—¿Te lo ha dicho él?
—¿Quién?
—El chico.
—Primero, tiene más de treinta años, y segundo, se llama Fabio. Y tercero, eso lo he leído. Yo también puedo tener mis propias ideas sin que nadie me las sugiera, ¿no crees?
Sofia comprendió que era mejor dejarlo estar. Ya hablarían otro día, mejor en persona. Llevaba en el baño demasiado rato, como si fuera ella la que tuviera un amante.
—Dejémoslo estar, Lavi, ya hablaremos en otro momento.
—Claro.
Entonces a Sofia le vino algo a la cabeza.
—No sé si Stefano sospecha algo…
—Creo que algo se imagina. De todos modos me parece que se lo voy a decir.
Sofia se quedó desconcertada.
—¡Pero espera al menos hasta que hablemos en persona!
Oyó que Lavinia se reía desde el otro lado del teléfono.
—Vale, de acuerdo. Pero que sea pronto, la semana que viene. En otro caso, no te prometo nada. Y oye, ¿has hablado con el hombre del deseo? ¿Ese que hace que le seas infiel a Andrea con el pensamiento?
Sofia se sintió descolocada durante un segundo; después entendió que su amiga se estaba refiriendo a Tancredi.
—No, por lo que a mí respecta puedes estar tranquila.
—Oh, yo duermo como un tronco. ¡Pero házmelo saber cuando salgas con él!
—No antes de que tú tengas un hijo mayor de edad que crea que su madre es una santa.
—Sí, sí… Nunca digas nunca.
Estuvieron bromeando un poco más y después colgaron. Sofia apagó el móvil y lo dejó en el borde del lavabo. Abrió el grifo, metió las manos en el agua y se lavó la cara. Se la mojó varias veces. «Pero ¿qué está pasando? ¿Cómo puede una mujer abandonar todo lo que tiene? Lavinia parecía tan segura de su relación… —Luego se hizo las mismas preguntas a sí misma—: ¿Seguro que yo soy tan inocente? ¿Estoy convencida de que nunca me encontraré en esa situación? No, yo no. O, al menos, no lo haré de esa manera.» Y sólo el hecho de volver a pensar en ello, de haber encontrado una vía de escape por si acaso, hizo que se sintiera culpable.
Fue al salón. Sólo quería que Andrea no hubiera escuchado su conversación con Stefano. Él sabía perfectamente que la noche anterior no había salido.
—¿Qué me dices de una tortilla de patata y calabacín y de una ensalada con tomate?
Andrea estuvo de acuerdo.
—¿Puedes poner cebolla en la tortilla?
—Claro.
—Y un poco de maíz en la ensalada. ¡Pon también aceitunas!
Sofia ya estaba en la cocina.
—¡De acuerdo, aceitunas también!
Poco más tarde, ya estaban a la mesa. Sofia le abrió una cerveza. Andrea le sirvió agua con un poco de gas. Comieron en silencio, haciéndose alguna que otra broma.
—¿Cómo te ha ido hoy?
—Muy bien.
—Hace calor, ¿verdad…? ¿O soy yo que tengo calor?
—Oh, yo estoy bien. Quizá sea porque te has estado moviendo en la cocina.
—¿Quieres postre?
—No, sólo fruta, gracias.
Se acostaron temprano. A lo lejos, los coches pasaban por la carretera de circunvalación. Andrea dejó de leer y apagó la luz. Ella estaba vuelta del otro lado. Al cabo de un rato, Andrea dejó caer un «Buenas noches» sólo para ver si su esposa ya dormía.
—También para ti, cariño. Que duermas bien.
Sofia estaba todavía despierta. Permanecieron en silencio en la oscuridad. Por las rendijas de la persiana entraba un poco de la luz de la luna. Un momento después, los ojos de Andrea se acostumbraron a la oscuridad de la habitación. Ya veía el armario, la mesa, el sillón, su silla de ruedas. Pero, en la oscuridad, era como si aquel silencio pesara; una rara espera se cernía sobre ellos, era como si, para poder dormirse, hiciera falta una frase conclusiva. Y de hecho, de repente, llegaron aquellas palabras:
—No me hagas nunca una cosa así.
Sofia se mordió los labios. Así pues, Andrea lo había oído todo, incluso cómo ella le había mentido a Stefano. Por tanto, la consideraba capaz de mentir. ¿Qué podía contestarle? ¿Debía fingir que se había dormido? No resultaría creíble. No, tenía que encontrar una respuesta que dejara las cosas claras, que borrara cualquier duda, cualquier sombra. Iba a decir la verdad, la única cosa que no le producía reparos.
—Cuando ya no te quiera, si eso llegara a suceder, te dejaré. No esperaré a que llegue otro hombre para tener el valor de hacerlo. —Entonces se volvió hacia él—. Ahora no empieces a pensar cosas raras. No hace falta que te pongas celoso y no me compares nunca con ella. Me sentiría ofendida. Ya sabes lo importante que es para mí mi dignidad. El solo hecho de esconderte algo y de mentir me daría asco.
Después, Sofia volvió a darse la vuelta hacia el otro lado. Permanecieron un rato en silencio. Ella pensó que había sido dura, pero que había sido necesario. El silencio continuaba.
Entonces habló Andrea:
—¿Sabes? Estoy solo muy a menudo, y entro en Internet, en los blogs, y leo miles de historias de ésas, de gente que ha sufrido un desengaño, que ha sido infiel… Me pregunto, si existe un Dios, ¿cómo se siente? Él, que conoce todos nuestros problemas, nuestros deseos, que ve nuestras continuas miserias.
—Si existe, seguro que se aburre. Tú tampoco deberías pensarlo. Hay cosas más bonitas y hay gente mejor.
—Sí. Pero se esconden muy bien. —Dejaron de hablar. Era como si los dos se sintieran afligidos. Todo aquello no les concernía directamente y, sin embargo, les había afectado. Andrea volvió la mirada hacia el otro lado—. No hay nada que hacer. La vida es sucia.
Y se quedó mirando el techo, con la mente vacía, hasta que se durmió.
Sofia aparcó el coche, cogió el bolso y bajó del vehículo. Lo cerró con el mando a distancia y empezó a caminar de prisa hacia la Insalata Ricca. Metió el brazo por las asas del bolso y se lo deslizó hacia el hombro derecho. Dentro llevaba las partituras para sus niños. «Tengo ganas de saber qué novedades hay en su vida, si hará que vuelva a discutir con Andrea por alguna nueva ocurrencia… Al menos ha elegido un sitio cerca de donde doy clase, así cuando terminemos no tendré que coger el coche. Algo es algo.»
Entró en el restaurante. Había mucha gente joven con libros sobre la mesa; probablemente se tratara de universitarios que irían a estudiar a alguna biblioteca cercana.
«Oh, Dios mío. —Le llegó otro pensamiento—. ¿No me habrá traído aquí para presentármelo? Le he dicho que no quería saber nada más de eso.» Justo en aquel momento la vio. Estaba sola en una mesa al fondo del local. Lavinia también la vio y la saludó. Sofia fue sorteando las sillas, llegó hasta donde estaba su amiga y se sentó frente a ella.
—Hola. Durante un momento me he temido…
Lavinia sonrió. Luego cogió la carta.
—La verdad es que estaba muy indecisa respecto a si traerlo o no…
—Pero…
Lavinia la detuvo.
—Luego me acordé de que no tenías ninguna intención de conocerlo y de que no tengo que volver a meterte en líos… Así que no lo he traído.
Sofia también abrió la carta.
—Bien, y aclárame una curiosidad… —Se asomó por detrás de la carta del restaurante—: ¿Desde cuándo me haces caso?
—Desde que he comprendido que nuestra amistad podía correr peligro de verdad.
Sofia volvió a zambullirse en la carta y volvió a hablar:
—¡Muy bien! Oh, así me gusta. Atenta e inteligente, al contrario que en otras ocasiones… Dame otra buena noticia: ¿se han acabado los polvos locos con el chico?
—Ejem.
Sofia bajó de nuevo la carta y advirtió que el camarero estaba delante de ellas, con la libreta de los pedidos en la mano. Esperaba que no las hubiera oído. Aunque su sonrisa divertida indicaba lo contrario.
—Perdonen que las moleste. ¿Quieren pedir o vuelvo más tarde?
Sofia decidió quitarle importancia.
—Pedimos ahora. Para mí una ensalada César y después fruta. ¿Qué tienen?
—De todo… Uva, melocotón, sandía, melón…
—Muy bien, un melocotón; o no, mejor, ¿tienen macedonia?
—Sí.
—Pues una macedonia.
El chico lo apuntó en la libreta.
—¿Agua?
—Sin gas.
—De acuerdo.
Después añadió lo que le pidió Lavinia, que prefirió
tonnarelli
con queso y pimienta y un postre.
—Total, después tengo que ir al gimnasio… —se justificó con Sofia mientras le guiñaba un ojo—. Así lo quemo…
—Sí, me lo imagino. ¿Y entonces qué? ¿Lo has dejado o no?
—Es que de momento no estamos juntos, así que no puedo dejarlo.
—De acuerdo, ¿has dejado de verlo o no?
—No creo.
—Oye, entiendo que al principio todo te parezca fantástico…
—No es sólo eso, es que estoy realmente bien con él en cuanto a lo físico, es decir, nunca había tenido un sexo así… Gozo como no lo había hecho nunca en mi vida… —En aquel momento volvió el camarero. Dejó el agua en la mesa, la abrió y la sirvió en las copas. Las dos chicas permanecieron en silencio hasta que se marchó. Sofia cogió su copa. Lavinia siguió al camarero con la mirada—. Creo que nos ha tomado por dos maníacas. Pero bueno…, no está mal.
—¡Ahora también él! Pensará que venimos aquí a propósito, para buscar carne fresca.
—No entiendo por qué tienen que ser siempre los hombres los que se fijen en mujeres más jóvenes…
Sofia terminó de beber y volvió a llenarse la copa.
—¿Me has hecho venir hasta aquí para que me dé cuenta de lo que me estoy perdiendo?
—En cierto modo…
—Mira, he discutido con Andrea por tu culpa. Creo que hacía cinco años que no nos pasaba algo así; al día siguiente todavía estaba de morros… Y dime, ¿cómo fue la noche del aniversario?
—Ah, muy bien, pizza y cine. Después volvimos a casa e hicimos el amor de la manera más clásica, ¡en la cama! ¡Pero yo me esforcé al máximo para que me viera cálida y apasionada! Me inventé unos números…
—¡Lavinia!
—Al menos que piense que todavía me gusta follar con él… Es mejor si no sospecha nada, ¿no crees?
—Ah, claro, ¿y, según tú, no lo sabe? Yo creo que se dio cuenta de que no estuvimos juntas la otra noche…
—¿Por qué?
—Lo noté en cómo me miraba…
Llegaron la ensalada César y los
tonnarelli
con queso y pimienta.
—Aquí tienen. Te dejo el parmesano, por si lo quieres.
Se alejó.
—Gracias…
—¿Has visto? ¡Me ha tratado de tú!
—Pues sí.
—Se ve que todavía parezco una jovencita. La verdad es que tiene un buen culo…
—Te has vuelto loca.
—Venga, lo he dicho a propósito. De todos modos tendrías que haberme seguido el juego con Andrea, te has equivocado al «entregarme».
—Pero si la noche anterior había estado con él, ¿cómo iba a creerse que había salido contigo?
—Y yo qué sé. Podrías haberlo hecho de alguna manera. Cuando te conocí tenías mucha más fantasía, entonces te habrías inventado algo…
—Mira, ya está bien, abandono.
Sofia se lanzó sobre la ensalada y pinchó las hojas casi con rabia, una tras otra. Cogió un picatoste del fondo y, con el tenedor lleno, se lo llevó a la boca.
Lavinia vio que le salían hojas por la boca y se echó a reír.
—Eh, te vas a ahogar…
—Mmm —repuso ella sin conseguir hacerse entender.
—¿Qué has dicho?
Sofia acabó de masticar y se tragó el bocado.
—¡Que a ti te ahogaría yo!
—Gracias, buena amiga… Y yo que te pongo por delante de todo.
—Sí, y qué más… No me hagas decir lo que pones tú por delante de todo.
—Vale. ¿Sabes por qué te he invitado aquí?
—Espero que no sea para que te cubra.
—No. Ya me ha quedado claro: no volveré a ponerte en medio, no te preocupes.
—Oye, puede que no hayas entendido bien cómo sucedieron las cosas… —Sofia dejó de comer y puso los cubiertos en el plato—. Andrea se sintió culpable; pensó en Stefano, en todo lo que ha hecho y sigue haciendo por él, y en cómo se lo estaba pagando…
—¿Qué quieres decir?
—Al no decirle nada, él también se ha convertido en tu cómplice.
Lavinia inclinó la cabeza sobre el plato y empezó a juntar un poco de pasta.
—Andrea es un exagerado.
—Tal vez, pero tú no puedes decidir sobre los sentimientos que tienen los demás.
Lavinia dejó caer el tenedor en el plato.
—¡Y vosotros no podéis decidir sobre los míos!
Levantó tanto la voz que los chicos de la mesa de al lado se volvieron hacia ellas. Lavinia se dio cuenta y se tranquilizó. Sofia volvió a hablar en voz baja:
—Ya, sólo hay una diferencia: tú nos has metido en tus líos sin pedirnos permiso y, en el caso de que todavía no lo hayas entendido, nosotros no queríamos entrar en eso.
Su amiga se quedó callada. Aquella vez pareció que había comprendido el mensaje.
—De acuerdo, vamos a dejarlo. Ahora ya está hecho.
Siguieron comiendo. Aun así, Sofia decidió seguir con el tema:
—Puede que no lo sepas, pero Andrea quería contárselo todo a Stefano.
—¿Sí? Bueno, me habría hecho un favor. Antes o después tendré que decírselo yo.
—Eres libre de hacer lo que quieras. Yo te aconsejo que no le digas nada.
—Pero ¿qué sentido tiene? No te entiendo. Mi madre también me ha dicho lo mismo.
—¿Se lo has contado?
—Claro, confío en ella… —Permaneció un momento en silencio—. Y también en ti. Aunque las dos tenéis una visión burguesa del asunto.
—Tal vez sólo te estemos aconsejando con madurez. No me pareces una persona muy equilibrada últimamente…
—¿Por qué?
—Hace unos meses decidiste tener un hijo con Stefano. ¿Y ahora? Estás saliendo con otro.
—No estoy saliendo con otro, sólo me acuesto con él. Y es a no llamar las cosas por su nombre a lo que yo llamo visión burguesa.
—De acuerdo: ahora te follas a un tío y hace poco querías tener un hijo con tu marido. ¿Así está mejor?
—Bastante. Tal vez el hecho de que ese hijo no haya llegado sea una señal del destino. También el haber conocido a Fabio podría serlo. ¿Tú no crees en las señales?
—No.
—Pero sí crees en una promesa…
—Sí.
—Eso también es burgués.
—No.
Lavinia se limpió la boca.
—Envidio la fuerza que tienes.
Sofia suspiró.
—No. No soy tan fuerte. Es que no me quedó otro remedio. —Y en seguida añadió—: Pero ahora estoy bien. —Le sonrió—. No deberíamos discutir. Es que tu historia me ha trastornado…