—¿Te encuentras mejor, Palillo? —preguntó Gus.
Jack se giró y miró al viejo. Este se le quedó mirando y sonrió.
—¿Palillo, así es como se llama?
—Más o menos, así es como lo llamo yo. Puede hablar igual que nosotros —dijo Gus—, pero ahora se ha emperrado en no decir nada. A veces me habla directamente a mí: «charla cerebral» lo llamo yo.
Jack se acercó hasta donde estaba Mendenhall, que había retirado la sábana sucia que cubría el cadáver del Gris, que seguía allí en el suelo.
—Qué feo es el hijo de puta, comandante —exclamó Mendenhall, sin que nadie le hubiera preguntado.
Jack se fijó en los agresivos rasgos del Gris y los comparó con los suaves del pequeño Verde. Al igual que le pasaba a Gus, no creía que el pequeño ser tuviera una imaginación capaz de haberse inventado todo aquello que contaba. Le pareció que aquellas dos razas eran tan distintas de temperamento como de aspecto.
—No es de las que te llevarías a casa a presentarle a tu madre, ¿eh, sargento? —Jack se giró hacia Gus—. ¿Este ser tenía las mismas capacidades telepáticas que su amigo, señor Tilly?
—No lo invité a tomar una cerveza y a charlar precisamente, así que no se lo puedo decir.
Collins se giró y miró al alienígena, que estaba sentado sobre la vieja cama, con la espalda apoyada en la pared. Los pequeños ojos se entrecerraron y la boca formó una línea completamente recta. Luego miró a Gus y los gestos se suavizaron; luego volvió a mirar a Collins.
—Destructor, ¿alimentando? —dijo el zumbido en forma de voz. Era como escuchar a través de una almohada mojada a alguien que estuviese hablando a través de un sintetizador.
—Sí, se está alimentando —contestó Collins tras superar el desconcierto provocado por la voz del visitante.
Crías, crías, crías, crías
. Esta vez cerró los ojos y habló tan solo con Gus a través de la telepatía.
—Palillo dice que ha puesto unos pequeños monstruos, «crías» las llama —les tradujo Gus, con un gesto de dolor—. Cuando me habla así me produce un dolor de cabeza terrible, hasta me llega a sangrar la nariz y todo. Palillo, habla como las personas… —Gus se contuvo y añadió—: Usa tu voz.
—Entonces es cierto, es capaz de proyectar el pensamiento —dijo Jack.
—Si lo quiere llamar así… —contestó Gus.
—Palillo, este es el coronel Sam Fielding, del Ejército de los Estados Unidos —le dijo Collins con mucha delicadeza al pequeño ser mientras elevaba una ceja ante la respuesta de Gus, quien por su parte agachó la mirada, consciente de que había sido un tanto brusco con el comandante.
El coronel dio un paso al frente, sonrió de forma un tanto extraña al alienígena y a punto estuvo de saludarlo militarmente, de hecho llegó a hacer el amago con la mano, pero luego, avergonzado, se quedó mirando al resto de los presentes en la habitación y volvió a bajar el brazo.
Collins sonrió.
—Yo soy el comandante Jack Collins. ¿Sabías que tu raza había estado aquí antes? —Collins se agachó y se quedó observando al alienígena.
Palilo miró a un hombre y luego al otro, todavía algo confundido. Luego miró a Gus y después al chico, y se quedó sin decir nada.
—Hace más de cincuenta años —continuó Collins—. Creo que vas a hablarnos de una facción dentro de tu especie que pretende arrebatarnos este planeta.
El alienígena clavó la mirada en el comandante.
—Esa parte de tu sociedad ha decidido acabar con la vida en este planeta con esa cosa que tú llamas el Destructor, ¿estoy en lo cierto? —preguntó Collins.
—Los que nos hicieron estrellarnos… en vuestro mundo con el Destructor, nos atacaron. —Cerró los ojos y se quedó pensando—. Hicieron daño… a nuestra nave.
Collins asintió.
—Un ser igual que tú le contó una historia muy parecida a un hombre hace mucho tiempo. —Jack se sentó al pie de la cama—. El ser que era igual que tú le dijo que aquello podría volver a suceder. ¿Por qué han esperado todo este tiempo?
Todos se quedaron mirando cómo los ojos del alienígena se abrían más y más. Agachó su enorme cabeza y luego la alzó. Había entendido lo que le decía.
—Talkhan, el Destructor, hiberna. ¿Tenéis aquí animales… que duermen durante largos períodos? —preguntó, observando a cada uno de los presentes. Collins se dio cuenta de que estaba temblando, quizá temeroso de que le echaran la culpa de la situación en la que se encontraban.
—Sí, tenemos animales que hibernan —contestó Jack.
—La raza del Destructor se despierta cincuenta años en su mundo… Cogemos al Destructor para que le sirva a los Amos en otro mundo, es una forma fácil de…
Los hombres estaban todos contemplando al pequeño ser, esperando a que acabara de hablar, pero el alienígena tenía la vista fija en Billy.
—Palillo, no te pares ahora, sigue contándoles —dijo Gus.
Palillo tragó saliva, dejó de mirar a Billy y se quedó mirando a la ventana de la cocina.
—Es… una forma fácil… de limpiar vuestro planeta. Los Grises usan… al animal para limpiar de vida planetas sin explotar para utilizarlos para extraer… sus recursos y… crear asentamientos. El Destructor extermina al hombre y… a toda forma de vida en este… mundo —dijo con tristeza, dirigiendo la mirada al vaso de cristal—. Llevábamos el animal a otro mundo, no a este. El Gris nos atacó y nos hizo venir aquí.
—¿Los de tu especie estáis en contra de esta acción? —preguntó Fielding.
Palillo alzó sus grandes ojos y parpadeó.
—Nosotros enseñamos y trabajamos con las máquinas… Nosotros somos… ¿obreros? ¿Es así como… lo decís? Los de mi especie… tenemos miedo y… no podemos… hacer mucho —se lamentó mientras movía la cabeza hacia los lados—. Quiero ayudar… —Extendió los dedos hacia la pequeña cocina. A continuación, se levantó lentamente de la cama, se puso de pie y con tembloroso paso se encaminó hacia la ventana—. Es demasiado tarde, ya vienen las crías. No se puede parar, pero la cría tiene crías en doce… —Se llevó un dedo junto a la boca y se quedó pensando—. La cría tiene crías en doce… horas. Luego, más crías. —Siguió moviendo la cabeza hacia los lados con gesto de preocupación—. Y más crías, crías más inteligentes, inteligentes crías más. —Se quedó observando el suelo, incapaz de mirar a la cara a los presentes.
—¿Cuántas crías habrá ahora mismo, Palillo? —preguntó Jack.
—Unas cien, un poco más, puede que ciento veinte, ¿depende de la fuente de alimentación? Sí, de la cantidad de animales que tengan para alimentarse.
—¿Cuánta comida son trescientas cabezas de ganado y unos cuantos motoristas? —preguntó Fielding en voz alta—. Yo diría que se han pegado un buen banquete de bienvenida a la Tierra.
Jack se acercó hasta la ventana y apoyó su mano en el hombro del ser.
—Necesitamos tu ayuda.
Palillo levantó la vista y se quedó mirando a Jack.
—Si el Destructor y las crías mueren, los Grises no se detendrán. Este planeta es suyo. No podemos ayudar mucho a los de vuestra especie. Somos profesores… médicos… criados. El Gris pronto se cansará de la lucha y vendrá aquí. No podréis detener eso.
—Primero tenemos que detener a ese animal. ¿Puedes venir con nosotros? —preguntó Jack.
Palillo caminó unos pasos hasta donde estaba Billy y se lo quedó mirando: abrió y cerró los ojos varias veces y luego sonrió al muchacho y le tocó en el hombro. Luego, observó el casco negro que Mendenhall había dejado encima de la mesa de la cocina.
—Palilo y Billy os ayudaremos.
—Estupendo, entonces nos vamos…
—Quiero un casco de soldado —dijo, llevando la vista al casco que había encima de la mesa y mirando luego a Billy.
—Sí, un casco —dijo Billy con gesto desafiante.
—Es un negociador muy duro —comentó Fielding.
—Es un precio muy alto, pero está bien, trato hecho —dijo Jack, con toda la seriedad de la que fue capaz.
Palilo se acercó hasta Gus y le dio la mano, luego señaló la fotografía en la mesita al lado de la cama en la que aparecía Gus de uniforme.
—Gus, luchar con Palilo, hacerse joven otra vez —dijo sin dejar de señalar la vieja fotografía en blanco y negro.
—Me parece que ha sido usted reclutado, señor Tilly —dijo Jack.
Gus Tilly se quedó mirando la fotografía y luego miró al resto de los presentes.
—Supongo que llamar ahora a mi congresista no será lo más adecuado, ¿no?
Los tres soldados contestaron que no con la cabeza.
Chato's Crawl, Arizona
9 de julio, 13.40 horas
Julie Dawes se había visto obligada a pedirle ayuda a Tony, que estaba sobrio porque había vuelto a perder su camioneta la noche anterior y no había sido capaz de regresar al bar. Ahora se ocupaba de servir las mesas para poder dar abasto con la cantidad de gente que había llegado con el Ejército. Juan y Carmella estaban detrás de la barra ayudando con los platos. Julie también le había pedido a Hal Whikam, que trabajaba de barman los fines de semana y de gorila siempre que hacía falta, que se encargara de la cocina mientras ella tomaba los pedidos.
Hal el Grandullón tenía la barba roja y llevaba puesta una de sus muchas camisetas con frase ingeniosa. La de ese día hacía referencia a Star Trek y decía: «Kirk está por encima de Picard y a Janeway la tengo justo debajo». No era tan graciosa como otra que decía: «Solo Dios puede perdonar a Osama Bin Laden, pero solo un marine puede hacer que se conozcan». Hal era tan grande que casi no cabía en la camiseta. No es que estuviese gordo, es que era un gigantón. Julie sabía que nadie iba a dar problemas en el Cactus Roto, porque el exmarine sabía hacer que nada se descontrolara, y si había un día en que eso podía suceder, sin duda era aquel.
El Ejército había empezado a reunir a todos los periodistas, cámaras y turistas, y gracias a Dios, la mayoría habían sido sacados del pueblo en autobús, pero, como allí había comida y bebida, el Cactus Roto se había convertido de forma natural en el punto de encuentro de la localidad donde esperaban el próximo turno todos los que tenían que ser evacuados de la zona de cuarentena.
La mayoría de la gente del pueblo estaba sentada en las veintidós mesas rinconeras que había en la cafetería, mirando los sucesos que se desarrollaban delante de sus ojos. Casi todos estaban atónitos escuchando cómo los corresponsales gritaban por los teléfonos móviles explicando a sus productores el lío en el que estaban metidos. Mientras tanto, los cámaras grababan todas las imágenes que podían, lo que por supuesto suponía iluminar con potentes luces las caras de otros periodistas. Entonces, a la 1.45 de la tarde, la cobertura telefónica en el valle fue interrumpida. El teniente Jason Ryan acababa de colocar el último inhibidor que impedía cualquier comunicación. Así que lo único que se oía ahora era a unos treinta periodistas maldiciendo al mismo tiempo a su compañía de telefonía móvil por la pérdida de señal.
Ryan había vuelto a entrar dos veces desde la mañana y había anunciado que estaban en estado de cuarentena debido a un brote de brucelosis en el valle. Cuando le bombardearon a preguntas, Ryan explicó muy seriamente que Thomas Tahchako había perdido casi todo su ganado, y que cabía la posibilidad de que la enfermedad se extendiese más allá del valle y pudiera contagiarse incluso a seres humanos. Julie había presenciado cómo, sin perder la calma en medio de la lluvia de protestas y preguntas, había repartido unas cuantas copias de un comunicado de prensa. La dueña del bar había visto también cómo la había mirado y le había sonreído antes de marcharse de nuevo. Esa sonrisa había hecho que se le pusiese la carne de gallina, como si fuera una colegiala, cosa que hacía años que no le pasaba. Hacía mucho tiempo que nadie le hacía sentir así.
Julie, aunque agradecida, andaba un poco desbordada por todo el trabajo extra, pero eso no quitaba que en el desierto estuviera sucediendo alguna cosa. Tenía ganas de que llegara la orden de que cerrara y se dirigiera a alguno de los autobuses que se suponía que tenían que llegar en cualquier momento. Estaba pendiente en todo momento de ver si Billy aparecía por entre toda aquella aglomeración de desconocidos; ya hacía varias horas que se había marchado. Tenía la esperanza de que estuviese en algún lugar dentro del pueblo.
—Hola —dijo un hombre levantando la voz y arrimándose a la barra, con un pie apoyado en el taburete.
Julie miró al lugar de donde venía la voz y vio al desconocido sonriéndole. Era un hombre atractivo, debía de tener o treinta años largos o cuarenta y pocos. Su pelo era rubio y peinado hacia atrás. Las gafas pequeñas y circulares le daban una apariencia de ratón de biblioteca que estaba muy de moda en aquella época. Llevaba unos pantalones Levi's y una camisa vaquera de color azul.
—Hola —contestó alzando también la voz, mientras se acercaba y abría su libreta de pedidos.
—¿Está esto siempre tan concurrido? —preguntó el hombre, sonriendo y señalando a los periodistas.
Julie miró a un cámara que la enfocaba con una Minicam a menos de medio metro de la cara y que la deslumbraba con el foco. Reconoció al periodista que iba con él: era ese pesado de Kashihara, de Phoenix. Estaba grabando tomas sueltas e iba hablando al micrófono para matar el tiempo hasta que les dejaran irse, cosa que Julie había oído que no iba a pasar de momento. Entrecerrando los ojos, Julie lanzó hábilmente uno de los trapos de cocina sobre la lente de la Minicam.
—Eh, ¿qué haces? —dijo el cámara.
—Señora, acaba de arruinar una bonita toma —dijo Kashihara, alzando la voz.
El desconocido de la barra se plantó delante del periodista y le dijo:
—Parece que a la señora no le gusta que la graben como si estuviera en un escaparate, y a mi jefe tampoco le gustará nada verme aquí, se supone que debería estar trabajando. Váyase a jugar a otro sitio. —Luego le dio la vuelta y le propinó un elegante empujón.
—¿Quién demonios es usted, su padre? —preguntó Kashihara mientras se alejaba y proponía a su cámara marcharse a la heladería de enfrente, que parecía más tranquila.
—Gracias —dijo Julie, alzando la voz para que se la pudiera oír en medio del bullicio del concurrido bar. Sonrió al recién llegado y dijo—: ¿Qué desea?
El hombre miró alrededor y luego se acercó más, apoyando las dos manos en la barra, y dijo:
—Agua y un sándwich de jamón y queso, por favor.
—Tendrá que ser con pan blanco, se ha acabado el integral.
—Blanco está bien.