Esta noche dime que me quieres (26 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: Esta noche dime que me quieres
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—¿Qué deseo has pedido?

—No se puede decir: si no, no se cumpliría.

—Pero si se cumple, ¿me lo dirás?

—Sí…

Después Tancredi también tocó el pecho de la escultura. Se volvió y la miró.

—Yo también te lo diré… Si se cumple. —Y lo dijo sin insinuar nada, al menos eso le pareció a Sofia. Después volvieron a coger las bicis—. Es tarde, dentro de poco vendrá el coche a buscarnos al hotel, ¡debemos darnos prisa! ¿Te atreves a echar una carrera?

—¡Por supuesto!

Sofia comenzó a pedalear con fuerza.

—¡No vale!

—¿Cómo que no? —Se levantó del sillín para hacer más fuerza con las piernas y se dirigió a toda velocidad hacia la piazza delle Erbe; aceleraba cada vez más, y casi voló a lo largo del corso Sant'Anastasia y hasta llegar al hotel—. ¡Primera! —Frenó casi clavando la rueda delantera; tuvo que poner en seguida los pies en el suelo para no caerse—. ¿Has visto? He ganado.

Un poco después llegó Tancredi.

—Me parece que te entrenas los domingos…

—Qué tonto… No había vuelto a montar desde que era pequeña… —Entonces se pasó una mano por la espalda—. Creo que debería darme una ducha. ¡Estoy completamente sudada!

—De acuerdo, cuando estés lista te espero abajo.

Sofia cogió el ascensor y, al llegar a la planta, entró en la habitación.

Mientras se desnudaba, se puso a sonreír. Se lo estaba pasando bien. Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de un día así… Ligero. Sí, aquélla era la palabra adecuada. Estaba bien con Tancredi; aquel hombre hacía que siempre se sintiera cómoda. Aquello era algo muy importante para ella. Se metió en la ducha con un único pensamiento: «¿Le encontraré algún defecto? Y, sobre todo, algo aún más grave, ¿lo tendrá?» Abrió el chorro de agua, se lavó rápidamente, se secó aún más de prisa y, al cabo de pocos minutos, estuvo lista.

Tancredi estaba sentado en el bar, esperándola. La miró avanzar hacia él. Le sonrió. Sofia se detuvo, él se le acercó y la cogió por el brazo.

—¿No quieres decirme adónde vamos?

—Dentro de poco lo sabrás.

—Me da la sensación de estar en una película.

—Ella era Julia Roberts. Pero tú eres más hermosa.

Una vez fuera del hotel, Savini bajó del coche y le abrió la puerta a Sofia para que se sentara en la parte de atrás. Tancredi subió por la puerta opuesta y se sentó a su lado. El coche arrancó, silencioso, y se internó en el tráfico de Verona. Sofia le dedicó una sonrisa a Tancredi y luego le señaló el botón que servía para separarlos del chófer.

—¿Puedo?

—Claro.

Hizo subir el cristal. Ya estaban solos.

—¿Sabes? Creo que eres un tipo realmente extraño.

—Yo pienso lo mismo de ti.

—No, en serio, no estoy bromeando.

—Yo tampoco.

—Es como si te escondieras. En realidad podría ser todo mucho más sencillo, pero es como si no quisieras aceptar la normalidad.

—Interesante análisis. ¿Y por qué, según tú?

—Tal vez porque tengas miedo.

—O sea, que al final el miedica soy yo…

—Quizá… O puede que sea que en el fondo no te importe nada de nada.

—También este otro análisis resulta interesante. ¿Y cuál crees que es el correcto? ¿O es que hay otro?

—El tercero podría ser éste: tú crees que todo es tuyo, no sólo las cosas, sino también las personas. Durante un instante les concedes el mundo, haces que se diviertan, haces que se sientan el centro del universo. Luego, según mi opinión, cuando te aburres las echas.

—¿Tan malo piensas que soy?

—Quizá.

—¿No podría haber una lectura distinta?

Sofia sonrió.

—Sí, podría ser. Tal vez.

—¿Te lo estás pasando bien?

—Mucho. Pero no te daré esa satisfacción: yo no me llevaré un disgusto. De todos modos, después de esta noche todo habrá acabado.

Tancredi miró hacia fuera por la ventanilla.

—¿Tan segura estás?

Sofia permaneció un momento en silencio.

—Sí. Lo he decidido.

—Pero ¿no podría ser todo más sencillo, como decías tú?

—¿Qué quieres decir?

—Nunca he encontrado a la persona adecuada.

—Demasiado sencillo.

El Bentley circulaba entre el tráfico de Verona, por el Lungadige; luego giró a la izquierda y, al final, adelantó unos cuantos coches y se dirigió rápidamente hacia la Arena por la derecha.

—Entonces ¿después de esta noche no volveremos a vernos?

—Exacto.

—¿Y no podrías pensártelo mejor?

—No.

—A veces contestamos con demasiada seguridad sólo porque no estamos seguros del todo…

Sofia le sonrió.

—Es verdad. Pero no en este caso.

Tancredi se volvió hacia ella.

—De acuerdo, pero ahora no estropeemos la sorpresa. Hemos llegado.

El automóvil se detuvo frente a una gran cancela. El guardia de seguridad comprobó el pase que llevaban en el salpicadero del coche. Todo estaba en regla. Le hizo un gesto al compañero que estaba en el interior del patio. La verja se abrió y el coche entró en el aparcamiento. Uno de los empleados de la Arena fue en seguida a recibirlos. Tancredi y Sofia bajaron del coche.

—Gracias.

—De nada, señor, ¿puede mostrarme las entradas? —El asistente echó un vistazo rápido—. Sus asientos están al fondo a la derecha. Que se diviertan.

Tancredi cogió a Sofia del brazo. Ella intentó vislumbrar las entradas que llevaba entre las manos para ver si podía descubrir qué espectáculo había elegido para ella. Tancredi se dio cuenta y se las metió en el bolsillo.

—¿Nos sentamos? —Tomaron asiento el uno junto al otro. El escenario estaba en penumbra. Un foco de luz cortaba la oscuridad, pero no dejaba adivinar lo que iba a ocurrir. Tancredi la miró con una sonrisa—. Venga, ya falta poco… Aguanta. —Sofia empezó a mirar a su alrededor. Buscaba desesperadamente una pista: un cartel, una entrada que alguien tuviera en la mano, un programa, una gorra, una camiseta, pero nada. No había nada. Estudió a la gente que tenía cerca. Había personas mayores, pero también jóvenes, chicos, chicas, extranjeros, italianos, personas de color, un japonés. No había ningún elemento que pudiera ayudarla a descubrirlo. Nada. Tancredi se dio cuenta de su inquietud—: ¿Quieres cambiarte de sitio? ¿No te gusta donde estamos?

Le estaba tomando el pelo. Había pedido las mejores localidades para ella.

—No, gracias, este sitio es perfecto…

—Ah, es que como veía que mirabas a tu alrededor… —Justo en aquel momento, se apagaron las luces. Tancredi le sonrió en la oscuridad y empezó a hablarle con una voz cálida—: Tiene treinta y un años, ha ganado nueve Grammys… Gusta… Sí, o sea, bastante, pero a ti mucho. Su nombre empieza por N…

Una voz norteamericana gritó:

—¡Buenas noches, Italia!

Se encendieron algunas luces al fondo, fuegos artificiales azules, blancos y rojos destellaban desde detrás del escenario.

—¡Buenas noches, Verona!

Y en seguida empezó a cantar apareciendo por detrás.

In your message you said

Sofia estaba boquiabierta.

—Norah Jones…

—Sí, lo has adivinado…

Sofia se puso de pie y empezó a bailar, divertida, junto con todas las demás personas que tenía a su alrededor. Seguía el ritmo con los ojos cerrados, con las manos en alto, moviéndose al compás de la música de
Chasing Pirales
.

Norah Jones cantaba con voz cálida, el coro, a su espalda, se movía perfectamente al compás.

—¿Te gusta?

—¡Muchísimo! Es una sorpresa estupenda.

Tancredi estaba contento de verla tan entusiasmada. Sofia se movía siguiendo el ritmo y bailaba como una quinceañera cualquiera. Y así continuó durante varios temas…
Thinking About You
, luego
Be Here To Love Me
, y al final
December
. Uno tras otro, Norah Jones interpretó las últimas canciones hasta que la Arena se llenó de pequeñas luces, de móviles, de encendedores con la llama al viento y de gente que gritaba:

—¡Otra! ¡Otra!

Un momento después, Norah Jones reapareció en el escenario y cantó
Don't Know Why
aún mejor que todos los temas que había interpretado hasta aquel momento, como si no notara el cansancio de todo el concierto. Luego entonó
Come Away With Me
como si acabara de empezar a cantar. Al final, cerró con una bellísima sonrisa y un grito: «¡Gracias, Verona!
A kiss to
Romeo y Julieta!»

Lentamente, se fueron encendiendo las luces y la gente empezó a dirigirse hacia la salida.

Tancredi condujo a Sofia hasta el coche.

—Me ha gustado muchísimo… ¡Demasiado! ¡Ha sido una pasada!

—Ya…

—Pero tú… ¿cómo podías saberlo?

—Lo leí en el periódico.

—No, que Norah Jones es mi cantante favorita.

Tancredi albergaba la esperanza de que no le hiciera aquella pregunta.

—Ah, perdona, me lo dijo tu amiga Lavinia.

—Ah, claro…

Subieron al coche. Sofia se había quedado taciturna. Tancredi se dio cuenta.

—¿Qué te pasa? ¿Algo va mal?

—No, no, estaba pensando en que me perdí uno de sus pocos conciertos en Italia, en Lucca. Creo que fue en 2007.

—De alguna manera, lo hemos arreglado…

—Sí.

Llegaron en seguida al aeropuerto. Bajaron del coche y subieron al avión.

El comandante salió a su encuentro.

—¿Todo bien? ¿Podemos irnos? Es la hora que tenemos asignada para despegar…

—Sí, gracias, comandante.

Se sentaron y se abrocharon los cinturones de seguridad. El avión empezó a circular en seguida. Se dirigió al centro de la pista, aumentó las revoluciones de los motores y después se separó del suelo. Un poco más tarde, pasaron por encima de la Arena. Sofia se asomó a la ventanilla.

—Hace poco estábamos justo ahí… Y ha sido un concierto precioso. Gracias.

—De nada. A mí también me ha gustado mucho. Me estás haciendo descubrir muchas cosas.

—¿Como cuáles?

—La música clásica, Ekaterina Zacharova, Norah Jones. Un mundo nuevo. Creo que cada vez que una persona conoce a otra se abren nuevos caminos… Quién sabe qué pasará ahora.

Sofia sonrió.

—Quién sabe… Por ahora, algo muy sencillo. Debería ir al baño…

—Está al fondo.

Se levantó de la butaca y se dirigió hacia la cabina que le había indicado. La abrió, atravesó un dormitorio matrimonial muy elegante —de madera clara y piel de Alcántara— y entró en el baño. Se peinó. Miró el móvil. Ningún mensaje. Andrea no la había buscado. Sabía que estaba con Lavinia y no quería molestarla. Cuando salió de la cabina, vio que Tancredi estaba sentado a una mesa. Estaba puesta y había una vela en el centro. El joven la estaba encendiendo.

—¿Comemos algo?, ¿te apetece? Me habría gustado llevarte a cenar a un precioso restaurante de las colinas veronesas que me han aconsejado, pero no habríamos llegado a tiempo a Roma… Tal vez en otra ocasión. —Sofia lo miró y negó con la cabeza. Después se sentó frente a él—. ¿No, no quieres comer o…?

—No a lo de tal vez en otra ocasión.

—De acuerdo, como quieras. Toma, he preparado el menú Sofia. —Le pasó la carta. Era cierto, incluso llevaba su nombre impreso. Ella sonrió y la abrió. Todo le gustaba. Eran platos típicos de las regiones más diversas: pasta siciliana a la Norma,
trofie
genovesas al pesto, macarrones a la
arrabbiata
, chuleta a la milanesa y lubina a la palermitana. También había guarnición, fruta y postres—. No he podido poner más porque aquí la cocina es pequeña. No te digo que la próxima vez me organizaré mejor porque ya sé que sacudirás la cabeza…

—Exacto.

Llegó la azafata y Sofia pidió exclusivamente comida siciliana.

—¿Te gustaría escoger el vino? Tenemos varios en el botellero. ¿O prefieres champán?

Sofia miró la carta.

—Escógelo tú.

—Está bien. ¿Me trae un Cometa de Planeta?

La azafata desapareció.

—Toda la comida que has escogido es siciliana. Por lo general, me gusta acompañar lo que como con vino de la misma región…

Cenaron mientras volaban, a la luz de la vela, con un excelente vino blanco frío. Rieron, se contaron cada uno un poco de su pasado. Tancredi, claro está, ya conocía todos los pormenores, pero fue muy hábil a la hora de hacerle creer que lo oía todo por primera vez.

—Y así empezaste a tocar… Tu primer concierto con sólo ocho años… Increíble.

Y escuchaba atento todos los detalles mientras recorría con la mente las fotos de aquella época, las frases del diario, un artículo, una grabación, algo que de alguna manera enriqueciera todavía más aquella sencilla narración.

Poco después aterrizaron.

—Bueno… Hemos llegado.

—Gracias… —Saludó a la azafata, al segundo piloto y luego al comandante—: Realmente, ha sido una velada magnífica…

Tancredi la acompañó hasta su coche, en el aparcamiento.

—Ya hemos llegado.

—Ya hemos vuelto a la realidad.

—¿Has estado a gusto?

—Bastante. —Tancredi se quedó sorprendido por aquella respuesta. No estaba acostumbrado a los «bastante». Sofia lo miró a los ojos—. No sé cómo te las has ingeniado para averiguar todas esas cosas sobre mí. Al principio me molestó, ahora ya no me importa. Pero ha habido un error.

—¿Cuál?

—Norah Jones. Me has dicho que te lo había dicho Lavinia, pero ella no sabía que me gustara Norah Jones. —Después sonrió—. Te pedí que me dijeras la verdad. Ahora te informaré de algo más importante: odio a los mentirosos. —Tancredi no supo que decirle. Se había equivocado. Sofia entró en su coche—. Durante un instante, pensé que eras el hombre perfecto… —Entonces le sonrió—. Ahora estoy mucho más tranquila.

Cerró la puerta y se fue.

Tancredi se quedó mirándola. Entonces cogió el móvil del bolsillo.

Sofia conducía de prisa hacia casa. En seguida encontró sitio para aparcar el coche y miró la hora. Medianoche. Todo era creíble. Se acordó de la belleza del ascensor del hotel de Verona, de la suite, la terraza, el concierto, el avión, la cena a la vuelta… Todo aquello estaba fuera de su alcance, y también de su imaginación. Después sacó el teléfono del bolso. Dos mensajes. El primero era de Lavinia.

«¿Me perdonas? ¿Ha sido bonito? ¡Mi concierto ha sido fantástico! ¿Nos llamamos mañana? Te quiero.»

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