar la boca del cañón, los alerones se liberaron de la ojiva exterior y empezaron a llevar a cabo los diminutos ajustes de ángulo que desplazaban a los proyectiles un poco más a la izquierda o un poco más a la derecha en función del cambio de posición de cada uno de sus objetivos. Venía a ser lo mismo que la peor pesadilla de cualquier enemigo: una bala inteligente.
El maltrecho equipo que acababa de salir a la superficie vio cómo uno de los animales se separaba de los otros dos, que se mantenían unidos en formación con el rumbo puesto directamente hacia ellos. Simultáneamente, los soldados se pusieron de pie y apuntaron con sus armas a las columnas de polvo y arena que provocaban las olas que estaban ya a menos de setenta metros.