Eterna (11 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
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La búsqueda continuó en dos frentes: el
Lumen
, que contenía el secreto del Sitio Negro en sus páginas con sobrecubierta de plata, y Ephraim Goodweather.

El Amo pensó en muchas ocasiones que podría llevarse ambos premios de manera simultánea.

Estaba convencido de que el Sitio Negro se encontraba muy cerca. Todas las pistas así lo indicaban: eran las mismas que lo habían conducido hasta allí. La profecía que lo obligó a cruzar el océano. A pesar de ello, en un exceso de precaución, sus esclavos continuaron sus excavaciones en zonas remotas del planeta para ver si podían hallarlo.

Los Acantilados Negros de Negril. La cordillera de las Colinas Negras en Dakota del Sur. Los pozos petrolíferos en Point Noire, en la costa occidental de la República del Congo.

Mientras tanto, el Amo había logrado un desarme nuclear casi total en todo el mundo. Después de tomar el control inmediato de todas las fuerzas militares por medio de la propagación del virus entre la tropa y los oficiales al mando, ahora tenía acceso a gran parte del armamento mundial. Inspeccionar y desmantelar el armamento de las naciones rebeldes del mundo le llevaría más tiempo, pero el final estaba cerca. Observó cada rincón de su finca terrenal y se sintió satisfecho.

Aferró el bastón con cabeza de lobo, aquel que había utilizado Setrakian, el cazador de vampiros. El mismo cayado que había pertenecido alguna vez a Sardú, reacondicionado con una hoja de plata que se abría al darle la vuelta. Ahora no era más que un trofeo, un símbolo de la victoria del Amo. La empuñadura de plata era simbólica y no alcanzaba a afectarle. Sin embargo, tenía mucho cuidado de no tocar la cabeza de lobo.

Lo llevó al torreón del castillo, el punto más alto del parque, y salió bajo la lluvia aceitosa. Más allá del desnudo dosel de los árboles, a través de la espesa niebla y el aire contaminado, se extendían los edificios grises del East Side y el West Side. En el registro luminoso de su visión térmica, miles y miles de ventanas lucían como cuencas vacías. Arriba, el cielo oscuro y turbio excretaba su suciedad y pestilencia sobre la ciudad vencida.

Debajo del Amo, formando un arco alrededor de la base del elevado lecho rocoso, permanecían los guardianes del castillo; eran veinte. Más allá, como respuesta a su llamada psíquica, un mar de vampiros se congregaba en las cincuenta y cinco hectáreas del Great Lawn, mirando hacia arriba con sus ojos fantasmales y oscuros.

No había señales de alegría. Tampoco de celebración ni júbilo. Solo un ejército silencioso a la espera de sus órdenes.

La orden del Amo resonó en la mente de todos los vampiros.

Goodweather.

No hubo respuesta a la llamada del Amo. La única reacción era la acción. Él mataría a Goodweather a su debido tiempo, primero su alma y luego su cuerpo. El médico tendría que padecer un sufrimiento insoportable.

Él se encargaría de eso.

Isla Roosevelt

ANTES DE SU REFORMA, casi a finales del siglo XX, la isla Roosevelt era la sede de la penitenciaría de la ciudad, del manicomio y del hospital para pacientes con viruela, y era conocida con el nombre de isla Weltfare (isla «de la Asistencia Social»).

Siempre había sido un hogar para los marginados de Nueva York. Y ahora Fet era uno de ellos.

Él prefería vivir aislado en aquella estrecha isla de dos kilómetros y medio de largo en medio del East River antes que vivir en una ciudad en ruinas y en manos de los vampiros, o en sus distritos infectados. No soportaba vivir en una ciudad ocupada. Al parecer, los
strigoi
—que le tenían fobia a los ríos— no podían encontrarle un uso adecuado a esta pequeña isla satélite de Manhattan, y por lo tanto, poco después de la invasión, limpiaron la isla de toda presencia humana y la incendiaron. Los cables eléctricos del tranvía de la calle 59 fueron cortados, y el puente de la isla Roosevelt dinamitado a la altura de Queens. La línea F del metro aún atravesaba la isla por debajo del río, pero la estación Roosevelt Island había sido sellada para siempre.

Sin embargo, Fet conocía otra ruta de entrada, desde el túnel subacuático que llevaba al centro geográfico de la isla. Se trataba de un túnel de acceso integrado en el servicio del inusual sistema tubular neumático de recogida y eliminación de basuras para la comunidad de la isla. La gran mayoría de los edificios, incluyendo aquellos imponentes de apartamentos con sus vistas magníficas de Manhattan, estaban en ruinas. Pero Fet encontró algunos en buen estado en las unidades subterráneas del complejo de lujosos apartamentos construidos alrededor del Octágono, que anteriormente era el edificio principal del antiguo manicomio. Allí, escondido en medio de las ruinas, Fet había sellado los pisos calcinados de arriba y unido cuatro unidades de la planta baja. Las tuberías subterráneas de agua y de energía eléctrica no habían sufrido daños, y cuando las redes de suministros de la ciudad fueron reparadas, Fet tuvo agua potable y energía eléctrica.

Al amparo de la luz diurna, los traficantes dejaron a Fet con su arma nuclear de fabricación rusa en el extremo norte de la isla. Él sacó un gato eléctrico para transportar palés que tenía oculto en un cobertizo de la lavandería del hospital, cerca de los acantilados, y llevó el arma y su equipaje, así como una pequeña nevera de poliestireno, a su escondite en medio de la lluvia.

Se sentía emocionado porque iba a ver a Nora, incluso un poco mareado. Los viajes de vuelta le producían esa sensación. Además, ella era la única persona al tanto de sus tratos con los rusos, y ahora él llegaba con su «premio», igual que un niño con un trofeo escolar. Su satisfacción por el éxito de la misión se vio incrementada por la emoción y el entusiasmo que sabía que ella le demostraría.

Sin embargo, cuando llegó a la puerta carbonizada que conducía al interior de la recámara subterránea, la encontró ligeramente entreabierta. No se trataba de un descuido de la doctora Nora Martínez. Sacó rápidamente la espada de su bolsa. Tendría que llevar el carrito al interior para resguardarlo de la lluvia. Lo dejó en el pasillo calcinado por el fuego y bajó por las escaleras parcialmente derretidas.

Entró por la puerta entreabierta. Su escondrijo no requería mucha seguridad, porque, aparte de los escasos traficantes marítimos que arriesgaban un viaje por el interior de Manhattan, casi nadie había vuelto a poner un pie en la isla.

La cocina de repuesto estaba vacía. Fet se alimentaba básicamente de bocadillos robados y almacenados después de los primeros meses del asedio; galletas y barras de granola, pasteles Little Debbie y Twinkies muy cerca de caducar o que ya lo habían hecho. A pesar de la creencia popular, ahora eran incomibles. Había intentado pescar, pero el agua turbia del río estaba tan infestada de hongos que le preocupaba que ni el fuego pudiera eliminar los residuos contaminantes.

Recorrió la habitación después de revisar rápidamente los armarios. El colchón que tenía en el suelo no le disgustaba, hasta que surgió la posibilidad de que Nora pudiera pasar la noche allí, lo cual le hizo buscar una cama adecuada. El cuarto de baño alternativo —donde Fet guardaba los equipos para cazar ratas que rescató de su antigua tienda de Flatlands, unos cuantos instrumentos de su antigua vocación de los que fue incapaz de desprenderse— estaba vacío.

Fet pasó a la unidad contigua, que utilizaba como estudio, a través de un hueco que había abierto a martillazos. El espacio estaba equipado con estanterías y cajas de cartón que contenían los libros y escritos de Setrakian, en torno a un sofá de cuero con una lámpara baja de lectura.

A eso de las dos en punto, apareció en la habitación circular una figura encapuchada, de complexión musculosa y más de un metro ochenta de estatura. Su rostro estaba oculto por una capucha negra de algodón, pero sus ojos eran visibles, rojos y penetrantes. En sus manos pálidas sostenía un libro con anotaciones de Setrakian.

Era un
strigoi
, pero estaba vestido. Además de la sudadera con capucha, llevaba pantalones y botas.

Echó un vistazo al resto de la habitación, pensando en una posible emboscada.

Estoy solo.

El
strigoi
envió su voz directamente a la mente de Fet, quien miró de nuevo el cuaderno. Ese lugar era un santuario para él, y aquel vampiro lo había invadido. De haberlo querido, podría haberlo destruido. La pérdida habría sido catastrófica.

—¿Dónde está Nora? —preguntó Fet, avanzando hacia el
strigoi
y desenfundando su espada tan rápido como podía hacerlo un hombre de su tamaño. Pero el vampiro lo esquivó y lo arrojó al suelo. Fet rugió con furia e intentó luchar contra su oponente, pero sin importar lo que hiciera, el
strigoi
respondía con golpes contundentes, hasta que inmovilizó a Fet, haciéndole daño.

Solo he estado yo aquí. ¿Recuerdas por casualidad quién soy, señor Fet?

Fet lo recordaba vagamente. Recordaba haberlo visto con un clavo de hierro en el cuello, en un apartamento antiguo en Central Park.

—Eras uno de esos cazadores. De los guardias personales de los Ancianos.

Correcto.

—Pero no te esfumaste con el resto.

Obviamente, no.

—Eres Q… O algo parecido.

Quinlan.

Fet se soltó el brazo derecho e intentó golpear a la criatura en la mejilla, pero su muñeca fue sujetada y retorcida en un pestañeo. Esta vez le dolió. Y mucho.

Puedo dislocarte el brazo o rompértelo. Tú eliges. Pero piensa en ello. Si te quisiera ver muerto, ya lo estarías. A lo largo de los siglos he servido a muchos amos y combatido en muchas guerras. He servido a emperadores, a reinas y mercenarios. He matado a miles de tu clase y a cientos de vampiros renegados. Solo necesito que me atiendas un momento. Necesito que me escuches. Si me atacas de nuevo, te mataré de inmediato. ¿De acuerdo?

Fet asintió y el señor Quinlan lo soltó.

—No moriste con los Ancianos. Entonces debes de pertenecer a la cepa del Amo…

Sí y no.

—Ajá. Esa es una respuesta cómoda. ¿Te importa si te pregunto cómo has llegado hasta aquí?

Por tu amigo Gus… Los Ancianos me pidieron que lo reclutara para la cacería solar.

—Lo recuerdo. Fue durante un tiempo muy breve, y demasiado tarde, como se vio después.

Fet permanecía en guardia. Esto no tenía sentido. La astucia del Amo le producía paranoia, pero era precisamente esta reacción la que lo había mantenido vivo a lo largo de los dos últimos años sin ser convertido.

Quiero examinar el
Occido lumen.
Gus me dijo que podrías indicarme dónde encontrarlo.

—Vete a la mierda —gruñó Fet—. Tendrás que pasar sobre mi cadáver para conseguirlo.

El señor Quinlan pareció sonreír.

Perseguimos el mismo objetivo. Y tengo algo más que ventaja cuando de descifrar el libro y las notas de Setrakian se trata.

El
strigoi
cerró el cuaderno de Setrakian, que Fet había leído muchas veces.

—¿Ha sido una lectura provechosa? —le preguntó Fet con ironía.

Así es. Asombrosamente precisa. El profesor Setrakian era tan erudito como astuto.

—Sí, él era lo máximo —afirmó el antiguo exterminador de ratas, con un tono de nostalgia.

Él y yo estuvimos a punto de encontrarnos una vez. A poco más de treinta kilómetros al norte de Kotka, en Finlandia. No sé cómo, pero logró seguirme hasta allí. En esa época yo no me fiaba de sus intenciones, como podrás imaginar. Visto retrospectivamente, hubiera sido un interesante compañero de cena.

—Y no una cena propiamente dicha —comentó Fet, recelando de algún test improvisado, antes de señalar el texto en las manos de Quinlan—. Oziriel, ¿verdad? ¿Ese es el nombre del Amo? —inquirió.

Fet había viajado con unas páginas transcritas del
Lumen
para estudiarlas en cuanto pudiera, incluyendo la imagen en la que se había concentrado Setrakian después de apoderarse del libro. Era el arcángel a quien el profesor llamaba Oziriel. El anciano había alineado esta página ilustrada con el símbolo alquímico de tres medias lunas combinadas para formar una señal rudimentaria de riesgo biológico, de modo que las imágenes hermanadas lograran una especie de simetría geométrica.

—El anciano llamaba a Ozi «el Ángel de la Muerte».

A Oziriel, ¿verdad?

—Lo siento, sí. Es el apodo. Entonces, ¿Oziriel se convirtió en el Amo?

Parcialmente correcto.

—¿Parcialmente?

Fet bajó su espada y la apoyó como un bastón, estampando una muesca en el suelo con la punta de plata.

—Mira, Setrakian habría tenido mil preguntas para ti. Pero yo no sé por dónde empezar.

Ya lo has hecho.

—Supongo que sí. Mierda, ¿dónde estabas hace dos años?

Tenía mucho trabajo que hacer. Preparativos.

—¿Preparativos para qué?

Cenizas.

—Entiendo —dijo Fet—. Algo relacionado con los Ancianos; recogiendo sus restos, seguramente. Había tres Ancianos del Viejo Mundo.

Sabes más de lo que crees.

—Pero no basta con eso. Mira, acabo de regresar de un viaje. Estaba tratando de rastrear la procedencia del
Lumen
. Es un callejón sin salida…, pero algo se cruzó en mi camino. Algo que puede ser verdaderamente grande.

Fet pensó en el arma nuclear, lo cual le hizo recordar su entusiasmo al regresar a casa, y también a Nora. Abrió el ordenador portátil, dando por terminada su hibernación de una semana. Leyó el cuadro de mensajes cifrados. No había mensajes de Nora desde hacía dos días.

—Me tengo que ir —le dijo al señor Quinlan—. Tengo muchas preguntas, pero creo que me ha surgido un problema, y además debo encontrarme con alguien. No creo que sea posible que me esperes aquí.

No. Debo tener acceso al
Lumen.
Al igual que el firmamento, el libro está escrito en un lenguaje que escapa a tu comprensión. Si pudieras conseguírmelo… la próxima vez que nos encontremos, puedo prometerte un plan de acción.

Fet se sintió invadido por un repentino deseo de marcharse, una sensación de temor agobiante.

—Primero debo hablar con los demás. No es una decisión que pueda tomar solo.

El señor Quinlan permaneció en silencio en medio de la penumbra.

Podrás encontrarme por medio de Gus. Pero debes saber que el tiempo se acaba. Si alguna vez una situación ha requerido una acción decisiva, es esta.

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