Eterna (18 page)

Read Eterna Online

Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
13.4Mb size Format: txt, pdf, ePub


¡Hijito!
—exclamó—. Hijo mío, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué estoy así…? ¿Qué me estás haciendo?

Todo eso lo golpeó como un martillazo en la frente: su desnudez, la locura, la culpa, el horror…

—¡No! —gritó, y metió su mano temblorosa por los barrotes para cerrarle la visera de inmediato. Y tan pronto lo hizo, Gus se sintió liberado como por una mano invisible. Y la risa del Amo estalló en el casco. Gus se tapó los oídos, pero la voz continuó retumbando en su cabeza hasta desaparecer como un eco.

El Amo pretendía sostener una conversación prolongada, para dar con su paradero y enviar a su ejército de vampiros para que acabaran con él.

Era solo un truco. «¡Con mi madre no te metas, cabrón! Solo es un truco». Él sabía que no se puede pactar con el diablo. «“Vivirás como un rey”. ¡Muy bien! Como el rey de un mundo devastado». Como el rey de la Nada. Pero allá en el sótano, él se sentía vivo. Un agente del caos. «Caca grande». La mierda en la sopa del Amo.

El desvarío de Gus fue interrumpido por el ruido de unas pisadas en los túneles. Se acercó a la puerta y vio una luz artificial que venía del otro lado de la esquina.

Fet entró, seguido de Goodweather. Gus había visto a Fet un par de meses atrás, pero llevaba bastante tiempo sin tener noticias del doctor, que tenía peor aspecto que nunca.

Ellos no conocían a la madre de Gus; ni siquiera sabían que él la mantenía allí. Fet fue el primero en verla, y se arrimó a los barrotes. El casco lo siguió. Gus les explicó la situación y les dijo que todo estaba bajo control; que ella no era una amenaza para él, para sus amigos ni para la misión.

—¡Santo Cristo! —exclamó el exterminador—. ¿Desde cuándo?

—Desde hace mucho —respondió Gus—. Pero no me gusta hablar de eso.

Fet se movió a un lado, viendo cómo el casco lo seguía.

—¿Ella no puede ver?

—No.

—¿El casco funciona? ¿Bloquea al Amo?

—Eso creo. Además, ella ni siquiera sabe dónde está…, es un asunto de triangulación. Ellos necesitan la vista y el sonido, y algún tipo de función dentro del cerebro para conectarse contigo. Yo mantengo uno de esos sentidos bloqueado todo el tiempo: sus oídos. La lámina de la cara le impide ver. Es su cerebro de vampiro y su sentido del olfato lo que te detecta.

—¿Con qué la alimentas? —le preguntó Fet.

Gus se encogió de hombros. La respuesta era obvia.

—¿Por qué la mantienes aquí? —inquirió Goodweather.

—Creo que eso no es de tu puta incumbencia, doctor… —respondió Gus, visiblemente molesto.

—Se ha ido. Esa cosa no es tu madre.

—¿Realmente crees que no lo sé?

—No hay razón para mantenerla. Necesitas liberarla. Ahora… —sentenció Goodweather.

—No necesito hacer nada. Es mi decisión. Mi
madre
.

—Ya no es así, no lo es. Si descubro que mi hijo ha sido convertido, lo liberaré. Yo mismo lo liquidaré, sin dudarlo un instante.

—Ella no es tu hijo, y tampoco es asunto tuyo.

Gus no alcanzaba a distinguir con claridad los ojos de Goodweather en la penumbra. La última vez que se habían visto, Gus notó que él estaba bajo el efecto de los estimulantes. El buen doctor se automedicaba antes, y dedujo que también ahora.

Gus le dio la espalda y se dirigió a Fet, interrumpiendo la conversación con el médico.

—¿Cómo han ido tus vacaciones,
hombre
?

—Ah, divertidas. Muy relajantes —dijo Fet—. Bueno, en realidad no; ha resultado ser una búsqueda inútil, pero con un final interesante. ¿Y cómo van los combates en las calles?

—Hago todo lo que puedo para mantener la presión. Es el Programa Anarquía, ¿sabes? El Agente Sabotaje acudiendo al servicio cada maldita noche. Quemé cuatro guaridas de vampiros la semana pasada. Una semana antes volé un edificio. Nunca supieron quién los atacó. Guerra de guerrillas y sucios trucos de mierda. Luchar contra el poder,
manito
.

—Lo necesitamos. Cada vez que hay una explosión en la ciudad, una columna de humo o que se levanta el polvo en medio de la lluvia, la gente se da cuenta de que todavía quedamos algunos para defendernos. Es otra cosa que los vampiros tienen que explicar.

Fet se acercó a Goodweather.

—Eph destruyó el Hospital Bellevue ayer. Hizo detonadores con tanques de oxígeno.

—¿Qué estabas buscando en el hospital? —le preguntó Gus, dándole a entender a Eph que estaba al tanto de su pequeño y sucio secreto.

Fet era un luchador, un asesino como Gus. Goodweather era más complicado, y lo que necesitaban ahora era simplicidad. Gus no confiaba en él.

—¿Recuerdas al Ángel de Plata? —preguntó, dirigiéndose a su colega.

—Claro que sí —respondió Fet—. El viejo luchador.

—El Ángel de Plata. —Gus se besó el pulgar y honró la memoria del luchador levantando el puño—. Entonces llámame de ahora en adelante el Ninja de Plata. Mis movimientos te harían girar la cabeza con tal rapidez que se te caería todo el pelo. Dos amigos y yo descuartizamos que no te lo creerías.

—Ninja de Plata. Me gusta.

—Asesino de vampiros. Soy una leyenda. Y no descansaré hasta que todas sus cabezas cuelguen de estacas por todo Broadway.

—Todavía están colgando cadáveres en las señales de tráfico. Les encantaría tener el tuyo.

—Y el tuyo. Ellos creen que son malos, pero yo soy diez veces más peligroso que cualquier chupasangre.
¡Vivan las ratas!

—Quisiera tener a una docena como tú —aprobó Fet con una sonrisa, y estrechó la mano de Gus.

Gus hizo un gesto con la mano.

—Si consiguieras una docena como yo, terminaríamos matándonos entre nosotros.

G
us los condujo al sótano del Buell Hall, donde Fet y Goodweather depositaron la nevera Coleman. Luego los llevó por un túnel a la biblioteca Low Memorial, y a continuación subieron a las oficinas administrativas para llegar hasta el tejado del edificio. La tarde, ya avanzada, era fresca y oscura, sin lluvia; solo una nube de hollín de un negro inquietante se extendía sobre el río Hudson.

Fet abrió la nevera, dejando al descubierto dos atunes magníficos sobre el poco hielo que había logrado conseguir en la bodega del barco ruso.

—¿Tenéis hambre? —preguntó Fet.

Comerlos crudos era lo más natural, pero Goodweather les impartió algunos consejos médicos, insistiendo en la necesidad de cocinarlos debido a los cambios climáticos que alteraban el ecosistema del océano: nadie sabía qué tipo de bacterias letales podía contener el pescado crudo.

Gus sabía que podría conseguir una parrilla de camping decente en el departamento de catering, y Fet le ayudó a traerla. Goodweather fue enviado a conseguir antenas de automóviles para utilizarlas como brochetas. Encendieron el fuego a un lado del Hudson, ocultos entre dos grandes ventiladores de techo que impedían ver la llama desde la calle y desde la mayoría de los tejados vecinos.

El pescado se asó bien. La piel estaba crujiente y la carne rosada y caliente. Después de unos cuantos bocados, Gus se reanimó de inmediato. Sentía un apetito voraz a todas horas, y era incapaz de resignarse a que la desnutrición lo afectara física y mentalmente. El festín de proteínas lo recargó. Quiso salir a la luz del día para hacer otra incursión.

—Entonces —propuso Gus, con el sabor de la carne caliente en su lengua—, ¿cuál es el motivo de esta fiesta?

—Necesitamos tu ayuda —explicó Fet. Mientras le contaba lo que sabían de Nora, su semblante adquirió un aire grave e intenso—. Tiene que estar en el campamento de extracción de sangre más cercano, al norte de la ciudad. Necesitamos sacarla de allí.

Gus miró a Goodweather, que supuestamente era el novio de Nora. El médico le devolvió la mirada, pero de un modo velado, sin el mismo ardor con que lo había hecho Fet.

—Una tarea difícil —señaló Gus.

—La más difícil. Tenemos que movernos tan pronto como sea posible. Si descubren quién es, y que ella nos conoce… será malo para ella y peor para nosotros.

—Estoy listo para el combate, pero no me malinterpretéis. Procuro ser estratégico estos días. Mi trabajo no consiste únicamente en sobrevivir, sino en morir como un ser humano. Todos conocemos los riesgos. ¿Vale la pena rescatarla? Es simplemente una pregunta, compañeros.

Fet asintió, viendo cómo las llamas acariciaban las brochetas de pescado.

—Entiendo tu punto de vista. En esta etapa, es como decir: ¿por qué hacemos esto? ¿Estamos tratando de salvar al mundo? El mundo ya ha desaparecido. Si los vampiros desaparecieran mañana, ¿qué haríamos nosotros? ¿Reconstruir? ¿Cómo? ¿Para quién? —Se encogió de hombros y miró a Goodweather en busca de apoyo—. Quizá algún día. Hasta que el cielo no se aclare, sería una batalla por la supervivencia sin importar quién domine este planeta.

Fet hizo una pausa para quitarse unas migajas de atún del bigote.

—Podría darte muchas razones. Pero, para abreviar, estoy cansado de perder gente. Vamos a hacer esto contigo o sin ti.

—No he dicho que lo hagáis sin mí —aclaró Gus, agitando la mano—. Solo quiero que reflexionéis. El doctor me cae bien, mis chicos volverán pronto. Entonces podemos armarnos.

Gus tomó otro pedazo de atún caliente.

—Siempre quise atacar una granja. Lo único que necesitaba era un pretexto.

—Guarda un poco de comida para los chicos —le recomendó Fet, lleno de gratitud—. Les dará energía.

—¡Diablos! Este pescado sabe mucho mejor que la carne de ardilla. Apaguemos el fuego. Tengo que enseñaros algo.

Gus envolvió el pescado en papel para guardárselo a sus
hombres
y apagó las llamas con el hielo derretido. Los condujo a través del edificio y por el campus vacío al Buell Hall, y se internaron en el sótano. Gus había conectado una bicicleta estática a un puñado de cargadores de batería en una pequeña habitación. Un escritorio contenía una gran variedad de dispositivos rescatados del departamento de audiovisuales de la universidad, incluyendo los últimos modelos de cámaras digitales con lentes de largo alcance, una unidad multimedia, y algunos monitores pequeños y portátiles de alta definición; objetos que ya no se fabricaban.

—Algunos de mis muchachos han estado grabando nuestros ataques y trabajos de reconocimiento. Sería una propaganda útil, si encontramos la manera de trasmitirla. También hemos adelantado tareas de inteligencia. ¿Conocéis el castillo que hay en Central Park?

—Por supuesto —respondió Fet—. Es la guarida del Amo. Está rodeado por un ejército de vampiros.

Goodweather se sentía intrigado, y se acercó al monitor de siete pulgadas, mientras Gus lo alimentaba con un cargador de baterías y le conectaba una cámara.

La pantalla se encendió, con un color verde y negro viscoso.

—Lentes de visión nocturna. Encontré un par de docenas en las cajas de un coleccionista de videojuegos. Son compatibles con un teleobjetivo. No es la combinación perfecta, lo sé, y la calidad es básicamente una mierda, pero seguid mirando…

Fet y Goodweather se agacharon para ver mejor la pantalla. Poco después, las figuras oscuras y fantasmales de la imagen comenzaron a tomar forma.

—Es el castillo, ¿lo veis? —explicó Gus, contorneando su forma con el dedo—. Las bases de piedra, el lago. Y aquí, el ejército de vampiros.

—¿Desde dónde grabaste eso? —preguntó Fet.

—Desde el tejado del Museo de Historia Natural. Fue lo más cerca que pude llegar. Tenía la cámara sobre un trípode, como un francotirador.

La imagen del parapeto del castillo se estremeció con fuerza, mientras el zoom alcanzaba la máxima apertura.

—Aquí está —señaló Gus—. ¿Lo veis?

A medida que la imagen volvía a estabilizarse, una figura emergió en la cornisa del parapeto. Los integrantes del ejército, que se encontraban abajo, giraron la cabeza hacia la figura en un gesto de absoluta lealtad colectiva.

—¡Mierda! —exclamó Fet—. ¿Es el Amo?

—El Amo es más pequeño —aclaró Goodweather—. ¿O acaso la perspectiva está desenfocada?

—Es el Amo —recalcó Fet—. Mira a los zánganos de abajo, moviendo la cabeza en su dirección. Como girasoles ante la luz del sol.

—Ha cambiado. Está en otro cuerpo —comentó Eph.

—Debe de haberlo hecho —insinuó Fet, con la voz llena de orgullo—. Al fin y al cabo, el profesor llegó a herirlo. Debía hacerlo. Yo estaba seguro. Lo hirió de tal modo que lo obligó a tomar otra forma. —Fet se enderezó—. Me pregunto cómo lo habrá hecho.

Gus vio a Goodweather totalmente absorto en la imagen difusa y movediza que revelaba el nuevo aspecto del Amo.

—¡Es Bolívar! —afirmó Eph.

—¿Qué es eso? —preguntó Gus.

—No
qué
, sino quién: Gabriel Bolívar.

—¿Bolívar? —preguntó Gus, escudriñando en su memoria—. ¿El cantante?

—El mismo —señaló Goodweather.

—¿Estás seguro? —preguntó Fet, sabiendo exactamente a quién se refería el médico.

—La imagen está muy borrosa, ¿cómo puedes saberlo?

—Por su forma de moverse. Tiene algo de su esencia. Te digo que es el Amo.

Fet se acercó para mirar.

—Tienes razón. ¿Por qué Bolívar? Tal vez el Amo no tuvo tiempo de elegir. Quizá el profesor lo golpeó tan fuerte que tuvo que cambiar de cuerpo de inmediato.

Mientras Goodweather seguía mirando la imagen, otra forma difusa se unió al Amo en el parapeto. El médico pareció quedarse petrificado, y luego comenzó a temblar como si tuviera escalofríos.

—Es Kelly —indicó.

Dijo esto con autoridad, sin asomo de duda.

Fet retrocedió un poco para percibir mejor la imagen.

—¡Jesús! —exclamó Gus, dando a entender que también estaba convencido de la nueva apariencia del Amo.

Goodweather apoyó una mano en la mesa y su semblante adquirió el tono de la cera. Su esposa vampira estaba sirviendo al lado del Amo.

Y luego apareció una tercera figura, más pequeña y delgada que las anteriores. Se veía incluso más oscura.

—¿Veis eso? —preguntó Gus—. Tenemos a un humano viviendo entre los vampiros. Y no solo con ellos, sino con el Amo. ¿A que no adivináis quién es?

Fet se quedó de una pieza. Esta fue la primera señal que le permitió entrever a Gus que algo grave sucedía. Luego Fet se dio la vuelta para observar la reacción del doctor Goodweather.

El médico se retiró de la mesa. Sus piernas cedieron y se desplomó en el suelo. Sus ojos seguían fijos en la imagen borrosa. Le ardía el estómago, que súbitamente se llenó de ácido. Le tembló el labio inferior y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Other books

Zero's Return by Sara King
Sweet Silver Blues by Glen Cook
Winter's Touch by Hudson, Janis Reams
Snowfall by Sharon Sala
Accursed by Amber Benson
Hush: Family Secrets by Blue Saffire
Blue Skies Tomorrow by Sundin, Sarah
Bittersweet Hate by J. L. Beck