Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol (16 page)

Read Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol Online

Authors: Eduardo Sacheri

Tags: #Cuento, Relato

BOOK: Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol
9.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

El sexto disparo me salió algo alto. La pelota se estrelló justo en el ángulo pero fue un tiro algo débil. Luego volvió resbalando lentamente por el césped. «Ya no estás para estas exhibiciones, anciano», me burlé de mí mismo.

—Segundo: confío en que recuerdes siempre la conversación que tuvimos. En otras palabras, confío en ti.

El octavo tiro fue más ortodoxo: con la diestra, a media altura, y lo suficientemente fuerte como para emprenderla de inmediato con el siguiente disparo. Viéndolo tieso de asombro, de espanto, de incredulidad, viendo el modo en que su expresión iba llenándose de una luminosidad esperanzada, no pude sino echarme a reír a carcajadas.

—Tercero: las fuerzas de seguridad de la patria dejan bastante que desear en su seguimiento de los forasteros, ¿no crees?

La boca de Miguel se había abierto en una mueca de pasmo.

—Cuarto: llamar por teléfono era demasiado arriesgado. Mejor escribir una carta dirigida a ella, pero con un sobrenombre absolutamente íntimo y desconocido para los demás.

Para el décimo disparo me perfilé con la pierna izquierda. Le pegué con alma y vida y el balón fue a dar casi en mitad del travesaño. Cuando volvió la empujé suavemente contra la red blanquísima.

—Y quinto, Miguel: eres todo un detective —le sonreí—: El reloj aquél andaba de maravillas.

Decisiones

Mañana.

—Volvélos a contar, si querés. Pero te garantizo que te lo descuento.

El muchacho resopló. Se incorporó con tal violencia que estuvo a punto de derribar el banquito metálico en el que había estado sentado.

—Veinticuatro.

—El de la noche rindió veinticinco. ¿Estamos? Si no tenés la guita en la cajita, sonaste, pibe.

—No vendí ninguna media. Y ya le dije que no me curraron. Me habrá tumbado el de la noche.

—¡A llorar a la iglesia, pibe! Ah, y otra cosa: el martes pasé a las cuatro y el puesto estaba vacío. ¿Dónde carajo te habías metido?

El muchacho dudó.

—Habré ido al baño, yo qué sé. —El chico había vuelto a derrumbarse en el banquito. Hablaba con la cabeza hundida entre los hombros. Los brazos le caían en el hueco que dejaban sus piernas estiradas.

—¡La próxima vez hacéte encima, me cacho! ¡Te agarro en una más y te mando al mismísimo carajo! ¿Entendés, flaquito?

El hombre gordo acomodó unos relojes, hizo ademán de alejarse. Volvió sobre sus pasos. Enderezó un par de carteles de precios. Echó una mirada rabiosa y despectiva sobre el chico, que tampoco entonces levantó la vista del piso. Se subió a un Taunus destartalado y partió en medio de un ruido ensordecedor.

—¿Por qué no lo mandás a la mierda, Beto? —Había hablado otro chico, desde el puesto inmediato de la izquierda. El muchacho alzó por fin la mirada.

—¿Qué querés que haga? Me lo tengo que aguantar. El marido de mi vieja, Cariucho, ya me dijo: o laburás y traés un mango a la casa o te saco a patadas en el traste.

—Buen tipo, el marido de tu vieja.

—Y ¿qué querés? Si es amigo de este malparido...

—Che, ¿en serio te faltaron unas medias?

—No, si va a ser chiste. Pero seguro que me las «hizo» el Pololo. ¿No viste que esta mañana me daba charla, y charla, y no paraba de hablar por nada? Me vacunó cuando rindió la planilla, el muy cornudo.

—Mirá que te lo tengo dicho, Beto. «Ojo con Pololo, mira que es un tipo jodido. Donde le das un metro te acuesta.» ¿Te dije o no te dije?

—Cortála, Pablo. Ya sé. Pero esta noche alguna le voy a mandar guardar. ¿Así que la va de piola? Ya va a ver el infeliz. Ya va a ver.

—Che, Betito. Ayer fue miércoles y tuve franco, así que no me contaste: ¿cómo te fue el martes?

—¿Con qué?

—¿Cómo con qué, boludo? ¿No fuiste al club?

—Ah, con eso.

—¡Pero sí, mamerto!

—Yo que sé. Bien. Va, no. Más o menos.

—¿Sos o te hacés?

—No, tarado. Lo que pasa es que salí tarde de acá, ¿sabés? Y cuando llegué el entrenamiento estaba empezado.

—Mira que sos, eh. ¡Mira que sos! ¿Cómo se te ocurre llegar tarde a semejante cosa? Si serás boludo, Beto.

—¿Y qué querés? Esperé que pasara el Gordo. Viste que siempre pasa al mediodía. Pero no pasó. ¿No te fijaste que me escrachó más tarde? ¿Viste que recién me preguntó? Y andaban mal los trenes. Qué querés. Cuando llegué, igual me le acerqué al técnico, pero casi no me pasó pelota.

—¿Cómo que no te dio bola?

—Te digo que no. Miraba todo el tiempo el partido. De vez en cuando gritaba. Ni me miró, con eso te digo todo.

—¿Pero vos le explicaste?

—Sí, más bien. Le dije que había salido tarde del laburo.

—¿Y qué te dijo?

—Que ese también era un laburo.

—¡A la flauta! ¿Y vos?

—Y yo nada. Me quedé. No sabés la cara de ese tipo. Te mete miedo. Cada uno que pasaba «Don» de acá, «Don» de allá. ¿Te acordás de Bolita, ese que jugó para nosotros en el campeonato de Neumáticos Anzzione?

—¿El que jugaba de seis? Sí, me acuerdo. Es un caníbal, ése. Un asesino. ¿Te acordás la de piñas que puso cuando se armó contra los de la Texico?

—Bueno, ése. No sabés. Parecía un angelito. El Don este lo cagaba a pedos. «Vení para acá, dormido. Cortá por allá. ¿No ves que quedás enganchado, perejil?» Todo eso le decía. Y el Bolita nada. Hacía que sí con la cabeza y dale para acá, dale para allá, como un chupaculo.

—Se ve que le tienen miedo al tipo, ¿no?

—Se ve que sí. Cuando vi eso me quedé callado, ¿qué iba a decirle?

—¡Pero qué mala leche, Beto! ¿Así que no jugaste ni cinco minutos?

—No. Pero me mandó probar a los arqueros.

—¿Por?

—¿Y yo qué sé? Vos hacés cada pregunta, también. Me quedé ahí sentado mirando el partido. Total ya estaba ahí, ¿viste? Y al rato este tipo me dice «ya que viniste al pedo andá a tirarle unos tiros a los arqueros».

—Y fuiste.

—Y claro, ¿cómo no voy a ir? Así que me calcé los botines y fui.

—¿Y?

—Y me pasé una hora dale que dale tirándole a los arqueros.

—¿Y cómo te fue?

—Y yo qué sé.

—¿Cómo, yo qué sé? Metiste algún gol, supongo.

—Sí, más bien. Al principio arranqué mal. Uno de esos guachitos me alcanzó una bola que estaba desinflada. Yo de entrada no dije nada, viste. Pero me salían unos tintos de porquería.

—¿Pero no pediste otra, chambón?

—¡Pero me cacho! ¿Por qué no fuiste vos, Pablo? Tardé en apiolarme. El arquerito me tiraba siempre la misma. Aparte yo estaba nervioso. ¿Qué querés que le haga?

—¿Y entonces?

—Me apiolé porque junto conmigo pateaba otro flaquito que le daba con un fierro. Y yo pensaba: «¿Cómo hace para pegarle así semejante flaquito?». Y ahí caí en lo del balón, sabés. Porque a mí no me pasaban nunca las bolas que pateaba el otro.

—¿Y qué hiciste?

—Le pregunté al arquerito si me atajaba un penal.

—¿Y?

—Y me dijo que sí, que bárbaro. Tomé bastante carrera. Lo medí. Y le pegué un puntinazo de novela directo a las pelotas.

—¡Qué grande, Betito! ¿Y después?

—Me acerqué haciéndome el preocupado, y cuando lo tuve a tiro le dije que si me volvía a joder le partía el bocho a patadas.

—¿Y qué hizo?

—Nada. Se la aguantó. Después me empezó a tirar balones bien inflados.

—¿Y ahí?

—Y ahí anduve mejor. No te digo bárbaro, pero mejor. Lo que pasa es que yo quería jugar, sabés. ¡Justo que consigo que me prueben y llego tarde!

—¿Y por qué no rajaste temprano de acá, me querés decir?

—Porque este gordo malparido de Cosme me va a rajar a la primera de cambio, Pablo. Ya te dije. ¿No ves las ganas que me tiene?

—¿Ah, sí? ¿Y si te tomaban? ¿Si te decían que volvieras? Entrenando todos los días no podrías trabajar en el puesto.

—No. Pero si no era seguro. ¿Qué iba a hacer? Aparte ya te dije que el marido de mi vieja me tiene repodrido. Y no quiero que se la agarre con ella, ¿sabés?

—Ta bien, Beto, pero me da bronca. Con las condiciones que tenés...

—Ahora sos técnico, vos. Déjate de joder, Pablo. Y cuidáme el puesto que voy a comprar factura para el mate.

—¡Grande, Betito! Andá tranquilo, que el Pololo me dejó encargado que te tumbe dos o tres pares de medias más.

Mediodía.

—¡Mirá que estás callado, Beto! Será posible.

—Cortála Pablo, no jodás.

—Dale, chabón. Poné algo de música, yo qué sé. Hablando de música. ¿Te enteraste que al Chiquito, el que tenía el puesto con casetes del otro lado de la estación le cayó la cana y le levantó toda la merca?

—¿No digas?

—Sí, parece que el trompa no arregló a tiempo y lo sacudieron con todo. Aparte no sabés: lo tuvieron demorado como veinticuatro horas en la comisaría.

—¿Ves? Para que no te quejés del gordo Cosme. De este lado con la cana no pasa nada.

—¡Ufa, Beto! Me tenés cansado con esa cara de culo. Poné música. Dale.

—Cortála, que estoy pensando. Con la música no puedo.

—Ah, caray. ¡Muchachos! ¡Muchachos! ¡No se me pongan a hablar fuerte que el Betito está pensando y lo distraemos! Por qué no te vas un poquito a la...

—¡Sssshhh! en serio, Pablo, cortála.

—¿Y ahora sos profesor, o algo, que pensás tanto?

—No, boludo. Lo que pasa que me faltó contarte un cacho.

—¿Un cacho de qué?

—De lo del otro día.

—¿Cómo no me contaste? ¿Qué pasó?

—Que el fulano ése me dijo que volviera hoy.

—¿Cómo? ¿Que volvieras?

—Sí, ¿sos sordo?

—¿Y vos sos boludo? ¿Y por qué no me dijiste?

—Para que no escorcharas, ¿para qué va a ser? Pasó que cuando ya estaba podrido de patearle al turrito ese del arquero se acercó el tipo y me preguntó de qué jugaba. «Al medio», le dije. «De ocho», le dije. Me preguntó si por izquierda también jugaba. Le dije que poco y nada. Me dijo que le pegaba bien con la zurda, así que tenía que probar.

—¿Y?

—Y nada. Que si podía jugar de diez, y le pegaba así al balón, a lo mejor le servía.

—¿Y te dijo sin verte jugar?

—¿Pero sos o te hacés? ¿No te digo que al partido no entré?

—¡Por eso pescado, por eso! ¿Te dijo así nomás de verte probar al arquero?

—Sí, yo qué sé.

—Pero entonces estás salvado, Betito. ¡Si lo que mejor hacés es gambetear y jugar cortito! Si al Don éste le gustó cómo le pegás de lejos estás hecho, hermanito. ¡Muchachos, muchachos!

—¡Calláte, boludo! No hagás kilombo, que no me voy a ningún lado.

—¿Me estás cargando?

—¿Vos me escuchaste lo que te dije esta mañana?

—¿De qué?

—¿Cómo de qué? Del marido de mi vieja y todo eso. ¿Y no lo oíste al gordo guanaco éste? Seguro que pasa después. Y si no me ve me raja. Ya lo dijo.

—¿Y qué te calienta?

—¿Cómo qué me calienta? Necesito la guita, Pablo, ¿no entendés?

—Pero si quedás ahí en el club te parás para todo el viaje, Betito. Ponéle que este año y el otro no ganés nada. Pero después seguro que mojás, Betito.

—Sí, ¿y mientras tanto?

—Y mientras tanto que te banquen un poco, yo que sé. El club, ¿tiene pensión?

—No sé, Pablo. Vos hacés cada pregunta.

—¿Y qué vas a esperar? ¿Que el Gordo te aumente el sueldo? Si con el asco que te tiene, alguna te va a encontrar, y te va a mandar al carajo. ¿O no te das cuenta?

—Y bueno, que me mande, ¿qué querés que haga?

—¡Que vayás, infeliz! ¡Que vayás! Oíme un poco: si yo supiera jugar como vos... ¿te pensás que me quedo vendiendo despertadores y remeras? Ni mamado, hermano. Me rajo y listo.

—Oíme, Pablo. ¿Sos o te hacés? ¿Qué te acabo de decir de mi vieja y el fulano éste?

—¡Pero yo te aguanto, pescado! Te venís a casa un par de meses, yo qué sé. Después te meto un voleo en el culo y te mandás mudar, Betito.

—No jodás que esto es en serio.

—Y ya sé, chabón, ya sé. Por eso. Me nombras representante. ¡Ahí tenés! En cinco años empiezo a juntar la guita en pala. ¿De qué te reís, boludo? En serio. Arranco con vos, así aprendo. Y después empiezo en serio. Me compro un Movicom y me hago garca.

—Ah, así que aprendés conmigo, pedazo de pelotudo. —Por primera vez el muchacho sonrió.

—Sí, Beto. Si te arruinan en el club no me caliento. Igual aprendo. Y después me dedico a jugadores en serio. Para, che, no pegués. No, no, en serio. ¡Me estás tirando el puesto, boludo!

—Entonces, cortála. Cortála en serio, Pablo. No me llenés la cabeza al pedo.

—¡Y dale con eso, Beto! En serio. ¿Te conté alguna vez lo que me decía mi abuelo del tren? ¿Querés que te cuente?

—No.

—Bueno, igual te voy a contar porque viene al caso. El nono me decía siempre: «Mirá pibe, el tren pasa una vez, sabés. Y si no te lo tomás, cagaste». Así me decía.

—¿Y qué tiene que ver el tren?

—¿Pero vos sos boludo o te hacés? ¿No te das cuenta? Es una manera de decir. Como que si no aprovechás, sonaste. ¿Viste como esos partidos que van cero a cero y te quedá una bola servida en el área? Vos lo medís al arquero. Y mientras le pegás pensás (¿viste qué rápido que se piensa, Betito?, es un segundo, pero lo pensás enterito): «Si la emboco listo, se acabó el partido. Pero si no la emboco, seguro nos van a terminar llenando la canasta. Y me voy a pasar una semana sin dormir chupando la amargura de haberme comido este gol hecho». ¿Nunca te pasó? ¿Viste? Bueno, mi abuelo decía eso.

—Pablo. —La voz del chico sonaba fatigada.

—¿Qué?

—Calláte, ¿querés?

—¡Mira que sos pendejo, me cacho!

Nochecita.

—¿Qué dice, Don Cosme?

—¿Qué pasa?

—¿Cómo qué pasa?

—¿Pero sos o te hacés? Y el flaquito... ¿dónde se metió?

—¡Ah... Beto! No, no está. Se tuvo que ir.

—¿Cómo que se fue?

—Sí. A tomarse el tren.

—¿Me estás tomando de boludo, pendejo?

—No, Don Cosme, nada que ver. Pero dijo que se tenía que ir.

—¿Ah, sí? ¡Cuando lo veás decile que se quedó sin laburo! Ah, y decíle que se cuide porque Cariucho lo va a fajar de lo lindo.

—Yo le digo, Don Cosme. Pero dijo que ya sabía, que no se haga problema.

—¡Ah, encima se hizo el gracioso!

—No, Don Cosme. Lo dijo bien. Y dejó dicho que tenga cuidado con el del turno noche. Con el Pololo, ahora que no va a estar él; porque ése es chorro en serio y le va a tumbar mercadería de lo lindo.

Other books

Anita Mills by Scandal Bound
Conjure by Lea Nolan
Sleeping With the Enemy by Tracy Solheim
Recipe for Magic by Agatha Bird
Very Wicked Beginnings by Ilsa Madden-Mills
Perdita by Joan Smith