Espartaco (37 page)

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Authors: Howard Fast

Tags: #Historico

BOOK: Espartaco
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Mentalmente identificaba a Espartaco con Odiseo; y para siempre, por lo que a él se refiere, ambos se fundieron en uno. Muchacho como era entonces, menor que todos, encontró en Espartaco a un héroe y modelo de vida y de vivir. Al principio desconfiaba de esa tendencia suya. «No confíes en hombre alguno y ningún hombre te engañará», se decía a menudo, de modo que aguardó y observó y esperó que Espartaco no estuviera a la altura de Espartaco. Y gradualmente tuvo la comprensión de que Espartaco nunca estaría por debajo de Espartaco, y la comprensión fue más allá, ya que comprendió que ningún hombre que es inferior a sí mismo, no en su totalidad, sino en un destello del conocimiento de las riquezas y el esplendor que yace en el fondo de cada ser humano.

De modo que cuando fue elegido entre los cuatro gladiadores que debían satisfacer los caprichos de dos perfumados homosexuales de Roma, en una lucha a muerte de dos parejas, se sintió abrumado por una lucha interior y una contradicción tan tremenda como nunca había experimentado antes. Fue una nueva lucha y, cuando triunfó en ella, entró realmente por primera vez en la envoltura protectora en que se había recluido. Ese mismo instante volvía a vivirlo ahora en la cruz. De nuevo en el pasado, volvía a luchar contra sí mismo, y de sus abrasados labios en lo alto de la cruz salieron las dolorosas palabras que cuatro años antes se había dicho a sí mismo.

(«Soy el más maldito de los hombres del mundo entero —se había dicho—, ya que basta ver cómo se me elige para que mate al hombre que más quiero por encima de todos los seres vivientes. ¡Qué suerte cruel la mía! Pero nada más puede esperarse de un Dios o de dioses o sean lo que sean que no tienen otro propósito que el de torturar a los hombres. Ésa es toda su misión, pero yo les daré satisfacción. No voy a actuar para ellos. ¡Son como esos perfumados cerdos romanos que están sentados en el circo y esperan el momento en que las entrañas de los combatientes rueden por la arena! Bueno, esta vez no voy a satisfacerlos. Se perderán el placer de ver la pelea de una pareja, esos individuos miserables y corruptos que no pueden encontrar placer en otra cosa. Podrán ver cómo me matan pero no obtendrán satisfacción alguna de ver matar a un hombre. Eso pueden verlo en cualquier momento. Pero no lucharé contra Espartaco. Antes mataría a mi propio hermano. Nunca lo haré.

(¿Pero y entonces qué? Primero sólo hubo locura en toda mi vida y aquí la vida es una absoluta locura. ¿Qué fue lo que me dio Espartaco? Yo mismo tengo que hacerme esa pregunta y yo mismo tengo que responderla. Tengo que responder porque me ha dado algo de gran importancia. Me ha dado el secreto de la vida. La vida misma es el secreto de la vida. Todos toman partido. O se está del lado de la vida o se está del lado de la muerte. Espartaco está del lado de la vida, y, en consecuencia, peleará contra mí, si debe hacerlo. No se limitará a morir. No les permitirá que lo manden a la muerte sin decirles una palabra ni sin devolverles el golpe. Entonces eso es lo que yo debo hacer. Debo luchar contra Espartaco y la vida elegirá entre nosotros dos. ¡Qué terrible decisión debo tomar! ¿Existió alguna vez un hombre más desgraciado? Pero es como tiene que ser. Ésa es la única forma posible.)

Vivió una vez más aquellos pensamientos y aquella decisión y ya no recordaba que estaba muriendo en la cruz, que la suerte le había sido favorable y que no había tenido que luchar contra Espartaco. Pieza por pieza, su mente trastornada por el dolor unió el pasado y volvió a vivirlo. Una vez más los gladiadores dieron muerte a sus entrenadores en el comedor. Una vez más lucharon contra las tropas con sus cuchillos y sus propias manos. Una vez más marcharon por el campo y de las casas de campo salieron los esclavos para unirse a ellos. Y una vez más se lanzaron de noche sobre las cohortes de la ciudad y las destruyeron totalmente y se apoderaron de sus armas y armaduras. Todo aquello volvió a vivirlo, no en forma racional ni cronológicamente ni con facilidad, sino cual una bola de ardientes llamas que el pasado le arrojaba.

(«¿Espartaco —pregunta—, Espartaco?» Acaba de terminar su segunda gran batalla. Los esclavos constituyen un ejército. Tienen el aspecto de un ejército. Se han apoderado de las armas y las armaduras de diez mil romanos. Están organizados, en grupos de cien y de quinientos. Su campamento nocturno es una fortaleza con muros de troncos, rodeada de fosos, como los que construyen las legiones en campaña. Durante horas practican el lanzamiento de la lanza romana. La fama y el mortal temor por lo que han logrado son conocidos en todo el mundo romano. En cada choza de esclavos, en cada vivienda de esclavos, se susurra sobre alguien llamado Espartaco, que ha revolucionado al mundo. Sí, él lo ha logrado. Tiene un poderoso ejército. Pronto marchará sobre la propia Roma, y en su ira echará abajo las murallas de Roma. Allí donde va pone en libertad a los esclavos y todo el botín que recoge va a un fondo común; y esto sucedía antaño, cuando las tribus eran dueñas de todo y no había hombre que poseyera riquezas. Sus soldados sólo poseen sus armas y las ropas que llevan a la espalda y los zapatos que calzan. Ése es ahora Espartaco. (Dice: «¿Espartaco?».

(Poco a poco el habla ha vuelto a este judío, David. Habla lento y titubeando, pero habla. Ahora le habla al líder de los esclavos.

(«Espartaco, soy un buen combatiente, ¿verdad?»

(«Bueno, muy bueno. El mejor entre los mejores. Tú combates bien.»

(«Y no soy cobarde, ¿lo sabes?»

(«Hace mucho tiempo que lo sé —dice Espartaco—. ¿Dónde hay un gladiador que sea cobarde?»

(«¿Y nunca volví la espalda en una pelea?»

(«Nunca.»

(«Y cuando me cortaron de cuajo la oreja, apreté los dientes pero no grité de dolor.»

(«No es deshonroso gritar de dolor —declara Espartaco—. He conocido a hombres fuertes que gritaban de dolor. He visto a hombres fuertes llorar cuando los dominaba la amargura. Eso no es deshonroso.»

(«Pero tú y yo no lloramos, y algún día seré como tú Espartaco.»

(«Serás mejor de lo que soy yo. Eres mejor luchador que yo.»

(«No. Nunca seré ni la mitad de lo que tú eres, pero creo que sé combatir bien. Soy muy rápido. Como un gato. Un gato puede ver llegar el golpe. El gato ve a través de su piel. Algunas veces experimento esa sensación. Casi siempre veo venir el golpe. Por este motivo quiero pedirte algo. Quiero pedirte esto: que me dejes combatir junto a ti. Dondequiera que luchemos, quiero estar a tu lado. Té tendré a salvo. Si te perdemos, lo perderemos todo. No estamos luchando por nosotros. Luchamos por el mundo entero. Por esta razón quiero estar a tu lado siempre que entremos en combate.

(«Tú tienes cosas mucho más importantes que hacer que estar a mi lado. Necesito hombres para conducir un ejército.»

(«Los hombres te necesitan a ti. ¿Es que acaso pido mucho?»

(«Pides muy poco, David. Lo pides por mí, no por ti.»

(«Entonces dime que eso es lo que quieres.»

(Espartaco asiente.

(«Y nunca correrás peligro alguno. Estaré cuidándote. Día y noche te estaré cuidando.»)

Y de esa manera se constituyó en la mano derecha del líder de los esclavos. Él, que en toda su corta vida no vio otra cosa que derramamiento de sangre y fatiga y violencia, ve ahora resplandecientes y dorados horizontes. Lo que sería el resultado de su rebelión se hacía cada vez más claro en su mente. Ya que en el mundo la mayoría eran esclavos, pronto constituirían una fuerza que nadie podría detener. Entonces desaparecerían las naciones y las ciudades nuevamente volvería la
edad de oro.
Una vez, en los cuentos y leyendas de cada pueblo, hubo una
edad de oro
, cuando los hombres no conocían el pecado ni la amargura, y en que vivían juntos en paz y amor. De modo que, cuando Espartaco hubiera conquistado el mundo entero, volvería a ser así nuevamente. Se lo proclamaría con gran estruendo de címbalos y trompetas, y un coro formado por todas las voces del pueblo cantaría loas.

En su mente afiebrada oía ahora el coro. Oía el sonido in crescendo de la voz de la humanidad, coro que volvía como eco de las laderas de las montañas...

(Está solo con Varinia. Cuando mira a Varinia, el mundo real desaparece y sólo queda esa mujer que es la mujer de Espartaco. Para David es la mujer más hermosa del mundo y la más deseable, y su amor por ella es como una gangrena en su vientre. Cuántas veces se ha dicho a sí mismo: (¡Qué despreciable criatura eres; amar a la mujer de Espartaco! Todo cuanto tienes en el mundo se lo debes a Espartaco y ¿cómo le pagas? Le pagas amando a su mujer. ¡Qué cosa más pecaminosa! ¡Qué cosa más terrible! ¡Aun sin hablar de eso, aun sin mostrarlo, haces una cosa terrible! Y, además, es una cosa inútil. Pon un espejo ante tu rostro. ¿Hubo alguna vez otro rostro como éste, enjuto y salvaje, rostro como el de un halcón, sin una oreja, cortado y lleno de cicatrices?

(Y Varinia le dice: «¡Qué muchacho tan extraño, David! ¿De dónde procedes? ¿Toda tu gente es como tú? Eres tan sólo un niño, pero nunca sonríes y nunca ríes. ¡Qué manera de ser!».

(«No me llames niño, Varinia. He probado que soy algo más que un niño.»

(«¿Es que en verdad lo has probado? Bueno, tú no me engañas a mí. Eres simplemente un niño. Deberías tener una muchacha. Pasar tu brazo en torno a su cintura y salir a caminar con ella cuando la noche recién comienza y es hermosa. Deberías besarla. Deberías reír con ella. ¿No hay suficientes muchachas acaso?»

(«Tengo mucho trabajo que hacer. No tengo tiempo para eso.»

(«¿No tienes tiempo para el amor? ¡Oh, David, David, qué cosas dices! ¡Qué cosas extrañas dices!

(«Y si nadie se preocupara por nada —replica él con vehemencia—, ¿dónde estaríamos? ¿Crees acaso que es un juego de niños liderar un ejército, encontrar alimentos para tantos miles de personas, todos los días, adiestrar a los hombres? ¡Tenemos que hacer las cosas más importantes del mundo, y tú quieres que esté pendiente de las muchachas!»

(«No digo que estés pendiente de ellas, David. Quiero que les hagas la corte.»

(«No tengo tiempo para eso.»

(«No tienes tiempo. ¿Bueno, cómo me sentiría yo si Espartaco me dijera que no tiene tiempo para mí? Creo que querría morirme. No hay nada más importante que ser un hombre, tan sólo un hombre sencillo, corriente, humano. Yo sé que tú piensas que Espartaco es algo más que un hombre. No lo es. Si no lo fuera, no sería bueno para nada. No hay gran misterio sobre Espartaco. Yo lo sé. Cuando una mujer ama a un hombre, conoce mucho sobre él.»

(Él se arma de todo el coraje posible y le dice: «Tú lo amas, verdad?».

(«¿Qué estás diciendo, muchacho? Lo amo más que a la vida misma. Moriría por él, si él lo quisiera.»

(«Yo moriría por él», dice David.

(«Eso es diferente. Algunas veces te observo cuando lo miras. Eso es diferente. Yo lo amo porque es un hombre. Es un hombre sencillo. No hay nada complicado en él. Es sencillo y suave y nunca me grita ni levanta una mano contra mí. Hay algunos hombres que tienen pena de ellos mismos. Pero Espartaco no siente ni pena ni piedad por él mismo. Sólo tiene piedad y siente pena por los otros, ¿puedes preguntar ahora si lo amo? ¿No saben todos lo mucho que lo quiero?»)

Así, en determinados momentos el gladiador, en medio de sus sufrimientos, recordaba con gran claridad, pero en otros el recuerdo era desordenado y horrible y la batalla se transformaba en una pesadilla de ruidos terribles, de sangre y de dolor, de masas de hombres salvajes en movimiento desordenado y sin control. En un determinado momento, cuando se habían cumplido dos años desde el comienzo de la rebelión, comprendieron que las masas de esclavos que poblaban el mundo romano no se sublevarían o no podrían unírseles. Habían alcanzado el máximo de su fuerza, mas el poder de Roma parecía no tener límite. De esa época recordaba una batalla librada, terrible batalla, tan grande en sus proporciones y tan vasta por el número de hombres que participaban en ella que Espartaco y los hombres que le rodeaban apenas si podían imaginar el curso que tomaba la lucha. En los momentos en que recordaba esas cosas, la gente de Capua que estaba observando las reacciones del gladiador crucificado vio contraérsele el cuerpo y tiritar y caer de sus labios apretados un hilo blanco de saliva, mientras que sus extremidades extendidas se agitaban en medio de la agonía. Oyeron sonidos en su boca contraída y muchos de entre ellos dijeron:

—Ya no le queda mucho tiempo. Está en las últimas.

(Han tomado posiciones en lo alto de la colina, una colina alargada, de onduladas estribaciones a ambos lados, y la infantería pesada está desplegada en la cresta de la colina sobre una extensión de poco menos de un kilómetro en ambas direcciones. Hay un hermoso valle surcado en su parte céntrica por un riachuelo poco profundo, serpenteante corriente de agua que avanza y retrocede en infinitas curvas, con un verde prado en la parte más lejana, donde pastan vacas con las ubres rebosantes, y en el otro extremo del valle hay una barranca donde han tomado posiciones las legiones romanas. Espartaco ha fijado su puesto de comando en el centro de su ejército, bajo un pabellón blanco situado sobre un montículo que domina todo el lugar. Aquí han comenzado a realizarse esas operaciones que son ya rutinas inevitables en un puesto de mando durante una batalla. Un escribiente está sentado, provisto de papel y de los útiles necesarios para cumplir su labor. Cincuenta mensajeros están listos para correr al instante a cualquier parte del campo de batalla. Se ha erigido un mástil para el encargado de las señales, y éste permanece alerta al pie del mismo, con su variada colección de banderines de brillantes colores. Y sobre una larga mesa colocada en el centro de la gran tienda de campaña se está trazando un mapa del campo de batalla.

(Estos métodos son característicos de los esclavos, quienes los han establecido paulatinamente, tras dos años de enconadas batallas. Del mismo modo han elaborado sus tácticas de combate. En este momento, los líderes del ejército miran el mapa y analizan las informaciones referentes al número y calidad de las fuerzas que se les oponen. Hay ocho hombres en torno de la mesa. En un extremo está de pie Espartaco, flanqueado por David. Un extraño que por primera vez lo viera diría que Espartaco es un hombre de por lo menos cuarenta años. Sus rizados cabellos están moteados de gris. Está más delgado que antes y en su rostro destacan sus marcadas ojeras, consecuencia de sus noches de insomnio.

(Un observador diría que el tiempo se ha apoderado de él. El tiempo se ha sentado a horcajadas sobre sus hombros y lo maneja. Sería ésta una sagaz observación, ya que de vez en cuando, una vez en muchísimos años, en varios siglos, un hombre hace que el mundo se ponga de pie y luego, con el pasar del tiempo y el transcurrir de los siglos y las mudanzas del mundo, tal hombre jamás es olvidado. Así es como hace poco tiempo éste era tan sólo un esclavo; y ahora ¿hay alguien que no conozca el nombre de Espartaco? Pero él no ha tenido tiempo de hacer una pausa y reflexionar profundamente sobre lo que le ha ocurrido. Lo menos que tuvo fue tiempo para detenerse a pensar en las transformaciones que en dos años se operaron en su interior, que lo cambiaron del hombre que era en el hombre que es. Ahora es el líder de un ejército de más de cincuenta mil hombres y en ciertos aspectos es el mejor ejército que haya conocido el mundo.

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