»Los feos simios que se autodenominan seres humanos poco pueden hacer excepto echarse a correr y esconderse. En cuanto a estos simios, el mero hecho de concebir la posibilidad de estabilizar dicha atmósfera revela una increíble arrogancia. Son incapaces de controlar el clima.
»La realidad es que huyen de las tormentas.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Te diré lo que haremos —contestó Morton—. Tú trabajarás para mí. Voy a fundar una nueva organización ecologista. Tengo que pensar un nombre. No quiero uno de esos nombres pretenciosos con las palabras «mundo», «recursos», «defensa», «fauna», «fondo», «conservación» o «naturaleza». Esas palabras pueden combinarse de cualquier manera. Fondo Mundial para la Conservación de la Fauna. Fondo para la Defensa de los Recursos de la Naturaleza. Fondo para la Defensa de los Recursos Mundiales. En cualquier caso, todos esos nombres postizos ya han sido utilizados. Necesito algo sencillo y nuevo, algo honesto. Había pensado en «Estudiemos el Problema y Arreglémoslo», pero la sigla no suena bien. Aunque quizá eso sea una ventaja. Incluiremos a científicos, investigadores de campo, economistas, ingenieros… y un abogado.
—¿A qué se dedicaría esa organización?
—¡Es tanto lo que hay por hacer! Por ejemplo, nadie sabe cómo gestionar la naturaleza. Estableceremos diversos espacios naturales y los someteremos a distintas estrategias de control. Luego encargaremos a equipos externos el seguimiento y la modificación de las estrategias. Y después lo repetiremos todo. Un verdadero proceso iterativo, externamente evaluado. Eso nunca se ha hecho. Y al final obtendremos un corpus de conocimientos sobre la gestión de los distintos terrenos. No los conservaremos. Es imposible conservarlos. Cambiarán continuamente en cualquier caso. Pero sería posible gestionarlos si supiésemos cómo hacerlo. Cosa que nadie sabe. Esa es una amplia área de trabajo. La gestión de sistemas medioambientales complejos.
—De acuerdo…
—Luego abordaremos los problemas de las zonas del mundo en vías de desarrollo. La principal causa de la destrucción del medio ambiente es la pobreza. La gente que muere de hambre no puede preocuparse por la contaminación. Se preocupa por la comida. Quinientos millones de personas pasan hambre en el mundo en este preciso momento. Más de quinientos millones no disponen de agua limpia. Tenemos que concebir sistemas de reparto que funcionen realmente. Probarlos, someterlos a la verificación de elementos externos. Y en cuanto sepamos que dan resultado, reproducirlos.
—Parece difícil.
—Es difícil si eres una agencia gubernamental o un ideólogo.
Pero si sólo te propones estudiar el problema y resolverlo, es posible. Y esto sería un trabajo totalmente privado. Financiación privada. Tierra privada. Sin burócratas. A la administración se asignaría un cinco por ciento del personal y los recursos, todos los demás trabajarían fuera. Organizaríamos la investigación del medio ambiente como un negocio. Y nos dejaríamos de rollos.
—¿Por qué no lo ha hecho nadie?
—¿Bromeas? Porque es radical. Afronta los hechos: todas estas organizaciones ecologistas tienen ya cuarenta o cincuenta años. Cuentan con grandes edificios, grandes obligaciones, grandes plantillas. Es posible que mantengan sus sueños de juventud, pero la verdad es que ahora forman parte del orden establecido. Y el orden establecido siempre actúa para mantener el actual estado de cosas. Sencillamente es así.
—Está bien. ¿Y qué más?
—Evaluación de la tecnología. Los países del Tercer Mundo pueden saltarse etapas de desarrollo. Prescinden de las líneas telefónicas y van derechos al teléfono móvil. Pero nadie lleva a cabo una evaluación de la tecnología aceptable planteándose qué da resultado y cómo pueden compensarse los inevitables inconvenientes. La energía eólica es fantástica, a menos que seas un pájaro. Esos artefactos son guillotinas gigantes para las aves. Quizá debamos construirlas igualmente, pero la gente no sabe qué pensar al respecto. Se limitan a pontificar y adoptar poses. Nadie experimenta. Nadie realiza investigación de campo. Nadie se atreve a resolver los problemas, porque la solución podría contradecir la propia filosofía, y para la mayoría de la gente aferrarse a sus creencias es más importante que conseguir algo en el mundo.
—¿Tú crees?
—Te lo aseguro. Cuando tengas mis años, sabrás que es verdad. Y por otra parte, ¿qué me dices del uso recreativo de la tierra…, el uso multipropósito? Es un caos. Nadie ha descubierto cómo hacerlo bien, y está tan de actualidad, es talla competencia, que la buena gente simplemente desiste y lo deja, o desaparece en medio de una tormenta de pleitos. Pero eso no sirve de nada. La respuesta reside probablemente en diversas soluciones. Quizá sea necesario designar ciertas zonas para uno u otro uso. Pero todo el mundo vive en el mismo planeta. A unas personas les gusta la ópera; a otras les gusta Las Vegas. Y hay mucha gente a la que le gusta Las Vegas.
—¿Algo más?
—Sí. Necesitamos un nuevo mecanismo para financiar la investigación. En estos momentos los científicos se encuentran en la misma situación que los pintores del Renacimiento, trabajando por encargo para realizar el retrato que quiere el mecenas. Y si son listos, procurarán que su obra halague de manera sutil al mecenas. No manifiestamente. De manera sutil. Ese no es un buen sistema para investigar en las áreas de la ciencia que afectan a la política. Peor aún, el sistema obstaculiza la resolución de problemas. Porque si resuelves un problema, termina la financiación. Todo eso tiene que cambiar.
—¿Cómo?
—Tengo unas cuantas ideas. Los científicos no deben conocer su fuente de financiación. La evaluación de la investigación no debe tener un objetivo predeterminado. La investigación de orientación política de alto nivel puede llevarse a cabo mediante múltiples equipos concentrados en el mismo trabajo. ¿Por qué no si es realmente importante? Presionaremos para cambiar el modo en que las publicaciones especializadas informan sobre la investigación. Publicaremos el artículo y las reseñas de los otros especialistas en el mismo número. Eso dejará claras las intenciones de todos de inmediato. Hay que apartar esas publicaciones de la política. Los directores toman partido abiertamente en ciertos asuntos. Eso no puede ser.
—¿Algo más? —preguntó Evans.
—Nuevas etiquetas. Si lees a unos autores que dicen «Hemos observado que los gases de efecto invernadero y los sulfatos antropogénicos han ejercido una influencia detectable en la presión a nivel del mar», da la impresión de que han medido algo en el mundo real. De hecho, solo han llevado a cabo una simulación. Hablan como si las simulaciones fuesen datos del mundo real. No lo son. Eso es un problema que debe solucionarse. Yo estoy a favor de la aplicación de un sello:
SIMULACIÓN POR ORDENADOR. PUEDE SER ERRÓNEA Y NO VERIFICABLE
. Como en los paquetes de tabaco. Pondría el mismo sello en los artículos de prensa y en un ángulo de la pantalla durante los informativos de televisión.
ADVERTENCIA: ESPECULACIÓN. PUEDE ESTAR EXENTA DE DATOS REALES
. ¿Te lo imaginas salpicando todas las primeras planas?
—¿Alguna otra cosa? —Evans sonreía.
—Hay unas cuantas más —respondió Morton—, pero estos son los puntos principales. Va a ser muy difícil. Va a ser cuesta arriba todo el camino. Encontraremos oposición, nos sabotearán, nos denigrarán. Oiremos insultos atroces. Al orden establecido no le gustará. Los periódicos nos despreciarán. Pero al final el dinero empezará a fluir hacia nosotros porque demostraremos resultados. Entonces todo el mundo se callará. Y entonces nos tratarán como a grandes personajes, y ese será el momento más peligroso de todos.
—¿Y?
—Para entonces yo ya llevaré mucho tiempo muerto. Tú y Sarah tendréis que dirigir la organización durante veinte años. Y vuestra tarea final será desmantelarla, antes de que se convierta en otra organización ecologista vieja y cansada soltando peroratas rebosantes de sabiduría desfasada, despilfarrando recursos y haciendo más mal que bien.
—Entiendo —dijo Evans—. ¿Y cuando esté desmantelada?
—Encontraréis una persona joven y brillante y la intentaréis alentar a hacer lo que sea necesario hacer en la siguiente generación.
Evans miró a Sarah.
Ella se encogió de hombros y dijo:
—A menos que tengas una idea mejor.
Media hora antes de llegar a la costa californiana, vieron extenderse una bruma marrón sobre el océano. Se hizo más densa y oscura a medida que se aproximaban a tierra. Pronto vieron las luces de la ciudad en una superficie de kilómetros y kilómetros. La imagen quedaba desdibujada por la atmósfera.
—Se parece un poco al infierno, ¿no? —comentó Sarah—. Cuesta creer que vamos a aterrizar ahí.
—Tenemos mucho trabajo que hacer —dijo Morton.
Una novela como
Estado de miedo
, en la que se expresan muchas opiniones divergentes, puede llevar al lector a preguntarse cuál es la postura exacta del autor ante tales cuestiones. Llevo tres años leyendo textos sobre el medio ambiente, una empresa en sí misma arriesgada. Pero he tenido ocasión de consultar muchos datos y considerar muchos puntos de vista. Estas son mis conclusiones: