—Rachid, ven aquí —ordenó mi castigadora—. Este tiene el culo tan abierto que no noto nada. Me baila la polla dentro.
—No puede ser —dijo él.
—Vamos, ven.
Oír aquellas palabras me hizo preocuparme un poco porque, si aquel enorme pedazo de carne bailaba dentro de mi, ¿qué pasaría cuando volviese a follarme una polla normal? Hay una ley que dice que todo lo que sube, tiene que bajar. Con mi ojete pasó lo mismo. Todo lo que se dilata, vuelve a su tamaño original. Me hicieron levantar y fue Rachid el que se tumbó en la cama. Yo a cuatro patas sobre él y aquella diosa del sexo de pie, detrás de mí. La sorpresa fue cuando sentí la presión de las dos pollas intentando entrar a la vez en mi culo. Costó un poco pero no hay nada que la paciencia y la concentración no consigan. Yo estaba quieto y aquellos dos seres intentaban castigarme. Mi polla bailaba en el aire con tanto ajetreo. Mi piel se estiró como si fuese de plastilina. Mi agujero cedió y aquellos dos invasores arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, dejándome el culo roto, rojo y destrozado. Cuando se cansaron, salieron de mí y, a la vez, se me corrieron los dos en la boca. Yo sobre mi mano. Intenté tragar toda aquella leche pero era imposible porque, a pesar de que el gran rabo lo tenía aquella mujer, la sorpresa fue que la pichita de Rachid al correrse se convirtió en una fuente y durante un buen rato estuvo ofreciendo un espectáculo de fuegos artificiales. Cuando hube tragado todo aquello, lamí lo que yo mismo había derramado sobre mi mano para tragarlo también. Mi cara quedó echa un cuadro. Mi culo también. Con mi lengua intentaba recoger los restos de aquella noche porque, al tragarlos, sería el único recuerdo que guardaría de ellos, el llevarlos dentro. Los recuerdos se borran de la mente, del paladar no.
Cuando acabaron se vistieron y avisaron a mi tío para que les abriese la puerta. Yo estaba tan cansado que no pude hacer otra cosa más que quedarme tumbado en la cama, viendo desde ahí mi reflejo en el espejo, donde se veía lo rojo de mi culo. Me habían abierto en canal, como a los cerdos, por cerdo. No sabía si al día siguiente podría sentarme. Desde el quicio de la entrada la sonrisa de satisfacción de Mustafá me hizo olvidar lo bien que acababa de pasarlo, haciendo de nuevo que me sintiese sucio por todo lo que acababa de hacer. Me sentí un juguete roto, y nunca mejor dicho.
Nada es para siempre y nada volvió a ser igual. Mi tío cada vez pasaba más tiempo fuera de casa. Habían pasado unos ocho meses desde que llegué allí y nada era como al principio. Las cartas que había enviado a mis padres habían sido devueltas. Nunca tuve noticias de ellos. Nunca supe si me echaban de menos. Nunca supe si mi tío les mandaba el dinero de mi «trabajo» tal y como me prometió que haría. Tampoco entendí por qué nunca recibí ninguna de ellos. No sé si es que no me escribían o simplemente no me llegaban. Tal vez mi tío las requisase para mantenerme incomunicado. No lo sé, nunca lo supe.
La relación se había deteriorado. Tanto que no recuerdo cuándo fue la última vez que nos habíamos besado. Cuando estaba caliente irrumpía en mi habitación, daba igual la hora que fuese o lo que yo estuviera haciendo, me arrojaba contra la cama y me la clavaba sin más. Unas pocas embestidas, se corría y se iba por donde había llegado. Atrás quedaron los abrazos, las caricias, las confesiones bajo la luna, las mamadas, las comidas de culo, etc. Más de una vez me desperté en plena noche sintiendo que alguien me había desgarrado las entrañas y no era más que el hijo de puta de Mustafá, que estaba violándome de nuevo. Las primeras veces se lo intentas impedir. Te opones, luchas, pones resistencia, le intentas plantar cara, pero cuando estás cansado de que te den palizas, lo único que quieres es que acabe cuanto antes, así que te dejas hacer y lloras en silencio, porque es lo único que se te permite.
A su vez tuve que soportar cientos de cenas con amigos babosos que sólo querían follarme. Cuando llegué me hice muy popular porque todos decían que era muy salvaje en la cama, que era un crack y todos bebían los vientos por mí. Los malos tratos de mi querido pariente me sumieron en una profunda depresión. Estaba tan deprimido que sólo quería morirme. Mi aspecto empeoró y mis artes amatorias desaparecieron porque, al darme asco a mí mismo, no podía satisfacer a nadie. Me daba asco mi cara en el espejo, me daba asco la de mi tío y me daban asco los cabrones que pagaban por tenerme. En aquella época follar conmigo debía ser como follarse a un muerto. Una cosa es que seas sumiso en la cama, que yo siempre lo he sido, y otra cosa lo que yo hacía. Se puede ser sumiso y tener una actitud activa, no es cuestión penetración, sino de iniciativa. La mía había desaparecido totalmente.
En una ocasión me tomé un tarro de pastillas. Estuve varios días internado en el hospital. Mustafá no fue a verme ni una sola vez y cuando volví a casa volvió a humillarme.
—Vaya, ¿qué tenemos aquí? Pero si es la oveja descarriada de la familia que se digna a volver a casa —me dijo.
—Me voy a mi habitación, estoy muy cansado.
—Te irás cuando yo te lo mande.
—Mustafá no tengo ganas de discutir, de verdad, me duele todo el cuerpo.
—He dicho que no te muevas.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Cuando yo te diga algo, procura obedecer —amenazó.
—Sí, claro —contesté yo, e inmediatamente después la enorme mano de mi tío me cruzó la cara.
—¿Cómo estás? —me preguntó.
—¿Qué? —pregunté sin saber qué estaba pasando, llevándome la mano a la zona dolorida.
—Me tenías preocupado, ¿por qué lo hiciste? No vuelvas a hacerlo, me has dado un susto de muerte.
—Eres un hijo de puta —le dije llorando.
—¿Qué? Te doy una casa, comida, las mejores ropas. Te doy una vida que muchos envidiarían y así me lo pagas —me gritó.
—Yo nunca te he pedido nada. Lo único que te pedí es que mandases algo de dinero a mi casa y estoy seguro que nunca lo has hecho.
—¿Estas dudando de mí?
—¿Qué más da? Hace ya mucho que dejé de confiar en ti.
—¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo?
—¿Cruel? ¿Yo cruel? deberías mirarte a un espejo.
—¿A qué te refieres?
—¡Mírame! —le grité—. ¡Mírame! ¡Mira en qué mierda me has convertido!
—Yo no te he convertido en nada.
—Has sido tú, y tus cenas y tus amigotes y tus juegos…
—Yo no te he obligado a hacer nada que no quisieras hacer.
—¿Ah no? ¿Y los golpes? ¿Y las amenazas? ¿Y el encerrarme en la habitación con tus amiguetes? ¿Eso no cuenta para ti? —le grité con toda la rabia que llevaban conteniendo tanto tiempo.
—Lo siento —me dijo.
—¿Lo siento? ¿Es lo único que vas a decir? ¿Lo siento?
—¿Qué coño quieres que diga?
—Joder, he intentado matarme, ¿es que no significa nada para ti? ¿No te dice nada?
—Te he dicho que estaba muy preocupado. No se te ocurra volver a hacerlo.
—Maldito cabrón tú a mí ya no me das más ordenes —le vomité.
—Te estás pasando —me advirtió.
—¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a pegar? ¿Me vas a echar? ¿Me vas a matar a mí también?
—¿Qué quieres decir?
—Lo sabes muy bien.
—Me estas acusando de algo muy grave.
—Únicamente de la verdad.
—¿Quién te ha comido la cabeza con esas tonterías?
—¿Eso es lo único que te importa? Sería muy fuerte si la policía descubriese lo que le haces a los chicos aquí ¿no?
—No me amenaces.
—¿Y si la poli viese la mesa de torturas que escondes abajo? ¿Qué crees que opinaría?
—No te consiento que me hables así.
—Si me vas a pegar hazlo ya, pero deja de humillarte porque eres patético —le dije.
—Me las vas a pagar —me respondió mientras de nuevo me pegaba una bofetada que me tiraba al suelo.
—Ja,ja,ja… —solté una carcajada histérica.
—¿De qué te ríes?
—Ja,ja,ja… —volví a reírme.
—Deja de reírte —me advirtió y me pegó una patada en la cara que me hizo marearme un poco. Cuando me incorporé estaba sangrando. Dos caños de sangre bajaban por mi nariz.
—Hace mucho tiempo que te perdí el respeto, pero acabo de darme cuenta de que hoy te he perdido el miedo. Ya no te tengo miedo, ya no. Hoy he nacido de nuevo. Ahora llega mi turno.
—¿Qué quieres decir? —preguntó asustado.
—Mi venganza será terrible.
Aquellas palabras hicieron que mi tío montase en cólera. Me agarro por el pelo y me empujó contra la pared. Mis huesos fueron golpeados uno a uno en una paliza que me dejó casi muerto. Yo gritaba pidiendo auxilio y aunque Chadia intentaba apartar a su jefe de mí, fue imposible. Cuando me convertí en un sucio despojo humano cubierto de rojo paró de apalearme. De nada sirvieron las súplicas, ni los ruegos, ni los lloros de Chadia.
—Ocúpate de él —le dijo a la criada— que ya hablaremos tú y yo.
—Sí, señor —respondió.
—Aún estoy vivo, cabrón —decía yo con media lengua porque me dolía tanto la cara que no podía ni hablar.
—Cállese señorito, se lo ruego —me pedía la sirvienta aún llorando—. ¿Es que quiere que lo mate?
—Al menos dejaría de sufrir —dije poniéndome en pie—. Esto no es vida.
—Recuerde lo que le dije, tiene que luchar pero esta no es la forma.
—Así que tú eres la zorra que le ha metido todas esas ideas en la cabeza —sugirió el maltratador.
—Ella no me ha dicho más que la verdad, y si tenía alguna duda me lo acabas de dejar claro —respondí.
—¿Qué te ha dicho? ¿Que su pobrecito Ahmed se murió desangrado?
—No le permito que hable así de mi hijo, bastante daño lo hizo ya —gritó Chadia.
—Tu hijo te odiaba, no te soportaba. Decía que eras una vieja amargada —respondió mi tío con los ojos inyectados en cólera.
—¡Eso es mentira! —gritó su madre.
—¿Es eso cierto Chadia? —pregunté confuso.
—No, lo está haciendo de nuevo, con la policía hizo lo mismo, está sembrando la duda.
—¿Qué pasa? ¿No le has contado la mala relación que tenías con él? ¿No le has contado que se fue de tu casa porque no te soportaba y vino a mí pidiendo consuelo? Eso no se lo has contado.
—Chadia, dime algo —le supliqué, pero ella sólo lloraba. Su cara era un mar de lágrimas.
Aquella actitud me hizo pensar que tal vez me hubiese equivocado. ¿Y si la criada no llevaba razón? ¿Y si fue realmente un suicidio? Todos los amantes que había conocido gracias a mi tío habían sido bastante cuidadosos conmigo, aunque tal vez a alguno se le fue de las manos. No lo sé. Me sentía confuso y avergonzado porque no sabía a quién creer.
—Llévalo a mi habitación. Hoy dormiremos juntos —dijo Mustafá dándose la vuelta para no ver mi cara de repugnancia y el estado en el que me había dejado.
—Yo creo que debería verle un médico.
—¿Quién te ha pedido tu opinión? Aquí las criadas no opinan, sólo hacen lo que se les manda, ¿queda claro?
—Pero el señorito está muy herido.
—Como vuelva a escuchar tu asquerosa voz lo pagarás muy caro, ¿está claro?
—Sí, señor.
—Cabrón, cobarde… —insistía yo casi sin tenerme en pie.
—Acompáñalo. Tú y yo ya hablaremos —le dijo a la cachifa.
Chadia hizo lo que mi tío le ordenó y me subió a la habitación. Me desnudó y dio un baño caliente. Luego me curó las heridas.
—Mire cómo le han dejado y usted dale que dale —me regañó Chadia.
—Te he dicho mil veces que no me hables de usted — respondí.
—¿En serio quería que lo matase?
—Me da igual.
—Pero no puede hablar así.
—Todo me da igual, no tengo nada por lo que luchar. Estoy harto. Vivo encerrado entre lujos. ¿Para qué los quiero? Esos lujos están cavando mi tumba. Desde que llegué sólo he salido de esta casa para ir al hospital. Había olvidado cómo era respirar el aire de la calle. He olvidado sonreír. Ya no me quedan lágrimas. Tengo los ojos secos de tanto llorar. ¿A qué más puedo aspirar que a morirme? He aguantado palizas, he aguantado humillaciones, violaciones y ya no puedo más. Voy a morir como los faraones egipcios, dentro de una fortaleza rodeado de lujos. Ojala estuviese muerto, lo digo en serio.
—Ojala estuviese muerto su tío, ese sí que se lo merece —dijo Chadia.
—¡Ojala! pero no es así. ¿Por qué eres tan buena conmigo si al principio no me aguantabas? —le pregunté.
—Es que cada vez que su tío aparecía con un nuevo jovencito, en mi cabeza volvía a revivir la historia.
—¿Cómo se llamaba tu hijo? —curioseé.
—Ahmed.
—Como mi hermano —dije apenado.
—No sabía que tuvieses un hermano.
—Realmente es como si no lo tuviese, pero es una larga historia y ahora no tengo ganas de hablar de ello.
—Tal vez otro día —dijo ella.
—Necesito saber, necesito que me digas la verdad. Necesito que me digas si fue un suicidio o no.
—Es cierto que la última temporada no nos llevábamos muy bien. Ahmed tenía un problema con las drogas. Los amigos de su tío lo engancharon y cuando hicieron de él un pelele le dejaron tirado como a la basura.
—Pero eso no quiere decir…
—Usted puede pensar lo que quiera pero yo estoy segura de que mi hijo no se mató. A mi hijo lo mataron.
—Está bien, estoy muy cansado, creo que voy a descansar un rato.
Un bache en la carretera hizo que el autobús se agitase. Aquel vaivén me despertó de nuevo justo cuando acababa de conciliar el sueño. Todavía era de noche, tal vez fuesen las cuatro o las cinco de la madrugada. Estaba en medio de alguna carretera secundaria destino a ninguna parte. Mirando la calle por el cristal me preguntaba si sería capaz de dejar atrás todo lo que había vivido. Esperaba no tener que volver con el rabo entre las piernas aunque, siendo sincero, lo tenía muy difícil. Era extranjero, no tenía dinero ni papeles, no era nadie. Atrás quedaba un nuevo mundo lleno de lujosos golpes y palizas millonarias. Atrás quedaba todo. Chadia lo tenía todo previsto y me había preparado una bolsa con ropa y algo de dinero. Decía que ya había visto morir a un hijo y que ahora no podía permanecer impasible ante lo que me pudiese pasar a mí, porque me quería como a ese hijo que, sin saberlo, dejó morir. En aquel autobús vi pasar la vida ante mis ojos como si fuesen unos rápidos fotogramas. Una vez más me sorprendí tarareando entre dientes esa puta canción que me acompañaba desde mi niñez.
He de reconocer que siempre me gustó el sufrimiento.