Estoy preparado (16 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Erótico

BOOK: Estoy preparado
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—Tienes que creerme, yo no he matado a nadie —le decía sacándome su nabo de la boca.

—Me parece genial pero este no es momento para prestar declaración así que sigue chupando hasta que me corra —ordenó.

—Pero es que yo…

—¡Que chupes coño! —gritó.

Yo seguí sus órdenes y comencé a chupar de nuevo, tal y como me había ordenado. Dos de sus dedos me obligaron a levantarme puesto que estaban escarbando en mi culo. Sus dedos eran anchos y robustos y con ellos me abría en canal, preparándome para aquel mastodonte hecho artilugio sexual. Sacó los dedos de mi culo y los olió. Inspiró fuertemente, luego me obligó a chuparlos. Yo lo hice con deleite. Luego escupió en mi culo y me introdujo su porra. La de policía, no la de carne y hueso, hasta la mitad, más o menos. Entró de golpe y sin problemas. La porra no era especialmente ancha pero su textura estriada me hizo poner los ojos en blanco. Me hubiese gustado tener un espejo cerca para ver cómo aquel bastardo me follaba con su porra mientras me tenía esposado a la silla. Con una mano se estaba pajeando y con la otra me tiraba de los huevos hacia abajo. El morbo de aquella situación, pronto me hizo culear, tanto que no dudó en sustituir un arma por la otra, calzándome así sus veintitantos centímetros de un solo golpe. Noté un crujido interno. Me acababa de partir el culo en dos. Durante un segundo me quedé paralizado por el dolor. Cuando el poli vio que la mueca de dolor desaparecía de mi cara comenzó a bombear, primero muy despacio, para que aquel agujero se acostumbrase a su nuevo habitante, y después con toda su potencia. Por un momento sentí que iba a reventar. Empujaba tan fuerte que, al golpear sus pelotas contra las mías, casi me hacía daño. Eran estocadas secas y constantes. Sentía el agujero de mi culo tan abierto como hacía unos segundos había tenido mi boca. Parecía que aquella polla iba a reventar la membrana de la que estaban formadas sus paredes. Tuve miedo de que me desgarrase, porque la violencia de aquel hombre y el tamaño de aquel nardo no eran humanos. De repente salió de mí con la misma fuerza con la que había entrado. Pensé que iba a correrse pero lo que hizo fue volver a clavármela hasta lo más profundo de mi ser. Volví a sentir cómo aquella polla jugaba con mi campanilla. Me la metió tan fuerte que pensé que me iba a llegar hasta la garganta. Repitió la jugada varias veces. Mientras me follaba me insultaba: ¿Te gusta, moro de mierda? ¿Te gusta que te folien? ¿Te gusta mi polla cabrón? ¿Te gusta cómo te estoy jodiendo, mariconazo? Aquellos insultos me sabían a gloria, igual que aquel rabo, que me estaba destrozando por detrás. Seamos sinceros, mientras alguien te está follando de esa forma tan maravillosa no se te ocurre protestar, y mucho menos acordarte del pobre cornudo de tu novio.

Me volvió a sacar el rabo del culo y me lo enchufó en la boca.

¡Traga cabrón, traga! —me gritaba mientras varios chorros espesos saltaban a lo más profundo de mi garganta. Su leche era espesa y amarga. Dicen que el sabor varía según lo que hayas comido. No tengo ni idea, sólo se que tragué sin rechistar—. Quiero que me dejes bien secos los cojones —me gritaba.

Yo seguía chupando y tragando todo lo que salía de aquel agujero como si mi boca fuese una enorme aspiradora. Luego se dio la vuelta y me estampó su enorme culo peludo en la boca.

¡Come! —me ordenó. Aquella gruta olía a culo sudado pero obedecí sus órdenes suponiendo que, tal vez así, me dejarían en libertad—. Cómo me gusta que me coman el culo. Así, clávame más la lengua. Dame más lengua —decía—. Mójamelo bien, lubrícame bien el ojete, que ahora tienes que follármelo con tu enorme rabo. Así, así… más lengua.

Yo rajaba aquel conducto con mi lengua pero el hombre era insaciable, acababa de correrse y quería más. Mi polla estaba dura y dispuesta. Bien era cierto que prefería ser pasivo en todas mis relaciones pero, cuando tienes pareja, tienes que ser tolerante y compartir. La tolerancia es sinónimo de concesiones y las concesiones sinónimo de versatilidad, así que más de una vez me había follado yo a David, aunque ambos preferíamos lo contrario. Lo que quiero decir es que, aunque lo había hecho alguna vez, no era mi fuerte, entre otras cosas porque, no sé por qué razón, como activo tardaba muy poco en correrme y a mí me gusta mucho más disfrutar y practicar polvos largos. Cuando se cansó me obligó a sentarme de nuevo en la silla y él lo hizo sobre mi polla. Se sentó de una vez, nada de bajar despacio. Se la clavó de golpe, se notaba que no era la primera vez. Aquella gruta intentaba estrecharse cada vez que mi porra se deslizaba por ella para secuestrarla allí dentro, para siempre.

—La porra, la porra… méteme también la porra.

Una vez más, accedí a sus órdenes y, además de mi porra, le metí también la suya. Aquellas dos varas se rozaban dentro de aquella gruta gozando de una estrecha cercanía. Aquel hombre gritaba como si le estuviesen haciendo el harakiri pero, en realidad, los gritos eran por lo mucho que estaba disfrutando. Tanto fue así que con un par más de embestidas volvió a correrse. Fue increíble ver cómo aquella polla volvía a soltar un lechazo enorme que cayó sobre el suelo del apartamento que compartía con mi novio. Se levantó y, tirando su porra al suelo, comenzó a comerme el rabo. La forma de lamer de ese hombre era fantástica para hacer que te corrieses en un segundo y así fue. Le eché toda mi leche en su boca y él la tragó de la misma forma que lo hice yo. Luego, sin soltarme las esposas, me arrojó al suelo para que le ayudase a lamer su segunda corrida. Cuando se estaba vistiendo volvió a llamar a la puerta el agente García. Acaba de regalarle a ese hombre dos maravillosos orgasmos pero no fue suficiente para que me explicasen nada del asesinato de mi tío, sino que me llevaron preso sin más, no dejándome tiempo suficiente para avisar a David, ni casi para vestirme.

DIECIOCHO

La cárcel ha sido una de las experiencias más traumáticas que he vivido nunca. Mucho más que convivir con Mustafá. En las dos ocasiones estaba privado de libertad pero en ésta última, además, estaba rodeado de toda la escoria de la que el mundo pretendía deshacerse encerrándola junto a mí. Me habían arrestado por un asesinato que yo no había cometido y tenía que luchar con uñas y dientes por demostrarlo. Los que estaban allí habían demostrado su culpabilidad, no podían meternos a todos en el mismo saco, no era justo.

Los primeros días fueron los peores. Es terrible compartir litera con alguien que puede ser un atracador, un asesino en serie o haber matado a su mujer y a sus cuatro hijos. También podía ser un psicópata racista y liarse a puñaladas conmigo mientras dormía. Allí dentro podías ser cualquier cosa. Con el paso del tiempo descubrí que la gente exageraba sus miserias para así parecer más duros y que los demás les temiesen. Probablemente, cuando entraron estaban tan asustados como yo, pero el tiempo te hace ser fuerte, si no, no sobrevives.

Las dos primeras noches no fui capaz de dormir. Miguel, que era como se llamaba mi acompañante, roncaba como un cerdo, pero cuando yo cerraba los ojos fruto del cansancio, le imaginaba en mi cabeza haciéndose el dormido para sacar después un cuchillo y rebanarme el cuello como a una gallina. Estaba encerrado por asesinato y temía que realmente alguien quisiese matarme. Dicen que la peor tortura que existe es la de la gota. No estoy de acuerdo. No dejar dormir a una persona puede acabar volviéndola totalmente loca y eso es lo que me pasó a mí la primera semana. Estaba irascible, me preocupaba por cualquier cosa, si alguien me hablaba en el comedor pensaba que quería hacerme daño, si alguien me rozaba furtivamente en alguna de las colas suponía que era una señal que mandaba a otro para que acabase conmigo. Fueron unos días agotadores, por eso debía tranquilizarme.

Para pasar las horas me apuntaba a todo lo que podía. Iba a clases de español para perfeccionar mi acento. El padre Humberto era quien impartía las lecciones, aunque era tan mayor que se le iba bastante la cabeza, hasta el punto de que muchos días no recordaba qué hacía allí, o empezaba a hablar de una forma extraña que, gracias a mis compañeros, descubrí que se llamaba latín. El padre Humberto estaba chocheando. Lo tenían allí por pena, o sencillamente para no molestarse en buscar a otra persona.

Hacía falta alguien para ayudar en la cocina y me ofrecí como voluntario. El cateto era el cocinero oficial a quien debía ayudar. Mi trabajo consistía en pelar patatas, picar verduras… cosas fáciles, pero él parecía que nunca estaba con tentó. Me miraba de reojo en todo momento. Cada vez que acababa mi turno me registraban por si había intentado llevarme algún cuchillo u otro objeto punzante para intentar escapar. El registro era común para todos los presos con trabajo. Algo bastante lógico porque, si hubiese tenido la mínima oportunidad, habría intentado escapar.

Mi jefe era bastante desagradable. Olía a un sudor fuerte, espeso, como cuando abres una cebolla que empieza a estar pocha. Aún así no paraba de hacer comentarios sobre mi olor. Que si los moros huelen mal, que si los negros y los moros vienen a España para delinquir, que si le quitamos el trabajo a los españoles… Y de ese tipo eran todas las lindezas que me regalaba. Cuando le respondía que yo no era así, me preguntaba que entonces qué cojones hacía en la cárcel. Como realmente no lo sabía, tenía que bajar la cabeza y callarme. Nuestra relación fue tensa desde el principio hasta el fin. El Cateto era un verdadero hijo de puta que apestaba a racismo, homofobia y represión.

El séptimo día, por fin me visitó un abogado de oficio porque, lógicamente, yo no podía pagarme ninguno. Era un chico joven, probablemente acababa de sacarse la carrera y lo destinaban a casos como el mío por los que no hacía falta luchar mucho, puesto que todas las premisas indicaban que iban a condenarme. Era bastante guapo, se llamaba Fernando y sus ojos azules me recordaron a los de David. Tenían el mismo color pero no el mismo brillo. Llevaba siete días enjaulado y todavía no había tenido noticias de David. Lo llamaba y no cogía el teléfono. No había forma humana de poderle decir cómo me sentía. No me dio la oportunidad. No me lo puso nada fácil porque, por más que yo intenté darle una explicación, él nunca estaba disponible, cosa que creo que no es justa, pero tampoco es momento ahora para hablar de eso. El caso es que la única persona en la que confiaba en ese momento y por la que habría dado mi vida desapareció de la noche a la mañana. Quizás fue por cobardía o por miedo a no soportar que realmente me condenasen por asesinato. Supongo que para enfrentarse a esto hay que estar preparado, pero en una relación hay que estar en las duras y las maduras.

—¿Khaló Alí?

—Sí, soy yo —respondí estrechándole la mano.

—Soy Fernando de Juan, el abogado que te han asignado.

—Por fin. ¿Se puede saber por qué estoy aquí? —pregunté—. Esto es inhumano, yo no he hecho nada.

—Para eso estamos aquí, para demostrar tu inocencia.

—¿Demostrar? ¿A quién? ¿Por qué me han encerrado? Yo era feliz con David —gemí derrumbándome como no lo había hecho en esos siete días.

—Vamos a ver, ¿no te han dicho por qué te han arrestado?

—Creo que me culpan del asesinato de mi tío.

—Así es, eres el principal sospechoso de la muerte de Mustafá Alí.

—Pero eso no puede ser, cuando yo me fui de su casa él estaba durmiendo plácidamente.

—Khaló tu tío fue envenenado. Apareció muerto dos días después de tu huida —me explicó.

—Estoy seguro de que cuando salí de aquella casa estaba vivo.

—¿Tienes alguna prueba? ¿Puedes demostrarlo?

—Cuando me fui lo besé en los labios y estaban calientes. Estoy seguro de que estaba vivo. Alguien le envenenó después.

—Ya, pero eso no convencerá a un juez. Necesitamos algo más, necesitaría que me abrieses algún camino por donde poder investigar. Algún recuerdo, no sé…

—No recuerdo nada, hace tanto… Lo que puedo asegurarte es que lo hizo otro, no yo.

—¿Quién?

—No lo sé.

—¿Tu tío tenía algún enemigo? —preguntó el abogado.

—No, que yo sepa. De todas formas ha pasado mucho tiempo.

—Sí, según tengo entendido la policía tardó año y pico en dar contigo, hay muchas cosas que no cuadran en los informes.

—¿Qué me va a pasar?

—Pues que si no conseguimos demostrar tu inocencia iras a la cárcel, y veinte o treinta años no te los quita nadie. Tal vez te rebajen alguno por buena conducta. Pero aun así, vas a pegarte una buena temporadita.

—¡Esto es una pesadilla! —comencé a llorar.

—Tranquilízate. Cuéntame como era tu relación con él.

—Al principio muy bien, éramos como una pareja, pero poco a poco se fue volviendo más y más arisco. Me alquilaba a sus amigos.

—¿Te alquilaba?

—Sí, me obligaba a prostituirme, me decía que con ese dinero ayudaría a mi familia, pero nunca lo hizo.

—¿Y tu familia?

—Está en Marruecos. Hace años que no sé nada de ellos. Cuando me vine a España les perdí la pista. No sé si se desentendieron de mí o si el cabrón de mi tío rompió los lazos que nos unían.

—Khaló, te seré sincero. Este caso pinta muy mal, las tienes todas contra ti. Ahora tengo que marcharme pero necesito que me escribas en estos folios que te voy a dejar todo lo que recuerdes. Absolutamente todo. Cualquier cosa que pienses que no es importante puede ser una pista definitiva. ¿Entiendes?

—Sí.

—Quiero que me apuntes también el nombre de cualquier persona que pudiese odiar a tu tío tanto como para querer asesinarlo. Medítalo, vendré a visitarte de nuevo en dos días. Es fundamental que recuerdes el tipo relación que tenía con cada uno de los que lo rodeaban.

—Está bien —le respondí.

—Otra cosa, intenta vomitar toda la rabia que sientas por este hombre en esos folios, porque el día del juicio no nos vendrá nada bien que el juez note que le guardas rencor. Si lo hace, entonces será muy fácil adjudicarte el crimen y habremos perdido.

—Pero es que no sabes las cosas que me llegó a hacer y decir…

—Khaló, tendrás que hacerme caso y confiar en mí. Ahora mismo soy el único que puede ayudarte y, si no me haces caso, tienes pocas posibilidades de salir indemne.

—No me gusta cómo suena esto —critiqué.

—Suena a la verdad. Volveré en dos días.

Pasé toda la noche dándole vueltas, intentando recordar pero fue casi imposible. La caja de Pandora la cerré el día que salí por aquella puerta, y volverla a abrir ahora suponía revivir cosas que me había jurado no volver a recordar. Por la boca muere el pez. Cerraba los ojos e intentaba trasladarme a aquel lujoso caserón donde me había instalado. Me alojé de nuevo en mi habitación, me volví a bañar entre esos lujos pero todas estas imágenes se borraban cuando mi tío me daba una paliza o me decía lo poca cosa que era. Aquellos días habían sido un maltrato constante y recordarlo me producía arcadas. Vomité, varias veces. Tantas como pude, tantas como aguantó mi cuerpo. Tantas como las palizas que volví a sufrir aquella noche en mi cabeza.

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