Esmeralda (35 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Esmeralda
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—¡Y usted es el buen Dios!

—¡Qué
monadá
de niña!

Madame Rossini le dirigió una sonrisa radiante.

—Sí, a mí también me lo parece —dijo Raphael, y su hermano le dirigió una mirada divertida.

Yo aún no podía comprender cómo Gideon había conseguido convencer a Falk después de todos los problemas de esa tarde (¿sería el tío de Gideon un cordero con piel de lobo en lugar de lo contrario?), pero el hecho era que habíamos obtenido —junto con Leslie y Raphael— el permiso oficial para vestirnos para la fiesta de Cynthia, bajo la supervisión de madame Rossini, con el fondo de armario de los Vigilantes. Cuando al atardecer nos habíamos encontrado ante la entrada del edificio, Leslie estaba tan excitada ante la idea de poder pisar el cuartel general que apenas podía estarse quieta. Y a pesar de que no había podido ver ninguna de las estancias que yo le había descrito, sino solo un corredor normal y corriente que conducía directamente al almacén, estaba loca de entusiasmo.

«¿Te has fijado? —me había susurrado—. Esto huele a enigmas y secretos. ¡Oh, Dios, me encanta!»

Luego, en el fondo de vestuario de los Vigilantes, había estado a punto de hiperventilar, y estoy segura de que en otras circunstancias también a mí me habría pasado lo mismo —el taller de madame Rossini ya me parecía el jardín de Edén, pero lo que veía allí lo superaba de largo—, si no fuera porque, en primer lugar, en lo que a vestidos se refería ya estaba un poco saturada, y en segundo lugar, mi cabeza y mi corazón estaban ocupados en otras cosas muy distintas.

—Naturalmente yo no he cosido todos estos trajes; es una colección de los Vigilantes que se inició hace ya doscientos años y que en el curso del tiempo se ha ido ampliando cada vez más. —Madame Rossini cogió un vestido de puntillas, ya un poco amarillento, de una percha y Leslie y yo lazamos un suspiro maravilladas—. Sin embargo, aunque sigue siendo un placer contemplarlos, muchos de los originales históricos ya no pueden ser utilizados para los actuales viajes en el tiempo. —Volvió a colgar el vestido con mucho cuidado—. Y los vestidos que se hicieron para la penúltima generación tampoco se ajustan desde hace tiempo a los estándares requeridos.

—¿Eso significa que todos estos maravillosos vestidos se están pudriendo lentamente en este almacén?

Leslie acarició el vestido de puntillas con cara de pena.

Madame Rossini se encogió de hombros.

—Es un valioso material de observación, también para mí. Pero tienes razón, es una lástima que se utilicen tan poco. Por eso estoy tan contenta de que hoy estéis aquí. ¡Seréis las más bellas del baile,
mes petites
!

—No es ningún baile, madame Rossini, solo será una fiesta bastante aburrida —puntualizó Leslie.

—Una fiesta solo es aburrida en la medida en que lo son sus invitados —sentenció madame Rossini.

—Exacto, ese es también mi lema —dijo Raphael mirando de reojo a Leslie—. ¿Qué tal si vamos de Robin Hood y lady Marian? —Se colocó sobre a cabeza un sombrerito de mujer con una pluma bamboleante—. Son completamente verdes, y así todo el mundo verá enseguida que vamos juntos.

—Hummm… —dijo Leslie.

Madame Rossini pasó revista a los vestidos que colgaban de las perchas canturreando alegremente.

—¡Oh, qué divertido! ¡Qué delicia!: cuatro jóvenes
et una féte déguidée
, ¿qué puede haber más bonito?

—A mí se me ocurre algo —susurró Gideon con la boca pegada a mi oreja—. Escucha, tendríais que distraerla un poco para que pudiera robar la ropa para nuestra excursión a 1912 —Y luego dijo en voz alta—: Yo me pondré esa cosa verde de ayer, si le parece bien, madame Rossini.

Madame Rossini giró sobre sí misma.

—¿La cosa verde de ayer? —dijo enarcando una ceja.

—Hummm… se refiere a la levita verde mar con el cierre esmeralda —dije yo rápidamente.

—Sí, y a todos los chismes a juego. —Gideon sonrió cortésmente—. No creo que pueda haber nada más verde.

—¡Chismes! ¡Es como dar comida a los cerdos! —Madame Rossini levantó los brazos al cielo, pero sonrió complacida—. Siglo XVIII tardío para el pequeño rebelde, pues. Entonces tendremos que vestir al cuellecito de cisne con algo que combine, pero me temo que no tengo ningún vestido de baile de esa época…

—La época no importa, madame Rossini. De todos modos, los tarugos de la fiesta no entienden nada de eso.

—Lo importante es que se vea antiguo y largo y abombado —añadió Leslie.

—Bueno, si es así… —dijo madame Rossini no muy convencida.

Leslie y yo la seguimos a través de la habitación, ansiosas como perritos a los que se atrae con un hueso, mientras Gideon desaparecía entre las perchas y Raphael se seguía probando sombreros de mujer.

—Ahí hay un traje de tafetán de seda y tul verde irisado, Viena, 1865 —dijo madame Rossini haciéndonos un guiño. Con esos ojillos minúsculos y su cuello inexistente, siempre me hacía pensar de algún modo en una tortuga—. El tono armoniza a la perfección con la tela verde mar del pequeño rebelde ,aunque naturalmente esta combinación, desde el punto de vista estilístico, es una absoluta catástrofe. Como si Casanova fuera a un baile con la emperatriz Sisí, si entendéis a qué me refiero…

—Como le he dicho, madame Rossini, la gente de la fiesta de esta noche no está para estas sutilezas —dije yo, y contuve la respiración mientras madame Rossini cogía el vestido de Sisí de su soporte. Era realmente un vestido de ensueño.

—¡Desde luego no puede decirse que no sea abombado! —dijo Leslie riendo—. Cuando te vuelvas, barrerás el bufet de la mesa.

—¿Por qué no te lo pruebas, cuellecito de cisne? Hay una diadema a juego. Y ahora vamos contigo. —Madame Rossini cogió a Leslie del brazo y la guió hacia la siguiente fila—. Aquí tenemos
haute couture
francesa e italiana del último siglo. Aunque el verde no era el color de moda preferido, seguro que encontraremos algo para ti.

Leslie quiso decir algo, pero se atragantó de emoción al oír las palabras
haute couturey
la dio un ataque de tos.

—¡¿Puedo probarme estos pantalones de media pierna tan divertidos?! —gritó Raphael desde atrás.

—¡Naturalmente! Pero ve con cuidado con los botones.

Miré discretamente hacia Gideon. Ya llevaba unas cuantas prendas colgadas del brazo, y me sonrió a unas filas de distancia.

Madame Rossini, que no se había apercibido del saqueo, recorría entusiasmada la sección de
haute couture
seguida de cerca por una Leslie jadeante.

—Para la
petite
pecosa tal vez un…

—… ¡este de aquí! —la interrumpió Leslie—. ¡Por favor! ¡Es precioso!


Excusez-moi, ma chérie
, ¡pero esto no es verde! —dijo madame Rossini.

—¡Pero es casi verde! —Leslie parecía a punto de echarse a llorar de la decepción.

—No, esto es azul cielo —dijo madame Rossini con determinación—. Grace Kelly lo llevó para una gala de entrega de premios para
La angustia de vivir
. Naturalmente este no, pero es una copia exacta.

—Es el vestido más bonito que he visto nunca —dijo Leslie con un hilo de voz.

—Y tiene algo de verde, de hecho —traté de apoyarla—. Al menos turquesa tirando a verde. Prácticamente verde si la luz es un poco amarillenta.

—Hummm… —murmuró madame Rossini un poco indecisa.

Miré a Gideon, que se dirigía discretamente hacia la puerta.

—De todos modos no me iría bien —murmuró Leslie.

—¡Yo creo que sí! —La mirada de madame Rossini se deslizó hacia abajo y luego hacia arriba estudiando la figura de Leslie, y después se perdió en la lejanía mientras rumiaba ensimismada—.
Zutalors!
—De pronto se puso muy seria—. ¡Joven! ¡¿Adónde se supone que vas con mis cosas?! —gritó.

—Yo… —balbuceó asustado Gideon, que ya casi había llegado a la puerta.

La tortuga se convirtió en un elefante furioso que se abría paso entre la maleza. Moviéndose a una velocidad de la que nunca la hubiera creído capaz, madame Rossini llegó en un instante junto a Gideon.

—¿Qué significa esto? —dijo mientras le arrancaba las prendas de la mano—. ¿
Quegías gobagme algó
? —Por lo visto, su acento francés se marcaba aún más cuando se enfadaba.

—Claro que no, madame Rossini. Solo quería… llevármelo prestado.

Gideon la miró con aire compungido, pero eso no aplacó la ira de madame Rossini.

—¿Qué te proponías
haceg
con
estó
, muchacho imposible? —exclamó mientras sostenía las prendas en alto—. ¡
Estó
no es
vegde
!

Acudí en ayuda de Gideon.

—Por favor, no se enfade con nosotros. Necesitamos estas prendas para… una excursión al año 1912. —Hice una pequeña pausa, y luego decidí apostarlo todo a una carta—. Una excursión secreta, madame Rossini.

—¿
Secgetá
? ¿Al año 1912? —repitió madame Rossini apretando las prendas contra su cuerpo como hacía Caroline con su cerdo de ganchillo—. ¿Con estas ropas? ¿Supongo que
segá
una
bgoma
? —Nunca la había visto tan furiosa como en ese momento—. Esto. Es. Un. Traje. De. Caballero. De. 1932. —Estaba tan indignada que casi no podía respirar y tenía que coger aire antes de pronunciar cada palabra—. ¡Y este vestido pertenecía a una vendedora de cigarrillos! Si salierais a la calle en 1912 con esta ropa, os arriesgaríais a provocar un tumulto. —Puso los brazos en jarras—. ¿Es que no has aprendido nada conmigo, muchacho? ¿Qué digo yo siempre? ¿Qué es lo importante de estos vestidos? La…

—… autenticidad —completó Gideon en voz baja.


Précisément!
—dijo madame Rossini masticando las sílabas—. ¡Si queréis hacer una excursión secreta al año 1912, lo que está claro es que no será con esta ropa! Para eso podríais aterrizar directamente en medio de la ciudad con una nave espacial, sería igual de discreto. —Mientras su mirada se paseaba de Gideon a mí y otra vez de vuelta a Gideon, sus ojos aún brillaban de ira; pero de repente se puso en movimiento y fue pasando, bajo nuestras miradas sorprendidas, de una hilera de percheros a otra, para volver poco después con el brazo cargado de vestidos y de curiosos tocados.

—Bien —dijo en un tono que no admitía réplica—. Que esto os sirva de lección para no tratar de engañar a madame Rossini. —Nos tendió los vestidos, y de pronto su rostro cambió de expresión y fue como si el sol apareciera entre unas oscuras nubes de tormenta—. ¡Y si vuelvo a descubrir al de los
secgetitós
sin su
sombgegó
—amenazó a Gideon con el dedo—, madame Rossini tendrá que explicar a su tío lo de su pequeña excursión!

Me eché a reí aliviada, y corrí a abrazarla.

—Madame Rossini, sencillamente es usted la mejor.

Caroline y Nick, que estaban sentados en el sofá del cuarto de costura, observaron sorprendidos cómo Gideon y yo nos colábamos en la habitación. Pero mientras que el rostro de Caroline se iluminó al instante con una amplia sonrisa, Nick pareció quedarse un poco cortado al vernos.

—¡Pensaba que estabais de fiesta! —dijo mi hermano pequeño.

No sabía exactamente qué le resultaba más incómodo: que estuviera viendo con su hermana pequeña una película infantil o que los dos llevaban ya el pijama puesto, y en concreto el azul cielo que la tía Maddy les había regalado por Navidad. Lo especial de estos pijamas era que tenían una capucha con unas orejas de liebre. Yo los encontraba encantadores —igual que la tía Maddy—, pero cuando se tienen doce años estas cosas se ven de un modo distinto. Sobre todo si se recibe una visita inesperada y el amigo de la hermana mayor lleva una chaqueta de piel superchula.

—Charlotte ya hace media hora que se ha ido —explicó Nick—. La tía Glenda iba dando saltitos a su alrededor como una gallina que acababa de poner un huevo. Ayyy, no, deja de besuquearme, Gwenny, estás igual que mamá antes. ¿Y cómo es que aún estáis aquí?

—Iremos a la fiesta —dijo Gideon, y se dejó caer en el sofá a su lado.

—Natural —dijo Xemerius, que se había instalado cómodamente sobre una pila de ediciones de
Homes and Gardens
—. Los tipos realmente guays siempre llevan los últimos.

Caroline miraba a Gideon con cara de veneración y los ojos abiertos como platos.

—¿Conoces ya a Margaret? —Le tendió el cerdo de ganchillo que tenía en el regazo—. Puedes acariciarlo si quieres.

Gideon acarició obedientemente la espalda de Margaret.

—Qué blandito. —Miró interesado a la pantalla del televisor—. Oh, ¿ya habéis llegado a donde explota el cañón de colores? Es mi parte preferida.

Nick le miró de soslayo con aire desconfiado.

—¿Conoces a
Campanilla
?

—Encuentro que sus inventos son geniales —afirmó Gideon.

—Yo también —dijo Xemerius—. Solo el peinado es un poco… miedoso.

Caroline suspiró lánguidamente.

—¡Pero qué simpático que eres! ¿Vendrás más a menudo a partir de ahora?

—Me temo que sí —dijo Xemerius.

—Eso espero, sí —respondió Gideon; nuestras miradas se cruzaron y yo tampoco pude reprimir un suspiro lánguido.

Después de nuestra productiva incursión en el fondo del armario de los Vigilantes, aún habíamos dado un pequeño rodeo para pasar por la Sala de Tratamiento del doctor White, y mientras Gideon recogía diverso material médico, de pronto se me había ocurrido una idea.

—Ya que estamos puestos, ¿no podrías coger una vacuna contra la viruela?

—No te preocupes, has sido vacunada contra prácticamente todas las enfermedades con las que puedas toparte en los viajes en el tiempo —había replicado Gideon—. Y naturalmente también contra los virus de la viruela.

—No es para mí, es para un amigo —había dicho yo—. ¡Por favor! Ya te lo explicaré más tarde.

Aunque Gideon había enarcado una ceja, había abierto sin más comentarios el armario de los medicamentos del doctor White y, después de buscar un momento, había cogido una cajita roja.

Le quería aún más por no haberme hecho ninguna pregunta.

—Me parece que está a punto de caérsete la baba —me devolvió Xemerius a la realidad.

Cogí la llave de la puerta que conducía al tejado de la azucarera del armario.

—¿Cuánto tiempo lleva mamá en la bañera? —les pregunté a Nick y Caroline.

—Un cuarto de hora como máximo. —Ahora Nick parecía mucho más relajado—. Estaba rara esta noche. Todo el rato nos ha estado besando y suspirando. Solo ha parado después de que mister Bernhard le trajera un whisky.

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