Espejismos (33 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
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Todavía conserva esa sonrisa cuando un enorme camión aparece delante de nosotros, golpea el costado de nuestro coche y hace que el mundo se vuelva negro.

Capítulo cuarenta y ocho

A
l momento siguiente me encuentro sentada en mi cama, con la boca abierta en un grito silencioso que nunca tuvo oportunidad de salir y ser oído. Después de perder a mi familia por segunda vez en un año, lo único que me queda es el eco de las palabras de Riley:

«Tienes que encontrar a Damen… ¡antes de que sea demasiado tarde!».

Me levanto de la cama de un salto y corro hacia la sala de estar; voy directa hacia el minifrigorífico y descubro que el elixir y el antídoto han desaparecido. No sé si eso significa que soy la única que ha retrocedido en el tiempo mientras todos los demás se quedaban aquí o si he regresado al momento en que me marché… cuando Damen seguía en peligro y yo huí.

Bajo las escaleras a toda velocidad, tan deprisa que los escalones no son más que un borrón bajo mis pies. No tengo ni idea de en qué día estamos, pero sé que tengo que encontrar a Ava antes de que sea demasiado tarde.

Sin embargo, en cuanto llego al descansillo, Sabine grita:

—¿Ever? ¿Eres tú?

Me quedo paralizada al verla aparecer tras la esquina con un delantal lleno de manchas y una bandeja llena de brownies en la mano.

—Ah, genial. —Sonríe—. Acabo de prepararlos según la vieja receta de tu madre, ya sabes, esa que siempre solía hacer, y quiero que pruebes uno y me digas qué te parece.

Permanezco inmóvil, incapaz de hacer otra cosa que parpadear. Me obligo a reunir una paciencia que no tengo y le digo:

—Estoy segura de que te han salido genial. Oye, Sabine, yo… —Pero ella no me deja terminar.

Se limita a inclinar la cabeza hacia un lado y dice:

—Bueno, ¿no piensas probar uno al menos?

Sé que esto no es solo porque quiere verme comer; se trata también de conseguir cierta aprobación… «mi» aprobación. Se ha estado planteando si tiene o no capacidad para cuidar de mí, si es responsable en cierto modo de mis problemas de conducta; cree que si hubiera manejado mejor las cosas, nada de esto habría ocurrido. Mi brillante, exitosa e incansable tía, que jamás ha perdido un caso en un juicio, desea… mi aprobación.

—Solo uno —insiste—. ¡Te aseguro que no voy a envenenarte! —Y, cuando sus ojos se clavan en los míos, no puedo evitar darme cuenta de que su elección de palabras, en apariencia fortuita, esconde algún tipo de mensaje que me incita a apresurarme. Pero sé que primero debo terminar con esto—. Estoy segura de que no son ni de lejos tan buenos como los de tu madre, porque ella era sin duda la mejor, pero se trata de su receta… y por alguna razón me desperté esta mañana con la abrumadora necesidad de hacerlos. Así que pensé que…

A sabiendas de que Sabine es capaz de embarcarse en toda una sesión de argumentación con el fin de convencerme, estiro la mano hacia la pila de brownies. Cojo el más pequeño, con la idea de comérmelo y salir corriendo. Pero, cuando veo una inconfundible letra «E» justo en el medio… lo entiendo.

Es mi señal.

La que he estado esperando todo este tiempo.

Justo cuando ya había perdido la esperanza, Riley ha hecho lo que prometió.

Ha marcado el brownie más pequeño de la bandeja con mi inicial, lo mismo que solía hacer siempre.

Y, cuando busco el más grande y veo que tiene una «R» grabada, sé sin lugar a dudas que es cosa suya. El mensaje secreto, la señal que me prometió justo antes de marcharse para siempre.

No obstante, puesto que no quiero ser como esas personas chifladas que encuentran un significado oculto hasta en una bandeja de dulces recién horneados, echo una mirada a Sabine y le digo:

—¿Has hecho tú… ? —Señalo mi brownie, el que tiene mi inicial grabada en el medio—. ¿Has puesto tú esta letra?

Ella frunce el ceño, primero para mirarme a mí y luego al observar el pastel. Luego sacude la cabeza y señala:

—Oye, Ever, si no quieres probarlo, no tienes por qué hacerlo. Solo pensé que…

Antes de que termine la frase, cojo el brownie de la bandeja y me lo meto en la boca. Cierro los ojos mientras saboreo su esponjosa textura y me sumerjo de inmediato en esa típica sensación de «hogar». Ese lugar maravilloso que he tenido la suerte de poder visitar de nuevo, aunque por un corto espacio de tiempo. Y por fin me doy cuenta de que el hogar no se encuentra solo en un único lugar: está allí donde tú desees que esté.

Sabine me mira con expresión preocupada, a la espera de mi aprobación.

—Intenté hacerlos en otra ocasión, pero no me quedaron ni de cerca tan buenos como los de tu madre. —Se encoge de hombros y me mira con timidez, impaciente por obtener mi veredicto—. Ella solía bromear diciendo que utilizaba un ingrediente secreto, pero ahora me pregunto si hablaba en serio o no.

Trago saliva con fuerza antes de lamerme las migajas de los labios. Luego le digo con una sonrisa:

—Sí que había un ingrediente secreto. —Su expresión se viene abajo, como si eso significara que no están buenos—. El ingrediente secreto era el amor —le explico—. Y tú debes de haberlo utilizado en grandes cantidades, porque están increíbles.

—¿De verdad? —Sus ojos se iluminan.

—De verdad. —La abrazo con fuerza, pero me aparto después de un breve momento—. Hoy es viernes, ¿no?

Ella me mira con el entrecejo fruncido.

—Sí, es viernes. ¿Por qué? ¿No te encuentras bien?

Asiento con la cabeza y salgo corriendo hacia la puerta. Me queda menos tiempo del que pensaba.

Capítulo cuarenta y nueve

M
e detengo frente a la casa de Ava, aparco el coche de cualquier manera (las ruedas traseras sobre el cemento y las delanteras encima de la hierba) y corro hacia la puerta tan rápido que apenas veo los escalones. Sin embargo, cuando llego hasta ella doy un paso atrás… Siento algo raro, algo extraño que no puedo definir. Como si todo estuviese demasiado tranquilo, demasiado silencioso. Aunque la casa está tal y como la dejé (con los maceteros a cada lado de la puerta y el felpudo con la palabra «Bienvenido» en su lugar), su quietud resulta escalofriante. Preparo los nudillos para llamar, y apenas rozo la madera cuando se abre ante mí.

Dejo atrás el salón de camino hacia la cocina. Llamo a voces a Ava mientras me fijo en que todo está tal y como lo dejé: la tetera en la encimera, las galletitas en un plato… Todo está en su lugar. Sin embargo, cuando observo la alacena y veo que el elixir y el antídoto han desaparecido, no sé muy bien qué pensar. No sé si eso significa que mi plan ha funcionado y al final no han sido necesarios, o todo lo contrario, que algo ha salido mal.

Corro hacia la puerta añil que hay al final del pasillo, impaciente por comprobar si Damen sigue allí, pero hay algo que me impide el paso: Roman se encuentra de pie delante de ella. En su rostro aparece una sonrisa mientras dice:

—Me alegra mucho ver que has vuelto, Ever. Aunque ya le dije a Ava que lo harías. Ya conoces el dicho: «¡No se puede volver atrás!».

Me fijo en su pelo deliberadamente alborotado que enmarca a la perfección el tatuaje del uróboros de su cuello y soy consciente de que, a pesar de mis avances, a pesar de que conseguí despertar a la gente del instituto, él sigue al mando.

—¿Dónde está Damen? —Recorro su rostro con la mirada con un nudo en el estómago—. ¿Y qué has hecho con Ava?

—Vamos, vamos… —Esboza una sonrisa—. No te preocupes por nada. Damen está justo donde lo dejaste. Aunque debo admitir que aún no puedo creer que lo abandonaras. Te subestimé. Nunca lo habría imaginado. Me pregunto cómo se sentiría Damen si se enterara. Apuesto a que él también te había subestimado. —Trago saliva al recordar las últimas palabras de Damen: «Me abandonaste». Sé que él no me subestimó en absoluto; sabía con exactitud el camino que elegiría—. Y, en cuanto a Ava… —Roman sonríe de nuevo—. Te alegrará saber que no le he hecho nada de nada. A estas alturas ya deberías haberte dado cuenta de que solo tengo ojos para ti —murmura, y se mueve tan rápido que apenas he tenido tiempo de parpadear cuando descubro su rostro a escasos centímetros del mío—. Ava se marchó por propia voluntad. Y ahora faltan… —Hace una pausa para consultar su reloj de muñeca— bueno, unos segundos para que tú y yo podamos hacerlo oficial. Ya sabes, sin toda esa culpabilidad que habrías sentido si hubiéramos empezado a salir antes de… de que él tuviera la oportunidad de «seguir adelante». Yo no me habría sentido culpable en absoluto, la verdad, pero me da la impresión de que tú eres de ese tipo de personas que se consideran buenas, puras, bienintencionadas y todas esas tonterías; algo que, si te soy franco, a mí me resulta un poco sensiblero. Sin embargo, tengo la certeza de que encontraremos una manera de acabar con todo eso.

Dejo de escuchar sus palabras mientras planeo mi próximo movimiento. Intento determinar cuál es su debilidad, su criptonita, su chacra más vulnerable. Puesto que bloquea la puerta por la que quiero entrar, la puerta que conduce hasta Damen, no tengo más remedio que «atravesarlo». Sin embargo, debo tener cuidado con mi forma de proceder. Porque cuando entre en acción debo realizar un movimiento rápido, inesperado y directo al objetivo. De otra forma, me veré inmersa en una batalla que tal vez nunca pueda ganar.

Alza su mano hasta mi cara para acariciarme la mejilla, pero se la aparto de un manotazo tan fuerte que el crujido de sus huesos atraviesa el aire. Sus dedos fláccidos cuelgan y se balancean delante de mis ojos.

—Ay… —Sonríe y sacude la mano antes de flexionar los dedos, que se han curado al instante—. Eres un poco agresiva, ¿no? Sabes que eso me pone, ¿a que sí? —La exasperación es evidente en mi mirada. Siento su gélido aliento contra la mejilla cuando me dice—: ¿Por qué sigues luchando contra mí, Ever? ¿Por qué me alejas si soy lo único que te queda?

—¿Por qué haces esto? —pregunto. Se me encoge el estómago cuando sus ojos se entornan y se oscurecen, mostrando una completa carencia de color y de luz—. ¿Qué te ha hecho Damen?

Roman inclina la cabeza y me mira a los ojos antes de explicarse.

—Es muy sencillo, encanto. —Su voz cambia de repente: abandona el acento británico y adopta un tono que jamás le había escuchado—. Él mató a Drina. Así que yo pienso matarlo a él. Así estaremos a la par. Caso cerrado.

Y, en el instante en que lo dice, lo entiendo todo. Sé exactamente cómo podré derribarlo y atravesar esa puerta.

Porque junto con el «quién» y el «cómo», ahora sé el «por qué». La elusiva razón que he necesitado todo este tiempo. Ahora, lo único que se interpone entre Damen y yo es un fuerte puñetazo en el chacra del ombligo de Roman, el chacra sacro como lo llaman algunas veces: el núcleo de los celos, la envidia y el deseo irracional de posesión.

Un golpe contundente y Roman será historia.

Sin embargo, antes de acabar con él debo hacer una cosa más. Así pues, lo miro a los ojos con expresión firme y le digo:

—Pero no fue Damen quien mató a Drina, sino yo.

—Buen intento —replica antes de echarse a reír—. Patético y un poco ñoño a mi parecer, pero me temo que de todas formas no va a servirte de nada. No vas a poder salvar a Damen con una tontería así.

—¿Por qué no? Si tan interesado estás en hacer justicia, en lo del «ojo por ojo» y todo eso… entonces debes saber que fui yo. —Asiento con la cabeza antes de añadir con una voz cargada de apremio y fuerza—: Fui yo quien mató a esa zorra. —Noto que vacila; muy poco, pero lo bastante como para que yo lo vea—. Siempre estaba metiéndose en mis asuntos. Estaba obsesionada con Damen, pero eso ya lo sabías, ¿verdad? ¿Sabías que estaba loca por él? —Da un respingo. No confirma ni niega nada, pero ese respingo es lo único que necesito para seguir adelante, porque sé que he tocado una fibra sensible—. Quería quitarme de en medio para poder quedarse con Damen y, aunque me pasé meses tratando de ignorarla y esperando a que se largara, fue lo bastante estúpida como para entrar en mi casa e intentar enfrentarse a mí. Y… bueno, cuando se negó a marcharse y decidió atacarme… la maté. —Me encojo de hombros. He relatado la historia con mucha más calma de la que sentí en aquellos momentos y me he asegurado de no revelar mi ineptitud, mi ignorancia y mis miedos—. Lo cierto es que fue bastante fácil. —Sonrío y sacudo la cabeza, como si estuviera reviviendo ese momento—. En serio. Tendrías que haberla visto. En un momento dado estaba delante de mí, con su fantástica melena pelirroja y su piel pálida, y al siguiente… ¡había desaparecido! Y, por cierto, Damen no se presentó hasta que todo hubo acabado. Así que ya ves, si hay algún culpable, esa soy yo, no él. —Tengo la mirada clavada en la suya y el puño listo para asestar el golpe. Me acerco un poco más antes de añadir—: ¿Qué te parece? ¿Todavía quieres salir conmigo? ¿O ahora preferirías matarme? Sea lo que sea, lo entenderé.

Coloco la mano sobre su pecho y lo empujo con fuerza contra la puerta. Pienso en lo fácil que habría sido apretar unos centímetros más abajo, golpearlo con todas mis fuerzas y acabar con todo esto de una vez por todas.

—¿Tú? —pregunta, aunque parece más un peso de conciencia que la acusación que pretendía—. ¿Fuiste tú y no Damen?

Asiento. Tengo el cuerpo tenso, listo para luchar. Sé que nada me impedirá entrar en esa habitación y ya he empezado a elevar el puño cuando él exclama de repente:

—¡Todavía no es demasiado tarde! ¡Aún podemos salvarlo!

Me quedo paralizada, con el puño a medio camino del objetivo, sin saber muy bien si está jugando conmigo.

Observo cómo niega con la cabeza, visiblemente alterado.

—No lo sabía… —dice—. Estaba seguro de que había sido él… Fue él quien me lo dio todo… quien me dio la vida… ¡Esta vida! Y estaba seguro de que había sido él quien… -Se da la vuelta y corre a toda velocidad por el pasillo mientras grita-: Ve a ver cómo está… ¡Yo traeré el antídoto!

Capítulo cincuenta

L
o primero que veo cuando cruzo la puerta es a Damen. Todavía está tendido en el sofá, tan pálido y delgado como cuando lo dejé.

Lo segundo que veo es a Rayne. Está acurrucada a su lado, poniéndole un paño húmedo sobre la frente. Sus ojos se abren como platos cuando me ve y levanta la mano mientras me grita:

—¡Ever, no! ¡No te acerques más! Si quieres salvar a Damen, detente ahora mismo… ¡No rompas el círculo!

Bajo la vista hasta el suelo y veo que hay un círculo perfecto formado por una sustancia blanca granulosa semejante a la sal. Un círculo que los rodea a ambos y me deja a mí fuera. Luego la miro a ella y me pregunto qué quiere, qué puede tener en mente ahí agachada junto a Damen y advirtiéndome de que me aleje. Me doy cuenta de que su aspecto es aún más extraño fuera de Summerland: su rostro pálido fantasmal, sus rasgos diminutos y sus enormes ojos negros como el carbón. Sin embargo, cuando clavo la mirada en Damen y veo cómo se esfuerza por respirar, sé que debo llegar hasta él, sin importar lo que ella diga. Lo he abandonado. Lo he dejado atrás. Fui lo bastante estúpida, ingenua y egoísta como para pensar que todo saldría bien por el simple hecho de que así lo deseaba, y que Ava se quedaría por aquí para solucionar las cosas si algo salía mal.

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