Authors: Kerstin Gier
—Pero desde entonces las dos hemos descubierto muchas más cosas —dije yo—. En primer lugar, Leslie ha demostrado ser un genio, y en segundo, me he encontrado varias veces con mi ab…
—¡Como es natural, no vamos a revelar nuestras fuentes! —dijo Leslie dirigiéndome una mirada de indignación—. Sigue siendo uno de ellos, Gwen, aunque las hormonas hayan ofuscado tus sentidos.
Gideon nos miró sonriendo y se sentó con las piernas cruzadas sobre la alfombra.
—Muy bien. Entonces me toca empezar a mí. —Y sin esperar al consentimiento de Leslie, volvió a explicar lo de los papeles que había recibido de Paul. Al contrario que yo, Leslie se quedó horrorizada al oír que debía morir en cuanto el círculo de sangre se hubiera cerrado. Bajo sus pecas, estaba blanca como una sábana.
—¿Se pueden ver esos papeles? —preguntó.
—Claro. —Gideon se sacó del bolsillo del pantalón unas cuantas hojas dobladas y luego unas cuantas más del bolsillo de la camisa. El papel estaba bastante amarillento y parecía a punto de rasgarse en los pliegues.
Leslie le miró perpleja.
—¿Y los llevas así de un lado a otro, metidos en el bolsillo? Son documentos originales valiosos, no… pañuelos llenos de mocos. —Los agarró—. Están a punto de resquebrajarse. ¡Típico de los hombres! —Con mucho cuidado, desdobló los documentos—. ¿Estás seguro de que no son falsificaciones?
Gideon se encogió de hombros.
—No soy grafólogo ni historiador, pero tienen exactamente el mismo aspecto que los originales que conservan los Vigilantes.
—Seguro que a la temperatura adecuada y detrás de un vidrio, como debe ser —dijo Leslie, irritada todavía.
—¿Y cómo consiguió hacerse con estos papeles la Alianza Florentina? —pregunté.
Gideon se encogió de hombros de nuevo.
—Los robaron, supongo. No he tenido bastante tiempo para repasar los Anales en busca de indicios. De hecho, ni siquiera he tenido tiempo para revisar a fondo todo esto. ¡Hace días que voy a todas partes cargado con estos papeles! Me los sé de memoria, pero no he sacado gran cosa en claro, excepto sobre este tema en concreto.
—De todos modos, no corriste enseguida a ver a Falk para enseñárselo todo —dije yo aprobatoriamente.
—La verdad es que pensé en hacerlo, pero luego… —Gideon suspiró—. En este momento sencillamente no sé en quién puedo confiar.
—No confíes en nadie —susurré poniendo dramáticamente los ojos en blanco—. Mamá me insistió mucho en eso.
—Tu madre —murmuró Gideon—. Sería interesante averiguar cuánto sabe en realidad de todo este asunto.
—Según estos papeles, cuando el círculo se haya cerrado y el conde tenga ese elixir, Gwendolyn debe… —Leslie no consiguió acabar la frase.
—… morir —completé yo.
—Palmarla, pringarla, entregar el alma, pasar a mejor vida, lanzar el último suspiro, alcanzar el descanso eterno, fallecer, expirar… —contribuyó Xemerius con voz soñolienta.
—… ¡morir asesinada! —dijo Leslie tendiéndome la mano en un gesto cargado de dramatismo—. ¡Porque tú no caerás muerta así sin más! —Se pasó la otra mano por los cabellos, que ya estaban bastante alborotados sin necesidad de eso. Gideon carraspeó, pero Leslie no le dejó hablar—. Para serte sincera, hace tiempo que tenía un mal presentimiento… —dijo—. Las otras rimas eran tan… agoreras… Y siempre era el cuervo, el rubí, el número doce el que salía peor parado. Además, esto encaja con lo que he descubierto. —Me soltó la mano y revolvió en su mochila (¡nueva de trinca!) para sacar
Anna Karenina
—. Bueno, de hecho lo descubrieron Lucy y Paul y tu abuelo, y Giordano.
—¿Giordano? —dije yo desconcertada.
—¡Sí! ¿No has leído sus ensayos? —Leslie hojeó el libro—. Los Vigilantes tuvieron que admitirle en la logia para que dejara de pregonar sus tesis a los cuatro vientos.
Sacudí la cabeza avergonzada. Después de esa primera frase tan complicada había perdido todo interés por los papeluchos de Giordano. (¡Aparte de que era Giordano quien los había escrito!)
—Despiértame cuando haya algo interesante —dijo Xemerius, y cerró los ojos—. Necesito echarme una siestecita para digerir.
—Giordano nunca fue tomado realmente en serio como historiador, y esto incluye a los Vigilantes —intervino Gideon—. Solo publicó un montón de divagaciones confusas en turbias revistas esotéricas en las que se refiere al conde como el Ascendido o el Transformado, lo que quiera que signifique eso.
—¡Yo te lo puedo explicar muy bien! —Leslie sostuvo
Anna Karenina
bajo la nariz de Gideon como si estuviera presentando una prueba de cargo en un tribunal—. Como historiador, Giordano tropezó con actas de la Inquisición y con cartas del siglo XVI que documentan que el conde de Saint Germain, cuando era muy joven, dejó embarazada en uno de sus viajes en el tiempo a la hija de un conde que vivía en un convento, una tal Elisabetta di Madrone. Y que en la referida circunstancia —Leslie vaciló un momento—, bueno, en fin, antes o después seguramente, le explicó un montón de cosas, tal vez porque todavía era joven e ignorante, o sencillamente porque se sentía seguro.
—¿Y cuál es ese montón de cosas? —pregunté.
—El conde se mostró muy generoso proporcionando informaciones: empezando por su origen y su verdadero nombre, pasando por su capacidad para viajar en el tiempo, y acabando con la afirmación de que se encontraba en posesión de secretos de incalculable valor, secretos que le permitirían fabricar la piedra filosofal.
Gideon asintió, como si ya conociera la historia, pero Leslie no pareció inmutarse y siguió a lo suyo.
—Estúpidamente, a la gente en la Italia del siglo XVI aquello no les pareció tan fantástico. Tomaron al conde por un peligroso demonio, y además el padre de Elisabetta estaba tan indignado por lo que le había hecho a su hija que fundó la Alianza Florentina y consagró su vida a la búsqueda del conde y de sus iguales, como harían luego las generaciones que le sucedieron… —Leslie calló—. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¡Dios mío, tengo la cabeza tan llena de datos que me parece que me va a estallar de un momento a otro!
—¿Y qué demonios tiene que ver esto con Tolstói? —preguntó Gideon mientras miraba desconcertado el libro preparado por Lucas—. No te enfades, pero hasta ahora no me has dicho nada realmente nuevo.
Leslie le dirigió una mirada sombría.
—A mí sí —me apresuré a decir—. ¡Pero, Les, lo que querías explicar es qué se propone hacer el conde realmente con la piedra filosofal!
—Exacto. —Leslie arrugó la frente—. Para eso quería remontarme un poco más en el pasado, porque, como es natural, pasó un tiempo antes de que los sucesores del conde di Madrone descubrieran que el primer viajero, Lancelot de Villiers…
—Puedes resumir tranquilamente —la interrumpió Gideon—, tampoco tenemos tanto tiempo. Pasado mañana volvemos a encontrarnos con el conde y antes debo obtener, siguiendo sus instrucciones, la sangre de Lucy y de Paul. Me temo que si no lo consigo, se sacará algún otro plan de la manga… —suspiró—. ¿Y bien?
—De todas maneras, no deberíamos descuidar los detalles. —Leslie suspiró también y hundió un momento la cabeza entre las manos—. Pero, bueno, el hecho es que los Vigilantes creen que la piedra filosofal servirá de trampolín a la humanidad porque podrá curar todas las enfermedades, ¿no es eso?
—Exacto —dijimos al unísono Gideon y yo.
—¡Pero Lucy y Paul y el abuelo de Gwenny y, si bien se mira, también los miembros de la Alianza Florentina, opinaban que eso es mentira!
Asentí con la cabeza.
—Espera un momento. —Gideon tenía el gesto torcido—. ¿El abuelo de Gwenny? ¿Nuestro gran maestre antes de que ocupara el cargo mi tío Falk?
Volví a asentir, esta vez con un poco de remordimientos. Gideon me miró, y de repente pareció comprender lo que ocurría.
—Continúa, Leslie —dijo—. ¿Qué más has descubierto?
—Que Lucy y Paul creían que el conde quiere la piedra filosofal solo para él. —Leslie se detuvo un momento para asegurarse de que estábamos pendientes de lo que decía—. Porque la piedra filosofal debe hacerle inmortal, a él y solo a él.
Gideon y yo callamos. Yo, debidamente impresionada. Y Gideon no sé por qué. Por su expresión era imposible adivinar lo que pensaba.
—Naturalmente, el conde tuvo que inventarse toda esa historia de la salvación de la humanidad y bla bla bla para convencer a la gente de que trabajara para él —continuó Leslie—. Difícilmente hubiera podido crear una organización secreta tan poderosa si hubiera explicado lo que se proponía hacer en realidad.
—¿Y eso es todo? ¿Solo se trata de que ese viejo carcamal tiene miedo de morirse? —pregunté.
Me sentía casi un poco decepcionada. ¿Así que ese era el secreto que se escondía tras el secreto? ¿Y para eso tanto trabajo?
Mientras sacudía la cabeza con escepticismo y en mi mente empezaba a formarse una frase que empezaba con «pero», las cejas de Gideon se juntaron aún más.
—Encajaría… —murmuró—. ¡Maldita sea, Leslie tiene razón! Encaja.
—¿Qué encaja? —pregunté yo.
Gideon se puso en pie de un salto y empezó a pasear arriba y abajo por mi habitación.
—No puedo creer que mi familia haya estado tan ciega para dejarse engañar por ese hombre durante siglos —dijo—. ¡Que yo haya estado tan ciego! —Se paró delante de mí e inspiró hondo—. «… del aroma del tiempo el aire se satura, y una permanece fija por toda la eternidad.» Si se lee con atención, se puede comprender perfectamente. «Cura todo achaque y toda pestilencia, bajo la Constelación de los Doce se cumple la sentencia.» ¡Naturalmente! Para proporcionar vida eterna a alguien, esta sustancia tiene que poder curar todas las enfermedades. —Se rascó la frente y señaló las hojas amarillentas sobre la alfombra—. Y las profecías que el conde ocultó a los Vigilantes aún son más claras. «… la eternidad fragua la piedra filosofal, vestida de juventud crece una nueva fuerza que al elegido otorga un poder inmortal.» ¡Es tan sencillo! No entiendo cómo no lo he visto hace tiempo. ¡Estaba tan obsesionado con la idea de que Gwendolyn iba a morir y de que yo podía ser el responsable que he sido incapaz de descubrir la verdad a pesar de tenerla ante los ojos!
—Bueno, sí… —dijo Leslie, y no pudo evitar que se le escapara una sonrisita triunfal—. Supongo que tu fuerte es otro, ¿no es verdad, Gwenny? Y, además, ya tenías bastante trabajo —añadió en tono conciliador.
Cogí los papeles de Gideon.
—«Mas cuando ascienda la duodécima estrella, reanudará el destino su curso fatal. Perderá su lozanía el roble con ella, sometido al yugo del tiempo terrenal. Hasta que el lucero palidezca y muera, no tendrá el águila su nido eternal» —leí con voz vacilante, tratando de ignorar que mientras hablaba se me habían puesto todos los pelos de punta—. Muy bien, la duodécima estrella soy yo, pero el resto me sigue sonando a chino…
—Aquí está escrito en el margen: «¡En cuanto posea el elixir, ella debe morir!» —murmuró Leslie apoyando su cabeza contra la mía—. Eso lo entiendes, ¿no? —Me abrazó muy fuerte—. No debes acercarte nunca, nunca más a ese asesino, ¿está claro? Debemos impedir como sea que ese maldito círculo de sangre llegue a cerrarse. —Se apartó un poquito para mirarme—. Lucy y Paul ya hicieron todo lo que pudieron al largarse con el cronógrafo. Es una verdadera lástima que exista ese segundo cronógrafo. —Me soltó y miró a Gideon con aire de reproche—. ¡Y pensar que uno de los que está en esta habitación no tiene nada mejor que hacer que llenarlo aplicadamente con la sangre de todos los viajeros del tiempo! Prométeme ahora mismo que ese conde nunca tendrá la oportunidad de estrangular a Gwenny, o de apuñalarla, o de…
Xemerius se despertó súbitamente de su siesta.
—… envenenarla, colgarla, decapitarla, desnucarla, lapidarla, ahogarla, defenestrarla… —exclamó entusiasmado—. ¿De qué va todo esto?
—«Hasta que el lucero palidezca y muera, no tendrá el águila su nido eternal» —dijo Gideon en voz baja—. ¡Solo que el lucero no puede morir!
—Querrás decir «debe» —le corrigió Leslie.
—Puede, debe, tiene que, ha de —recitó Xemerius, y dejó caer de nuevo la cabeza sobre sus patas.
Gideon se sentó en cuclillas ante nosotras, otra vez con expresión muy seria.
—Eso es lo que quería decirte hace un momento, antes de que nos… —Se aclaró la garganta—. ¿Ya le has explicado a Leslie que lord Alastair te hirió con su espada?
Asentí con la cabeza, y Leslie dijo:
—¡Tuvo una suerte increíble de que el golpe no la alcanzara de lleno!
—Lord Alastair es uno de los mejores espadachines que conozco —dijo Gideon—. Y el golpe la alcanzó de lleno en una zona vital. —Rozó mi mano con la punta de sus dedos—. Mortalmente, para ser exactos.
Leslie se quedó sin respiración.
—Pero si solo me imagi… —murmuré, y pensé en mi excursión al techo de la habitación y en la espectacular perspectiva que tenía de lo que ocurría desde allí arriba.
—¡No! —Gideon sacudió la cabeza—. ¡No te lo imaginaste! Dudo mucho que sea posible imaginarse algo así. ¡Y, además, yo también estaba allí! —Por un momento pareció incapaz de seguir hablando, pero enseguida se rehízo y continuó—: Cuando saltamos de vuelta, dejaste de respirar al menos durante medio minuto, y cuando llegué contigo al sótano, seguías sin pulso, de eso estoy completamente seguro. Y al instante te sentaste como si no hubiera pasado nada.
—¿Significa eso que…? —preguntó Leslie, y esta vez fue ella la que puso ojos de borrego.
—Eso significa que Gwenny es inmortal —dijo Gideon, y me dirigió una sonrisa un poco temblorosa.
Me quedé petrificada mirándole, absolutamente perpleja.
Xemerius se había incorporado y se rascaba el vientre desconcertado. Su boca se abrió y se cerró, pero en lugar de soltar un comentario, solo escupió un chorrito de agua sobre mi almohada.
—¿Inmortal? —Leslie tenía los ojos abiertos como platos—. ¿Como… como el Highlander?
Gideon asintió.
—Solo que ella no se moriría ni aunque le cortaran la cabeza. —Volvió a levantarse y su expresión se endureció—. Gwendolyn no puede morir a no ser que ella misma se quite la vida. —Y entonces declaró en voz baja—: «Y solo por amor se extingue una estrella, si ha elegido libremente su final».
Cuando abrí los ojos, la luz del sol naciente entraba a raudales en mi habitación arremolinando en el aire las motas de polvo y transformándolas en centelleantes puntitos rosados. A diferencia de los otros días, al cabo de un segundo ya estaba completamente despierta. Metí la mano bajo el camisón, y con cuidado palpé la herida que tenía bajo el pecho y reseguí el borde de la costra con el dedo.